Sueños, proceso analítico y cambio psíquico


 Daniel Castillo Soto

Foto de @jaydenyoonzk Jayden Yoon ZK en Unsplash
 

Esta convocatoria a la escritura[1] me ha resultado particularmente estimulante por la materia que se pretende abordar. Tal parece que en nuestra disciplina existen temas que los analistas, como parte del colectivo social en el cual vivimos debemos tocar, manteniendo contacto con el devenir contemporáneo y con los cambios en los modos de vida que se van dando a lo largo de las décadas, entre otras cosas porque inciden en la clínica y porque los modos de presentación de las neurosis, así como otros cuadros y síntomas van mutando con el tiempo; también, porque no hacerlo nos condenaría a la desconexión con nuestra realidad circundante y nos llevaría progresivamente a la extinción.  Otros tópicos, por su parte, pertenecen al estamento base del psicoanálisis, tal como el caso de los sueños, reivindicando también a través de la escritura su carácter de atemporal, al igual que lo es el inconsciente.

            Existe un consenso bastante generalizado que admite a La interpretación de los sueños en 1900 como texto inaugural del psicoanálisis; el mismo Freud (1933/1976a) en la 29° conferencia Revisión de la doctrina de los sueños, mencionaba que su estudio tiene en el psicoanálisis un lugar especial, permitiendo una transformación desde ser sólo un procedimiento terapéutico a convertirse en psicología de lo profundo. Sin embargo, en el mismo trabajo comenta que a pesar de un período muy fecundo de publicaciones psicoanalíticas referidas a esta temática en la Revista Internacional de Psicoanálisis, el cual ubica a partir de 1913, luego aquellas se habían hecho infrecuentes, hasta prácticamente desaparecer como si no hubiera nada más que decir acerca del asunto, o como si esta doctrina estuviese concluida. Mucho tiempo después Grassano y cols. (1995) repetirían una observación similar, al mencionar que “desde el descubrimiento de Freud han sido notoriamente escasos los trabajos dedicados a sueños” (p.15), añadiendo que, si bien los mismos siempre están presentes en los escritos psicoanalíticos, aparecen más como ejemplos que convalidan descubrimientos, que como origen y fuente de éstos. Tal parece ser que, aunque el tema no deja de tener presencia, y una búsqueda en algunas bases de datos psicoanalíticas pueden dar fe de ello, la cantidad de trabajos que lo incluyen en sus descriptores resulta bastante minoritaria en comparación al estudio y desarrollo de otras ideas que han ido cobrando relevancia con el tiempo.

No obstante, como reza el clásico tango que fue lanzado un par de años después de la mencionada conferencia de Freud, “siempre se vuelve al primer amor” (Gardel y Le Pera, 1935, 0m,31s), lo cual en este caso parece cumplirse cada tanto, permitiendo que a lo largo de las décadas posteriores existiesen importantes aportaciones al estudio de los sueños que han amplificado el cuerpo teórico freudiano sobre los procesos oníricos, lo que configura un panorama de una cantidad de trabajos no tan numerosa, pero con contribuciones que han enriquecido desde distintos marcos teóricos los conocimientos previos en la materia.  Así, volver a pensar sobre un fenómeno que representa la vía regia de acceso al inconsciente y que dio origen y carácter propio a nuestro oficio, además de algo necesario, se presenta más bien como un vasto campo en el cual siempre tendremos algo que investigar, cuestionar y ofrecer, sobre todo teniendo en cuenta su presencia constante en nuestros consultorios y la riqueza que tiene para el proceso analítico, al servir de modo de expresión de contenidos, a los que de otra manera nos fuese mucho más esquivo acceder. 

Podría afirmarse que el psicoanálisis ha cambiado a lo largo de las décadas, y estos cambios, impulsados en parte por los agregados teóricos de las diferentes escuelas psicoanalíticas, han hecho que varíe la percepción sobre el papel del sueño en la vida mental, teniendo también repercusiones en la técnica que se emplea para abordarlos, ya que sin duda, aunque la esencia teórica y los principios interpretativos se mantienen vigentes, hoy en día no pensamos este material, ni tampoco lo trabajamos de la misma manera como lo hacía Freud.

En este artículo me propongo mostrar la relación de los sueños con momentos puntuales de la evolución de los pacientes en el proceso analítico, en particular como antecedente de lo que se ha referido en nuestra literatura como el “cambio psíquico”, y el cómo a través de su trabajo de interpretación, el paciente puede abrirse camino a la vía de la elaboración y modificación paulatina de formas de sufrimiento fuertemente arraigadas. Una viñeta clínica presentada en el último trayecto de este escrito, busca ilustrar con mayor claridad la tesis propuesta.

 1. Función del sueño e implicaciones clínicas

Al ser presentada la teoría de los sueños, Freud (quien estaba aún muy influido por la neurología), se refirió a dicho proceso como Guardián del dormir, al primar su aspecto más neurofisiológico que permitía la tramitación de perturbaciones tanto internas como externas, al mismo tiempo que inhibía la motilidad. A través de la censura, se matizaban los afectos y se disfrazaba la realización de deseos que pudieran despertar al soñante (Meliá, 1999). Años después mediante el desarrollo de las investigaciones en neurociencias, se comprobaría la importancia del soñar en el mantenimiento adecuado de las funciones psíquicas y se estudiaría la neurobiología y neurofisiología que hacen posible este fenómeno[2].

