Obesidad: una aproximación desde el psicoanálisis

 

 

 

Daniel Castillo S.

“Lo que se presenta en el cuerpo como un aumento del tejido adiposo, es decir, una alteración somática, es en el alma, un drama inconsciente” Luis Chiozza

 

Al hablar de la obesidad desde el psicoanálisis, resulta importante considerar y desarrollar algunos conceptos que pueden estar presentes en la configuración psíquica de quienes la padecen, por lo cual se tomará en cuenta la importancia de las fijaciones orales, la voracidad, la dependencia con la madre, la regresión oral digestiva, el superyó del obeso, así como su esquema corporal y el papel que cumple desde lo psíquico el exceso de peso y la grasa que les envuelve, al igual que el punto de satisfacción inconsciente implicado en el sostenimiento de este padecimiento psicosomático.

            Destacan en un inicio los estudios de Abraham y Freud sobre el papel de la oralidad en el desarrollo psicosexual del niño, y posteriormente la comprensión kleiniana sobre la teoría de las relaciones objetales, el papel del pecho materno, el destete y la percepción de este pecho como gratificante o frustrador, sobre todo en función de las introyecciones realizadas por la mente del niño pequeño y el lugar de éstas en la fantasía inconsciente. A inicios de la segunda mitad del siglo XX, la escuela argentina realizó importantes investigaciones sobre el psicoanálisis de la obesidad. Inclusive en Buenos Aires tuvo lugar un simposio en 1955 destinado a discutir el tema. Las más importantes de estas conclusiones y otros estudios posteriores de la misma época fueron recogidas y publicadas años más tarde y se vieron complementadas con aportes realizados por otros autores de la misma escuela, como Ángel Garma, a la vez que sentaron las bases para otros desarrollos posteriores en la materia. A pesar del paso del tiempo no han sido demasiados los cambios que ha sufrido la forma de percibir la obesidad desde entonces (al menos desde quienes trabajamos con esta línea psicoanalítica); a continuación, se presentará el desarrollo de algunas de estas ideas, en conjunto con planteamientos más contemporáneos que sin desvirtuar los anteriores, enriquecen su comprensión.

En primer lugar, al hablar de fijaciones orales, es necesario revisar el concepto psicoanalítico de fijación. Ésta hace que la libido se una fuertemente a personas o imagos, reproduzca un determinado modo de satisfacción y permanezca organizada según la estructura característica de una de sus fases evolutivas, pudiendo ser manifiesta y actual o permanecer latente y marcar el camino hacia una eventual regresión (Laplanche y Pontalis, 1967). Se toma en cuenta una progresión ordenada de la libido que va marcando su desarrollo a través de fases o etapas, y de este modo, a mayores fijaciones a una determinada fase, estarán más presentes modos de satisfacción típicos de la misma a los cuales permanecerá fijada la pulsión. Para la construcción de estas fijaciones, resultan clave las experiencias infantiles arcaicas, a cuyo modo de relación, satisfacción u objeto se intentará permanecer ligado o volver más adelante de formas más o menos enmascaradas.

Las condiciones de las fijaciones pudieran ser tanto históricas como constitucionales, incluyendo el papel de la viscosidad de la libido que le impide fácilmente renunciar a posiciones evolutivas ya alcanzadas, por temor a no poder encontrar en la siguiente fase de desarrollo psicosexual, sustitutos plenamente satisfactorios (Freud, 1918). Así, en el caso de la obesidad podría afirmarse que estos sujetos han quedado con fijaciones importantes en la etapa oral del desarrollo evolutivo, punto en el que coinciden la gran mayoría de los autores que han estudiado el tema. Destacarían dos aspectos: el modo de relación dependiente de la madre, a desarrollar más adelante, así como los modos de satisfacción que prevalecerán en el sujeto, y se mostrará a lo largo de la vida, hasta llegar a la adultez; estos modos de satisfacción, además son sustitutivos pues evocan el pecho materno, calman la ansiedad y por conexión inconsciente remiten a la tranquilidad que en algún momento pudo sentir el bebé al ser cargado y amamantado por la madre. Si las fijaciones en esta etapa son prevalentes, el sujeto inclusive ya en la edad adulta, a fin de lidiar con la ansiedad, intentará obtener o reproducir gratificaciones que evoquen tal estado de placer y tranquilidad.

