Entre el humor y la defensa maníaca

 



Daniel Castillo Soto.


(Artículo escrito para la revista Tend, n°7. El Humor.  Visite también: https://tend.uy/temas/y-ahora-el-humor/) 

 

“¿Y es que acaso piensa que por ser serio, no se puede llegar a ser divertido?”

Johann Sebastian Mastropiero (Les Luthiers, 2023).



Foto: Tim Hüfner bajo licencia Unsplash.

De carácter casi universal, el humor parece estar presente con mucha frecuencia en las distintas manifestaciones de la vida cotidiana. No obstante, el hecho de ser visto con regularidad no le hace reconocible en toda ocasión. Tal vez acostumbrados a la expresión mas cruel de la psicopatología de las neurosis, las psicosis y otros cuadros, podemos dejar de tener presente las sutilezas que lo hacen único, incluso entre expresiones semejantes.

Freud (1905/1976a) dedica una parte de El chiste y su relación con lo inconsciente al humor, donde desde un punto de vista económico destaca el gasto de afecto (doloroso) ahorrado por el placer humorístico, y vuelve sobre él 22 años después en 1927 con un breve texto denominado El humor (Freud 1927/1976b), el cual fue leído por su hija Anna en su nombre durante el 10mo congreso psicoanalítico internacional celebrado en Innsbrook, Austria y en donde destaca una apreciación más dinámica de las relaciones entre las instancias psíquicas que permitían el surgimiento del humor.

Allí Freud, si bien parte de la ganancia de placer obtenida de la actitud humorística, e insiste con que “la esencia del humor consiste en ahorrarse los afectos a que habría dado ocasión la situación y en saltarse mediante una broma la posibilidad de tales exteriorizaciones de sentimiento” (Freud 1927/1976b, p.158) se interesa por la génesis de la actitud humorística y destaca algunas características propias del humor, como por ejemplo, lo grandioso y lo patético, que además de resultar liberadores al igual que en el caso del chiste y lo cómico, radicaría, por lo menos lo grandioso, en una especie de triunfo del narcisismo que coloca al yo en una posición invulnerable.  Aunque no llega a decirlo, podríamos pensar, que sin embargo lo patético está intrínseco pero a la vez puesto a un lado por esta invencibilidad, salvándolo del ridículo.

Volviendo a este carácter triunfal del yo, destaca que el mismo “rehúsa sentir las afrentas que le ocasiona la realidad; rehúsa dejarse constreñir al sufrimiento, se empecina en que los traumas del mundo no pueden tocarlo, y aun muestra que sólo son para él ocasiones de ganancia de placer” (loc. Cit.).   Es decir, hay algo de esta victoria del yo sobre la realidad exterior desfavorable que parece desestimar su importancia en beneficio del principio del placer.  Sin embargo, el mismo Freud advierte que ambos procesos (desconocimiento parcial de la realidad y predominio del principio del placer) lo asemejan a lo regresivo propio de los procesos psicopatológicos; no obstante, y aunque advierte su carácter defensivo, la paradoja en el caso del humor está puesta en que en ningún momento llega a abandonarse el terreno de la “salud anímica”, es decir, en parte ese alejamiento de la realidad no llega a ser más que una broma, un intento de desconocerla sin que llegue a hacerse a carta cabal como en el caso del delirio.

¿Pero cómo es esto posible? Freud atribuye a una especie de rebajamiento de la severidad del superyó que toma al yo con la sutileza como si de un adulto a un niño atemorizado se tratara, destacando además el carácter benevolente del mismo, que sin apartarse de su dominio, le permite discernir la nulidad de los intereses y sufrimientos yóicos, permitiendo reírse de ellos.   Nos dice Freud, que así como el chiste sería la contribución que el inconsciente presta a lo cómico, por su parte el humor sería la contribución a lo cómico prestada por la mediación del superyó.