Sin embargo, la importancia central de la función del sueño para Freud no es otra que servir para la expresión (velada) de elementos inconscientes, que por su misma fuerza y por efecto de las pulsiones, precisaban abrirse paso hacia la consciencia en una especie de válvula de escape, la cual, para poder burlar los procesos de represión, debía cumplir todo un proceso de desfiguración sometido a las leyes del proceso primario al que denominó trabajo del sueño. De este modo, un aspecto de carácter inconsciente podía hacerse visible para el soñante de manera distorsionada, produciendo un bajo monto de angustia aún a costa de extrañeza y sorpresa para éste, gracias al efecto de la condensación, el desplazamiento y el miramiento por la figurabilidad, con la ayuda de los restos diurnos y la elaboración secundaria, siendo una forma de representar contenidos que de otra manera resultarían intolerables para la persona. Para esto, recae sobre el Yo la función de ser mediadora entre los representantes pulsionales que motivan la expresión del sueño y la censura de nuestra instancia crítica, permitiendo la creación de una formación de compromiso que es la producción onírica como tal. A lo largo de su obra, Freud sostuvo la premisa de que el sueño implicaba, aún cuando produjera un alto monto de angustia, un cumplimiento de deseo, aunque no siempre del ello, sino algunas veces del superyó, como sucede en los sueños de castigo y pesadillas.

Aún con una importancia secundaria, opacada por el hecho de ser una vía expresa de manifestación del inconsciente, el sueño también puede ser entendido como una forma de expresión de vivencias especialmente significativas en nuestras vidas. Lo que sí queda claro, es que Freud no otorga a éste la función de ser responsable de que el yo intente resolver conflictos, problemas y tareas de la vigilia a través de los mismos; a su vez, niega la función integrativa de los sueños dirigida a crear nuevas experiencias, desestimando la posibilidad de síntesis o la expresión de un proceso creativo y también el verlos como un posible canal de comunicación (Meliá, 1999), a la vez que intenta desligarlos de la idea de ser una expresión de procesos místicos (como anuncios y premoniciones), vehículo para recibir mensajes de personas fallecidas o de seres superiores, y otras creencias populares fuertemente arraigadas para la época.

Por su parte, Melanie Klein, aunque suscribió la teoría freudiana del sueño y no realizó modificaciones teóricas (de hecho, compara el valor clínico del juego en los niños con el sueño en los adultos, pero no aborda el tema de forma individual), lo inscribió como parte del funcionamiento de la fantasía inconsciente en la vida mental. Sin embargo, su propia teoría genera un marco de pensamiento original, dentro del cual el sueño tiene un valor y utilidad propio para la clínica. De esta forma, este contenido representa un registro de escenas destacadas del mundo interno, que permiten aproximarse a su transcurrir y a su estado estructural, mostrando el nivel de integración de sus representaciones, los dramas vinculares puestos en juego y los recursos o estrategias elaborativas con las que se cuenta:

“Cada sueño expresa plásticamente distintas visiones sobre el mundo interno. Sucesivos sueños despliegan los sucesivos mundos en los que el yo se siente inmerso en relación con los distintos estados emocionales desde los cuales se hace el relato, desde los distintos aspectos del sí mismo o desde los distintos objetos internos que toman el rol de relatores”. (Grassano, 1995, p. 85)

Que el sueño sea vía regia de expresión del inconsciente ha representado un gran recurso para el proceder del analista, ya que mediante la interpretación del mismo y el examen detallado del ya citado trabajo del sueño, es posible la traducción del contenido manifiesto en los contenidos latentes. Esto permite aproximarse más a los pensamientos oníricos que lo generaron, para lo cual se hace indispensable la iniciativa del soñante y que nos dé sus asociaciones que ayudarán a conectar eslabones en la búsqueda de sentido, algo que en ocasiones puede llegar a ser medianamente esquivo, topándonos siempre con un límite, con aquello que el mismo Freud denominó el “ombligo del sueño”, y que hace referencia a lo no conocido, o tal vez a cadenas asociativas de pensamientos inconscientes que aún no han encontrado una vía acorde (al ligarse con otras representaciones), para su expresión:

“Aún en los sueños mejor interpretados es preciso a menudo dejar un lugar en sombras porque en la interpretación se observa que de ahí arranca una madeja de pensamientos oníricos que no se dejan desenredar pero que tampoco han hecho otras contribuciones al contenido del sueño”. (Freud, 1900/1976, 519)

De igual forma, para el proceso analítico, el sueño puede representar una pantalla donde se proyecten no sólo deseos, afectos y conflictos inconscientes del analizado, sino también indicadores importantes que dan cuenta del curso del tratamiento. Un sueño, por ejemplo, pudiera marcar un giro en la forma en que nuestro paciente se percibe subjetivamente a sí mismo, puede ser indicador de la apertura a momentos más introspectivos, o puede indicar un rebajamiento de la acción de las defensas, que impedían una mayor profundización en lo relativo a aspectos que por resultar dolorosos o por comprometer de algún modo la economía psíquica, previamente se preferían evadir o se limitaba cualquier contacto con ellos. En algunos casos, pudiera ser una señal adecuada que se está ante el timing justo para un aumento de frecuencia o una transición al diván sin que resulte intimidante o sea rechazado por el paciente.

