Ser, habitar, pertenecer. Transitoriedades e incertezas de la migración

 


Daniel Castillo S.

 ***Trabajo presentado en 34 Congreso de la Federación Psicoanalítica de América Latina (FEPAL), México 2022***.

 

“El farolito de la calle en que nací,

Fue centinela de mis promesas de amor.

Bajo una quieta lucecita yo la vi,

A mi pebeta, luminosa como un sol…”

 

Carlos Gardel / Alfredo Le Pera. Mi Buenos Aires Querido.

 

“Cada ciudad puede ser otra

cuando el amor la transfigura

cada ciudad puede ser tantas

como amorosos la recorren…” 

Mario Benedetti.  Cada ciudad puede ser otra.

 

Aunque se ha descrito la migración como un fenómeno universal, la experiencia, causas que la impulsan y los resultados de la misma, que pueden conllevar a una vivencia más o menos positiva o más o menos traumática, son muy particulares.

Uno de los primeros sentimientos a los que debe enfrentarse el migrante incluso tiempo antes de la partida, tiene que ver con el duelo por dejar atrás lo que ha sido su vida o parte de su vida hasta entonces: afectos, referencias culturales e idiomáticas, modos de expresión determinados y particularmente lugares investidos de emotividad, cargados de recuerdos y sobre los cuales previamente se ha establecido un sentimiento de arraigo que conlleva internamente una identificación con este entorno. Lo que ha sido hasta el momento, pronto dejará de ser y dará paso a una realidad casi siempre desconocida, incluso, aunque se trate de un retorno a un lugar donde se ha vivido previamente, al que se ha visitado esporádicamente, o con el cual puedan existir conexiones familiares actuales o de generaciones anteriores.

A este duelo, que pudiera llamarse preparatorio, el cual además es siempre incompleto, se le suma el temor y la incertidumbre por lo que pueda deparar el futuro en un nuevo lugar. ¿Seré bien recibido? ¿Conseguiré un empleo? ¿Podré sostenerme estando allá? ¿Lograré desempeñarme en mi área de trabajo? ¿Realmente me sentiré a gusto? Son dudas que emanan producto de tales incertezas y que ante la ausencia de respuesta posible conllevan muchas veces al cuestionamiento de la decisión que se toma “¿Estaré haciendo lo correcto?”

Esta situación se ve condicionada por aquellos factores en los cuales se apuntale la decisión o necesidad migratoria: no es lo mismo quien lo hace pensando en buscar nuevos horizontes profesionales (e incluso se va por alguna oportunidad laboral), o por estudios, que quien lo hace ante la obligación de buscar un nuevo entorno que le permita obtener lo básico que por distintas situaciones sociales se ha vuelto imposible de conseguir en su lugar anterior (guerras, caos, catástrofes socioeconómicas…). Incluso incide lo voluntario o no de la decisión, si se ha decidido emigrar por motivos propios o si se hace siguiendo a otro miembro de la familia; la posibilidad abierta de regresar (al menos para visitar) cuando se desee, la cual queda negada en el caso de refugiados, asilados o exiliados, e incluso la relación afectiva que se sostenía con ese lugar previamente. Algunos migrantes parten con profunda nostalgia, romantizando el lugar que dejan y teniendo la sensación que parte de su vida se ha quedado allí; otros parecieran emprender su viaje enojados o aterrados del lugar del cual se van, como si ese enojo y rechazo marcase una desidentificación y permitiera no contactar con el sentimiento de pérdida al menos temporalmente, siendo algunas veces la única forma que logran tener para separarse de aquella ciudad, de aquél país, centrando sus ilusiones y esperanzas de una “vida nueva” en el nuevo espacio, que generalmente tiende a idealizarse, a la vez que sirve para negar el valor que en su momento tuvo lo que decidió dejarse atrás.

