Ideas y testimonios de una escucha en movimiento

Créditos: Ezequiel Garrido en Unsplash
 
***Trabajo leído en el marco de la mesa “Migraciones”. Coloquio del Centro de Intercambio de APU, 21/10/2023.

Daniel Castillo S. en coautoría con Eliana Pena y Gabriela Pollak[2].

 

“Somos una especie en viaje
No tenemos pertenencias sino equipaje
Vamos con el polen en el viento
Estamos vivos porque estamos, en movimiento”.

Movimiento. J. Drexler (2017).

 





Escuchar, habilitar, dar lugar… es lo que intentamos hacer en un contexto de atención a una población migrante de alta vulnerabilidad que generalmente no tiene espacios para ser visibilizada, mucho menos para ser escuchada. Queremos hacer énfasis en esto, ya que aunque la migración puede ser descrita como un fenómeno universal del cual muchos países han podido dar cuenta durante su historia[3], y si bien toda migración conlleva pérdidas, una situación de movilidad humana en un contexto de muchas carencias económicas, así como de un importante riesgo psíquico, representa un desafío de mayor complejidad para todos.

Las incesantes oleadas migratorias bajo estas condiciones a nivel mundial, pero en particular en américa latina, antes y ahora, nos remiten al concepto de catástrofe social ante un contexto local absolutamente incontinente, que expulsa a sus ciudadanos al no poder garantizarles acceso a los recursos más básicos para poder vivir en sus países de origen.

Hablamos de catástrofe por la forma en que abarcando a sectores importantes de una población, la incidencia traumática de la misma impone riesgos y efectos en la subjetividad de quienes la padecen, y es social, puesto que a diferencia de las catástrofes naturales, son los mismos seres humanos quienes la producen (Bleichmar, 2002/2003), no por ello teniendo un impacto menos dramático que en aquellos casos. Una catástrofe social puede ser de surgimiento brusco e imprevisible, pero otras tantas veces puede tener un carácter más progresivo y acumulativo hasta que se hace imposible de soportar, y es justamente allí donde lo malo adquiere esta cualidad devastadora para el psiquismo.

En ocasiones, la expresión más evidente del problema que a posteriori adquiere esta significación tan dramática remite a la pérdida de libertades, en otros casos, a fuertes crisis económicas, marcada desigualdad social, caos en la seguridad, falta de acceso a la alimentación o a la salud… en determinadas circunstancias, una hecatombe tanto política como socioeconómica pareciese juntar muchos de estas condiciones en una especie de malestar imposible de ser digerido para la mente, a la que no le queda sino el recurso de la expulsión (tanto a nivel intrapsíquico, como de la propia expulsión del territorio) .

Uno de los primeros sentimientos a los que debe enfrentarse el migrante, en general, incluso tiempo antes de la partida, tiene que ver con el duelo por dejar atrás lo que ha sido su vida o parte de su vida hasta entonces: afectos, referencias culturales e idiomáticas, modos de expresión determinados y particularmente lugares investidos de emotividad, cargados de recuerdos y sobre los cuales previamente se ha establecido un sentimiento de arraigo que conlleva internamente una identificación con este entorno. Lo que ha sido hasta el momento, pronto dejará de ser y dará paso a una realidad casi siempre desconocida, incluso, aunque se trate de un retorno a un lugar donde se ha vivido previamente, al que se ha visitado esporádicamente, o con el cual puedan existir conexiones familiares actuales o de generaciones anteriores (Castillo, 2022).

A este duelo, que pudiera llamarse preparatorio, el cual además es siempre incompleto, se le suma el temor y la incertidumbre por lo que pueda deparar el futuro en un nuevo lugar. Pese a que en ocasiones el migrante logra pensar con anterioridad sobre aquello que le depara y se pregunta ¿Seré bien recibido? ¿Conseguiré un empleo? ¿Podré sostenerme estando allá? ¿Lograré desempeñarme en mi área de trabajo? ¿Realmente me sentiré a gusto?, cuando hablamos de una migración en contexto de alta vulnerabilidad, la urgencia por la salida muchas veces intempestiva que no da demasiado lugar a la posibilidad de planificación, los riesgos de trayectos enormemente peligrosos que contactan con la necesidad de la supervivencia, e incluso la desmentida de estos riesgos como uno de los pocos mecanismos con los que se cuenta para lidiar con la situación, no permiten contactar con la posibilidad de pensar sobre esto sino mucho tiempo después.  En numerosos casos, la realidad resulta bastante más compleja de lo que había sido imaginada y en medio de este contexto y la imposibilidad de tolerar la frustración por no contar con suficientes recursos ni económicos ni emocionales para lidiar con la decisión tomada, surge el retorno o la errancia, en cuyo caso se busca un nuevo destino idealizado como si una nueva oportunidad permitiese el encuentro de condiciones más favorables. A veces ocurre, otras tantas, implica un recorrer sostenido en el tiempo, con el sufrimiento que éste conlleva para grupos familiares enteros.