Resulta asimismo, un terreno acorde para la representación visual de fantasías inconscientes vinculadas con el análisis, así como sus avances, retrocesos y períodos de estancamiento, a la vez que da cuenta del decurso de las resistencias o de los vaivenes transferenciales.

 Así, un número muy amplio de sueños que no diera espacio a otros aspectos de la vida del analizado, pudiera interferir con el trabajo y mostrar una resistencia a establecer contacto de ese mundo interno que se quiere explorar, con el mundo externo que le rodea, como si fuese un intento por desdibujar los límites y a la vez desconectar deseos y fantasías de la realidad, obligándonos a realizar malabares para integrar y establecer lazos con su mundo circundante. Por su parte, la ausencia de sueños, esto característico en algunos sujetos, o la incapacidad para recordar, aquél típico “soñé algo, pero no lo recuerdo”, son también muchas veces, indicadores de resistencias.

En palabras de Grassano (1995), cuando las situaciones de ansiedad alcanzan límites intolerables, la necesidad de negar la realidad psíquica lleva justamente a la ausencia de sueños o su recuerdo. No obstante, lo resistencial puede aparecer también aun cuando se relata el sueño, como un elemento más del contenido latente al que se llega por vía de la interpretación.

Un paciente que en su infancia era asiduo visitante de un parque al cual solía ir a pescar con su padre y sus hermanos, comenta en una sesión: “soñé que iba con mi padre… era él, pero a la vez no era él… íbamos en el bote al lugar donde quizás se encontraban los mejores peces de ese lago, en lo más alejado de la orilla, pero sólo remaba él, yo sólo lo miraba que me pedía ayuda, pero no hacía nada, y sentía gusto de no hacer nada. Era extraño, porque generalmente estaban mis hermanos, acá éramos sólo él y yo”. El contenido resistencial (además muy vinculado con la transferencia) que pudiéramos asir, se hace más evidente cuando de forma jocosa, al pedirle asociaciones agrega: “no se me ocurre nada… pero sé que me va a decir que lo estoy dejando tirando sólo del carro”.

El sueño implica un escenario privilegiado para la representación (a través de las imágenes visuales) del interjuego de los objetos buenos, malos, persecutorios, contenedores, parciales y totales del mundo interno del soñante, que se despliegan bajo su propio guión y siguiendo un principio de no contradicción, por lo que la interacción de los personajes y los cambios de escenario suele ser sorpresiva y engañosa.  Es como un teatro en el cual la propia persona delega en el soñar la función de contratar actores enmascarados (las representaciones desfiguradas por la condensación y el desplazamiento) para así, mediante la puesta en escena, dar lugar a la expresión del deseo y de la ansiedad siempre presentes en la fantasía inconsciente, que halla en este contexto un lugar idóneo para un despliegue que no tiene cabida, sino parcial, en la vida de vigilia.

Dentro de esta dinámica de objetos internos, tanto el proceso de análisis como tal, así como la figura del analista cobran un peso relevante por sí mismo, ya que cuando en la vida onírica se representa al mundo interno con su interacción propia y la relación entre sus objetos, no estamos exentos de jugar un papel importante, sobre todo teniendo en cuenta que este material no sólo es soñado, sino posterior y selectivamente escogido y relatado en sesión.  El sueño y las asociaciones posteriores en sesión, forman parte de las situaciones totales transferenciales a las que hizo referencia Klein (1952/1976) y no sería exagerado reivindicar la vieja máxima de que todo sueño encubre      un contenido transferencial, tal como se ve en el ejemplo recién comentado.

El mismo Freud (1905/1976) descubriría la importancia transferencial del material onírico a través del análisis de los dos sueños que Dora lleva a sesión y sobre los cuales vuelve en el Epílogo del caso, intentando comprender el por qué de la interrupción del tratamiento, vivida entonces por él como un amargo abandono (Garbarino,1984; Grassano y cols., 1995). Tal vez si Freud hubiese tenido los recursos que fue descubriendo a lo largo de los años en los cuales construyó su teoría y los que hemos adquirido a posteriori, la interpretación oportuna de la transferencia y las resistencias que se colaban en los sueños y que dejaban entrever la pronta e inoportuna interrupción de aquel análisis, habría favorecido un desenlace distinto o al menos, no tan precipitado.

