Obesidad: un acercamiento psicoanalítico

 

 

 


“Lo que se presenta en el cuerpo como un aumento del tejido adiposo, es decir, una alteración somática, es en el alma, un drama inconsciente” Luis Chiozza (1997, p. 147).

 

 

Abordar la obesidad desde nuestra área parece una tarea un tanto compleja, tal vez porque implica tratar de entender teóricamente un padecimiento que se manifiesta en el cuerpo, pero que a su vez, hunde sus raíces en lo profundo del psiquismo, teniendo efectos reales sobre la salud física que resultan innegables, aunque intentemos ser muy cuidadosos y tratemos de no caer en estigmatizaciones, por más que nos toque problematizar al respecto.

 

 En este sentido, me propongo revisitar algunos conceptos clásicos y ciertos recortes sobre el desarrollo histórico del tema desde el abordaje psicoanalítico, aunque resulta sorprendente la poca cantidad de referencias que encontramos en nuestra literatura especializada contemporánea cuando realizamos una búsqueda sobre el tema, pese a que no estemos trabajando sobre algo propiamente novedoso[1]. ¿Será que es un asunto demodé? ¿O será que sentimos que no tenemos nada más que decir al respecto de lo que ya se ha dicho? 

 

Tan sólo iniciar nuestro recorrido, saltan a la vista los estudios de Abraham y Freud sobre el papel de la oralidad en el desarrollo psicosexual del niño, y posteriormente la comprensión kleiniana sobre la teoría de las relaciones objetales, el papel del pecho materno, el destete y la percepción de este pecho como gratificante o frustrador, sobre todo en función de las introyecciones realizadas por la mente del niño pequeño y el lugar de éstas en la fantasía inconsciente. A inicios de la segunda mitad del siglo XX, la escuela argentina realizó importantes investigaciones sobre el psicoanálisis de la obesidad. Inclusive en Buenos Aires tuvo lugar un simposio en 1955 destinado a discutir el tema. Las más importantes de estas conclusiones y otros estudios posteriores de la misma época fueron recopiladas y publicadas años más tarde y se vieron complementadas con aportes realizados por otros autores de la misma escuela, como Ángel Garma y León Grinberg, a la vez que sentaron las bases para otros desarrollos posteriores en la materia.

 

A pesar del paso del tiempo, y aunque pueda que me equivoque, no percibo que hayan sido demasiados los cambios que ha sufrido la forma de percibir la obesidad desde entonces, aunque las formas de elaborar y presentar las interpretaciones hayan cambiado con el paso de los años aún entre quienes mantienen su cercanía con el pensamiento kleiniano. A continuación, presento el desarrollo de algunas de estas ideas, en conjunto con planteamientos más contemporáneos que sin desvirtuar los anteriores, enriquecen su comprensión. Cabe destacar, que no haré referencia a distintas concepciones que ponen sobre la mesa la falta, el deseo y el goce en primer plano, por no corresponderse con mis propias concepciones y no pretender tampoco una búsqueda bibliográfica totalizadora.

 

Revisando las teorías…

 

En primer lugar, al hablar de fijaciones orales, es necesario volver al concepto psicoanalítico de fijación. Ésta hace que la libido se una fuertemente a personas o imagos, reproduzca un determinado modo de satisfacción y permanezca organizada según la forma característica de una de las fases del desarrollo psicosexual, pudiendo ser manifiesta y actual o permanecer latente y marcar el camino hacia una eventual regresión (Laplanche y Pontalis, 1967/2012); concepto freudiano básico enmarcado en el clásico Diccionario del Psicoanálisis. Se toma en cuenta una progresión ordenada de la libido que va marcando su desarrollo a través de fases o etapas, y de este modo, a mayores fijaciones correspondientes a una determinada fase, estarán más presentes modos de satisfacción típicos de la misma a los cuales permanecerán anclados los representantes pulsionales. Para la construcción de estas fijaciones, resultan clave las experiencias infantiles arcaicas, a cuyo modo de relación, satisfacción u objeto se intentará permanecer ligado o volver más adelante de formas más o menos enmascaradas.

 

Las condiciones de las fijaciones pudieran ser tanto históricas como constitucionales, incluyendo el papel de la viscosidad de la libido que le impide renunciar fácilmente a trascender posiciones evolutivas que ya fueron vividas, por temor a no poder encontrar en la siguiente fase de desarrollo psicosexual sustitutos plenamente satisfactorios (Freud, 1918/1976). Así, en el caso de la obesidad podría considerarse que en alguna medida estas personas han quedado con fijaciones importantes en la etapa oral del desarrollo evolutivo, punto en el que coinciden la gran mayoría de los autores que han estudiado el tema. Destacarían dos aspectos: el modo de relación dependiente con la madre, a desarrollar más adelante, así como las vías de satisfacción que prevalecerán en el sujeto, y se mostrarán a lo largo de la vida, hasta llegar a la adultez; estos caminos, además son sustitutivos pues evocan el pecho materno, calman la ansiedad y por conexión inconsciente remiten a la tranquilidad que en algún momento pudo sentir el bebé al ser sostenido en brazos y amamantado por la madre. Si las fijaciones en esta etapa son las que prevalecen, el sujeto inclusive ya en la edad adulta, a fin de lidiar con la ansiedad, intentará obtener o reproducir gratificaciones que evoquen tal estado de placer y tranquilidad.

 

Entre las manifestaciones más comunes que ponen en evidencia fijaciones de tipo oral, se encuentran el consumo de sustancias psicotrópicas, el alcoholismo, el uso compulsivo de cigarrillos (o sus sustitutos, como los vaper) y también la obesidad, que en este caso implica no sólo intentar calmar dicha ansiedad a través de la comida sino también, intentar llenar con ésta vacíos estructurales importantes de esta etapa oral del desarrollo pregenital, los cuales de forma indefectible conducen a la relación con la madre, o aspectos de ésta, en etapas muy tempranas. Las fijaciones orales no sólo jugaran un papel de suma relevancia en la obesidad, sino también en el desarrollo de otras problemáticas ligadas a la relación con los alimentos, tales como la anorexia, la bulimia y los atracones, cada una con dinámicas inconscientes propias.