En este momento, esta persona se enfrenta a un cambio profundo que pone a prueba sus defensas para enfrentar una pérdida y hacer frente a una nueva realidad. La fortaleza psíquica, los recursos yóicos y la capacidad de adaptación quedarán profundamente interpelados durante un tiempo que la mayoría de las veces no será breve, aunque en algunas ocasiones se parta con la ilusión que se tratará de un traslado transitorio y que al cabo de un tiempo se podrá retornar.   La incertidumbre creada por la pérdida de referentes previos podría colocar al sujeto en situaciones de tipo regresivo (Nicolussi, 1996) y en las cuales la capacidad de integración del yo resulta importante para poder superar las frustraciones, la soledad, el aislamiento y la nostalgia, además de todas las incertezas por enfrentar.    

Una vez emprendida la migración, se pasa a habitar un lugar nuevo del cual no se es originario, y al cual tampoco se pertenece; lo que antes había sido deja de ser y lo que puede ser en un futuro, aún está lejos de serlo. Allí es donde tal vez el sujeto tiene el primer contacto con esa sensación de extranjería, con el sentimiento de no pertenecer. Aunque el diccionario de la Real Academia de la Lengua define al extranjero como “país o conjunto de países que no son el propio” (Real Academia Española, 2022) y en referencia a una persona, como natural de un país extranjero (es decir, que no le es propio), en muchos casos más allá de fronteras o barreras y requisitos legales, dicha condición puede implicar un sentimiento de extrañeza, de divergencia, de no formar parte de ese lugar y aunque con frecuencia tiende a disiparse progresivamente, podría permanecer pese a que la persona con el tiempo cumpla todos los requisitos y legalmente deje de serlo para su país receptor.

En palabras de algunos pacientes, podemos escuchar frases como: “una parte de mí siempre se ha sentido distinta, quizás con el tiempo en menor medida, pero es como si caminara por la ciudad, viera las cosas, recorriera las calles y no las sintiera del todo mías”.  Otra, en un país al norte, comentó: “hay días en los que siento que no pertenezco, pensé que con el tiempo se pasaría, pero no ha sido así; tal vez mi acento te diga que no se lo suficiente, llevo diez años en este país y siento que todavía tengo que esforzarme el doble para demostrar que mi trabajo es bueno, que mis títulos son igual de valiosos aunque vengan de otro sistema”… otros, no obstante, llegan a sentirse identificados (a veces rápidamente) con aspectos del nuevo lugar que se eligió para vivir, consiguen insertarse al sistema laboral o académico, hacen nuevos amigos, van teniendo logros, e incluso obteniendo bienes materiales que de algún modo sustituyen a aquellos que dejaron al partir, lo que poco a poco les hace sentir suyo ese nuevo espacio. Es como si también una parte de su mundo interno pudiese coincidir con aspectos del nuevo lugar y sienten gratitud por la forma en cómo han sido recibidos y conformidad con la decisión tomada.

Ahora, sí bien, toda migración implica un cambio a veces más, a veces menos profundo en cuanto a referencias culturales, clima, paisajes formas de ser de los otros habitantes de ese lugar, ¿qué hace que ciertos casos el migrante logre una adaptación casi plena en su nuevo destino y en otros casos el sentimiento de extranjería siga siendo tan marcado a pesar del transcurrir del tiempo?

Sin duda influyen algunos factores externos tales como las dificultades o facilidades que imponga el país receptor para acoger a sus nuevos habitantes, acceso a un documento de identidad y la posibilidad de residir de manera legal, ingresando al sistema de salud, educativo, laboral… También de la receptividad que puedan tener los nuevos vecinos, y para ello influye no sólo un nivel educativo y cultural sino lo habituado que esté una determinada sociedad a la recepción de nuevos migrantes, lo cual en los casos favorables puede fomentar la integración y la posibilidad de establecer nuevos lazos que vayan creando arraigo. Quizá, para esto es importante que el migrante esté dispuesto también a integrarse y hacer suyo este nuevo lugar. En la medida en la cual el ambiente es receptivo, el migrante puede permitirse serlo, introyectar lo que este le brinda. Pero si por algún motivo (tal vez inconformidad con el nuevo destino, o parte del duelo no resuelto que le impide soltar lo anterior y abrirse a vincularse con su nueva realidad que le circunda) este migrante es hostil con el lugar de acogida (lo desprecia, se queja, critica a sus otros habitantes, o se siente permanentemente insatisfecho), es posible que por identificación proyectiva perciba un entorno potencialmente agresivo, cuando en realidad es él quien lo rechaza.

