Las vacaciones y la terapia. Más allá de un descanso común y necesario.
"Pienso
que el lograr ubicarnos en cada nueva sesión es parte de nuestro entrenamiento
y de la capacidad disociativa, sino sería imposible repetir este "ritual” diariamente
(...) De ahí la importancia de supervisar, estudiar, reanalizarnos y hablar con
otros colegas (…). Debido a este particular estilo de vida, también es
altamente recomendable sacar tiempo para el disfrute, aprovechar los días
festivos para compartir con la familia, los amigos y colegas, y tomar
vacaciones cada tanto tiempo."
Díaz, (2009, p.63).
Sabemos
que tanto la psicoterapia psicoanalítica como el análisis, constituyen procesos
que se establecen a mediano, o muchas veces a largo plazo, y hasta cierto punto
resulta lógico pensar que durante el tiempo en que se sostenga el tratamiento,
se susciten distintos eventos en la vida de cada miembro de la pareja analítica
que puedan conllevar a separaciones temporales, la mayoría de las veces breves,
incluso sin amenazar la continuidad del proceso. Tal vez uno de los ejemplos
más comunes se trata de la licencia o vacaciones, algo frecuente y habitual,
pero que no por ello queda exento de particularidades si se enmarca dentro de
una relación analítica.
No debemos
olvidar que los períodos vacacionales son espacios de tiempo donde independientemente
de la profesión u oficio se decide tomar un descanso y poner pausa al desempeño
laboral cotidiano, con la esperanza de recuperar energías y retomar nuestro
trabajo. Generalmente se aprovechan para viajar, compartir con la familia o
dedicarse a actividades personales. También debe tenerse en cuenta que el ritmo
acelerado de vida, sobre todo en los países más industrializados reduce en gran
medida el tiempo de vacaciones que está contemplado disfrutar; sin embargo en
nuestra cultura es algo que está institucionalizado socialmente, existen
feriados, algunos laborables, otros no laborables y varias temporadas
vacacionales: nos tomamos una semana hoy, otros días mañana, otro par de
semanas más entrado el año, y casi un mes entre las festividades decembrinas y
de año nuevo... sumado al receso por el verano, cuyo disfrute cambia según el
calendario en distintas partes del mundo, pero que suele transformar la rutina
de trabajo, en días de viaje y esparcimiento. Es una costumbre que forma parte
de nuestra idiosincrasia y que se hace más notoria cuando parte de la
programación anual se entrelaza con el período libre de los hijos en la escuela.
Ahora, ¿qué incidencia suelen tener estas interrupciones en el marco del
tratamiento psicoanalítico?
Cuando las
vacaciones son de parte del analizando, siempre pedimos que éstas sean
anunciadas con suficiente tiempo; establecerlo como parte del encuadre y del contrato
de trabajo puede resultar de gran utilidad. Algunos analistas simplemente toman
nota del período de ausencia, mientras que otros advierten que podrán disponer
de su hora durante este tiempo. Si el período de vacaciones es breve, o
coincide con las vacaciones del analista, no suele haber problema. En casos de
ausencias más prolongadas o de vacaciones no coincidentes con las suyas,
algunos colegas optan por pedir un monto de honorarios constante mientras los
horarios siguen estando reservados para el paciente, aunque éste no asista; este
pago puede ser, por ejemplo, la mitad de la cantidad habitual, aunque otros
analistas pudieran llegar a exigir el abono completo de los honorarios. Otra
tendencia que veo repetirse con más frecuencia en el caso de las pausas breves
que van más allá de las vacaciones, simplemente implica la suspensión del
tratamiento por ese período de tiempo, dejando establecido el compromiso de que
a su retorno se buscarán nuevas posibilidades horarias en caso que las anteriores
hubieran sido ocupadas.
Estas
pausas un poco más prolongadas conllevan una incidencia en el terreno
transferencial, ya que cabe la posibilidad de que el paciente pueda sentirse
desplazado por otro o sentir que pierde su espacio; por ello algunos optan por
conservar sus horarios, aunque esto implique un gasto económico, pues
simbólicamente mantienen la noción de pertenencia sobre el mismo y sostienen la
fantasía de mantener vivo el vínculo con su analista a pesar de la distancia.