 

Por otra parte, la voracidad, a decir de Joan Riviere (1937/1976), configura un aspecto del propio instinto en relación a un fuerte impulso por incorporar y obtener objetos nutricios, que desde el comienzo de la vida va a mezclarse con la necesidad de volcar la agresión y la destructividad hacia afuera y contra otros, teniendo todas las personas cierto grado de voracidad, pues esta es una manifestación inconsciente del impulso vital.  Este anhelo o avidez por las cosas buenas puede estar dirigido hacia todo tipo de objetos y gratificaciones, pero implicaría que, si se obtiene lo anhelado, se tiene la prueba de ser buenos, rebosantes de bondad (en el caso del obeso) y por ello dignos de amor, lo que contrarresta el temor de hallarnos vacíos, y funciona como defensa contra los propios impulsos agresivos que pueden hacer sentir al niño lleno de maldad.

 

La voracidad, en la práctica, tanto para el niño pequeño como para el adulto que presenta las fijaciones orales de las que hemos hablado, se va a expresar a través de la ingesta de alimentos y mediante otras manifestaciones como una demanda constante y casi insaciable. En el caso del bebé pequeño, dado que su bienestar proviene de la boca y la leche que le da la madre, el proceso de incorporar y obtener termina siendo de relevancia fundamental como una forma de alejar el dolor y el peligro de las consecuentes fantasías agresivas y, además, el ingerir algo bueno incrementa la sensación interna de bienestar. La autora plantea que un incremento en el impulso de ingerir como defensa contra la desintegración interna va a constituirse en un factor de mayor importancia en la medida que exista más voracidad.

 

Cabe destacar que para la teoría kleiniana el factor que define la presencia de una mayor voracidad en algunos niños y no en otros es únicamente constitucional, aunque fallas en la función del pecho nutricio pueden incrementar los ataques de envidia en su fantasía contra éste y posteriormente necesitar de un mayor monto de incorporación de elementos del pecho bueno para calmar sus propios impulsos agresivos y destructivos, lo cual va a repercutir en la propia sensación de seguridad, a la vez que se defiende de este temor de quedar y sentirse vacío. Sin embargo, de existir dicho vacío en el mundo externo (una ausencia prolongada de gratificaciones y la exposición a vivencias de desamparo psíquico), la voracidad puede manifestarse más adelante como una forma de intentar llenar ese vacío, volver a ganar en seguridad y apaciguar los propios perseguidores internos disparados por los ataques de envidia que naturalmente produce tal monto de deprivación. La falla de la función del pecho y por ende de la madre y la fijación a esta dinámica inconsciente puede explicar la génesis de algunos casos de obesidad en adultos.

 

Sin embargo, por su mezcla con los impulsos agresivos, a decir de Hinshelwood (2004), la voracidad es una forma de incorporación movilizada por la ira, en la que finalmente no habría satisfacción (ni mucho menos saciedad), pues de algún modo los objetos incorporados con violencia están devaluados por los mismos ataques que se le hacen, pues el hecho de morder conduce en la fantasía a la destrucción del objeto. Como se dijo, en algunos casos estos objetos pueden llegar a convertirse en perseguidores internos, lo que a su vez movilizará una mayor necesidad de incorporación de objetos buenos para poder compensarlo: hambre que termina por producir más hambre. Si los montos de voracidad son muy altos, y si el ambiente falla en su contención, la sensación de ansiedad por toda la dinámica inconsciente y las identificaciones proyectivas e introyectivas movilizadas, también lo será, llevando a estados donde se inhiben los impulsos orales y se cesa la incorporación por miedo a la inclusión de objetos cada vez más dañados, también como una forma de proteger en la fantasía al objeto sobre el que recaía el hambre, evidenciándose paradójicamente como estados anoréxicos y un mundo interno vaciado.

 

Cabe destacar que toda esta dinámica va a estar presente en medio de una intensa dependencia con la madre, que, si bien en un primer momento resulta natural para todo bebé, por las mismas fijaciones va a mantenerse a lo largo del desarrollo evolutivo. Podemos encontrar en estos sujetos obesos dificultades en el proceso de separación y en su propia constitución psíquica como individuos, las cuales pueden manifestarse mediante ansiedades de separación muy fuertes e inclusive ansiedad de tipo aniquilatorio si la persona no consigue vías o sustitutos para lidiar con lo que moviliza la pérdida, aunque fuera temporal, de la figura materna. Esta tendencia va a repetirse más adelante con figuras sustitutivas de la madre: la pareja, el analista, u otra persona sobre quien se proyecte parte de la relación primaria con la imago materna.

 

 Abadí (1971), menciona que la obesidad es una defensa frente a la ansiedad de esta pérdida, ya que el tejido adiposo representa para el obeso un reservorio de alimento, siendo una internalización en su cuerpo de una madre nutricia y protectora que además le cuida del frio y de carencias psicológicas como la falta de afecto. En casos de una más profunda dependencia y una relación simbiótica, a decir del autor, puede existir la fantasía inconsciente del retorno a la vida intrauterina y el tejido adiposo pudiera representar a la madre embarazada que lo envuelve. Mencionará también que esta internalización de la madre se produce como defensa frente al temor de perderla y sufrir entonces una muerte retaliativa, pues al introyectarla como grasa la repara, la recupera, la controla en su propio cuerpo, a la vez que la protege de su propia destructividad y se protege detrás de ella, de la venganza edípica de padre y hermanos. A su juicio, las tendencias orales estarían dirigidas principalmente en función de esta reparación y únicamente de modo secundario en favor de la agresividad y destructividad oral.