Entre las manifestaciones más comunes que ponen en evidencia fijaciones de tipo oral, se encuentran el consumo de sustancias psicotrópicas, el alcoholismo, el uso compulsivo de cigarrillos y también la obesidad, que en este caso implica no solo intentar calmar dicha ansiedad a través de la comida sino también, intentar llenar con ésta vacíos estructurales importantes de esta etapa oral del desarrollo pregenital, los cuales de forma indefectible conducen a la relación con la madre en etapas muy tempranas. Las fijaciones orales no sólo jugaran un papel de suma relevancia en la obesidad, sino también en el desarrollo de otras patologías ligadas a la ingesta alimentaria, tales como la anorexia, la bulimia y el trastorno por atracones, cada una con dinámicas inconscientes propias.

Por su parte, la voracidad, a decir de Joan Riviere (1937), configura un aspecto del propio instinto en relación a un fuerte impulso por incorporar y obtener objetos nutricios, que desde el comienzo de la vida va a mezclarse con la necesidad de volcar la agresión y la destructividad hacia afuera y contra otros, teniendo todas las personas cierto grado de voracidad pues esta es una manifestación inconsciente del impulso vital.  Este anhelo o voracidad por las cosas buenas puede estar dirigido hacia todo tipo de objetos y gratificaciones, pero implicaría que, si se obtiene lo anhelado, se tiene la prueba de ser buenos, rebosantes de bondad (en el caso del obeso) y por ello dignos de amor, lo que contrarresta el temor de hallarnos vacíos, y funciona como defensa contra los propios impulsos agresivos que pueden hacer sentir al niño lleno de maldad. La voracidad, en la práctica, tanto para el niño pequeño como para el adulto que tiene las fijaciones orales de las que hemos hablado, se va a expresar a través de la ingesta de alimentos y mediante otras manifestaciones como una demanda constante y casi insaciable. En el caso del bebé pequeño, dado que su bienestar proviene de la boca y la leche que le da la madre, el proceso de incorporar y obtener termina siendo de relevancia fundamental como una forma de alejar el dolor y el peligro de los consecuentes sentimientos agresivos y además el ingerir algo bueno incrementa la sensación interna de bienestar. La autora plantea que un incremento en el impulso de ingerir como defensa contra la desintegración interna va a constituirse en un factor de mayor importancia en la medida que exista más voracidad.

Cabe destacar que para la teoría kleiniana el factor que define la presencia de una mayor voracidad en algunos niños y no en otros es únicamente constitucional, aunque fallas en la función del pecho nutricio pueden incrementar los ataques de envidia en su fantasía contra éste y posteriormente necesitar de un mayor monto de incorporación de elementos buenos del pecho para calmar sus propios impulsos agresivos y destructivos, lo cual va a repercutir en la propia sensación de seguridad, a la vez que se defiende de este temor de quedar y sentirse vacío. Sin embargo, de existir este vacío en la práctica (una ausencia prolongada de gratificaciones y la exposición a vivencias de desamparo psíquico), la voracidad puede manifestarse más adelante como una forma de intentar llenar ese vacío, volver a ganar en seguridad propia y apaciguar los propios perseguidores internos disparados por los ataques de envidia que naturalmente produce tal monto de deprivación. La falla de la función del pecho y por ende de la madre y la fijación a esta dinámica inconsciente puede explicar la génesis de algunos casos de obesidad en adultos.

Sin embargo, por su mezcla con los impulsos agresivos, a decir de Hinshelwood (2004), la voracidad es una forma de incorporación movilizada por la ira, en la que finalmente no habría satisfacción (ni mucho menos saciedad), pues de algún modo los objetos incorporados con violencia están devaluados por los mismos ataques que se le hacen, pues el hecho de morder conduce en la fantasía a la destrucción del objeto. Como se dijo, en algunos casos estos objetos pueden llegar a convertirse en perseguidores internos, lo que a su vez movilizará una mayor necesidad de incorporación de objetos buenos para poder compensarlo: hambre que termina por producir más hambre. Si los montos de voracidad son muy altos, y si además el ambiente falla en su contención, la sensación de ansiedad por toda la dinámica inconsciente y las identificaciones proyectivas movilizadas, también lo será, llevando a estados donde se inhiben los impulsos orales y se cesa la introyección por miedo a la incorporación de objetos cada vez más dañados, también como una forma de proteger en la fantasía al objeto  sobre el que recaía el hambre, evidenciándose paradójicamente como estados anoréxicos y un mundo interno vaciado.