No obstante, Freud nos habla de una pequeña ganancia de placer [distinguiéndolo del chiste o de lo cómico] en la cual se desconoce (ligeramente) la realidad en pro de una ilusión (momentánea). Sabemos entonces que el humor es algo distinto al chiste, a lo cómico, a la risa desaforada, a la burla o a la ironía aunque en ocasiones se le pueda confundir con estas otras o estén algo emparentadas. Aunque Freud todo el tiempo nos habla de placer humorístico, para Nasin Yampey (1983) el humorismo es distinto, pues implica una mezcla del humor con la ironía, de lo acre y lo triste con lo animoso y risueño, de aquello que uno es con lo que tal vez debería de ser. ¿Habría entonces algo de humorismo en el llamado humor político, por ejemplo, que intentaba ser voz de crítica en las épocas más duras de nuestra historia reciente? O quizá también en aquella recordada e irónica nota que deja Freud en donde “da a todos las más altas recomendaciones de la Gestapo”, luego que estos se hubiesen llevado detenidos e interrogaran a dos de sus hijos (Martin y Anna) y hubieran revisado su despacho antes de permitirle exiliarse; esto con la suerte que los nazis no advirtieran la mofa oculta en el documento que le habían solicitado firmar, la cual Gay (1988/1989) atribuye a su sarcástico sentido del humor, y tal vez expresión de su enojo, que no obstante, pudo ponerle en riesgo poco antes de su partida.

Pero volvamos brevemente al superyó, y a su valor como recurso en la situación clínica. Cuando aparecen destellos del verdadero humor, es señal de que algo se ha movilizado a nivel de las instancias psíquicas y de las relaciones objetales del paciente; así, llamará la atención la emergencia de algo de humor en la sesión cuando antes esto no formaba parte de lo habitual en este analizando, quien ahora puede permitirse cierta capacidad de autoobservación tolerante que antes no existía. También a nivel transferencial, puede indicar que la forma en cómo se percibe al analista no está reflejando el lugar de un superyó persecutorio, sino más bien en el lugar de uno benevolente, del cual no habría que temer una reprimenda ni quedar expuesto en ridículo. Por ello, quizá de todas las situaciones comunes en la clínica, la paranoia y las ansiedades persecutorias sean las menos compatibles con la emergencia sana del humor (Yampey, 1983).

Ahora bien, de todo lo que no es el humor, y pese al carácter defensivo que se esboza en el texto freudiano de 1927, queda claro que tampoco llega a ser una defensa de carácter maníaco pues el triunfo del yo no deja de ser una broma y el desconocimiento de la realidad nunca llega a ser tal. Sin embargo, no será infrecuente que en ocasiones nos encontremos ante situaciones de mucha ansiedad o de mucho dolor de nuestros pacientes y de pronto emerja la risa en el medio del relato, incluso de forma copiosa, una risa que más bien resonará en nuestra escucha y que nos dará alertas más bien de la magnitud de sufrimiento latente que se intenta encubrir y de lo doloroso de una realidad, que ahora sí, se intenta desestimar tanto como sea posible.

Se trata con seguridad, de la puesta en escena de la defensa maníaca, la cual fue descrita originalmente por Klein (1935/2015) en Contribución a la psicogénesis de los estados maníaco depresivos y cuya finalidad sería la de desconocer la realidad psíquica debido al dolor que genera entrar en contacto con ciertas situaciones de las cuales el sujeto se siente responsable o le aquejan, principalmente el daño fantaseado a los objetos buenos, tanto externos como internos, y el temor a la posibilidad de perderlos de forma irreparable como consecuencia del mismo. Dice:

“Ciertas formas de vivacidad desmedidas en el niño, unidas a burla y obstinación (y frecuente incapacidad para amar) tienen el significado de sobrecompensaciones a las angustias y sirven a la defensa contra sentimientos de culpabilidad y contra la sensación de la propia responsabilidad”. (p.271) 

Estos mecanismos están caracterizados por un sentimiento de omnipotencia, con el propósito de controlar y dominar los objetos introyectados, así como de negar la realidad psíquica, a la vez que también se desestima la importancia de sus objetos buenos y de los peligros que lo amenazan por parte de los objetos malos y el ello. De algún modo, la tentativa omnipotente de dominio tiene como finalidad impedir ser dañado, a la vez que le cuidan de dañar a otros objetos debido a las situaciones de profunda ansiedad que se experimentan ante el contacto con el dolor anteriormente experimentado en la integración propia de la posición depresiva. Si bien, la misma Klein (1935/2015) planteaba que los mecanismos maníacos son varios y tan diversos que resulta difícil esquematizarlos, algunos de los más comunes son además de la negación, el control omnipotente, el desprecio, el triunfo sobre algunos objetos, la incorporación masiva y la idealización.  “Control, triunfo y desprecio” resumiría Hanna Segal (1964/2010), haciendo énfasis en que lo que buscan estas defensas es impedir la vivencia de la ansiedad depresiva y de la culpa. “Como la posición depresiva se vincula con la vivencia de dependencia del objeto, las defensas maníacas se dirigirán contra todo sentimiento de dependencia que se evitará, se negará o invertirá” (p. 86).  Añade Segal:

“Como la experiencia depresiva se vincula con el reconocimiento de un mundo interno que contiene un objeto interno muy valorado al que los propios impulsos del sujeto pueden dañar, se utilizarán defensas maníacas contra toda experiencia de poseer un mundo interno o de contener en él objetos valorados, y contra cualquier aspecto de la relación entre el yo y el objeto que amenace contener dependencia, ambivalencia y culpa” (Segal,1964/1010, p.86).