 

Sin embargo, aunque no sea tan frecuente esta dinámica regresiva que lleve a la fantasía inconsciente del retorno intrauterino, es más común la regresión oral digestiva presente en la constitución y sostenimiento de la obesidad. Garma (1962), plantea y desarrolla una revisión a través del desarrollo libidinal y su recorrido inverso, donde se produciría una renuncia al disfrute genital y por ende un retorno a los modos de satisfacción propios de la fase oral del desarrollo psicosexual. Este planteamiento sería tomado posteriormente por otros autores y se considera crucial en la comprensión psicoanalítica de la obesidad.

 

El fundamento de esta explicación se basa en el conflicto entre los instintos y el superyó; si el niño en el que posteriormente se convierte el bebé, por motivos constitucionales y ambientales encuentra dificultades en su evolución instintiva ulterior, tal como pueden ser prohibiciones ambientales de su motilidad y genitalidad y si además tiene un fácil acceso a las satisfacciones alimenticias, entonces regresará y quedará fijado en esta etapa oral digestiva. Así mismo, debido a la tendencia a repetir en edad adulta lo que ocurre en la infancia, ante la presencia de conflictos que ocasionen renuncias a gratificaciones genitales, el individuo puede responder con una regresión a lo oral. Estas regresiones pueden ser pequeñas o más notorias al punto de llegar a influir en el tipo de alimento ingerido (leche, arroz, pasta, crema, papillas), pero tiende a ser una línea presente en sujetos con inclinación a la obesidad.  Este autor indica que generalmente es la madre quien en la infancia suele incentivar a dichos comportamientos instintivos predisponentes a la obesidad. Esto puede darse directamente de forma corroborable por la observación directa de terceros, o a través de representaciones psíquicas que remiten a una madre que no permite al individuo satisfacciones de tipo genital, como la masturbación, y que le impulsa a satisfacciones orales sustitutivas.

 

En ocasiones, más que dependencia está presente una subordinación a la madre o a sus subrogados, que impulsan a la alimentación y a engordar, a la vez que se rechazan otro tipo de satisfacciones. Su representación introyectada se pondrá de manifiesto constituyendo el superyó especial del obeso, el cual sustenta el sometimiento. Se trata de un superyó cruel y persecutorio derivado de una madre mala internalizada que le hace sentir el peligro de ser devorado por dentro o ser atacado y destruido por este superyó o sus sustitutos si abandona esta posición y se conduce genitalmente (Garma, 1962).

 

En otro nivel de representaciones que tienen que ver con imagen de sí que tiene la propia persona, se haya el esquema corporal del obeso (Abadí, 1971). Se trata de un doble esquema corporal, que por una parte muestra exteriormente a un sujeto satisfecho, rozagante y de grandes proporciones que sería la representación corporal fantaseada de la madre embarazada y que a simple vista pudiera engañar al observador, pero que en contraposición esconde un sujeto que se percibe a sí mismo como frágil y vulnerable.

 

En relación a estas representaciones corporales, destacará el papel que cumple el exceso de peso y el tejido adiposo desde lo psíquico. En particular, este ha sido un punto estudiado por diversos autores. En primer término, el tejido adiposo puede ser percibido como una reserva de alimentos y además como una protección contra el frío, constituyéndose en una especie de acolchado defensivo que protege al individuo contra las amenazas de un mundo potencialmente hostil, como si se tratara de un recubrimiento de goma o una cubierta llena de aire que puede amortiguar los ataques recibidos, creándose casi una sensación de invulnerabilidad que en lo inconsciente puede remitir al papel que cumplía el líquido amniótico en la fase intrauterina.  De la misma forma, el tejido adiposo puede terminar representando una especie de chaleco de fuerza que, mediante la limitación de sus movimientos, ata y cuida al sujeto de su propia destructividad sádico-anal y fálica.

 

Además, este chaleco tendría una apariencia satisfactoria, mostrando a un sujeto aparentemente bien nutrido, pero que en realidad termina representando la aceptación forzosa de sometimientos infantiles relacionados con las prohibiciones instintivas. Del mismo modo, sobre todo en sujetos que sufren y no logran desprenderse de la condición de obesos, como si fuese algo que les invade y de lo cual no se pueden librar, puede existir la fantasía del tejido graso como un ente parasitario de origen materno que deben resignadamente llevar encima, constituyéndose en un ente envolvente y sometedor que además impide satisfacciones instintivas avanzadas de orden genital y que le somete y controla a través de la alimentación. Ante el temor que desata, se hace necesario alimentar a este parásito interno antes que éste descargue su voracidad y ataque al propio portador (Abadí ,1971; Garma 1962).

 

En la misma línea, De la Balze, García y Tafallero (1971), plantearon la función de esta grasa como un mecanismo de defensa, no sólo contra las hostilidades del medio, evitando la agresión exterior al impedir “ser llevados por delante”, sino también ante diversos peligros del mundo interno y externo. De este modo, podría crear la fantasía de “ser grandes”, algo que en los adolescentes podría ubicarse en la lucha de su propia independencia e ir contra el sometimiento materno o de algún miembro de la familia. En contraste, deformaría el cuerpo e impediría convertirse en motivo de deseo e interés sexual para los otros, creándose una especie de escudo contra la genitalidad. De esta forma se aliviaría la ansiedad resultante entre las diversas tentaciones eróticas que pudieran existir y las prohibiciones sexuales derivadas de sus conflictos inconscientes. Así mismo, la obesidad podría entenderse como un sustituto de la insatisfacción sexual, producto de inhibiciones como la impotencia o la frigidez; por tanto, el disfrute que está impedido de ser alcanzado por la vía sexual genital se desplaza y a través de una satisfacción sustitutiva busca ser alcanzado mediante gratificaciones orales.