Cabe destacar que toda esta dinámica va a estar presente en medio de una intensa dependencia con la madre, que, si bien en un primer momento resulta natural para todo bebé, por las mismas fijaciones va a mantenerse a lo largo del desarrollo evolutivo. Podemos encontrar en estos sujetos obesos dificultades en el proceso de separación y en su propia constitución psíquica como individuos que puede manifestarse mediante ansiedades de separación muy fuertes e inclusive ansiedad de tipo aniquilatorio si la persona no consigue vías o sustitutos para lidiar con lo que moviliza la pérdida, aunque fuera temporal, de la figura materna. Esta tendencia va a repetirse más adelante con figuras sustitutivas de la madre: la pareja, el analista, u otra persona sobre quien se proyecte parte de la relación habida en un principio con la imago materna. Abadí (1971), menciona que la obesidad es una defensa frente a la ansiedad de esta pérdida, ya que el tejido adiposo representa para el obeso un reservorio de alimento, siendo una internalización en su cuerpo de una madre nutricia y protectora que además le cuida del frio y de carencias psicológicas como la falta de afecto. En casos de una más profunda dependencia y una relación simbiótica, a decir del autor, puede existir la fantasía inconsciente del retorno a la vida intrauterina y el tejido adiposo pudiera representar a la madre embarazada que lo envuelve. Mencionará también que esta internalización de la madre se produce como defensa frente al temor de perderla y sufrir entonces una muerte retaliativa, pues al introyectarla como grasa la repara, la recupera, la controla en su propio cuerpo, a la vez que la protege de su propia destructividad y se protege detrás de ella de la venganza edípica de padre y hermanos. A su juicio, las tendencias orales estarían dirigidas principalmente en función de esta reparación y únicamente de modo secundario en favor de la agresividad y destructividad oral.

Sin embargo, aunque no sea tan frecuente esta dinámica regresiva que lleve a la fantasía inconsciente del retorno intrauterino, es más común la regresión oral digestiva presente en la constitución y sostenimiento de la obesidad. Garma (1962), plantea y desarrolla una revisión a través del desarrollo libidinal y su recorrido inverso, donde se produciría una renuncia al disfrute genital y por ende un retorno a los modos de satisfacción propios de la fase oral del desarrollo psicosexual. Este planteamiento sería tomado posteriormente por otros autores y se considera crucial en la comprensión psicoanalítica de la obesidad.

El fundamento de esta explicación se basa en el conflicto entre los instintos y el superyó; si el niño en el que posteriormente se convierte el bebé, por motivos constitucionales y ambientales encuentra dificultades en su evolución instintiva ulterior, tal como pueden ser prohibiciones ambientales de su motilidad y genitalidad y si además tiene un fácil acceso a las satisfacciones alimenticias, entonces regresará y quedará fijado en esta etapa oral digestiva. Así mismo, debido a la tendencia a repetir en edad adulta lo que ocurre en la infancia, ante la presencia de conflictos que ocasionen renuncias a gratificaciones genitales, el individuo puede responder con una regresión a lo oral. Estas regresiones pueden ser pequeñas o más notorias al punto de llegar a influir en el tipo de alimento ingerido (leche, arroz, pasta, crema, papillas), pero tiende a ser una línea presente en sujetos con inclinación a la obesidad.  Este autor indica que generalmente es la madre quien en la infancia suele incentivar a dichos comportamientos instintivos predisponentes a la obesidad. Esto puede darse directamente de forma corroborable por la observación directa de terceros o a través de representaciones psíquicas que refieren a una madre que no permite al individuo satisfacciones de tipo genital, como la masturbación, y que le impulsa a satisfacciones orales sustitutivas. 

