El analista y su consultorio...
¿Qué es el
consultorio y qué representa para el analista? Podríamos comenzar diciendo que
por una parte, es el lugar de trabajo, ese espacio donde son recibidos los
pacientes uno tras otro, día tras día, y que sirve de escenario para la
escucha, la elaboración, y la expresión de diversas emociones, desde aquellas
más alegres, hasta las más crudas y desgarradoras; en él somos testigos de la
evolución, los progresos, alegrías y realizaciones de muchas personas, pero
también de la crudeza del dolor humano,
por lo que como tal cumple una función fundamental dentro de la práctica
clínica cotidiana al representar los límites físicos del encuadre: casi, podríamos
decir que sin consultorio no puede haber una práctica del psicoanálisis[1].
No
obstante, más allá de una oficina o despacho que sirve para el trabajo del
psicoanalista, el consultorio tiene una relación muy cercana con él: funge como
morada para éste y es casi una especie de confesionario y espacio seguro para
el paciente. Simbólicamente, termina representando aquella locación donde la
figura del analista cobra un lugar para su analizando, y así mismo, se
convierte en el recinto donde aquel concepto de "campo analítico"
cobra vida y sentido, siendo también el recinto donde transcurrirá gran parte
de la vida profesional del analista.
De hecho,
cuando Willy y Madelaine Baranger (1961) plantean la noción de “campo dinámico”
otorgan un valor de mucha importancia a lo que denominaron la estructura
espacial del mismo:
“Lo más
inmediato que se puede notar del campo analítico es su estructura
espacial. Dos personas se encuentran en
una misma pieza, ubicadas, por lo general, en lugares y en posición recíproca
constantes. Una está recostada en el diván, la otra sentada, también en
posición de relax en un sillón al lado y ligeramente atrás de la otra, la
modificación de esta estructura espacial empíricamente adoptada como la más
favorable, lleva a modificaciones sustanciales de la relación analítica misma.
Un análisis no se desarrolla de la misma forma si el sillón está alejado un
metro del diván, o si el diván está ubicado en el medio de la pieza en vez de
estar junto a una pared. Además, la elección de una posición distinta de parte
del analista ya revela una actitud interna particular hacia los pacientes. Estas
ubicaciones configuran un espacio común de la relación analítica. Pero en la
relación transferencial-contratransferencial, sufre importantes modificaciones
vivenciales. Aunque estén ambos en el
mismo lugar que en todas las sesiones anteriores, el paciente puede preguntar
al analista porqué ha cambiado el sillón de lugar, ubicándolo más lejos. Otras veces, puede vivenciar la distancia entre
él y el analista como aniquilada. También puede el espacio de la relación
analítica contraerse hasta no incluir más que el analista y el analizando, con
negación de la existencia de los límites naturales de la pieza y de los muebles
que contiene, o extenderse por inclusión de tal o cual objeto (cuadros, libros,
etc. que están en la pieza), o aun extenderse fuera de los límites de la pieza:
el otro paciente en la sala de espera que está escuchando, los ruidos
proviniendo de la casa o de la calle, pueden cobrar un significado importante,
y configurar un espacio momentáneo muy distinto del espacio analítico común.
Toda modificación del campo espacial vivenciado, es naturalmente significativa
de una modificación global de la relación analítica” (p.6).
Así, para
el analista, el consultorio no es cualquier oficina; hay una relación
particular de cercanía con éste, pues no sólo forma parte de su identidad como profesional,
sino que el consultorio en sí mismo y sus variaciones pueden tener una
implicación en la relación de transferencia – contratransferencia con sus
analizandos. A pesar de la regla de abstinencia, el estilo y manera en cómo
están distribuidos los muebles, los cuadros que son colgados en las paredes,
así como los libros y objetos decorativos que allí se encuentran: plantas,
adornos, accesorios... dicen algo de éste y de lo que quiere transmitir a quien
acude a su encuentro, más allá que en la mayoría de los casos y salvo algún
detalle, la mayoría se cuide de no mostrar demasiado de sí a través de objetos
personales. ¿Pero cómo no podría ser así? considerando la cantidad de horas
diarias que pasa en él, resulta lógico y hasta necesario que exista armonía e
identificación con el sitio en el cual se trabaja. Entonces, si bien
ciertamente es de esperar que el paciente se sienta grato en este espacio tan
particular, más importante es que el analista lo haga primero, puesto que
incluso cuando no está trabajando con pacientes, es posible que se encuentre
allí realizando alguna otra actividad inherente a su práctica.