 

Otras funciones planteadas por estos autores abarcarían la compensación ante un sentimiento de abandono, como una forma de negar el dolor de una pérdida y contrarrestarla. En este sentido, mediante la incorporación masiva de alimentos se buscaría compensar una pérdida significativa para el sujeto, fuera esta de carácter material o económico, afectiva, intelectual o social, pudiendo haberse dado en un plano real de un acontecimiento exterior o en una situación únicamente psíquica; ante esto, el tejido graso establecería falsamente una presencia sustituta. También pudiera ser una forma de controlar las ansiedades movilizadas ante exigencias muy grandes que confrontan al yo a una tensión constante, pero que terminan por disparar conflictos internos, ante lo que se hace necesario una vía de escape para regular esta tensión; en este caso, aunque la grasa no cumpliría una función como tal desde lo psíquico, sería el resultante de la constante búsqueda de balance ante tales exigencias y responsabilidades.

 

Una última función psíquica planteada de este exceso de peso, sería la de un camuflaje que permitiría esconder detrás de la adiposidad la propia agresividad e instintos destructivos, aunque con la desventaja que, al no ser colocados afuera por estar reprimidos, sería un autoengaño inconsciente donde estos impulsos podrían terminar operando contra la propia persona. Este último planteamiento no estaría alejado de todas las complicaciones emocionales y de salud que conlleva la obesidad, que a la vez resulta una enfermedad psicosomática difícil de abandonar y cuya tendencia es a sostenerse a lo largo del tiempo.

 

No quisiera dejar de referirme a los aportes de Grinberg (1956) quien dialogando con varios de sus colegas acá citados, profundiza en el papel fundamental que para él tendría esta negación a la que hemos hecho referencia, en el comer compulsivo y la obesidad, afirmando que en estos casos se niega de manera implícita la ausencia, pérdida o destrucción del objeto mediante la incorporación repetida y continuada de los alimentos que lo representan, pudiéndose tratar de una destrucción o pérdida pasada o incluso anticipada, por lo que pudiera recurrirse a este mecanismo como una forma anticipatoria de lidiar con las ansiedades que genera esta posibilidad.  Para el autor, podría darse tanto desde una posición esquizoparanoide, reteniendo al objeto perdido pues se teme su desaparición al ubicarlo fuera de su control (por lo que puede anticiparse a sus ataques o retaliación), o desde una posición depresiva intentando restituirlo para así calmar las ansiedades de abandono y desamparo.

 

Al respecto, es importante recordar lo señalado por Klein (1952/1975) quien mencionó que la ansiedad de perder irreparablemente al objeto amado o indispensable aumenta la voracidad (p.82) así como los aportes de Hanna Segal (1956/1966) quien considera que en la posición depresiva los procesos introyectivos se vuelven más pronunciados que los proyectivos, en un esfuerzo por salvaguardar y retener dentro de sí al objeto de amor, repararlo, restaurarlo y re-crearlo. El problema principal de este mecanismo, dice Grinberg (1956), es que una vez que es incorporado el alimento, al poco tiempo la fantasía sustitutiva se vuelve inocua e insuficiente, además de teñirse de cierto matiz destructivo propio de la voracidad, por lo que el individuo necesita más alimento para intentar seguir calmando sus ansiedades movilizadas por la pérdida, la separación o incluso la destrucción del objeto que se pretendía incorporar. En relación a esto, dice:

 

en la posición depresiva, se pretende negar la destrucción del objeto utilizando la presencia material del sustituto alimenticio, esto se logra únicamente hasta el instante en que es ingerido, porque luego desaparece. Queda naturalmente la impresión sensorial, digestiva y afectiva de que se lo ha incorporado, pero es entonces que surge la vivencia penosa que dicho proceso incorporativo tuvo también un contenido destructivo para el objeto y es en esta forma que recomienza el ciclo angustiante exigiendo una nueva tentativa defensiva”. (p.165)

 

Es importante señalar que años más tarde, Chiozza (1997) haría especial énfasis en las fantasías en torno al tejido adiposo, en particular aquellas que lo hacían sentir como una reserva de energía (una forma de acumular para cuando se necesiten alimentos – o sus sustitutos-), y también como responsable de una forma corporal determinada que sería reflejo de su interioridad lastimada y de disconformidad consigo mismo, así como una fuente de calor, tal vez de índole afectiva, que operaría de modo sustitutivo ante la pérdida de un objeto de amor.

 

Como vemos, las motivaciones inconscientes que nos plantean estos autores pueden ser múltiples, pero creo que no deberíamos dejar de lado la posibilidad de haber quedado identificado inconscientemente con la figura de alguno de los progenitores, y aunque hemos dicho mucho de la madre, por qué no también con el padre, como figura fuerte, con presencia imponente, que el obeso de alguna manera intentaría reproducir mediante su propia corporalidad afectada, aunque quizás de manera un tanto torpe con una simbolización insuficiente.

 

Considero, así mismo, que la multicausalidad puede estar presente en los casos de obesidad con los que nos encontramos en la clínica contemporánea y que sería difícil atribuir su génesis y continuidad únicamente a uno de los posibles motivos inconscientes antes descritos, y es que muchas veces el síntoma es como un bote con distintas anclas, donde el análisis de una causa por sí misma no determina su elaboración o resolución si no se consideran las demás actuando en conjunto y de manera simultánea.