Es frecuente que en un principio el migrante intente relacionarse más con personas semejantes a él: otros migrantes, con quienes puede compartir origen y costumbres, o algunas veces, aunque el origen sea distinto, la experiencia conjunta de estar viviendo algo similar. Este fenómeno suele ser bastante común y conlleva a la creación de colonias, o grupos de amistades con quienes se establecen estas conexiones, los cuales, si bien pueden brindar el soporte grupal, la cohesión y la afinidad que no se siente con el resto del entorno, pueden a su vez implicar, en algunos casos, aislamiento en relación a las otras personas de este nuevo lugar, tal vez por el temor a que al integrarse se pierda la identidad previa. En el mejor de los casos, estos modos de vinculación pueden representar un sostén transitorio que es probable que se diversifique en la medida que transcurra el tiempo y nuevas experiencias permitan un intercambio más abierto, sin que queden de lado totalmente los ya establecidos.  

Considero que una parte importante del arraigo que se construye sobre el nuevo espacio que se habita y que va marcando lo transitorio entre el habitar y el sentir que se pertenece, tiene que ver con la creación de recuerdos que conectan afectivamente a la persona con el lugar que le circunda, incluso con lo inanimado. Esa memoria que se va construyendo progresivamente y que permite establecer un enlace emocional con esa nueva ciudad, con ese nuevo país, que gradualmente puede dejar de sentirse ajeno. Una persona originaria de un lugar puede decir algo como: “en esta esquina quedaba una heladería en la que solía venir los veranos con mi madre”,  o como cito en el tango del acápite, “el farolito de la calle en que nací”… pero para quien recién llega son solo calles llenas de edificaciones, lugares más o menos lindos o feos sin ningún tipo de resonancia afectiva, puertas vacías aunque les corresponda un número, calles sin nombre aunque puedan estar identificadas con el de algún prócer local; “aquí hay árboles y no palmeras y las casas son distintas” como me dijo una vez una paciente que había migrado de región incluso dentro del mismo país.

La construcción de estos recuerdos y el establecimiento de un sentido de pertenencia por el lugar donde se vive, se da de forma progresiva en la medida en la cual se ha logrado una mayor integración (conexión con otras personas locales, o reencuentro con viejos vínculos, pero en este nuevo contexto), se han registrado nuevas experiencias emocionales en esos espacios físicos y en la cual se ha podido aceptar la pérdida por el viejo espacio que se dejó. Paulatinamente pueden proyectarse aspectos y significados de la propia historia sobre estas calles y casas hasta sentirlas propias, ya no ajenas y distantes, en la medida en que logra reconocerse en ellas, pues se ha establecido una conexión que antes no existía. Así como el bebé va descubriendo el mundo y todo al principio le parece novedoso, desde ese mismo estado de vulnerabilidad, pero también de receptividad poco a poco pueden incorporarse referencias de distinto tipo: olores, colores, palabras, sabores, expresiones, que dejan de ser ajenas y se convierten en algo familiar en la medida que se da un continuo proceso de introyección e identificación; de intercambio del mundo interno con este nuevo mundo externo.