Desde setiembre
de 1891 hasta su emigración, Freud vivió en Berggasse 19, en Viena. Allí con
los años fue desarrollando de forma predilecta una extensísima colección de
antigüedades, muchas de arte egipcio, sobre todo esculturas de pequeño tamaño
que, multiplicadas por gran cantidad, estaban a la vista de todos, así como
otros tantos libros y fotografías. Eran
sobre todo estas estatuillas las que más llamaban la atención de visitantes y
pacientes, pero podemos decir que en general todo el consultorio de Freud
estaba repleto de distintos objetos y cuadros que más que no ocultar, hacían
evidente su afición por la arqueología y el mundo antiguo. Para uno de sus más
reconocidos biógrafos, Peter Gay (1989/2010), “coleccionar antigüedades, fue
para Freud un entretenimiento que cultivó toda la vida, en el que persistió con
devoción y tenacidad” (p.204). Freud solía pasar la mayor parte del día en su
consultorio; así, estos objetos lo acompañaban en su despacho no sólo cuando
estaba atendiendo, sino también cuando escribía, una de sus actividades
predilectas, bien fuese respondiendo alguna correspondencia o trabajando en
algún nuevo ensayo psicoanalítico.
Como puede
verse, resultaba bastante evidente que algo de este lugar revelara mucho de la
propia personalidad y los gustos de Freud. Otros tantos consultorios analíticos
suelen ser menos demostrativos en cuanto a los gustos y aficiones del analista,
pero todos reflejan algo de la identidad personal. De hecho, si hiciéramos en
una determinada asociación psicoanalítica una muestra fotográfica de los
distintos consultorios de sus integrantes, aquellos que fuesen exhibidos
mostrarían tanto una enorme diversidad de formas y estilos como algunas
constantes que se repetirían en todos ellos.
Esto nos
lleva a preguntarnos ¿cómo está pensado y diseñado un espacio de este tipo? ¿Existe
alguna lógica detrás de ello, aunque nadie lo diga explícitamente? En el
consultorio psicoanalítico resulta fundamental que exista la posibilidad de
tener en principio dos sillones principales, uno para el analista y otro para
el paciente, las cuales algunas veces suelen ser iguales, otras no, aunque
algunos principios más ortodoxos indicarían la necesidad de que fuesen idénticos
para no marcar de entrada distinciones de nivel o categoría, entre uno y otro
(sin embargo, esto es algo que muchas veces puede no cumplirse). Éstas algunas veces están colocadas frente a
frente o con alguna ligera angulación, otras tantas en modo lateral y
ocasionalmente hasta apuntando a un punto convergente, pero lo más importante
es que no exista nada que se interponga entre la relación de la pareja
analítica: no debe haber por ejemplo un escritorio de por medio que obstaculice
el vínculo entre las partes, lo más recomendable es que éste quede a un lado de
la silla del analista, o en un rincón aparte que puede destinarse a entrevistas
de otra índole o a otro tipo de trabajos que también forman parte de la
práctica; también es recomendable que la disposición permita que el paciente
desvíe ligeramente la mirada si lo siente necesario. Del mismo modo, resulta
siempre práctico poder tener otro asiento disponible para al menos una persona
más, lo cual será muy necesario si se trabaja con parejas o familias, o si se
requiere alguna entrevista con un tercero significativo. Además de los
sillones, estará por supuesto el diván, a veces ubicado al lado y un poco
adelante del analista, o a veces en un espacio apartado del que se destina para
trabajar cara a cara. Este tradicional dispositivo, por una parte, es una
herramienta de trabajo muy valiosa, pero por otra, también se ha vuelto a lo
largo de los años un elemento clásico de nuestros consultorios: aún quienes con
el tiempo han dejado de utilizarlos por diversos motivos, suelen mantenerlo en
su consulta como si fuese parte de su arraigo profesional.