 

Percepción, padecimiento y sostenimiento de la obesidad

 

Frecuentemente la obesidad puede conllevar a otros problemas, no sólo de salud física como diabetes, hipertensión, diversos problemas cardíacos y metabólicos, sino también emocionales. El obeso muchas veces se expone al rechazo y al juicio crítico de sí mismo y de los otros, lo que repercute en su propia seguridad, derivando en sujetos tímidos, introvertidos y con importantes dificultades relacionales que en algunos casos pudieran derivar en un mayor aislamiento social, así como en fantasías sobre ser poco valioso. La percepción del propio self también suele verse alterada pudiendo producirse un rechazo de su cuerpo y una percepción desvalorizada de la propia persona, esto puede producirse por igual en hombres y mujeres, pero suele tener una relevancia mayor y un mayor sufrimiento en estas últimas, tal vez por alejarse más del estereotipo corporal de belleza socialmente más difundido y aceptado en la actualidad.

 

Sin embargo, a pesar de las dificultades que puede implicar el sostenimiento de la obesidad, en algunos sujetos la relación con la comida es ambivalente, como si una parte de ellos se opusiera al síntoma, mientras que otra parte sostiene el trastorno y se aferra a él, esto en parte pudiera explicar las dificultades que pueden tener estas personas para someterse a tratamientos efectivos de adelgazamiento y lograr su objetivo. Bloom y Kogel (1994) señalan que con la alimentación puede establecerse un vínculo similar al de algunas relaciones disfuncionales, ya que se han replegado al mundo interno de relaciones insatisfactorias que a pesar de lo malas que puedan ser, crean un sustituto a algunas personas y un ambiente contenedor que debido a diversas circunstancias no pudo tener en su pasado o su presente. Hay casos, particularmente en las mujeres, que éstas pueden llegar a estar tan involucradas y tan tomadas con el síntoma alimenticio que éste puede llegar a ser una defensa contra la ansiedad y la desintegración[2].

 

Es el caso de aquellas que centran su día y su rutina en el hecho de pensar qué comer, ejercitarse, pesar los alimentos, contar las calorías… aunque, estos ejemplos son sólo una parte y no todas las mujeres están tan tomadas por la sintomatología, dependiendo más de disparadores externos o internos que lo pongan de manifiesto, aunque de igual modo sirva para intentar calmar los estados de ansiedad, necesidad y baja autoestima.  Esto puede verse reforzado desde fuera por las tendencias imperantes en medios de comunicación y redes sociales sobre una vida sana o “fitness” donde el gimnasio, la alimentación saludable libre de grasas y el consumo de suplementos alimenticios en pro de reforzar una determinada imagen corporal bombardean constantemente, convirtiéndose en una especie de moda a la cual parece ser importante unirse y que en ocasiones termina siendo un nuevo elemento al cual fijarse, yendo más allá de la intención de mantener una vida saludable.

 

En aquellas personas desconectadas de sus necesidades o sólo con una conexión parcial a éstas (que pueden ser corporales, narcisísticas, sexuales, además de otras como poder, autonomía, confort, reconocimiento…) se puede utilizar la comida para representarlas o controlarlas. Del mismo modo, por el hecho de no querer exponer esta necesidad – o más bien por la importancia de negarla-, pueden someterse a estrictos tratamientos de adelgazamiento sólo para intentar mostrar a los demás y a sí mismos, que nadie verá esas necesidades, ni siquiera ellos, por lo que esa parte de ellas es disminuida al considerarla como muy egoísta, irracional, amenazante y vulnerable, y es escindida (clivada) del propio yo, quedando sin acceso a ella. Además, en algunos casos el mismo trastorno alimenticio puede brindarle una fachada y una forma menos dolorosa de expresar lo que está mal en su vida, pues tal vez sea más sencillo centrarse en ello, que remontarse a sus orígenes más dolorosos en la relación con la madre y los afectos en general. Así mismo, puede ser más fácil mantener el control consciente sobre la presencia del problema con el peso y el resultado de los esfuerzos en la lucha contra éste que sobre sus sentimientos relativos a sus demandas internas y el miedo o caos presente en las relaciones con otras personas (Bloom y Kogel, 1994).

 

En el caso de la obesidad, donde están presentes diversos problemas emocionales como trasfondo, el sujeto come compulsivamente por estas mismas causas independientemente de su sensación o necesidad fisiológica de hambre. Es como si no se tuviese una presencia interiorizada que pudiera producir calma, la misma está ausente o es muy frágil, por lo que se recurre al alimento como una forma de obtener a la madre buena – que pudo existir en mayor o menor medida – y de esta forma aliviar la ansiedad, rememorando tiempos en los cuales la presencia de la madre pudo haber resultado de gran alivio. Las autoras plantean que en algunos casos la comida puede llegar a ser vista como una especie de objeto transicional (Winnicott, 1971/1993), ofreciéndose a sí mismo como la solución a todas las necesidades desde el nacimiento; en la vida posterior, la comida emerge en el marco del espacio transicional para rebelarse y protestar en contra de su deprivación y por sus necesidades emocionales, anunciando que éstas se niegan a ser silenciadas, reafirmando su derecho no solamente a comer, sino a existir y ser tomadas en cuenta.

 

Como puede apreciarse, la obesidad puede darse y mantenerse por diversas situaciones. La adiposidad se constituyó como el eje central alrededor del cual el sujeto ha organizado su vida, por lo que al someterse a intentos de adelgazamiento se expone a un profundo desbalance y corre el riesgo que su defensa ante la ansiedad ceda, pudiendo emerger montos de desorganización muy grandes. El perder la obesidad le implicaría quedar expuesto a diferentes situaciones ante las que en un momento determinado logró construir una coraza más o menos útil y más o menos estable con la cual hacer frente a peligros internos o externos de diversa índole.