Hoy en día
con la emergencia del teleanálisis como alternativa de trabajo, suele ser menos
frecuente que un paciente se ausente durante semanas por motivos de trabajo y
no tome las sesiones, empleando el recurso en línea como una manera de
compensar la ausencia.
Durante las vacaciones, aunque la mayoría de las
personas afrontan y toleran esta situación bastante bien, algunos pacientes
pueden llegar a sentir culpa por pausar el análisis, e incluso esto puede mover
ansiedades que se creían en cierto modo elaboradas, también puede existir el
temor que nosotros nos molestemos por su ausencia, e incluso miedo a sentir que
abandonan el espacio, que nos han dejado, que nos hacen un mal por no estar. En
ocasiones se puede generar cierto impasse previo a estas pausas, como si no se
quisiera trabajar sobre nada nuevo, o se prefiriera no profundizar por miedo a
luego dejar estas ideas sin la continuidad y el sostén necesario. He visto
algunos pacientes que al irse de vacaciones o pausar por un tiempo breve suelen
derivar a alguna otra persona conocida, como una especie de acto reparatorio...
y otros tantos que dejan claro que regresan, pero no se comprometen a dar una
fecha exacta, como dejando abierta la posibilidad de jugar un poco con sus
propias resistencias, así como con nuestra capacidad para poder sostenerlas.
Por nuestra parte, las vacaciones o cualquier otro
período que implique nuestra ausencia debemos de anunciarlo con tiempo. En lo
personal evito en la medida de lo posible tomar pacientes nuevos cerca de
períodos vacacionales y desde las entrevistas preliminares comento las fechas
en las cuales suelo tomar vacaciones; para mi este tema es tan importante
hablarlo como los honorarios, las sesiones no asistidas, los imprevistos, entre
otros tantos aspectos... Hay colegas que toman vacaciones una vez al año
durante un mes, otros tantos toman períodos más cortos varias veces al año; en
cualquier caso, siempre será importante avisar a nuestros pacientes, e incluso
recordarlo en la medida en que se aproximen las fechas.
Teniendo
en cuenta la situación transferencial, la proximidad de los períodos de
vacaciones suele generar cierta turbulencia emocional que será susceptible de
ser captada por el analista e interpretada. Así, algún comentario en apariencia
lateral, o sueños del analizando podrán dar cuenta de cómo vive este período
próximo a las vacaciones. En caso de que
el tema no hubiese sido abordado, o no hubiese podido interpretarse, algunas
veces podría llegar a ser necesario introducirlo directamente, propiciar que la
movilización que podría producirse por nuestra ausencia pueda ser expresada,
aunque implique tener que manejar aspectos hostiles o incómodos y que de no
abordarse oportunamente llegarían a suscitar mayor riesgo de interrupción luego
de la pausa.
Por lo
general, no suelen haber mayores sobresaltos si se va trabajando y elaborando
paulatinamente. Pese a ello, no son infrecuentes comentarios que denoten
fantasías de abandono o ataques envidiosos al analista, más directos o más
encubiertos. Recuerdo un comentario reciente de una supervisanda, quien refería
que una paciente le había advertido la última sesión antes de sus vacaciones
que debía de tener cuidado al viajar, ya que podría llegar a tener un accidente
aéreo.
En algunas
circunstancias delicadas, resultará necesario dejar alguna vía de comunicación
abierta con algún paciente, sobre todo aquellos que se encuentren pasando por
situaciones de mayor perturbación emocional, ya que no es raro que la ausencia
de las sesiones o determinadas fechas en el año incidan en que su situación
empeore, más aún si coincide con una separación de su analista.
Hay formas
de atenuar la angustia en estos casos que requieren un mayor cuidado, podemos
dejar un enlace con un colega o psiquiatra de confianza en caso que se presente
alguna crisis aguda, o simplemente pedir que la comunicación sea preferentemente
vía correo electrónico y no telefónica, lo que nos permitirá organizar con
mayor claridad un momento acorde para una llamada o para una sesión de
emergencia, ya que sobre todo, si estamos de viaje con otras personas, es
posible que no dispongamos de las condiciones más adecuadas para atender un
pedido de este tipo de forma inmediata.