Estas dificultades se ven condicionadas por aquellos factores en los cuales se apuntale la decisión o necesidad migratoria: no es lo mismo quien lo hace pensando en buscar nuevos horizontes profesionales (e incluso se va por alguna oportunidad laboral), o por estudios, que quien lo hace ante la obligación de buscar un nuevo entorno que le permita obtener lo básico que por distintas situaciones sociales se ha vuelto imposible de tener en su lugar anterior. Incluso incide lo voluntario o no de la decisión, si se ha resuelto emigrar por motivos propios o si se hace siguiendo a otro miembro de la familia; la posibilidad abierta de regresar (al menos para visitar) cuando se desee, la cual queda negada en el caso de refugiados, asilados o exiliados, e incluso la relación afectiva que se sostenía con ese lugar previamente.

En este momento, esta persona se enfrenta a un cambio profundo de sus referentes que pone a prueba sus defensas para enfrentar una pérdida y hacer frente a una nueva realidad. La fortaleza psíquica, los recursos yoicos y la capacidad de adaptación quedarán profundamente interpelados durante un tiempo que la mayoría de las veces no será breve. La incertidumbre creada por la pérdida de asideros identificatorios previos podría colocar al sujeto en situaciones de tipo regresivo (Nicolussi, 1996) y en las cuales la capacidad de integración del yo resulta importante para poder superar las frustraciones, la soledad, el aislamiento, y la nostalgia, además de todas las incertezas por enfrentar. Silvia Bleichmar (2002/ 2003) ha señalado que cuando la vivencia interna ante una situación adquiere el carácter de lo traumático, como vemos que pasa en algunos migrantes, su impacto, en mayor o menor medida podría llegar a poner en riesgo dos grandes aspectos de la función del yo: la autopreservación y la autoconservación[4].    

Una vez emprendida la migración, se pasa a habitar un lugar nuevo del cual no se es originario, al cual tampoco se pertenece en ese momento y con el que no se siente ningún arraigo; lo que antes había sido deja de ser y lo que puede ser en un futuro, aún está lejos de serlo. En este punto solemos recibir a la mayoría de las familias con las que hemos tenido la oportunidad de trabajar, donde un buen número de ellos tiene poco tiempo de permanencia en el país y se encuentran atravesando duras condiciones que incluso les hacen cuestionarse si pueden sostener la decisión tomada. Si ya de por sí, para el adulto implica un evento doloroso y un cambio de gran magnitud, resulta peor para los niños, niñas y adolescentes, quienes acusan gran parte del golpe y suelen vivir estas pérdidas, movimientos y readaptaciones desde un lugar de sufrimiento al cual quedan sujetos desde lo pasivo, y que da cuenta de la expresión más sintomática de las consecuencias migratorias, siendo que además se ven arrastrados por decisiones de las cuales no han sido partícipes. Así, por ejemplo, somos testigos de historias que nos hablan del duelo por la pérdida de una adolescencia no vivida, la que iba a ser allá no será y la que tendrán, será otra.

¿Qué respuestas podemos dar desde el psicoanálisis ante los retos que nos impone esta realidad? ¿Qué podemos ofrecer?  Tal vez como analistas el recurso más valioso que hemos adquirido con nuestra formación tiene que ver con nuestra forma de pensar las realidades interiores e intersubjetivas, pero sobre todo con nuestra escucha. Para acoplarnos a la atención en un contexto de trabajo con la comunidad, fuera del consultorio y con tiempos acotados, debemos obligatoriamente modificar aspectos del encuadre, pero esto no implica que nuestra escucha, nuestro sostén, así como la capacidad de contención y de pensamiento, no pueda estar al servicio de quienes demandan nuestra ayuda, por lo tanto, realizamos modificaciones técnicas intentando conservar nuestro método de trabajo.