 

Sin embargo, más allá de operar como una defensa, o incluso permitirle beneficios secundarios producto de su padecimiento, en algunos casos la obesidad puede operar como un autocastigo o como resultado de una identificación. Como un autocastigo, el sujeto se atacaría a sí mismo, teniendo la fantasía de volverse una persona desagradable, no deseable, y la incorporación de alimentos a la larga podría terminar representando una incorporación de objetos malos que continúan destruyendo las partes dañadas de su yo y atacando a su objeto bueno interno ya frágil. Esto por supuesto, aunque opera contra el propio individuo, satisface el sadismo de su superyó y el masoquismo de su yo, aliviando la culpa. Bajo estas circunstancias, es normal conseguir resistencias en los tratamientos, pues abandonar su condición de obeso anularía el modo de expresión de su necesidad de autocastigo. Por otra parte, si fuese como resultado de una identificación, buscando querer parecerse al padre o a la madre y de esta manera obtener de manera fantaseada un triunfo edípico, o por el contrario buscar el amor del padre al que se asemeja, el adelgazar desmontaría dicha fantasía, confrontándole con el dolor de no lograrlo o no ser querido. Otras veces, simplemente no se desea adelgazar como un modo de venganza, de llevar la contraria y de agredir a un familiar cercano que puede empeñarse en que sí lo haga (De la Balze, García y Tafallero, 1971).

 

Por último, no podemos obviar la posibilidad que más allá de su génesis, y su padecimiento, el síntoma del obeso se mantenga también debido al aspecto satisfactorio del sufrimiento por el síntoma, a pesar del malestar que causa y de los esfuerzos conscientes por ir contra la enfermedad. Se produce una sobreinvestidura corporal narcisística y también de lo oral, que a la vez abarca la misma condición del sujeto como un ser obeso, lo cual le termina anclando a una posición difícil de dejar atrás, porque a pesar de todo, lleva consigo una satisfacción, aunque esta no esté inscrita en el orden de lo placentero, sino más allá del principio del placer. Esta necesidad de satisfacción que se repite una y otra vez no tiene que ver con el hambre fisiológica como tal, pues como diría Zukerfeld (1979), el obeso no necesita comer lo que come oralmente, sino que existe una concepción del hambre que sí existió y donde se apoyó de una vez y para siempre la pulsión erótica.

 

 

 

Sobre la influencia del entorno en la génesis de la obesidad

 

Me he referido previamente al factor mayoritariamente intrapsíquico en la génesis y sostenimiento de la obesidad.  Si bien, el mismo es fundamental, creo que no debemos dejar de lado el contexto en el cual el sujeto se encuentra inmerso, y acá hago referencia tanto al marco cultural y social, como a la misma familia, la cual tampoco se encuentra aislada de su entorno, sino que inconscientemente se ve influida y hasta determinada por el mismo de manera permanente, siendo a la vez parte de la sociedad que la influye, desde grupos de amigos, hasta estructuras mucho mayores.

 

Si pensamos en el mismo concepto de obesidad, debemos entender que no siempre fue percibida como lo es en la actualidad. En siglos pasados podía ser señal de abundancia, riqueza y hasta belleza, tal como se aprecia en el arte, desde el período antiguo del cual dan cuenta descubrimientos arqueológicos, hasta pinturas renacentistas que enaltecían un ideal del cuerpo femenino muy distinto al que manejamos hoy, el cual además era admirado por la nobleza de la época (Goretti, 2016).  Con el paso del tiempo, el desarrollo de la medicina moderna y de carácter preventivo, el concepto existente en torno al exceso de peso y de grasa corporal cambia, llegando a considerarse una enfermedad y casi una epidemia durante el siglo XX.

 

Esto, además está acompañado de las transformaciones sociales que llevaron a instalar la comida en un lugar de placer y, además, en una lógica voraz, del exceso, de la abundancia y de lo insaciable, donde siempre es posible tener más: lujos, bienes, ropa, sexo, viajes, más placeres en general que se pueden comprar; dentro de esta posibilidad de tener más, entra también el comer más y no necesariamente más tendría que significar comer mejor. Quienes desde la medicina han estudiado las vías fisiológicas que inciden en el apetito más allá de las necesidades nutricionales han dado clara evidencia de como más sal, grasas, azúcares y carbohidratos tienden a generar experiencias placenteras que buscan repetirse constantemente: el concepto de hambre hedónica hace referencia a estos postulados (Arciniegas, 2025)[3], tomando en cuenta percepciones de las sensaciones visuales, gustativas, olfativas, de texturas e incluso sonidos asociados a gustos y preferencias muy específicas y personales y que contribuyen a un mayor anhelo de comer.

 

Desde mediados del siglo pasado, y posterior al resurgir económico después de la Segunda Guerra Mundial, diversas cadenas de comida rápida comenzaron a tener un acelerado crecimiento, primero en Estados Unidos y después a nivel global. Productos económicos y accesibles, que lucen abundantes, apetitosos y que además no necesitaban demasiado tiempo para ser entregados al consumidor, se hicieron cada vez más deseados: hamburguesas, helados, frituras, refrescos, snacks y un sinfín de posibilidades de similares características, todos ellos además impulsados por un marketing multimillonario.

 

Desde hace algunos pocos años, la tecnología nos facilita además llegar a ellos desde aplicaciones que nos permiten recibir esta comida bajo pedido en nuestras casas u oficinas en un tiempo bastante corto, encajando perfectamente en un funcionamiento contemporáneo que demanda inmediatez y soluciones rápidas y donde el ritmo de la contemporaneidad parece confrontarnos con la poca disponibilidad del tiempo incluso hasta para preparar nuestros propios alimentos.  Gratificación, deseo, abundancia, poca espera, son solo algunos de los factores implícitos en estas dinámicas en las que estamos inmersos y que a su vez dificultan que sea sencillo para quien lucha contra su sobrepeso u obesidad no verse además permanentemente tentado a desear más y más alimento. 