No obstante, más allá de este tipo de
contactos, que resulta necesario atender (aunque podría abrirse la pregunta de
si estamos satisfaciendo inadecuadamente la demanda del paciente), no es
infrecuente que algún otro de los pacientes nos contacte en durante la licencia
puesto que se ha “confundido” con la fecha (acto fallido mediante), y nos diga
que está en la puerta del consultorio, pero ha tocado y no le abrimos...
Cuando
escribí este breve artículo hace diez años en 2015, todavía se utilizaba el
contestador telefónico con relativa frecuencia, cosa que es algo que hoy ha
quedado prácticamente en desuso. En
aquel momento, hacía referencia a que había escuchado de colegas que solían
haber tenido experiencias en las cuales el paciente ante una situación de mucha
angustia podría llamar y dejar algún mensaje, ya que sólo con escuchar la voz
de su analista al responder el buzón, podrían llegar a sentirse un poco mejor,
aplacando su ansiedad. Realmente
considero que, en casos como éste, hoy en día es mucho mejor que si el paciente
realmente precisa nuestra ayuda intente contactarnos de una manera que resulte
efectiva y que permita hacer algún contacto expedito de nuestra parte, o en
caso extremo, asista a la puerta de emergencia del servicio de salud que le
corresponda, puesto que un contacto poco fructífero puede dejarlo más frustrado,
más ansioso que antes y en mayor situación de riesgo y de vulnerabilidad.
De los riesgos de las interrupciones del tratamiento, el acting out y la
reacción terapéutica negativa.
En ciertas
oportunidades habrá quienes tomen mal nuestras vacaciones, como se dijo, podrán
sentir algún tipo de abandono, e incluso tener comportamientos hostiles
directos o indirectos, como el impago de los honorarios pendientes, pero por lo
general se espera que puedan ser bien afrontadas.
Posiblemente,
lo bien o mal que estas ausencias puedan ser toleradas dependerá en gran medida
de la estructura inconsciente del paciente, del tipo de ansiedades y defensas
con las que se encuentre funcionando en el momento de la pausa, y del nivel de
regresión transferencial implícito en el tratamiento, sea un análisis o una
psicoterapia psicoanalítica con una frecuencia menor. Es posible que un
paciente en diván que vaya a análisis varias veces por semana acuse la ausencia
de su analista en mayor grado que un paciente de psicoterapia que acuda a
consulta con frecuencia semanal, aunque una mayor frecuencia da un mayor
espacio para manejo de lo transferencial, a la vez que también permite ampliar
el campo para el abordaje oportuno de las resistencias.
Así mismo,
es factible que estructuras con un componente más narcisista, con un volcado
masivo de lo transferencial sobre el analista, o con la tendencia a establecer
vínculos más simbióticos, resientan más estos períodos de descanso e incluso
les cueste entender al analista como una persona con derechos y necesidades
propias.
No son
infrecuentes fantasías retaliatorias, como soñar algún aspecto agresivo donde
se descarguen estos sentimientos contra el espacio analítico o la persona del
analista, sea de forma más directa o más velada, ausencias intempestivas
después de nuestro regreso, dificultad para concretar un eventual aumento de
frecuencia, e incluso reclamos a viva voz por haberles "dejado
solos".
En ciertos
casos, algunos pacientes pueden decidir interrumpir el tratamiento durante
nuestra ausencia, manifestándose un monto importante de molestia ya que su
analista se ha ido de vacaciones durante "mucho tiempo" y le ha
"abandonado"... optando en ocasiones por cambiar de analista, o
simplemente abandonar el proceso sin que necesariamente busquen atenderse con
alguien más. Si el monto del enojo del paciente es muy grande, podrían no retomar
luego de las vacaciones, dejando al analista en la posición pasiva de espera, o
simplemente pasar algún mensaje al celular avisando de su decisión de no
continuar con el espacio.