En ocasiones, más que dependencia está presente una subordinación a la madre o a personas sustitutivas que impulsan a la alimentación y a engordar, a la vez que se rechazan otro tipo de satisfacciones. Su representación introyectada se pondrá de manifiesto constituyendo el superyó especial del obeso, el cual sustenta el sometimiento. Se trata de un superyó cruel y persecutorio derivado de una madre mala internalizada que le hace sentir el peligro de ser devorado internamente o ser atacado y destruido por este superyó o sus sustitutos si abandona esta posición y se conduce genitalmente (Garma, 1962).

En otro nivel de representaciones que tienen que ver con la propia persona, se haya el esquema corporal del obeso (Abadí, 1971). Se trata de un doble esquema corporal, que por una parte muestra exteriormente a un sujeto satisfecho, rozagante y de grandes proporciones que sería la representación corporal fantaseada de la madre embarazada y que a simple vista pudiera engañar al observador, pero que en contraposición esconde un sujeto que se percibe a sí mismo como frágil y vulnerable.

En relación a estas representaciones corporales, destacará el papel que cumple el exceso de peso y el tejido adiposo desde lo psíquico. En particular, este ha sido un punto estudiado por diversos autores. En primer término, el tejido adiposo puede ser percibido como una reserva de alimentos y además como una protección contra el frío, constituyéndose en una especie de acolchado defensivo que protege al individuo contra las amenazas de un mundo potencialmente hostil, como si se tratara de un recubrimiento de goma o una cubierta llena de aire que puede amortiguar los ataques recibidos, creándose casi una sensación de invulnerabilidad que en lo inconsciente puede remitir al papel que cumplía el líquido amniótico en la fase intrauterina.  De la misma forma, el tejido adiposo puede terminar representando una especie de chaleco de fuerza que, mediante la limitación de sus movimientos, ata y cuida al sujeto de su propia destructividad sádico anal y fálica. Además, este chaleco tendría una apariencia satisfactoria, mostrando a un sujeto aparentemente bien nutrido, pero que en realidad termina representando la aceptación forzosa de sometimientos infantiles relacionados con las prohibiciones instintivas. Del mismo modo, sobre todo en sujetos que sufren y no logran desprenderse de la condición de obesos, como si fuese algo que les invade y de lo cual no se pueden librar, puede existir la fantasía del tejido graso como un ente parasitario de origen materno que deben resignadamente llevar encima, constituyéndose en un ente envolvente y sometedor que además impide satisfacciones instintivas avanzadas de orden genital y que le somete y controla a través de la alimentación. Ante el temor que desata, se hace necesario alimentar a este parásito interno antes que éste descargue su voracidad y ataque al propio portador (Abadí ,1971; Garma 1962).

En la misma línea, De la Balze, García y Tafallero (1971), plantearon la función de esta grasa como un mecanismo de defensa, no sólo contra las hostilidades del medio, evitando la agresión exterior al impedir “ser llevados por delante”, sino también ante diversos peligros del mundo interno y externo. En primer lugar, podría crear la fantasía de “ser grandes”, algo que en los adolescentes podría ubicarse en la lucha de su propia independencia e ir contra el sometimiento materno o de algún miembro de la familia. En segundo lugar, deformaría el cuerpo e impediría convertirse en motivo de deseo e interés sexual para los otros, creándose una especie de escudo contra la genitalidad. De esta manera se aliviaría la ansiedad resultante entre las diversas tentaciones eróticas que pudieran existir y las prohibiciones sexuales derivadas de sus conflictos inconscientes. Así mismo, la obesidad podría entenderse como un sustituto de la insatisfacción sexual, producto de inhibiciones como la impotencia o la frigidez. De este modo, el disfrute que está impedido de ser alcanzado por la vía sexual genital se desplaza y a través de una satisfacción sustitutiva busca ser alcanzado mediante gratificaciones orales.