En
conjunto con todo esto, estarán presentes accesorios más o menos comunes como
lámparas, quizá alguna planta, almohadones, un reloj a la vista del analista
para poder llevar el tiempo de la sesión, los imprescindibles pañuelos descartables,
cuadros de todos los estilos, algunos libros relacionados con el oficio, y
frecuentemente algún retrato de Freud en alguna ubicación, discreta, pero no
oculta, el cual en algunas ocasiones
suele estar acompañado de algún otro analista de renombre: Klein o Lacan, entre
los que más se repiten, aunque muchos optan por no colgar ninguno. En el consultorio psicoanalítico todo está
pensado para generar una determinada atmósfera que brinde calidez y sensación
de bienestar; aunque pudiera pasar desapercibido, hay aspectos que también son
cuidados como la ubicación o control de la puerta, qué ve el paciente cuando
está sentado en su asiento o recostado en el diván, el color de algunos
detalles como las alfombras, la temperatura del aire y por supuesto la luz: un
ambiente iluminado, pero con calidez, por lo general tiende a favorecer una
mayor asociación que un ambiente con tonalidades frías o con demasiada luz. Sí,
la temperatura de la luz también es importante. En su conjunto, todos estos
elementos y la forma en cómo se combinan deben propiciar la mayor tranquilidad
posible y procurar que el paciente se sienta con el confort suficiente para
poder abrirse de cara a su padecimiento mientras es sostenido por la escucha de
su analista.
En cuanto
a la sala de espera, no es siempre un lugar indispensable, de hecho, a veces no
existe, pero ocasionalmente puede ser útil para que el visitante aguarde antes
de su horario, o lo haga algún acompañante. La decoración y distribución de
esta área, muchas veces suele ser más neutra que el propio consultorio como
tal, sobre todo si es compartida por varios compañeros. Lo más importante, es que
si tenemos un espacio de espera, procuremos en la mayor medida posible que el
ruido no interfiera dentro del espacio de consulta, y sobre todo que nada de lo
que se diga dentro de éste sea escuchado afuera por un tercero, lo cual
generaría infidencias terribles e influiría de forma muy negativa en el curso
del tratamiento. Una buena acústica
dentro del despacho, e incluso algún sonido de ambiente musical podrían ayudar
a lidiar con estos inconvenientes.
El consultorio de niños
Para
quienes trabajan con niños, e incluso con adolescentes más chicos, es necesario
pensar en algunos elementos adicionales al setting más tradicional que
empleamos en el trabajo con adultos.
En este
sentido, podemos encontrar una variedad de recursos que se pueden utilizar,
desde tener un consultorio aparte acondicionado especialmente para la ocasión,
con área de juegos, estantes llenos de juguetes, y juegos de mesa, una mesa más
pequeña para dibujar, trabajar con plasticina, etc, hasta quienes reciben niños
en el mismo espacio que sus pacientes adultos y disponen de algunos implementos
adicionales para el trabajo con ellos.
Durante años
se le dio mucha importancia a la existencia de la “caja de juegos”, y de hecho,
vale la pena recordar que en un libro clásico en el psicoanálisis de niños, Teoría
y Técnica del psicoanálisis de niños Arminda Aberastury (1962/1984) planteaba
con mucho énfasis la necesidad de que cada niño tuviese su caja de juegos
independiente, además de otra caja de juegos más general o estándar que utilizaba
para las entrevistas y juego diagnóstico mientras iba conociendo al niño que
buscaba analizar. Luego, adaptaba una
caja para cada uno con los juguetes que consideraba podrían resultarle más útiles
a ese niño en particular y la misma quedaba resguardada del contacto con otros
niños, pudiendo únicamente el paciente y el terapeuta acceder a ella.
Esta
recomendación que sin duda muchos analistas de niños continúan empleando,
resulta muy útil, pero demanda una gran disponibilidad de recursos para cada
uno de los niños que se atiendan durante un mismo período de tiempo. Hay
quienes no adoptan esta sugerencia y únicamente guardan las producciones
individuales de cada uno aparte en carpetas separadas (dibujos, recortes, etc).