Por ello, y al tratarse el análisis de un proceso donde ambos, analista y paciente, se involucran por igual, aunque de formas y desde lugares diferentes, la representación soñada del analista, a veces directa, a veces más encubierta, habla no sólo de lo que el analista representa para el paciente en la transferencia, sino del modo en el cual el proceso analítico puede estar siendo vivido en un momento específico.  Un ejemplo de ello es la inclusión directa del analista en el primer sueño del análisis, lo cual ha merecido distintos comentarios en relación a las implicaciones transferenciales que puede tener; así algunos autores como Blitzsten (citado por Rappaport, 1956) consideraron en su momento que la aparición de la figura del analista en un primer sueño del proceso implicaría la instalación de transferencias masivas y que en algunas circunstancias pudiera llegar a ser necesaria una inmediata derivación[3], pues era señal clara de la instalación de transferencias erotizadas irresolubles o de muy difícil manejo. Si no, también podía ser signo de una grave perturbación en el paciente que reflejara que su capacidad de simbolización estuviera comprometida, o denotaría errores técnicos graves de parte del analista (Gitelson, 1952). Etchegoyen (2014) por su parte, sin desestimar los planteamientos de Blitzsten, da lugar a que en estos casos cuando se sueña directamente con el analista (no sólo al inicio sino en cualquier etapa del tratamiento), más que la figura del analista en transferencia, esté apareciendo un aspecto real de la relación con éste, a veces motivada por reacciones contratransferenciales, o por actuaciones técnicas pensadas y justificadas como el cambio de horarios u honorarios.

Otro caso en el que los sueños pueden tomarse como indicador de la evolución del proceso, es en lo relativo al final del análisis, donde su emergencia y relato en esta etapa puede ser indicativa, si el trabajo ha cursado como se esperaba, de una mayor integración de los objetos internos del paciente y su forma de vincularse con otras personas, la cual distaría de aspectos más escindidos (clivados) presentes en sueños de otras etapas previas del tratamiento.

2. Proceso y cambio psíquico

Puede que resulte una afirmación algo controvertida, pero a lo largo de las décadas existió un giro en la forma en que se concebía el proceso analítico y aquellos aspectos que primaban como posibles objetivos del tratamiento. Los casos más famosos de Freud eran neuróticos profundamente perturbados cuyos síntomas les inhibían la capacidad de vivir una vida plena y tranquila, por lo que primaba un tratamiento que apuntara a la comprensión del origen inconsciente de éstos como una forma de procurar un alivio sintomático y, por ende, permitiera al yo del individuo desempeñarse más libremente y así recuperar lo que muy sencillamente a finales de su vida llamó “la capacidad de amar y trabajar”.

Con el tiempo, tal vez dejaron de ser tan frecuentes síntomas extremadamente aparatosos puestos en el cuerpo, o inhibiciones repentinas y totales en la vida de los pacientes que consultaban, pero a su vez esto permitía entrever otras formas de sufrimiento, tal vez más sutiles, pero no por ello menos contraproducentes e intensamente arraigadas que precisaban de un arduo trabajo en la búsqueda de modificaciones estructurales profundas. Intentando pensar un psicoanálisis contemporáneo, Hornstein (2018) se pregunta ¿para qué analizamos hoy? y en un rango que va desde una posible “cura” a únicamente “la investigación del inconsciente” – dependiendo de las posturas teóricas sostenidas- y sin desconocer que diversas escuelas psicoanalíticas se plantean sus propios objetivos, prefiere hablar de la búsqueda de “cambios suficientemente buenos” que hagan la vida más llevadera:

“Dicho de otro modo, un psicoanálisis (no importa la escuela) produce suficientes cambios cuando transforma las relaciones del Yo con el Ello, el Superyó y la realidad exterior, al margen que el analista use estos conceptos. Gracias a estas modificaciones surgen otros desenlaces para el conflicto, lo que modifica las formaciones de compromiso”. (Hornstein, 2018, p. 38)

Ya Harris Williams (2013) se había referido a este tema, señalando el valor incluso artístico del proceder del analista[4], alejándose de los conceptos más proclives al orden médico sobre que la evolución del análisis implicaría algo que curar:

“En la actualidad, pocos analistas creen en la analogía médica de la “cura”. Pienso, en cambio, que probablemente enfocan su actividad como un arte-ciencia que restaura el contacto entre el paciente y sus objetos internos, que alivia las interferencias y permite la continuación del desarrollo. En otras palabras, el tipo de contacto que facilita a los pacientes continuar con el proceso de “llegar a ser ellos mismos”. En este proceso, el analista es un mediador, no un médico”. (Harris Williams, 2013, p. 2)

Años antes, Betty Joseph (1989) desarrolló el concepto de cambio psíquico, pero no sólo aquel que hace referencia a cambios positivos del paciente a largo plazo, que pueden ser reflejo del progreso del tratamiento, sino que también conceptualiza como tal a los cambios en el equilibrio psíquico a nivel de fantasías, ansiedades y defensas que se van sucediendo continuamente en el paciente a lo largo del proceso, implique o no un avance en el tratamiento, y además refiere que los mismos pueden verse en el mismo curso de una sesión o en un corto período de tiempo de una sesión a otra o entre varias sesiones.