Otras funciones planteadas por estos autores abarcarían la compensación ante un sentimiento de abandono, como una forma de negar el dolor de una pérdida y contrarrestarla. De esta manera, mediante la incorporación masiva de alimentos se buscaría compensar una pérdida significativa para el sujeto, fuera esta de carácter material o económico, afectiva, intelectual o social, pudiendo haberse dado en un plano real de un acontecimiento exterior o en una situación únicamente psíquica; ante esto, el tejido graso establecería falsamente una presencia sustituta. También pudiera ser una forma de controlar las ansiedades movilizadas ante exigencias muy grandes que confrontan al yo a una tensión constante, pero que terminan por disparar conflictos internos, ante lo que se hace necesario una vía de escape para regular esta tensión; en este caso, aunque la grasa no cumpliría una función como tal desde lo psíquico, sería el resultante de la constante búsqueda de balance ante tales exigencias y responsabilidades. Una última función psíquica planteada de este exceso de peso, sería la de un camuflaje que permitiría esconder detrás de la adiposidad la propia agresividad e instintos destructivos, aunque con la desventaja que, al no ser colocados afuera por estar reprimidos, sería un autoengaño inconsciente donde estos impulsos podrían terminar operando contra la propia persona. Este último planteamiento no estaría alejado de todas las complicaciones emocionales y de salud que conlleva la obesidad, que a la vez resulta una enfermedad psicosomática difícil de abandonar y cuya tendencia es a sostenerse a lo largo del tiempo.

Es importante señalar que años más tarde, Chiozza (1997) haría especial énfasis en las fantasías en torno al tejido adiposo, en particular aquellas que lo hacían sentir como una reserva de energía (una forma de acumular para cuando haga falta alimentos – o sus sustitutos-), y también como responsable de una forma corporal determinada que sería reflejo de su interioridad lastimada y de disconformidad consigo mismo, así como una fuente de calor, tal vez de índole afectiva, que operaría de modo sustitutivo ante la pérdida de un objeto de amor.

Percepción, padecimiento y sostenimiento de la obesidad.

Frecuentemente la obesidad puede conllevar a otros problemas, no sólo de salud física como diabetes, hipertensión, diversos problemas cardíacos y metabólicos, sino también emocionales. El obeso muchas veces se expone al rechazo y al juicio crítico de los otros, lo que repercute en su propia seguridad, derivando en sujetos tímidos, introvertidos y con importantes dificultades relacionales que en algunos casos pudieran derivar en un mayor aislamiento social, así como en fantasías sobre ser poco valioso. La percepción de sí mismos también suele verse alterada pudiendo producirse un rechazo del propio cuerpo y una percepción desvalorizada de la propia persona, esto puede producirse por igual en hombres y mujeres, pero suele tener una relevancia mayor y un mayor sufrimiento en estas últimas, tal vez por alejarse más del estereotipo corporal de belleza socialmente más difundido y aceptado.

Sin embargo, a pesar de las dificultades que puede implicar el sostenimiento de la obesidad, en algunos sujetos la relación con la comida es ambivalente, como si una parte de ellos se opusiera al síntoma, mientras que otra parte sostiene el trastorno y se aferra a él, esto en parte pudiera explicar las dificultades que pueden tener estas personas para someterse a tratamientos efectivos de adelgazamiento y lograr su objetivo. Bloom y Kogel (1994) señalan que con la alimentación puede establecerse un vínculo similar al de algunas relaciones disfuncionales, ya que se han replegado al mundo interno de relaciones insatisfactorias que a pesar de lo malas que puedan ser, crean un sustituto a algunas personas y un ambiente contenedor que debido a diversas circunstancias no pudo tener en su pasado o su presente. Hay casos, particularmente en las mujeres que éstas pueden llegar a estar tan involucradas y tan tomadas con el síntoma alimenticio que éste puede llegar a ser una defensa contra la ansiedad y la desintegración. Es el caso de aquellas que centran su día y su rutina en el hecho de pensar qué comer, ejercitarse, pesar los alimentos, contar las calorías… aunque, estos casos son sólo una parte y no todas las mujeres están tan tomadas por la sintomatología, dependiendo más de disparadores externos o internos que lo pongan de manifiesto, aunque de igual modo sirva para regular los estados de ansiedad, necesidad y estima.  Esto puede verse reforzado desde fuera por las tendencias imperantes en medios de comunicación y redes sociales sobre una vida sana o “fitness” donde el gimnasio, la alimentación saludable libre de grasas y el consumo de suplementos alimenticios en pro de reforzar una determinada imagen corporal bombardean constantemente, convirtiéndose en una especie de moda a la cual parece ser importante unirse y que en ocasiones termina siendo un nuevo elemento al cual fijarse, yendo más allá de la intención de mantener una vida saludable.