Más allá de esto, el qué poder incluir en la caja de juegos abre posibilidades
infinitas tanto si se tratara de una única caja general, como si se tuviese más
de una adaptada a cada niño según las necesidades o preferencias del caso.
Suele ser
muy importante que estén presentes personajes que permitan representar una
familia o la dinámica familiar, directamente a través de pequeños muñecos que
parezcan reproducir a los distintos miembros de la familia, o incluso a través
de animales que resultan muy útiles sobre todo cuando trabajamos con temprana
infancia. La inclusión de alguna pelota, al menos chica, o más grande si el
espacio lo permite, suele ser bastante común y necesaria. Así mismo, la
presencia de bloques de madera, o tipo “lego” suelen ayudar a que los niños
puedan construir y representar cualquier tipo de escenarios. Autitos, aviones, trenes,
muñecas, tacitas y platitos, y hasta soldaditos, tienden a ser elementos
bastante frecuentes que vemos repetirse en muchos consultorios de quienes
atienden niños.
También
hay variedad de libros que permiten abordar distintas temáticas a través de la
literatura infantil, en la medida que su curiosidad por la lectura y estas
historias abren la puerta a hablar de temas difíciles, así como juegos de mesa
que permiten no sólo un afianzamiento del vínculo transferencial cuando se usan
con los niños y adolescentes, sino que también crean espacios de silencio
mientras se juega que pueden ser aprovechados para sostener un diálogo vinculado
con los distintos aspectos que emergen en el propio juego y relacionarlo con
otras dinámicas del mundo interno del paciente.
Deberíamos
procurar que el niño pueda tener contacto libre con elementos inestructurados y
no únicamente estructurados, así, además de la posibilidad de dibujar y tener
materiales como lápices de colores, marcadores y crayolas, el juego con agua,
con pinturas, arcilla o arena por solo dar algunos ejemplos, debería ser
posible. Ciertamente estos son elementos que pueden tender a ensuciar más el
espacio físico y por ello algunos colegas se inhiben de usarlos, pero justamente
el contacto con éstos forma parte de lo necesario para que el niño pueda
desplegar ciertos comportamientos que el control consciente de las normas en casa
o la de la propia escuela tiende a reprimir y con los que resulta fundamental
trabajar.
Hay
quienes consideran necesario el contacto con fuego, y otros quienes se
adelantan proscribiéndolo por lo inconveniente que puede resultar. En lo
personal creo que debería ser permitido únicamente si se cuenta con un espacio
lo suficientemente seguro para que pueda ser usado, como el acceso a un patio
donde el quemar algo, o encender algún tipo de llama no representara un peligro
para el niño, ni para nosotros o el despacho.
Hoy por
hoy, además resulta indispensable contar con algún elemento tecnológico digital
como una computadora o Tablet, por ejemplo, que permita acceder a internet y con
ella a distintos videojuegos mediante los cuales el niño tiende a expresar y
representar parte de su dinámica interior pero también su forma de vincularse
con el mundo externo que lo circunda. Es
frecuente, por ejemplo, que los adolescentes pidan ver algo en Youtube (con lo
que seguramente luego podremos trabajar), o incluso que nos pidan ver con ellos
algún capítulo de alguna serie que vean en casa; en este caso, lo importante
será también nuestra disponibilidad para entender que más allá del hecho en sí,
se nos está pidiendo tener un espacio en el cual pueda compartir con otro una
parte significativa de su vida que muchas veces no tiene con quien hacerlo.
Considero
que lo importante, más allá del espacio en físico en sí mismo, es contar con
los implementos que faciliten el despliegue de la fantasía inconsciente y que
la misma pueda proyectarse libremente en el juego, que es la herramienta
principal con la que contamos para el trabajo con niños, o en la conversación
amena y espontánea que muchas veces surge con los adolescentes.