Para ella, los pacientes acuden al análisis porque no están satisfechos en la forma en cómo marchan las cosas y quieren alterar esto; sin embargo, este deseo (consciente) de cambio, contrasta con un miedo al cambio, ya que cambiar implicaría un desplazamiento interno de fuerzas y una perturbación del equilibrio mental y emocional previamente establecido.  Aunque sostiene la idea de un giro progresivo hacia formas psíquicamente más saludables de hacer frente a la ansiedad y a las relaciones con los objetos (internos y externos), señala que el cambio psíquico no se trata de un estado absoluto alcanzado, sino de una nueva correlación de fuerzas dentro del modo de funcionamiento del paciente - siempre en continuo movimiento, y que también es posible vivir en el momento a momento del análisis, sobre todo a través de la reexperimentación en la transferencia (Joseph,1989). Para esto, es necesario que pueda converger el propio vértice del paciente (modo desde el cual reacciona y funciona en los distintos acontecimientos de su vida, incluyendo su resistencia a cambiar) con el vértice propio del analista (vinculado a sus conocimientos teóricos y la expectativa de modificaciones que espera alcanzar con su labor), de modo de que el analista pueda reconocer y tolerar el funcionamiento del paciente y acoplarse parcialmente (sin perder de vista su propio vértice) para posibilitar estos cambios a largo plazo, pero sin dejar de reconocer los pequeños movimientos que  se suceden en el paciente momento a momento. Para esto, es necesario estar atento a un nivel de comunicación que va más allá de lo verbal y que abarca la atmósfera de la sesión, las presiones y las expectativas despertadas en el analista. (Joseph, 1992). 

En este sentido, hay que atender no sólo a la forma en cómo el paciente responde a las interpretaciones, sino también al modo en cómo las escucha, en cómo se relaciona con su analista paralelamente y más allá de las palabras, así como en los cambios que emprende en su vida, ya que el analizado tiende a presionar y usar al analista, llevándole a actuar según sus defensas y sus relaciones de objeto primitivas; a veces incluso le lleva a creer que está realizando avances cuando en realidad no es así. Estos aspectos puestos en juego en lo no verbal serían los más profundamente inconscientes, ya que son actuados en la transferencia y colocados en el analista mediante identificaciones proyectivas, que sólo pueden ser captadas a través de la exploración del registro contratransferencial, y serían los elementos clave que deben ser interpretados para poder generar un verdadero cambio psíquico a largo plazo en el curso del análisis (Joseph, 1985).

Resulta difícil pensar en un elemento de la situación analítica que sea más propicio para ver la forma en cómo se movilizan las fantasías, ansiedades y defensas, así como la relación con los objetos internos y externos del paciente que el sueño y su posterior relato en sesión, ya que aquél muestra todos estos movimientos de los cuales el paciente no tiene un control consciente. En el relato de cualquier otra índole que ocurre en la sesión, pese a la asociación libre, si existen puntos de conflicto a los cuales el paciente no se quiere aproximar, es más probable que pueda realizar algunas omisiones o tenga algunos olvidos, más o menos voluntarios, más o menos involuntarios de lo que escoge hablar en sesión. En el caso de las producciones oníricas, si bien el relato siempre es parcial, el paciente puede ejercer un menor control sobre su contenido, en la medida que el trabajo del sueño ha mantenido alejado de la consciencia los aspectos que producirían mayor ansiedad. 

De igual manera, los aspectos transferenciales siempre presentes en el sueño, muchas veces de significados esquivos al mismo analizado, permiten aproximarse a las progresiones y regresiones en el vínculo con el analista. Así mismo, su relato en sesión, la forma en cómo es contado y las asociaciones del paciente, por un lado, y por el otro lo que moviliza en el propio analista el escuchar este contenido, así como el camino que sigue para armar las interpretaciones posteriores, pueden ser elementos de mucha utilidad clínica si se atiende con la suficiente sensibilidad y se intenta captar lo que pasa en la sesión. También lo serán las reacciones (verbales y no verbales) del paciente a estas aproximaciones del analista y la posible aceptación o rechazo, a veces hasta impulsivo, de las hipótesis planteadas. No será lo mismo el paciente que se muestra reflexivo luego de ofrecerle nuestra interpretación, o el que llora escuchando nuestras palabras para luego integrarlas con sus propios pensamientos, que aquel que rechaza cualquier interpretación que le es dada, o que por el contrario intenta salir pronto de la situación luego de darse cuenta lo que ponía en juego su narración e intenta traer al espacio cualquier otro nuevo material, interrumpe la sesión antes de hora, o tiene la imperiosa necesidad de ir al baño de forma repentina.

Son modos de reacción que muestran mayor capacidad de tolerancia a la turbulencia emocional[5] generada por el análisis del sueño en sesión, o por el contrario movilizan una serie de mecanismos de evitación o descarga para salir prontamente de un escenario que les compromete más de lo que hubiesen querido. Por ello el valor clínico que puede aportarnos el análisis del sueño en el marco de la sesión; no quiero decir con esto que sólo este material posibilite el trabajo con aspectos que de otro modo serían más complejos de revivenciar en la transferencia, pero quizás se presentan de un modo que puede facilitar su captación al analista, a la vez que el paciente no percibe conscientemente la riqueza (y también el riesgo para el equilibrio psíquico preestablecido) de compartir lo que ha soñado.