En aquellas mujeres desconectadas de sus necesidades o sólo con una conexión parcial a éstas (que pueden ser corporales, narcisísticas, sexuales, además de otras como poder, autonomía, confort, reconocimiento…) se puede utilizar la comida para representarlas o controlarlas. Del mismo modo, por el hecho de no querer exponer esta necesidad – o más bien por la importancia de negarla-, pueden someterse a estrictos tratamientos de adelgazamiento sólo para intentar mostrar a los demás y a sí mismas, que nadie verá esas necesidades, ni siquiera ellas, por lo que esa parte de ellas es disminuida al considerarla como muy egoísta, irracional, amenazante y vulnerable, y es escindida (clivada) del propio yo, quedando sin acceso a ella. Además, en algunos casos el mismo trastorno alimenticio puede brindarle una fachada y una forma menos dolorosa de expresar lo que está mal en su vida, pues tal vez sea más sencillo centrarse en ello, que remontarse a sus orígenes más dolorosos en la relación con la madre y los afectos en general. Así mismo, puede ser más fácil mantener el control consciente sobre la presencia del trastorno y el resultado de los esfuerzos en la lucha contra éste que sobre sus sentimientos relativos a sus demandas internas y el miedo o caos presente en las relaciones con otras personas (Bloom y Kogel, 1994).

En el caso de la obesidad, donde están presentes diversos problemas emocionales como trasfondo, el sujeto come compulsivamente por estas mismas causas independientemente de su sensación o necesidad fisiológica de hambre. Es como si no se tuviese una presencia interiorizada que pudiera producir calma, la misma está ausente, por lo que se recurre al alimento como una forma de obtener a la madre buena – que pudo existir o no – y de esta forma aliviar la ansiedad, rememorando tiempos en los cuales la presencia de la madre pudo haber resultado de gran alivio. Las autoras plantean que en algunos casos la comida puede llegar a ser vista como una especie de objeto transicional (Winnicott, 1971), ofreciéndose a sí mismo como la solución a todas las necesidades desde el nacimiento; en la vida posterior, la comida emerge en el marco del espacio transicional para rebelarse y protestar en contra de su deprivación y por sus necesidades emocionales, anunciando que éstas se niegan a ser silenciadas, reafirmando su derecho no solamente a comer, sino a existir y ser tomadas en cuenta.

Como puede apreciarse, la obesidad puede darse y mantenerse por diversas situaciones. La adiposidad se constituyó como el eje central alrededor del cual el sujeto ha organizado su vida, por lo que al someterse a intentos de adelgazamiento se expone a un profundo desbalance y corre el riesgo que su defensa ante la ansiedad ceda, pudiendo emerger montos de desorganización muy grandes. El perder la obesidad le implicaría quedar expuesto a diferentes situaciones ante las que en un momento determinado logró construir una coraza más o menos útil y más o menos estable con la cual logró hacer frente a peligros internos o externos de diversa índole. Sin embargo, más allá de operar como una defensa, en algunos casos la obesidad puede operar como un autocastigo o como resultado de una identificación. Como un autocastigo, el sujeto se atacaría a sí mismo, teniendo la fantasía de volverse una persona desagradable, no deseable, y la incorporación de alimentos a la larga podría terminar representando una incorporación de objetos malos que refuerzan las partes dañadas de su yo. Esto por supuesto, aunque opera contra el propio individuo, satisface el sadismo de su superyó y el masoquismo de su yo, aliviando la culpa. Bajo estas circunstancias, es normal conseguir resistencias en los tratamientos, pues abandonar su condición de obeso anularía el modo de expresión de su necesidad de autocastigo. Por otra parte, si fuese como resultado de una identificación, buscando querer parecerse al padre o a la madre y de esta manera obtener de manera fantaseada un triunfo edípico, o por el contrario buscar el amor del padre al que se asemeja, el adelgazar desmontaría dicha fantasía, confrontándole con el dolor de no lograrlo o no ser querido. En otros casos, simplemente no se desea adelgazar como un modo de venganza, de llevar la contraria y de agredir a un miembro del grupo familiar que puede empeñarse en que sí lo haga (De la Balze, García y Tafallero, 1971).