Pese a que muchas veces este proceso identificatorio no se logra, como tampoco la superación del duelo migratorio, y en ocasiones la persona decide regresar, en palabras de Nicolussi (1996):

 

 “el sujeto que poseyendo un Yo lo suficientemente fuerte logra superar la honda frustración, así como la experiencia de desarraigo, de desorganización de su mundo interno, internalizará una nueva identidad, agregándola a aquella anterior, logrando un enriquecimiento y maduración de su personalidad”. (p. 332)

Aunque finalmente los lugares son sólo eso, lugares, el enlace libidinal que se construye con estos espacios puede determinar la percepción que tenemos de los mismos. Como dice el poema de Benedetti (1995/2016) “cada ciudad puede ser otra cuando el amor la transfigura; cada ciudad puede ser tantas como amorosos la recorren”, y aunque en este caso no hablamos de enamorados en el estricto sentido de la palabra, es innegable lo necesario de la conexión afectiva a establecerse con el nuevo hogar para que luego de ser un sitio extraño, este pueda constituirse como tal.  

 

Bibliografía:   

 

Benedetti, M. (2016). Cada ciudad puede ser otra. En El Amor, las mujeres y la vida. Booket. Original publicado en 1995.

Gardel, C. y Le Pera, A (1934). Mi Buenos Aires Querido. [Canción]. En Mi Buenos Aires Querido / Amores de Estudiante. Víctor. 

Nicolussi, F. (1996). Reflexiones psicoanalíticas sobre la migración. Revista de Psicoanálisis, 53, (1). Pp.323-340.

Real Academia Española (2022). Extranjero. En Diccionario de la lengua española. Recuperado en 10 de julio de 2022, de https://dle.rae.es/extranjero.

 

Resumen:

La migración como fenómeno universal supone una serie de desafíos tanto para el migrante como para su país receptor. Desde el duelo por la pérdida o el alejamiento de lo previamente conocido, hasta una adaptación satisfactoria y el establecimiento de nuevas referencias culturales, quien tiene esta vivencia de trasladar su vida de un país a otro, puede enfrentarse progresivamente a una serie de procesos internos que de la mano con el tiempo y en el mejor de los casos implican un tránsito desde la condición de extranjero hasta convertirse en una persona más que forma parte del lugar que decidió habitar. El presente trabajo procura abordar parte de las circunstancias que involucra este tipo de tránsitos, los cuales, aunque muchas veces resultan traumáticos, en otras ocasiones conllevan a la constitución de un nuevo afecto y sentido de pertenencia por un lugar distinto a aquel en el cual se nace o se crece. Todo enmarcado en una experiencia única de persona a persona, la cual, aunque implicara que la migración fuese exitosa y hasta permanente, no la exime de incertezas y dificultades que pueden hacerse presentes en la clínica psicoanalítica y que tocan a algunos de nuestros analizados y también a los propios analistas desde los orígenes de nuestra disciplina.

 

 Resumo:

A migração como um fenômeno universal envolve uma série de desafios tanto para o migrante quanto para seu país anfitrião. Desde o luto pela perda ou distância do que era conhecido anteriormente, até uma adaptação satisfatória e o estabelecimento de novas referências culturais, aqueles que têm esta experiência de mudar suas vidas de um país para outro podem progressivamente enfrentar uma série de processos internos que, ao longo do tempo e no melhor dos casos, envolvem uma transição da condição de estrangeiro para se tornar mais uma pessoa que faz parte do lugar que decidiram habitar. Este trabalho procura abordar algumas das circunstâncias envolvidas neste tipo de transição, que, embora muitas vezes traumáticas, em outras ocasiões levam à constituição de um novo afeto e sentimento de pertencer a um lugar diferente daquele em que se nasceu ou cresceu. Tudo enquadrado em uma experiência única de pessoa a pessoa, que, embora implique que a migração foi bem sucedida e até permanente, não a isenta de incertezas e dificuldades que podem estar presentes na clínica psicanalítica e que tocam alguns de nossos analisandos e também os próprios analistas desde as origens de nossa disciplina.

 



 

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