Por ello, es válido pensar que a través del análisis del sueño podemos percibir indicadores de cambios en la economía psíquica de nuestro analizado. Puede tratarse, como diría Joseph, de cambios positivos a largo plazo, o de variaciones menores y continuadas entre un sueño y otro, o entre una sesión y otra sesión. En lo relativo a cambios de mayor trascendencia, es probable que ni siquiera hayan ocurrido en la vida de aquél, pero que lo soñado muestre que se ha alcanzado la posibilidad de sostener un nivel determinado de integración, o un movimiento de las defensas, que haga posible este cambio psíquico una vez que se tome conciencia de ello y se trabaje en su elaboración. Es decir, el sueño puede evidenciar que existe una reorganización favorable de la dinámica de la vida mental, que a su vez es señal de una disponibilidad de recursos para avanzar en una dirección hasta entonces inédita, sin que resultara en eventos que conllevaran a un quiebre emocional por resultar demasiado abruptos o violentos para el propio analizado.

3. Una aproximación desde la clínica*

Ana, de poco más de 30 años, se había criado con su madre[6] y mantenía una relación lejana con su padre, sobre todo después que ambos se separaran a inicios de su adolescencia; solía referirse a este vínculo como frío y distante "como si algo se hubiese congelado dentro de mí, sobre todo después que se volvió a casar y formó otra familia". Posiblemente, no era casualidad que como consecuencia de este nexo tan deteriorado, a Ana se le hiciese sumamente difícil establecer una relación de pareja estable con un hombre, debido a su propia dificultad de establecer “un afecto cercano”.

     Siendo la mayor de dos hermanas, parecía que algo hubiese cambiado en su forma de percibir a este padre tras esta separación de la pareja parental, teniendo en cuenta que las referencias a la infancia antes de la ruptura, daban razón de un vínculo próximo, sobre todo marcado por la admiración de ella hacia él. La relación de su hermana, tres años menor, si bien también había pasado por un período de alejamiento similar, más recientemente parecía ser un poco más cercana, llegando a intercambiar algunas llamadas, lo cual movilizaba cierta sensación de enojo e incredulidad en Ana, quien no lograba entender cómo era posible ese tipo de acercamientos a pesar de que el padre "se había borrado de sus vidas al punto de irse lo más lejos posible".

     Esta acotación no era casual, ya que el padre, quien siempre había trabajado en el negocio del petróleo, había emigrado hacía varios años a un país nórdico donde pudo continuar ejerciendo en su área de competencia: se resumía en su frase la distancia física, pero también el peso de la brecha emocional entre ellos en lo vincular, así como a nivel de relaciones objetales, donde en su mundo interno parecía existir una gran desconexión entre los aspectos buenos y malos de su papá, siendo los primeros prácticamente inexistentes.

     No obstante, el padre, que en sus palabras "intentaba mostrarse arrepentido", había intentado comunicarse con ella e incluso más recientemente le había comentado que le haría ilusión que ella le pudiese visitar en ese otro país y de esta manera intentar conversar más cercanamente de cara a reconstruir la relación. Dicha situación movilizaba una profunda ambivalencia, ya que si bien conscientemente el sentimiento evocado hacia el padre era el enojo y el desprecio inclusive, habíamos podido trabajar en su tratamiento otros aspectos que le llevaron a reconocer que (aunque no le gustase admitirlo) en el fondo deseaba ser mirada y tomada en cuenta por él, y que justamente la rabia y la "falta de sentimientos" habían comenzado una vez que las actitudes que ella hubiera esperado de parte de él, no tuvieron lugar.

     Este amague de cercanía había hecho que Ana trajera al análisis algunos sueños del pasado en los cuales ella lo veía distante "en una torre, trabajando en el mar en el medio del hielo, sin que él se diera cuenta que yo lo miraba a lo lejos; había mucho viento y yo intuía algún peligro, pero no había manera que se diera cuenta que yo estaba ahí". Estos sueños, con pequeñas variaciones, cuyo escenario hacía clara referencia a la manera en la cual ella sentía el vínculo, pero también a cómo imaginaba el lugar donde ahora habitaba este padre (en la realidad y en su interior), tendieron a repetirse con frecuencia durante un período de tiempo cercano a la emigración del padre y luego se mantuvieron contiguos a su propia migración -que geográficamente les había colocado en lugares mucho más distantes aún-.