Por último, no podemos obviar la posibilidad que más allá de su génesis, y su padecimiento, el síntoma del obeso se mantenga también debido al aspecto satisfactorio del sufrimiento por el síntoma, a pesar del malestar que causa y de los esfuerzos conscientes por ir contra la enfermedad. Se produce una sobreinvestidura corporal narcisística y una sobreinvestidura de lo oral, que a la vez abarca la misma condición del sujeto como un ser obeso, lo cual le termina anclando a una posición difícil de dejar atrás, porque a pesar de todo, lleva consigo una satisfacción, aunque esta no esté inscrita en el orden de lo placentero, sino más allá del principio del placer. Esta necesidad de satisfacción que se repite una y otra vez no tiene que ver con el hambre fisiológica como tal, pues como diría Zukerfeld (1979), el obeso no necesita comer lo que come oralmente, sino que existe una concepción del hambre que sí existió y donde se apoyó de una vez y para siempre la pulsión erótica.

A modo de conclusión, puede sostenerse que aunque la relevancia de la oralidad es fundamental y común en los planteamientos de diversos autores, la génesis de cada caso de obesidad puede ser distinta, así como la significación psíquica que pueda tener el tejido adiposo, lo cual puede variar de uno en uno, así como aquellos factores que puedan sostener el síntoma, haciéndolo difícil de tratar y un tanto refractario a la escucha y la intervención psicoanalítica, debiendo considerarse además que a pesar que el origen del trastorno pueda ser de origen emocional y vincular, una vez instalado en el cuerpo no es posible detenerle únicamente con la escucha y la palabra, como tampoco sucede en otras enfermedades psicosomáticas. Tal vez por esta multiplicidad de causas y factores de sostenimiento, Etchegoyen (2014) no auguraba un buen pronóstico a la evolución de la obesidad mediante el tratamiento analítico, además de considerar que sólo en algunos casos quien demanda tratamiento trae la obesidad en primer plano como motivo de consulta; muchas veces aparece como un elemento secundario relegado por otras pertrubaciones emocionales y aunque para el psicoanalista la relación sea más que evidente, es probable que quien consulta no tenga tan claro el nexo entre ambas situaciones. Sin embargo, el psicoanálisis puede ser un buen acompañante de una intervención médica – nutricional adecuada, siempre que en el decurso del tratamiento se aborden los puntos que se han detallado previamente, teniendo en cuenta que algunos podrán tener mayor relevancia dependiendo del caso y otros podrán estar ausentes, esto según los factores individuales y la historia de cada sujeto.

Referencias:

Abadí, M. (1971). Nota acerca de algunos mecanismos en la psicogénesis de la obesidad. Psicología del Obeso. Buenos Aires: Rodolfo Alonso Editor.

Bloom, C. y Kogel, L. (1994). Symbolic meanings of food and body. Eating Problems. New York: Basic Books.

Chiozza, L. (1997). Luis Chiozza Obras Completas, tomo XII. Buenos Aires: Del Zorzal.

De la Balze, F; García , D. y Tafallero, A. (1971). Dificultades psicológicas que perturban las curas de adelgazamiento. Psicología del Obeso. Buenos Aires: Rodolfo Alonso Editor.

Etchegoyen,H. (2014). Los fundamentos de la técnica psicoanalítica (3era Ed). Buenos Aires: Amorrortu.

Freud, S. (1918). De la historia de una neurosis infantil. Sigmund Freud Obras Completas, tomo XVII. Buenos Aires: Amorrortu, 1976.  

Garma, A. (1962). El Psicoanálisis: teoría clínica y técnica. Buenos Aires: Paidós.

Hinshelwood, R. (2004). Diccionario del pensamiento kleiniano. Buenos Aires: Amorrortu

Laplanche, J. y Pontalis, J. (1967). Diccionario de Psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós.

Riviere, J. (1937). Odio, voracidad y agresión. Melanie Klein, Obras Completas, tomo VI. Buenos Aires: Paidós Hormé, 1976.

Winnicot, D. (1971). Objetos transicionales y fenómenos transicionales. Realidad y Juego. Barcelona: Gedisa.

Zukerfeld, R (1979). Psicoterapia del obeso. Buenos Aires: Letra viva.  

 

1. Imagen del artículo de caracter ilustrativo, versión original: www.infobae.com

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