Otras
tantas veces, demuestran su desagrado en sesión, pudiendo eventualmente ser
trabajado o en algunas ocasiones convertirse en una especie de resistencia
incoercible (Etchegoyen, 2014) que lleva a la interrupción unilateral del
tratamiento. Recuerdo hace años cómo una paciente que pasaba por un momento
crucial en la culminación de su carrera universitaria, decidió poner fin a
nuestro trabajo de varios años luego de mis vacaciones, ya que las mismas
habían coincidido con su presentación y defensa de tesis, momento que se volvió
una experiencia bastante negativa, y que se había sucedido en un tiempo en el
cual en la cual no yo había estado para acompañarla, más allá de que una de las
docentes del tribunal académico compartía el ámbito societario conmigo y ella
lo sabía. Esta resistencia que puso fin al tratamiento fue totalmente
impermeable a cualquier interpretación de mi parte e incluso decidió retirarse
antes del tiempo que habíamos acordado para cerrar el trabajo.
Tampoco
debemos de subestimar las posibilidades de acting out, ya Freud (1940
/1976) había advertido en el Esquema de lo inconveniente que resultaba
que nuestros pacientes fuera de la transferencia “actuaran” en lugar de
recordar: “la conducta ideal para nuestros fines sería que fuera del
tratamiento él se comportara de la manera más normal posible y exteriorizara sus
reacciones anormales sólo dentro de la transferencia” (Freud, 1940/1976,
p.177-178). Aunque el término “acting” o “actuación” ha tenido múltiples
interpretaciones dentro del mundo psicoanalítico, hago especial referencia al
riesgo de que nuestros pacientes actúen fuera del espacio elementos relativos a
la relación transferencial “acting out outside the analytic situation”
especificarían Laplanche y Pontalis (1967/2012) para definir a este tipo de
problemática que sin duda atenta contra la continuidad de la tarea
psicoanalítica y que muchas veces reproduce los impulsos tempranos del paciente
que busca alejarse del analista tal como pudo haberlo hecho con sus objetos
primarios en la infancia (Klein 1952/1975).
A modo de
ejemplo, podemos pensar en la adolescente quien muy contrariada por la venidera
ausencia de su analista, aún sin manifestarlo directamente en sesión luego de
salir del consultorio, en lugar de volver a casa se va a cualquier otro lugar
que los padres consideren inconveniente, sin darles noticia de ello, suscitando
que los mismos se enojen e intenten interrumpir el tratamiento como si tal
proceder fuera culpa del proceso analítico.
O el paciente quien durante las vacaciones de su analista decide emprender
en paralelo alguna “terapia alternativa” que lo llevaría eventualmente a
interrumpir su análisis, o peor aún, decidiera consumir alguna droga o
emborracharse al punto de tener un accidente, poniendo en riesgo no sólo la
continuidad del tratamiento sino de su propia vida. A diferencia de la resistencia incoercible
descrita previamente con el ejemplo citado, en este caso el malestar
transferencial no es consciente para el paciente, y pareciera que la única
manera de evacuarlo fuera mediante la actuación.
Casi por
último, la reacción terapéutica negativa, podría conllevar a un drástico
empeoramiento del analizando y una especie de atentado contra los logros
alcanzados en el proceso analítico. De este modo, luego de una interpretación y
ante la amenaza de un avance que no ha podido digerirse, en lugar de mejorar,
aquél empeora de forma paradójica, poniendo en entredicho no sólo la
efectividad del tratamiento sino también la continuidad del mismo; también
puede que critique de forma destructiva aquello que se le ofrece y que estaría
reflejando algo “bueno” para él.
Por
desgracia este fenómeno podría presentarse luego de un período que el paciente
ha sentido crítico, marcado por la ausencia de su analista, y en el cual quizás
se han hecho manifiestas algunas mociones de envidia y odio que posteriormente
suscitan gran culpabilidad, trayendo consigo la aparición de la RTN a modo de
castigo inconsciente o, todo lo contrario, aparece justamente a consecuencia de
haber podido tolerar bien este período sin su analista, lo cual representaría
un avance y lo anclaría menos a una posición de dependencia, como si
internamente una parte cruel y persecutoria de sí mismo no le permitiera
sentirse mejor o aceptar algo bueno que se le ofrece o le sucede, pudiendo
desencadenarse a raíz de una intervención del analista que muestre este
progreso; es importante recordar que acá se junta una mezcla donde está
presente una relación de objeto narcisista, un ataque envidioso (contra el otro
y contra si mismo) y un sentimiento de culpa que se deriva de todo aquello. Si
bien en algunos casos puede atajarse mediante la interpretación, en otras
situaciones derivan en resistencias de muy difícil manejo y en un clima
transferencial bastante complejo de sostener.