No debemos
olvidar que más allá de los elementos como tal, éstos no son sino un
facilitador para la comunicación de un lenguaje que muchas veces es preverbal y
al cual necesitamos acceder para trabajar en el análisis de niños pequeños,
quienes buscaran expresarse de múltiples formas distintas a aquellas que da la
palabra, aun cuando sepan hablar; para los más grandes resultarán muy útiles
porque justamente permitirán la emergencia de elementos inconscientes que
intentan mostrarse librándose de lo reprimido. La especificidad o cantidad de
materiales puede ser variable, ya que una parte importante también recaerá en
la creatividad del analista para poder obtener lo suficiente de los recursos disponibles,
aunque éstos no sean abundantes.
La consulta del analista
en casa.
En nuestro
caso, a diferencia por ejemplo del médico, o de otros profesionales, no resulta
indispensable atender desde una institución que brinde prestigio o respaldo
profesional, entiéndase una clínica o un hospital. En parte, porque la relación
con los pacientes al ser muy personal y directa sostiene el vínculo sólo, sin
necesidad de este tipo de auxiliares; quiero decir, que el despliegue
transferencial colocado en la figura del analista contribuye a ello, sin que
tenga que mediar nadie más. Quizás por esto, no son pocos los analistas que
deciden atender desde casa, tomando en cuenta también una serie de ventajas que
proporciona, como el no tener que gastar en el arrendamiento o compra de otro
local, o en el pago de los servicios de éste, así como el hecho de evitarse tiempo
perdido trasladándose desde una ubicación a otra, aunque la distancia no sea
demasiada; en general tiende a ser una experiencia que brinda bastante
comodidad.
No
obstante, así como atender desde casa puede tener sus ventajas, también puede
implicar algún inconveniente. En primera instancia, debe tenerse presente, que
si bien, la práctica del psicoanálisis puede ser solitaria y a veces hasta
rutinaria aunque no existan nunca dos sesiones iguales, esto puede ser un
factor que juegue en contra, puesto que el permanecer más tiempo en el trabajo
desde casa, puede tender a producir un mayor aislamiento, sobre todo
considerando que no se suele utilizar la figura del asistente y que este lugar
de consulta no propiciará el contacto y el tener que compartir con otros
colegas (de allí la importancia también de la vida societaria – institucional).
De la misma forma, puede resultar problemático cuando se trata de atender a
pacientes que pueden implicar cierto peligro, o que establezcan transferencias
más complicadas, ya que, aunque no se busque expresamente, le estamos dando una
mayor proximidad a nuestra vida personal.
Tampoco
debe dejarse de lado el factor familiar, puesto que, para parejas, hijos y otros
familiares, cuando el analista trabaja desde casa, por una parte está, ya que
ciertamente no ha salido, pero por otra no está, puesto que se encuentra
trabajando y no debe ser interrumpido por situaciones cotidianas. Estos límites
en ocasiones pueden ser confusos y difíciles de entender para la familia,
aunque es algo que con el tiempo puede irse dando por sentado y asumirse de
manera natural.
Si por las
razones que fuere, se decide tener el consultorio en el mismo lugar donde se
vive, lo recomendable es un espacio aparte, como un anexo de la casa, un
despacho con entrada y baño independiente; si no, un apartamento con la
distribución necesaria para poder aislar la consulta de las áreas de vivienda.
Lo fundamental es que en ningún momento el paciente tenga acceso a estos
espacios más íntimos y no tenga por qué visualizar ningún tipo de elementos que
formen parte de nuestra vida personal. Los niños y las mascotas pueden representar un
problema que impidan que la consulta quede lo suficientemente aislada, sobre
todo si se llegaran a colar ruidos al espacio de análisis.
Tampoco
deberá decirse de modo expreso que se trata de nuestra vivienda: lo más
frecuente es que la pregunta pueda surgir del paciente, en cuyo caso se
trabajará como un aspecto más de la transferencia; a veces es ineludible no
confirmar lo evidente, pero debemos cuidarnos de no decir demasiado.
Obviamente, esta locación dará pie a que el paciente imagine algunas historias
al respecto, pero no debemos ser nosotros quienes las fomentemos de entrada.