Winnicott[1] (1935/1979) ya había afirmado que la defensa de este orden aparece cuando somos incapaces de dar plena importancia a la realidad interior. Ahora bien, volviendo al humor y relacionándolo con esta idea de las defensas maníacas, podemos pensar que de todas, la negación omnipotente es justamente aquella que parece más vinculada con la aparición de un falso humor o estallidos de risa repentinos en sesión. Ante el contacto con contenidos muy dolorosos, una forma de desestimar y eludir la importancia de la realidad a la que se enfrenta, es justamente haciendo un chiste de una situación que no lo amerita y riéndose de él. Si bien, en casos extremos la negación maníaca llevaría al desconocimiento del mundo interno y externo, y a decir de Klein estaría en la base de las más severas psicosis, es un recurso defensivo más común de lo que parece ser, no siempre suscitando tal nivel de gravedad.

De cualquier modo, a juicio de Álvarez (2012), cuando el sujeto recurre a esta negación, borra la existencia de los objetos buenos y malos internos, suprime su dolorosa dependencia del objeto bueno interno y cree acallar las amenazas provenientes de los objetos malos interiores, logrando que la ambivalencia se disipe de forma momentánea.  

Por referirnos a un ejemplo, la Sra. A. ante la enfermedad psíquica reciente y transitoria de un miembro de su familia, que siempre se ha mostrado como el sostén y garante del núcleo familiar, estalla en risa al decir que ahora ella “estará más loca que antes” por tener que haberse convertido en su cuidadora e intentar llevar adelante el hogar, lo cual tuvo que asumir de forma repentina. La risa copiosa, que llega casi hasta el llanto, si bien representa una descarga transitoria de la ansiedad, intenta justamente desconocer el contacto con el evento doloroso suscitado y la fragilidad que le produce internamente caer en cuenta que la persona que siempre le ha ayudado a sostenerse incluso emocionalmente ahora parece ser frágil y vulnerable. Mediante este giro que convierte la situación en algo risible, pareciera desconocer el cuadro de fragilidad psíquica de su familiar y su vulnerabilidad propia, a la vez que le lleva a mostrarse fuerte e invulnerable, al punto que niega cualquier tipo de dolor y dependencia, mostrándose fuerte al punto que puede reírse del temor a su propia locura (suprimiendo así la ansiedad depresiva, pero también intentando aliviar el temor a sus propios perseguidores internos).

Otro ejemplo, culturalmente conocido, es el de la película “La vida es bella” (Benigni, 1997), en donde al intentar convertir para su hijo la situación dramática de un campo de concentración “en una fábula” , Guido intenta hacer para aquél y para si mismo una historia “divertida” de algo que no podría ser más espantoso, quizá como único recurso para poder lidiar con el terror de la muerte y el exterminio ante una realidad exterior tan ominosa como la peor de las fantasías inconscientes más persecutorias. Fábula es el término que nos ofrece la voz en off al inicio de la película, a la vez que nos advierte de una mezcla de dolor, maravillas y felicidad, logrando que el espectador, como si de Giosué (el niño) se tratara, ría por momentos, olvidándose del horror circundante.

También ficcionada, pero válida como ilustración de una situación que puede resultar común en la vida cotidiana, son los recursos defensivos empleados por el personaje de Chandler Bing, de la serie televisiva Friends (Bright, Kauffman y Crane; 1994-2004) , quien frecuentemente intenta recurrir al chiste o a la humorada como vía de escape cuando contacta con situaciones dolorosas que le evocan la separación traumática de sus padres durante su niñez como un modo de controlar la situación, banalizarla y negar cualquier afecto negativo que pueda movilizarle. Esto puede apreciarse cuando dos de sus amigos (Rachel y Ross), que formaban pareja, pelean delante del grupo tras separarse y ante la ansiedad sentida, intenta generar de la nada una especie de número cómico donde demuestra cómo puede bailar, para así intentar aliviar la tensión interna generada por la escena.

