Pensando nuevamente la contratransferencia. Revisión y actualización.

 *Este trabajo implica una versión corregida, ampliada y mucho más exhaustiva del artículo titulado "¿Contratransferencia o transferencia del analista? Dos puntos de vista, una misma discusión" publicado en este blog en junio de 2014*

Daniel Castillo Soto

Para responder la pregunta “¿cómo nos emplea un paciente en un nivel pre-edípico? tenemos que volvernos a la contratransferencia y preguntarnos “¿de qué modo nos sentimos usados?”

Christopher Bollas, 1987

 

En el psicoanálisis existen consensos, pero también divergencias, ha sido así desde siempre; uno de los temas fundamentales respecto a los cuales parece existir cierto acuerdo, aunque varíe su manera de concebirse y abordarse técnicamente según la línea teórica, es el de la transferencia,  la cual puede considerarse como el conjunto de elementos inconscientes, que teniendo su punto de partida en las relaciones más tempranas con las figuras significativas, en mayor o en menor medida implica la reedición de afectos en el aquí y el ahora, los cuales son depositados en la persona del analista, siendo un fenómeno importantísimo que puede determinar no solamente el modo de relación existente entre el par analítico, sino que también condiciona para bien o para mal, los alcances o logros a los que haya lugar dentro del proceso. No exageramos si logramos afirmar que, sin transferencia, al igual que sin encuadre no hay posibilidad de análisis alguno. Sin embargo, es sabido que la relación no es unidireccional, sino que, con su presencia, con su escucha, con cada señalamiento o interpretación, se hace presente el analista, que aunque cumpla apegadamente los principios de ¿neutralidad?[1]y abstinencia, sigue siendo un ser humano. Entonces surgen las preguntas ¿qué pasa con los pensamientos, sentimientos, deseos o actos que aparecen en medio de la escucha y en mayor o menor medida también son de carácter inconsciente? ¿Cómo debemos tomarlos?

1. Orígenes controvertidos

Desde los inicios de la práctica psicoanalítica, la transferencia y su contraparte, la contratransferencia, han estado presentes de modo tan antiguo como el mismo tratamiento de las neurosis, de hecho, sin que fuese necesario denominarles como tal, quizá porque se trata de fenómenos propios de la relación analista – paciente y son intrínsecos al hecho mismo de ejercer esta profesión imposible de ser analista. Se ha dicho que Freud descubre “tardíamente” la transferencia como fenómeno, a pesar de haber estado trabajando con el tratamiento de la histeria desde años antes, y de la publicación pre psicoanalítica de Estudios sobre la histeria  en 1895 en conjunto con el Dr. Breuer y la complejidad de los casos clínicos allí descritos; sin embargo, no sería sino hasta la elaboración del caso Dora [ Fragmento de análisis de un caso de Histeria] en 1901 (publicado en 1905) que Freud se detiene a pensar y estudiar detenidamente en los efectos de la transferencia en el desarrollo y conducción de un tratamiento, algo que puede verse particularmente en el Epílogo de este material, atribuyendo la interrupción prematura que ella hace, a la falta de la interpretación de la misma.

“Yo no logré dominar a tiempo la transferencia; a causa de la facilidad con que Dora ponía a mi disposición en la cura una parte del material patógeno, olvidé tomar la precaución de estar atento a los primeros signos de la transferencia que se preparaba con otra parte de ese mismo material, que yo todavía ignoraba. Desde el comienzo fue claro que en su fantasía yo hacía de sustituto del padre, lo cual era facilitado por la diferencia de edad entre Dora y yo” (Freud, 1905. p.103). 

Al respecto, Gay dice que si bien Freud sentía la herida, no pudo definirla con claridad pues esta era demasiado íntima: “comprobó que no había reconocido la transferencia de Dora pero no supo reconocer tampoco su propia transferencia con respecto a Dora; la acción de lo que llegaría a llamar contratransferencia se le había escapado por completo a su autoobservación analítica” (Gay, 1989; p.293). El autor agrega que Freud estuvo lejos de mostrarse invulnerable frente a la seducción e irritante hostilidad de su joven paciente, siendo la lección aprendida del caso que el analista podía verse asaltado por emociones que a veces nublaban su percepción como terapeuta.