     A finales del segundo año de análisis y luego de trabajar este vínculo y sus implicaciones internas durante meses, la analizanda trae con sorpresa un nuevo sueño, similar a los ya descritos pero con interesantes modificaciones:

     Volví a soñar algo muy similar con mi padre, bueno, no tanto... esta vez aunque yo lo veía y el escenario era el mismo,  es como si lo mirara desde otro lugar, desde un ángulo distinto, aunque el seguía estando lejos de mí… bueno... y yo de él. La diferencia es que en algún momento se comienzan a escuchar gritos desesperados, y cuando me doy cuenta había un gran incendio, alrededor de la plataforma… como si hubiese habido un accidente alrededor, después de un derrame… él no trabaja en una, pero siempre lo imagino así… El punto es que las llamas empiezan a crecer e invaden todo al rededor, cómo un círculo de mucho fuego… yo siento mucha ansiedad y en eso veo que llega un helicóptero, de rescate supongo, e intenta aproximarse. Yo intento hacer señas para que me vean y decirles dónde estaba él, pero creo que no lo lograba. Mientras tanto, el hielo se rompía… cuando veo que el fuego se aproximaba demasiado, me desperté, como si supiera lo que iba a pasar. Creo que nunca había sentido tanta angustia en mi vida”. [Llora].

     Ana asocia este sueño, con el cumpleaños reciente del padre en el cual habían tenido alguna escueta comunicación: “está grande ya, me di cuenta que son unos cuantos años más de sesenta y que se está poniendo viejo… quizás tengo temor de que se muera y yo nunca logre perdonarlo y reconstruir la relación con él”.

     Le interpreté que era llamativo que de entrada la visión que ella tenía en el sueño, aunque siguiese siendo distante, era dada desde otro ángulo, cómo si algo en ella se hubiese movilizado que le permitiese ver las cosas de un modo distinto en relación al tema.  Añadí que el fuego como amenaza que ponía en riesgo al padre, podía representar la forma en como ella venía percibiendo en nuestro espacio sus propios aspectos agresivos puestos en juego en la relación con el padre y que justamente tenía temor de los efectos de esta agresión. No obstante, era contrastante la presencia de fuego en un escenario descrito como gélido, ante lo que responde: “tal vez soy yo intentando derretir un poco el hielo, pero tengo miedo también de quemarme yo misma, o de quemarlo a él, no sé cómo pueda ser ese vínculo si llegamos a ser más cercanos y hay cosas que yo no haya podido sanar aún, las palabras que le pueda decir si en algún momento contacto con esa parte de mí que aún está dolida, también pueden dañarlo …”.  A esto respondo: “ciertamente el fuego puede quemar, pero hasta ahora el hielo también lo ha venido haciendo… siento que una parte de ti intenta empezar un deshielo, pero tiene miedo de no saber hacerlo”.

     El helicóptero, para ella intentaba un rescate “como en las películas” y mencionó que "pareciese que realmente lo que le pasara a su padre no parecía serle tan indiferente como muchas veces llegó a decir". Le interpreté que de algún modo me representaba a mí, mirando todo desde fuera, pero a la vez estando lo suficientemente dentro como para intentar rescatar al padre de ese lugar donde ella le había colocado y que ella me pedía ayuda constantemente para que así fuera, que de esto se trataba el trabajo que veníamos realizando, aunque tal vez ella también podría tener miedo que yo me centrase demasiado en el padre y no escuchara sus tiempos y necesidades.

     El trabajo con este material onírico, permitió que Ana tomase conciencia de que una parte de sí había comenzado a realizar movimientos en torno a la forma en que percibía a su progenitor. En ese sentido, el fuego, peligroso, pero contrapuesto a lo gélido propio del vínculo hasta entonces, así como el cambio de ángulo y la propia ansiedad vivida durante el sueño (contrapuesta a su indiferencia aparente sostenida durante años) fueron insumos para el trabajo que veníamos realizando. En este sentido el aspecto transferencial, también tuvo un lugar central (y desde hace mucho había quedado interpretada su necesidad de un acercamiento a lo masculino al elegir a un analista varón).

     Considero que el sueño da cuenta de movimientos inconscientes en un proceso analítico en permanente construcción, en el cual Ana aún no había logrado establecer las suficientes conexiones conscientes entre la distancia con este padre, sus anhelos de ser mirada por él en la infancia (de cuya frustración derivaba el gran monto de enojo sentido expresado mediante una gélida desconexión e indiferencia), pero sobre todo en lo relativo a su necesidad de reconectar con él, muchas veces negada y desestimada al inicio del tratamiento, como si fuese algo que no se pudiera permitir. También, incluso en el mismo texto del relato pareciesen aparecer indicadores en el cual ella misma comienza a hacerse cargo de su agresión y del alejamiento mantenido por ella y deja de estar ubicada únicamente como víctima de la distancia del padre: “el seguía estando lejos de mí… bueno... y yo de él…”.  Otro elemento a tomar en cuenta e intentar integrar, era la figura de la madre y los efectos que hubiese podido producir en ella en lo inconsciente al quedar identificada con aspectos de ésta, con quien compartía la vivencia de abandono y de haber sido desplazada, algo que por sus propias características esta madre parecía fomentar. ¿Cuánto de esto no incidiría en su posición respecto al padre y en la distancia que había sentido necesaria de mantener?