Algo de lo catastrófico lleva el sello de lo impensable, en realidad no porque no pueda llegar a ser pensado, sino porque hasta entonces ha sido muy complejo hacerle un lugar. El sujeto progresivamente deberá inscribirlo, hacerle un lugar donde no lo tiene (Berenstein, 2002/ 2003) y para eso se hace necesario que también nosotros mismos como analistas nos pensemos desde una arista que implica formas no clásicas de intervención. Nos ocupa ir más allá del levantamiento de la represión y la interpretación de un sentido oculto, debiendo muchas veces ayudar a la simbolización de aquello que viniendo desde fuera y encontrando un mundo interno en caos[5], e interferido para organizar lo que ni siquiera llegan a ser representaciones, se ha hecho imposible de ser digerido, simbolizado, en efecto, pensado…    

Berezin (2003) plantea que los retos con los que nos enfrentamos, implican tener que confrontar ideas que vienen desde hace más de cien años (refiriéndose al cuerpo teórico del psicoanálisis), con nuevas ideas de nuestro tiempo, en el cual nuestras herramientas cotidianas son interrogadas con dramatismo y urgencia. Nos dice que “los analistas enfrentamos a veces el desafío de ampliar las fronteras de lo analizable, de extenderlas, de inventar otros modos de abordaje, de avanzar por desfiladeros en los que no se trata sólo de trabajar la represión y el inconsciente (Berezin, 2003, p. 19). Para evitar que el cuidado de la técnica haga resistencia a nuestro método, no podemos quedarnos sujetos a una posición que impida la creatividad nuestra y de cada proceso singular “que puede encuadrarse de muchos modos, según las posibilidades individuales y sociales de cada contexto y de cada sujeto” (Op. cit, p.25).

Claro está, no se trata de una tarea fácil, nos interpela constantemente, nos toca en lo personal y en las historias de cada uno, invitándonos a una revisión permanente de nuestra contratransferencia e incluso nos hace preguntarnos por los posibles efectos que podamos conseguir.  ¿Realmente alcanza lo que podemos dar de nosotros? En el programa conjunto de APU con Unicef y OIM recibimos a los niños o adolescentes y sus familias, trabajamos con ellos entre doce a dieciséis sesiones en promedio y aspiramos a producir algún efecto, dejar abierta la puerta para cambios, por más pequeños que sean. Escuchamos, señalamos, interpretamos si hay espacio para ello, intentamos construir significaciones, jugamos si es necesario, a veces en nuestra silla, a veces en el piso con los niños, siempre teniendo en cuenta el vínculo transferencial como base de la tarea desempeñada. En ocasiones, las modificaciones se hacen evidentes e incluso en el grupo (puesto que nuestro trabajo sería imposible sin las compañeras del área social) nos invade una profunda alegría y la sensación de gratitud, no sólo la que sentimos de parte de quienes son atendidos, sino también la propia por lo logrado con nuestro trabajo, teniendo en cuenta que al hacernos cargo de esta labor con niños y adolescentes,  también lo hacemos con su entorno y familia, por lo que los beneficiarios de la intervención se multiplican geométricamente. En oportunidades, el tiempo se nos hace insuficiente y debemos ajustar la frecuencia o prolongar las intervenciones. Otras tantas veces las ausencias, las errancias, el abandono del tratamiento y hasta la partida intempestiva del país para proseguir trayectos inciertos, nos hace cuestionarnos sobre nuestra posibilidad de realmente propiciar algo diferente y nos llena de frustraciones. No pocas veces, inclusive, nos ha tocado construir el lugar de “la despedida” cuando esta ni siquiera tiene un espacio en el psiquismo pues la salida parece repetir patrones fuertemente instalados, donde la huida y el secreto forman parte de lo esencial para sobrevivir. Sin embargo lo intentamos e insistimos en ello…

Marcelo Viñar (2006) ha llamado la atención sobre la postura de la prescindencia, la cual pasa por creer que los psicoanalistas no tenemos nada que decir sobre problemas cruciales del espacio ciudadano actual. Pudiéramos decir que desde el psicoanálisis poco podemos hacer ante esta realidad y seguir como si nada sucediera, confinados al espacio de nuestros consultorios, pero lo cierto es que ésta y otras muchas situaciones sociales sobre las cuales escucharemos e intercambiaremos en este coloquio el día de hoy, pertenecen a una realidad común de la cual somos parte y ante la cual no podríamos permanecer ajenos, siendo que además permanentemente están presentes en los discursos que escuchamos sesión a sesión, se trabaje o no se trabaje con la comunidad.