 

Por otro lado, en este contexto donde el exceso está a la orden del día y los límites tienden a resistirse o hacerse difusos, encontramos también dinámicas familiares particulares de nuevos padres, que cuentan con abundante información, aunque no siempre adecuada ya que mucha de ella viene de redes sociales o de “influencers”, y que tal vez en su deseo de ser buenos padres se sienten impedidos de colocar los límites necesarios tanto en función de la información que reciben, como en lo que sienten necesario brindar a sus hijos. Comentan Sanahuja, Schwailbold, Roiser y Cuynet (2014) que la llegada del niño activa en estos padres una fuente de ansiedad para satisfacer las necesidades del bebé óptimamente. Por ello, si estos padres por alguna razón no cuentan con un continente suficientemente bueno, o adecuado, que les ayude a lidiar con las ansiedades propias de la paternidad primeriza (familias poco unidas, disgregadas por la distancia, o con imposibilidad de estar presentes), podrán tener dificultades a la hora de ofrecer gratificaciones al niño, entre ellas el alimento. Dicen: “consideramos la obesidad como una problemática del continente psíquico vinculado a un fracaso en la relación no solo del objeto primario, sino también del entorno familiar carente de la capacidad de contención” (p145).

 

Estas dificultades nos llevan a preguntarnos: ¿debe ser siempre el pecho a demanda como sostienen algunos pediatras? ¿o hay límites que salvaguardan un desarrollo psíquico capaz de enfrentarse a las frustraciones? ¿será que se teme que el no haga daño?  En este sentido, solemos encontrarnos con padres muy ansiosos, con dificultades de frustrar sanamente a sus hijos y en los cuales la presencia del pecho, y posteriormente de cualquier otra forma de gratificación (alimenticia o no) aparece constantemente como una forma de lidiar con las ansiedades de su pequeño hijo y de ellos mismos; en estos casos y sin la intervención de un tercero que resulte estructurante y continente a la vez, se estarán fomentando las bases para que se instale un apetito voraz, si además coincide con alguno de los factores intrapsíquicos antes mencionados en el primer tramo de este capítulo. 

 

El hijo desde su demanda constante, y sobre todo la experiencia de la maternidad - paternidad colindando con el temor de la insuficiencia, puede vivirse desde un lugar persecutorio que hay que aplacar o callar; además este exceso en la oferta parental también puede llegar a vivirse de la misma manera por parte del niño quien se sentirá abrumado con el exceso de estimulación y de satisfacciones que son puestas a su disposición por padres incontinentes que a su vez no se sienten lo suficientemente sostenidos, por sus propias familias, incluyendo factores transgeneracionales, o por el sistema que los rodea.

 

Esta, entre tantas otras situaciones pueden poner el exceso de alimentos, pero también de otras gratificaciones inmediatas, como por ejemplo la tecnología, a la orden del día como una vía rápida para acallar las necesidades y ansiedades, en lugar de fomentar la tolerancia y el desarrollo del pensamiento.  Si esta situación vivida para el psiquismo como externa, se mantuviese a lo largo del tiempo y si además se conjugara con factores internos propios del bebé como por ejemplo un apetito voraz o una tolerancia a la frustración insuficiente que no logra ser mediatizada por una madre muy ansiosa, tendríamos un claro ejemplo de una predisposición a la obesidad a futuro, por sólo mencionar una posible combinación.

 

Intentando dar un cierre…

 

Como hemos visto, puede afirmarse que la relevancia de la oralidad y la voracidad es fundamental y común en los planteamientos de diversos autores, así como la constitución de los aspectos buenos internos que se dan desde las primeras etapas del desarrollo, en conjunto con la lactancia y que permiten llevar a una sensación de saciedad, conformidad y hasta gratificación estable y relativamente duradera. No obstante, la génesis de cada caso de obesidad puede ser distinta, así como la significación psíquica que pueda tener el tejido adiposo, lo cual puede variar de manera singular, así como aquellos factores que puedan sostener el síntoma o influir en su origen, tanto a nivel individual como familiar y social, haciéndolo difícil de tratar y un tanto refractario a la escucha y la intervención psicoanalítica.

 

Por ello, un asunto tan complejo no permite establecer conclusiones apriorísticas y puede requerir de mucho tiempo antes de que algunas de las hipótesis antes esbozadas por las teorías puedan ser tenidas en cuenta como posible explicación a este padecimiento; creo que resultará necesario considerar una multiplicidad de factores, externos, familiares e intrapsíquicos y como se enlazan en cada caso en particular y aunque los dos primeros tengan importancia, considero que el partido definitivo se juega en la manera en cómo cada psiquismo individual media con la realidad que le viene desde afuera, con los recursos de su mundo interno y con sus propias vicisitudes. Por ello, la connotación inconsciente que se tenga del alimento, de los límites y de la saciedad o la falta de ella, entre muchos otros factores a tomar en cuenta del orden de lo interno será muy importante en cada caso, tanto como lo que valoremos en relación a los funcionamientos familiares y la posición subjetiva de los padres y de nuestros mismos pacientes en torno a la demanda imperante en el mundo en el cual habitamos hoy.

 

 Resulta importante considerar que a pesar que el origen de una obesidad, y me refiero particularmente a los casos más graves, pueda ser de origen emocional y vincular, una vez instalado en el cuerpo no es posible abordarle únicamente con la escucha y la palabra, como tampoco sucede en otras enfermedades psicosomáticas. De hecho, el acceso directo a la vía corporal, posiblemente ha eludido durante años la vía de la palabra como un camino representacional accesible a la expresión del dolor psíquico y es posible que detrás de ello encontremos funcionamientos familiares arraigados que conllevan a dificultades en la expresión de los afectos, por lo que no será una tarea fácil para abordarla.

 

 Tal vez por esta multiplicidad de causas y factores de sostenimiento, así como por estos mismos déficits representacionales, Etchegoyen (2014) no auguraba un buen pronóstico a la evolución de la obesidad mediante el tratamiento analítico, además de considerar que sólo en algunos casos quien demanda tratamiento trae la obesidad en primer plano como motivo de consulta; muchas veces aparece como un elemento secundario relegado por otras perturbaciones emocionales y aunque para el psicoanalista la relación sea más que evidente, es probable que quien consulta no tenga tan claro el nexo entre ambas situaciones.