Así mismo, será importante tener otros aspectos en cuenta tales como las
facilidades de acceso o estacionamiento, y en la medida de lo posible, tratar
de no incomodar a los vecinos. Desde la
persona del analista, el tener que trabajar desde casa, también demandará por
otro lado, una mayor interacción con colegas, mayores límites entre su vida
como analista y lo familiar, quizá también la necesidad de buscar momentos de
recreación fuera del espacio físico de la casa; en general diría que puede
conllevar a un mayor cuidado de mantener el equilibrio entre esta la instancia
de trabajo y lo personal.
Las mudanzas y su
incidencia en el tratamiento.
Hay
ocasiones en las que por alguna razón, el analista debe mudar su consulta. Sin
embargo, estos cambios, que siempre resultan un dolor de cabeza para nosotros
mismos, en ocasiones pueden incidir en el tratamiento, sobre todo en el vínculo
transferencial. No sólo pueden generar algunas complicaciones de orden fáctico
al paciente, tales como mayores distancias para llegar a sesión, sino que
además inciden en el factor espacial del campo dinámico, al establecer una discontinuidad
en la dinámica de las sesiones. Por ello, no resulta del todo inadecuado dar
algunas razones al paciente del por qué este cambio, de manera que no sea
vivido como algo impuesto o arbitrario; por supuesto, dependiendo del tipo de
paciente y de la transferencia que exista, podrá afectar en mayor o menor
medida, por muy válidos que parezcan los motivos. Algunos lo asumirán sin
problema, otros no tanto, y quizá alguien podrá tenerlo como disparador perfecto
de resistencias incoercibles que le lleven a interrumpir el tratamiento, pero
debemos cuidar que esta situación sea lo más llevadera posible y que no de pie
a situaciones incómodas que pongan en entredicho la continuidad del análisis.
Procurando
la mayor constancia objetal posible, es bueno tener cuidado con no realizar
otro cambio de aspectos relacionados al encuadre a la misma vez, tales como el
monto de los honorarios, o los horarios de las sesiones. Como decía, es
probable que aunque se cuiden todas las aristas relacionadas, situaciones de
esta índole propicien algunas complicaciones en la transferencia o sean la
excusa perfecta para que detonen algunas resistencias que no habían sido
trabajadas oportunamente. Frases como: "el lugar a donde te vas me
queda muy lejos", o "hay mucho tránsito hacia allá a esa hora
y no voy a poder llegar" la mayoría de las veces terminan escondiendo
elementos resistenciales, por lo que será de gran importancia poder trabajar
estos cambios con tiempo y con todo el cuidado posible, como cualquier otra
situación que concierne a la relación de la dupla analítica.
Por último, es importante
aclarar que esto no aplica en el caso de las migraciones internas o externas
que pueda realizar el analista, ya que en caso de no proponerse o aceptarse la
continuación del tratamiento en línea y a distancia, más que una mudanza,
estaría sobre la mesa la disolución del vínculo de trabajo que se ha sostenido
a través del tiempo, y por supuesto, las reacciones de los pacientes serían muy
distintas y mucho más fuertes: angustia, tristeza, ira, sensación de abandono...
En estos casos resultará fundamental trabajar sobre la finalización del
tratamiento y las derivaciones a otros colegas, pero si fuese el caso y el
paciente aceptara la continuidad online, deberán abordarse las
expectativas y la viabilidad de la misma, debiendo considerarse oportunamente
el cambio de modalidad y las pérdidas que están implicadas en él.
Referencias:
Aberastury, A. (1984). Teoría y técnica del
psicoanálisis de niños. Paidós. (Original publicado en 1962).
Baranger, M. y Baranger, W. (1961-62). La
situación analítica como campo dinámico. Revista
Uruguaya de Psicoanálisis, 4, (1), 3- 54.
Gay, P. (2010). Freud. Vida y legado de un precursor. Paidós.
(Original publicado en 1989).
[1]
A nivel de espacio,
hasta hace pocos años era inimaginable una práctica psicoanalítica de otra
forma que no fuese presencial. El avance de la tecnología ha facilitado el
ejercicio del psicoanálisis a distancia o “teleanálisis”. De cualquier forma, a
nivel simbólico el espacio destinado por el analista para ejercer, aún a
distancia, continúa guardando un valor particular.
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