De
cualquier modo, aunque necesarias, en ocasiones las vacaciones pueden
representar un escollo para el tratamiento, pueden generar problemas y también
resistencias, e incluso amenazar la continuidad del análisis ya que expone al
paciente a los temores propios de la separación, reviviendo las ansiedades de
las primeras separaciones con la madre. Considero que, por ello, es un factor
importante que no debe dejarse de lado y que por el contrario debe asumirse
como un elemento más del encuadre y también de la transferencia; debe tratarse
oportunamente, con respeto y aspirar a que se viva como un elemento habitual y
natural dentro de los procesos que emprendemos, pero sin descuidar que puede
revestir gran complejidad para nuestros analizandos.
Un manejo
claro y oportuno desde un inicio de los períodos vacacionales de parte y parte
ayudará a evitar molestias que pudieran suscitarse con el tiempo y menor
cantidad de complicaciones como las ya descritas previamente. Claro está, que
siempre serán preferibles períodos de vacaciones simultáneas, donde las fechas
de uno y otro coinciden, puesto que se atenúan las posibilidades de
complicaciones o malestares producto de las ausencias, pero no suele ser así en
la totalidad de los casos, de hecho, una parte importante de las veces no lo es.
Por otro
lado, opto por destacar que, así como en el análisis de adultos debemos
manifestar con claridad la proximidad de las vacaciones dando posibilidad de
hablar de ello y elaborarlo, es tan o más importante hacerlo cuando analizamos
a un niño, quien debe estar enterado igualmente que los padres de estos
factores externos que inciden directamente en nuestro vínculo y por ende en el
tratamiento. En un recordado artículo,
Garbarino (1956) muestra a través de un caso, el cómo no hablar explícitamente de
hechos como éste directamente con el niño, por muy chico que sea, puede llevar
a complicaciones transferenciales y al incremento de las ansiedades depresivas
por el riesgo de que se fantasee con la disolución del vínculo, más si
coincidencialmente, este período de vacaciones llegara a entrelazarse con
cualquier otro hecho externo real y de potencial traumático que pudiera poner
en riesgo la continuidad del análisis.
Finalmente,
quisiera rescatar aquella idea que nos recuerda que antes de ser analistas
dedicados a la escucha y a la difícil tarea de tocar el instrumento anímico,
somos seres humanos que como todos necesitamos pausar, descansar, y dedicarnos
a algunas otras actividades para las que el trabajo cotidiano no deja demasiado
lugar. Estos recesos deberán manejarse con el cuidado oportuno, pero a la vez
es importante entender que son necesarios y que forman parte de la vida de uno
y otro dentro de la pareja analítica; no tiene por qué producir culpas ni
sentimientos de irresponsabilidad, sólo exige de nosotros un manejo claro y
oportuno.
Claro
está, toda esta argumentación es consciente y no siempre los aspectos
inconscientes más primarios de nuestros analizandos logran entenderlo. Aun así,
el inconsciente es una fuente infinita e inagotable de conflictos; seguramente
luego del regreso quedará aún mucho más sobre lo que seguir trabajando,
incluso, pese a las reacciones transferenciales que se puedan suscitar y los
escollos que las mismas impliquen.
Referencias:
Diaz, A. (2009). ¿Qué hace el
analista en su consultorio? En Trópicos, 17 (1), 59-64.
Etchegoyen, H. (2014). Los
fundamentos de la técnica psicoanalítica (3era ed.) Amorrortu.
Freud, S. (1976). Esquema del
psicoanálisis. En J.L. Etcheverry (trad.) Obras Completas (Vol. XXIII).
Amorrortu. (Original publicado en 1940).
Garbarino, H. (1956). Los
hechos traumáticos reales en el análisis de niños. En Revista Uruguaya
De Psicoanálisis, 1(3), 342-354.
Klein, M. (1975). Los
orígenes de la transferencia. En Envidia y Gratitud y otros trabajos. Obras
Completas (Vol III). Paidós. (Original publicado en 1952).
Laplanche, J. y Pontalis, J.
(2012). Diccionario de psicoanálisis. Paidós. (Original publicado en 1967).
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