     El establecimiento de nuevos enlaces a partir del material onírico y la elaboración en sesiones posteriores permitió que los cambios que se esbozaban en el sueño hayan podido ser asumidos por el self y puestos en práctica en situaciones de la vida real en la vinculación con ambos padres, en la medida en la cual Ana pudo apropiarse de lo que le pasaba en este relato onírico e integrar para si estos aspectos de ella misma que durante mucho tiempo parecían ajenos y colocados a lo lejos (como la visual que siempre tenía del padre). Sin embargo, a través del sueño parecía mostrar que ya estaba preparándose para asumir cambios en relación a un posicionamiento diferente y que en el contexto de nuestro trabajo sería capaz de poderlo elaborar, solo que aún no era consciente de ello.

     Semanas después, en las cuales se continuó elaborando no sólo este material sino también aspectos de la relación con el padre, e incluso, durante las cuales surgieron algunas facetas más benevolentes que ella no había mencionado hasta ahora, un día decide llamarlo después de muchos años (debo aceptar, que esto generó asombro en mí).

     Al tiempo trae otro sueño a sesión, en el cual ella caminaba con el padre “por una especie de campo, de pradera. (...) Me sorprendió muchísimo que el sueño fuese distinto y que esta vez estuviésemos en otro lugar, que incluso me recordó algunos paseos que hacíamos en familia cuando era niña (…) el hecho que estuviésemos hablando lo conecto mucho con el que me animé a llamarlo hace unos días; se sintió extraño, así como este sueño, pero no dejaba de ser una sensación agradable”. Dando cuenta del cambio psíquico, al final de esa sesión comenta… “me quedé pensando que si un día llegara a viajar para allá lo haría en verano o muy entrada la primavera… nunca me había permitido imaginarme que yo, Ana, pudiera querer viajar para ahí a ver a papá… creo que todavía estoy lejos de eso, pero al menos ya no es una utopía”.  Al parecer el proceso realizado hasta el momento, había logrado, ya no solo comenzar a “descongelar” el vínculo entre ambos, sino que ella había empezado a imaginar una mayor cercanía como consecuencia de los movimientos internos y la integración que veníamos trabajando ¿sería este vínculo, congelado durante años, una especie de “invierno afectivo” que, análisis mediante podría dar paso a una posición distinta en su forma de percibirlo dentro de sí, que a su vez se reflejase en una mayor calidez en esta relación? ¿estaría más cerca la primavera entre ambos?... quedaba mucho aún por elaborar.

 

Referencias:

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RESUMEN:

El estudio e interpretación de los sueños marcó un punto de partida en la identidad del psicoanálisis, en un período en el cual nuestra disciplina intentaba comenzar a constituirse como una teoría, terapéutica y método de investigación distintos a la neurología y a la psicología de la época. Con los esfuerzos realizados por Freud en la construcción de la doctrina de los sueños y los aportes posteriores de otros psicoanalistas, el trabajo con éstos se convirtió en un recurso de gran valor para la clínica, que permitía traer a la situación analítica aspectos inconscientes que de otro modo podían ser más difíciles de captar. El autor plantea que, dentro del marco de un proceso analítico sostenido, existiría relación entre la aparición y relato de algunos sueños y ciertos indicadores de cambio psíquico de los cuales el analizado no es consciente aún, siendo que justamente la revisión profunda del material onírico y la elaboración paulatina de estos contenidos en sesión, en el marco del vínculo transferencial, posibilitarían movilizaciones en la vida del paciente, para las cuáles éste ya parecía estar preparado en un registro inconsciente, pero que todavía precisaban una vía adecuada para su expresión y posterior tramitación.  

ABSTRACT:

The study and interpretation of dreams marked a starting point in the identity of psychoanalysis, in a period in which our discipline was trying to begin to constitute itself as a theory, therapeutics and research method distinct from the neurology and psychology of the time. With the efforts made by Freud in the construction of the doctrine of dreams and the subsequent contributions of other psychoanalysts, working with dreams became a valuable resource for the clinic, allowing to bring into the analytical situation unconscious aspects that otherwise might be more difficult to grasp. The author suggests that, within the framework of a sustained analytic process, there would be a relationship between the appearance and narration of some dreams and certain indicators of psychic change of which the analysand is not yet aware, being that precisely the deep revision of the oneiric material and the gradual elaboration of these contents in session, within the framework of the transference, would make possible mobilizations in the life of the patients, for which they already seemed to be prepared in an unconscious register, but which still needed an adequate way for their expression and subsequent processing.

 

* Este material clínico es totalmente ficcionado, creado a modo de ilustración, ya que por motivos de confidencialidad y para su difusión en internet, se ha omitido dar cuenta de algún caso real. 



[1] Artículo publicado en 2022. Revista Uruguaya de Psicoanálisis, 136.

[2] Un ejemplo de este tipo de estudios es el de Neuropsicología de los sueños (Tirapu-Ustarroz, 2012).

[3] Pese al manejo complejo que conlleva este tipo de transferencias erotizadas, hoy en día antes que pensar en una derivación a otro analista tal como planteo Blitzsten, posiblemente se prime su análisis exhaustivo.

[4] Bion plantea varías analogías entre el trabajo del artista y el del analista en su seminario de Paris en 1978 (López-Corvo y Morabito, 2018).

[5] (Bion, 1976/1994). 

[6] Una madre que podría calificarse de atrapadora, a juicio de lo planteado por Valedón (2015).

 

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