Casi por último, consideramos que aunque suele decirse que recae en el migrante el compromiso de intentar insertarse y pasar a formar parte progresivamente del país receptor, este proceso pensado a largo plazo, puede verse facilitado y volverse mucho más llevadero en la medida en la cual el lugar de acogida brinda los espacios necesarios y suficientemente buenos de contención e inclusión que se dejaron de tener en el lugar de origen.  El que los psicoanalistas podamos intentar aportar en este sentido no es menor y puede ayudar a la construcción de puentes, internos y representacionales entre aquello que ha quedado sin poder ser simbolizado producto de la migración, pero también con el nuevo entorno que les circunda, e incluso entre su vida previa y la que tienen en la actualidad.

En una de sus tantas metáforas, Freud (1918/1976) planteaba el dilema de las ballenas y los osos polares, quienes aun estando en el mismo espacio no podían encontrarse, pues confinados cada uno en su elemento, les resultaba imposible aproximarse.  Nos hallamos quizá, ante el desafío de intentar ayudar a pensar lo que no ha podido pensarse, pero a su vez, de buscar crear un campo de escucha y de también de pertenencia subjetiva para quienes lo han dejado todo, o casi todo, a la vez que se brinda un lugar de contención para quien siente que lo ha perdido, incluso, desde mucho antes de partir. Estamos seguros que nuestro aporte es sólo un pequeño punto azul en el medio del universo, pensando en lo dicho por Carl Sagan, pero tal vez nos toca ingeniar vías y persistir, de modo de no prescindir cómodamente de lo que pasa en nuestro entorno, y no quedar confinados en nuestro elemento que sentimos más natural, la clínica tradicional del consultorio, como si nada pasara a nuestro alrededor.

Referencias:

Berenstein, I. (2003). Los haceres y los espacios psíquicos. En D. Waisbrot; M. Wikinski; C. Rolfo; D. Slucki y S. Toporosi (Comp.). Clínica psicoanalítica ante las catástrofes sociales. La experiencia argentina. Paidós.  (Original escrito y presentado en 2002).

 

Berezin, A. (2003). Introducción. En A. Berezin (Coord.). 13 variaciones sobre clínica psicoanalítica. Siglo XXI.

 

Bleichmar, S. (2003). Conceptualización de catástrofe social. Límites y encrucijadas. En D. Waisbrot; M. Wikinski; C. Rolfo; D. Slucki y S. Toporosi (Comp.). Clínica psicoanalítica ante las catástrofes sociales. La experiencia argentina. Paidós.  (Original escrito y presentado en 2002).

 

Castillo, D. (21 de setiembre de 2022). Ser, habitar, pertenecer. Transitoriedades e incertezas de la migración [Trabajo presentado]. Panel Inmigración y violencia social: registro subjetivo. 34° Congreso Fepal, México 2022 “Transitoriedades e incertezas”.

 

Drexler, J. (2017). Movimiento [Canción]. En Salvavidas de Hielo. Warner.

 

Freud, S. (1976). De la historia de una neurosis infantil. En J. L. Etcheverry (Traduc.), Obras completas: Sigmund Freud (Vol. XVII). Amorrortu. (Original publicado en 1918).

 

Nicolussi, F. (1996). Reflexiones psicoanalíticas sobre la migración. Revista de Psicoanálisis, 53(1), 323-340.

 

Viñar, M. (2006). Alegato por la humanidad del enemigo. Psicoanálisis APdeBA, 28(2), 399-419.



[2] danielcastillo.psico.uy@gmail.com ; elianapena@vera.com.uy; gpollaks@gmail.com.

[3] En cifras de la OIM (2023), según la estimación más reciente, en 2020 había en el mundo aproximadamente 281 millones de migrantes internacionales, una cifra equivalente al 3,6% de la población mundial, siendo una tendencia en aumento, superior en 128 millones de personas a la cifra de 1990 y triplicando ampliamente la de 1970.

[4] Entendiendo al yo como una organización defensiva, en relación a la autoconservación, lo traumático pone en riesgo la forma mediante la cual el yo se representa la conservación de la vida y sus riesgos. La autopreservación refiere a las formas en como el yo se siente en riesgo en relación a los aspectos identificatorios que lo constituyen (Bleichmar, 2002/ 2003).

[5] Pensamos en un mundo interno en caos, no como algo permanente, sino en la medida en la cual la persona se expone a una situación vital que activa ansiedades y defensas muy primarias.

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