Pienso también en una situación más cruda y real, como algunos padres de niños migrantes en situaciones de alta vulnerabilidad, que sometidos al peligro de distintas situaciones internas o externas muy hostiles, arman un relato intentando transformar una migración dolorosa “en un viaje de vacaciones en el cual van a visitar parques acuáticos y lugares divertidos” como si en el intento de construir esta historia para los niños, no intentaran refugiarse ellos mismos de forma parcial en esta negación de la realidad, intentando contener las propias ansiedades sentidas por aquello a lo que están por exponerse y que amenaza con abrumarles.

Si bien, en ocasiones la emergencia de las defensas maníacas llama nuestra atención en la situación clínica, por encubrir una realidad de mucha congoja de la cual el psiquismo no logra hacerse cargo y es importante apreciarlas como tal, y no como un chiste o un destello del humor, su empleo como defensa no siempre tiene que dar cuenta de un proceso patológico. En la oscilación constante entre momentos de mayor y menor integración en nuestro suceder psíquico, la defensa maníaca tiende a aparecer en un punto intermedio en el cual el afecto suscitado por la posición depresiva y el contacto con el dolor de la realidad ha sido tal que no es posible digerirlo con los recursos disponibles por el psiquismo y este intenta lidiar con estas ansiedades sin llegar a un grado pleno de desintegración.

Para la misma Segal (1964/2010), las defensas maníacas desempeñan un papel importante y positivo en el desarrollo, necesario incluso, puesto que la resolución de las situaciones depresivas mediante la reparación implica un proceso lento y doloroso que toma mucho tiempo. “Generalmente sólo se puede superar el dolor mediante defensas maníacas, que protegen al yo de la desesperación total; cuando el dolor y la amenaza disminuyen, las defensas maníacas pueden ceder gradualmente su lugar a la reparación” (p.85).

Tengamos en cuenta que cuando las defensas maníacas surgen, el estado de ánimo recién advenido no permite notar al sujeto que está defendiéndose, aunque quizá resulte evidente para su interlocutor, pero es probable que en la medida que el proceso analítico avanza, a la par que se elaboran las ansiedades subyacentes y aparece una mayor integración, se pueda tomar conciencia de ellas. Antes, es complicado que pueda tomarse nota de ellas ya que al operar una negación de la realidad interior, también se intentan negar las ansiedades, las fantasías y hasta la misma defensa.  Winnicott, al igual que Segal lo hace posteriormente, apuntaría a la posibilidad de una mejora en el sujeto que le permitiese abandonar este recurso a la par que puede asumir mejor la realidad: “a medida que las angustias depresivas se atenúan como consecuencia del análisis (…) la defensa maníaca se hace menos intensa y menos necesaria, y por consiguiente menos evidente” (Winnicott, 1935/1979, p.183).

En lo personal, considero que el surgimiento del verdadero humor cuando se ha atravesado una situación dolorosa en el pasado reciente, tiene más que ver con la reparación mencionada por Segal, que nos permite progresivamente elaborar a profundidad lo acontecido y las ansiedades intrínsecas, así como con las capacidades sublimatorias, e inclusive con la resiliencia (Zukerfeld y Zonis, 2005), que con la negación maníaca en sí misma. Es decir, estará mucho más relacionado con momentos de integración y la presencia de un superyó benevolente y no persecutorio, que permita ciertos deslices y modificaciones al yo que ya ha podido tolerar la situación experimentada, aun cuando haya suscitado afectos desagradables, que con un intento desesperado por desconocer los sentimientos generados por la realidad.

Tal vez, así como en nuestra literatura psicoanalítica hemos logrado hacer la distinción entre una identificación proyectiva realística de una identificación proyectiva excesiva (Bion, 1967/1990) con el uso de la defensa maníaca resulte en algo similar. ¿Podremos entonces, teniendo en cuenta el grado en que es empleada, hablar de una defensa maníaca como recurso justo del psiquismo y diferenciarla de una defensa maníaca excesiva que cobra protagonismo cuando se vuelve el mecanismo predominante para lidiar y desconocer una realidad intolerable, sin miras a una metabolización posible…? 