 

 Bajo una mirada que no debiera de permitir una apología a la obesidad como una especie de “estilo de vida” sino como un problema a atender y sin caer en estigmatizaciones “gordofóbicas”, el psicoanálisis puede ser un buen acompañante de una intervención médica – nutricional adecuada, siempre que en el decurso del tratamiento se aborden los puntos que se han detallado previamente, teniendo en cuenta que algunos podrán tener mayor importancia relativa y otros podrán estar ausentes, esto según los factores individuales y la historia de cada analizando.

 

A propósito del día nacional de la prevención de la obesidad, que se celebra en Brasil los 11 de octubre, un post en Instagram de la sociedad de Brasilia resume en pocas palabras nuestra mirada:

 

“más que una cuestión de peso, la obesidad envuelve dimensiones afectivas, simbólicas y subjetivas. El modo en como cada persona se relaciona con el cuerpo y con el comer expresa historias singulares de placer, dolor, culpa y deseo.

 

El psicoanálisis invita a mirar más allá del síntoma corporal, buscando escuchar al sujeto y al sufrimiento que puede manifestarse en la relación con la comida. En vez de prescribir lo que debe ser controlado o evitado, el trabajo analítico propone un espacio de escucha, donde es posible reconocer lo que el cuerpo intenta decir”. (Spbsb, 2025) …  

 

 

Referencias de este capítulo:

 

Abadí, M. (1971). Nota acerca de algunos mecanismos en la psicogénesis de la obesidad. Psicología del Obeso. R. Alonso.

 

Arciniegas, R. (2025). El hambre: mecanismos fisiológicos. En Diabetes Actual, 3 (1), 46-59.


Bloom, C. y Kogel, L. (1994). Symbolic meanings of food and body. En Bloom, C.; Gitter, A.; Gutwill, S.; Kogel, L. y Zaphiropoulos, L. Eating Problems. Basic Books.

Chiozza, L. (1997). Obras Completas (vol. XII). Del Zorzal.


De la Balze, F.; García, D. y Tafallero, A. (1971). Dificultades psicológicas que perturban las curas de adelgazamiento. Psicología del Obeso. Rodolfo Alonso.

 

Etchegoyen, H. (2014). Los fundamentos de la técnica psicoanalítica (3era Ed). Amorrortu.

 

Freud, S. (1976). De la historia de una neurosis infantil. En J.L Etcheverry (trad.) Obras Completas (vol. XVII). Amorrortu. (Original publicado en 1918).


Garma, A. (1962). El Psicoanálisis: teoría clínica y técnica. Paidós.

 

Grinberg, L. (1956). La negación en el comer compulsivo y la obesidad. En Revista de Psicoanálisis, 13 (2), 160-169.


Goretti, M. (2016). Obesidad mórbida en la contemporaneidad: entre el exceso del cuerpo y el silencio de las palabras [Trabajo presentado]. XXI Congreso de FEPAL, Cartagena de Indias.  


Hinshelwood, R. (2004). Diccionario del pensamiento kleiniano. Amorrortu.


Klein, M. (1975). Algunas conclusiones teóricas sobre la vida emocional del bebé. En Envidia y Gratitud, y otros trabajos. Obras Completas (vol. III). Paidós. (Original publicado en 1952).


Laplanche, J. y Pontalis, J. (2012). Diccionario de psicoanálisis. Paidós. (Original publicado en 1967).

 

Riviere, J. (1974). Odio, voracidad y agresión.  En Melanie Klein, Obras Completas (Tomo VI). Paidós Hormé (Original publicado en 1937).

 

Sanahuja, A.; Schwailbold, M.; Rosier, L. y Cuynet, P.  (2014). Obesidad infantil y soledad parental. En Revista de Psicoanálisis, 71 (1), 145-158.


Segal, H. (1966). Notas sobre la formación de símbolos. En Revista Uruguaya de Psicoanálisis, 8 (4), 393-407.  (Original publicado en 1956).

 

Sociedade Psicanálise Brasília [@spbsb_psicanalise]. (11 octubre de 2025). Dia Nacional de Prevenção da Obesidade. Comer, corpo e sofrimento: o olhar da psicanálise sobre obesidade [Post]. Instagram.https://www.instagram.com/p/DPrK6WsgMA1/?igsh=MWExZ3FydnVnbWEwaQ==

 

Winnicott, D. (1993). Realidad y juego. Gedisa. (Original publicado en 1971).


Zukerfeld, R. (1979). Psicoterapia del obeso. Letra viva. 

 



[1] Sólo a modo de ejemplo, en una búsqueda realizada en el portal de la Revista Uruguaya de Psicoanálisis no encontramos ninguna entrada en cuyo título se mencione el tema. En la Revista de Psicoanálisis de la Asociación Psicoanalítica Argentina encontramos diez entradas, de las cuales, sólo una data de los últimos diez años, dos de los años 80 y el resto entre los años 50 y 60. En la Biblioteca Virtual de Psicoanálisis (Bivipsi)  donde se nuclean distintas revistas psicoanalíticas latinoamericanas, encontramos más entradas, pero muchas de ellas provienen de revistas médicas y en general es poca la referencia al tema en escritos de los últimos quince años que han sido indizados en dicha plataforma.

[2] Aunque las autoras dan un mayor peso a los efectos de esta situación en las mujeres, observo estos fenómenos cada vez con más frecuencia en algunos hombres, pudiendo atribuirse mecanismos muy similares en ellos.

[3] Este y todos los textos pueden incluir agregados y ediciones posteriores a la fecha original de escritura, la cual, he preferido destacar.

  Imagen del artículo de carácter ilustrativo, versión original: www.infobae.com

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