A juicio de Moguillansky (2013), el grado de tolerancia psíquica al dolor define la cualidad de la defensa. Si el dolor es tolerado, se lo articula en creencias que lo incluyen y pacifican, pero a su vez mientras mayor sea el dolor a tramitar, mayor será la magnitud de las disociaciones, las idealizaciones y las persecuciones, llegando al punto que si el dolor no se tolera, su destino es ser desmentido, en cuyo caso puede llegarse hasta la negación de la realidad psíquica en la cual las defensas maníacas juegan un papel fundamental.

Quizás no solo la cualidad sino también la magnitud de la defensa dependa de esta capacidad de tolerancia al dolor, y de allí si se emplea como recurso transitorio para intentar procesar algunas emociones turbulentas mientras el camino de la reparación y la elaboración se hace posible, o de si implica un desconocimiento radical de la realidad que se ha vuelto insostenible, en cuyo caso, sí tendrá todas las implicaciones clínicas de procesos de desorganización en el psiquismo atribuibles a un funcionamiento maníaco propiamente dicho, requiriendo toda nuestra atención y cuidado ante la fragilidad y el riesgo de fragmentación que intuimos en estas situaciones.  

Resumen:

De carácter casi universal, el humor parece estar presente con mucha frecuencia en las distintas manifestaciones de la vida cotidiana. No obstante, el hecho de ser visto con regularidad no le hace reconocible en toda ocasión, llegando a confundirse con el chiste, lo cómico, la ironía, el humorismo, entre otras expresiones emparentadas. En este artículo, el autor realiza un pasaje por la concepción freudiana del humor para luego adentrarse, entre aquellas cosas que no son humor, en la defensa maníaca, haciendo énfasis en la capacidad de tolerancia al dolor que puede determinar la magnitud y cualidad de la defensa, destacando que la misma puede ser de un uso necesario, importante y benévolo mientras tiene lugar la elaboración de algunos afectos, llegando a plantearse si pudiésemos hablar de una defensa maníaca como recurso justo para el psiquismo, diferenciándola de otra de carácter excesivo y con un tinte mucho más psicopatológico que nada tendría que ver con el surgimiento del verdadero humor en sesión.

 

Referencias Bibliográficas.

Álvarez, B. (2012). Melanie Klein, teoría y técnica. Polemos.

 

Bion, W. (1990). Volviendo a pensar (4ta ed.). Hormé. (Original publicado en 1967). 

 

Benigni, R. (director). (1997). La vida es bella [película]. Melampo Cinematografica; Cecchi Gori Group; Miramax.

Bright, K.; Kauffman, M. y Crane, D. (Productores ejecutivos). (1994-2004). Friends [serie de televisión]. NBC; Warner Bros Media.

 

Freud (1976a). El chiste y su relación con lo inconsciente. En J.L. Etcheverry (trad.) Sigmund Freud. Obras Completas (Vol. VIII). Amorrortu. (Original publicado en 1905).

 

Freud (1976b). El humor. En J.L. Etcheverry (trad.) Sigmund Freud. Obras Completas (Vol. XXI). Amorrortu. (Original publicado en 1927).

 

Gay, P. (1989). Freud. Vida y legado de un precursor. Paidós. (Original publicado en 1988).

 

Klein, M. (2015). Contribución a la psicogénesis de los estados maníaco depresivos. En Melanie Klein, Amor Culpa y Reparación. Obras Completas (Vol. I). Paidós. (Original publicado en 1935).

 

Les Luthiers (5 de octubre de 2023). Más tropiezos de Mastropiero. Auditorio Nacional del Sodre. Montevideo.

 

Moguillansky, C. (2013). El dolor y las defensas maníacas. Psicoanálisis, 35( 2 ). 251-281.

 

Segal, H. (2010). Introducción a la obra de Melanie Klein. Paidós. (Original publicado en 1964).

 

Winnicott, D. (1979). La defensa maníaca. En D. W. Winnicott. Escritos de pediatría y psicoanálisis. Leia. (Original publicado en 1935).  

 

Yampey, N. (1983). Acerca del humor y el insight. Revista de psicoanálisis, 40(56). 1173-1181.

 

Zukerfeld, R. y Zonis, R. (2005). Procesos Terciarios. De la Vulnerabilidad a la Resiliencia. Lugar Editorial.

 

 



[1] Donald W. Winnicott presenta su trabajo para ingresar a la Sociedad Psicoanalítica Británica el 4 de diciembre de 1935 con un texto que denomina “La defensa maníaca” y que intenta profundizar en las ideas esbozadas por Klein en su texto sobre la psicogénesis de los estados maníaco depresivos.

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