Este descubrimiento al que llegó por una vía tal vez ingrata y dolorosa, sería para Freud un punto trascendental en la construcción de la teoría psicoanalítica en sus comienzos, lo cual le llevaría no sólo a realizar algunas modificaciones en su propia forma de manejarse con sus analizados, a causa del sinsabor dejado por la partida de Dora, sino a elaborar posteriormente escritos técnicos como “Sobre la dinámica de la transferencia” (1912), “Recordar, repetir y reelaborar” (1914) y “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia” (1915), entre otros de sus escritos técnicos, en su empeño por sentar las bases del manejo adecuado del psicoanálisis, en particular de estos aspectos relacionales que podían generar desatinos y movilizar reacciones angustiosas en aquel médico poco experimentado que se iniciaba en el psicoanálisis y se topaba por primera vez con la emergencia de complicados fenómenos de transferencia.

Sin embargo, el descubrimiento y en general la posición asumida respecto a la contratransferencia fue siempre muy distinta. Freud únicamente se refiere dos veces de manera directa en su obra escrita a la contratransferencia y en ambas ocasiones la muestra como un obstáculo que habría que aprender a reconocer y dominar, o bien con autoanálisis o siendo analizado con otro analista. A partir de allí, su estudio durante años no sólo resultó escaso, sino que fue un tema polémico de abordar, tal vez debido a que pone sobre la mesa la subjetividad del analista como persona.

En 1910, sería la primera vez a la que hace referencia directa a este término, en “Las perspectivas futuras de la terapia psicoanalítica”, donde indica: “Nos hemos visto llevados a prestar atención a la «contratrasferencia» que se instala en el médico por el influjo que el paciente ejerce sobre su sentir inconsciente, y no estamos lejos de exigirle que la discierna dentro de sí y la domine” (Freud,1910; p. 136), dándole el carácter de un obstáculo indeseable dentro del proceso analítico que se hacía necesario superar, aunque mencionaría que a futuro la comprensión de la contratransferencia sería un gran progreso para la técnica. Par de años más tarde, en 1912, en Consejos al médico, tal vez uno de sus trabajos técnicos más importantes, compara el proceder del analista con el de un cirujano, ubicando a éste en un ideal a seguir.

“Aquella frialdad de sentimiento que cabe exigir del analista se justifica porque crea para ambas partes las condiciones más ventajosas. Para el analista el muy deseable cuidado de su propia vida afectiva; para el enfermo, el máximo grado de socorro que hoy nos es posible prestarle” (Freud, 1912; p. 115).

Por la misma época haría mención más indirecta a la misma en “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia” (Freud, 1914) en la cual habla sobre el manejo del analista frente a las complicaciones que podían surgir en la transferencia erótica, así como en una carta que en diciembre de 1913 había dirigido a Binswanger, donde la caracterizaba como “uno de los problemas más difíciles del psicoanálisis” (Tumas, s.f). 

Podría pensarse que este era un tema que resultaba incómodo para Freud, quien tal vez por su propia personalidad no se sentiría a gusto contactando con sus propios afectos frente a los analizados que recibía, y menos aún, exponiéndolos en sus publicaciones. Posiblemente tampoco contribuía el contexto donde el psicoanálisis debía abrirse paso, frente a la crítica de médicos apegados al tradicionalismo científico positivista y también de una sociedad moralista que le miraba con recelo, lo cual no brindaba espacio para permitirse estas aperturas, menos aún si se intentaba fomentar un determinado proceder entre sus seguidores, quienes se aventuraban a ejercer como analistas y a los que habría que alertar de posibles desviaciones. No obstante, fue una posición que Freud parece haber mantenido durante toda su vida, a juzgar del poco espacio brindado a al tema en su teorización, desde 1910 hasta 1938. 

Al respecto, Thoma y Kachele (1989) señalan que la contratransferencia podría haber contradicho el antiguo y venerable ideal científico con el cual Freud se sentía obligado a cumplir y cuyo seguimiento le convenía no sólo por convicción propia sino por la reputación, ya discutida, del método psicoanalítico. También es cierto que la fecha de los escritos técnicos ya citados coincide con un contexto de actings incestuosos contratransferenciales de Jung (con Sabina Spilrein) y Ferenczi (con su paciente Elma), lo cual hacía que la contratransferencia, o mejor dicho, las respuestas contratransferenciales, quedaran vinculadas a este tipo de actos y enamoramientos del analista, volviendo a  Freud proclive a considerarla como un elemento peligroso, por lo que consideraba necesario hacerse cargo de la misma y dominarla (De Urtubey, 1994).

 Sin embargo, que no estuviese explicitada en la literatura analítica salvo excepciones (con índole negativa) o no se contactase con ella como instrumento clínico, no quería decir que no estuviese presente. Muestra de ello pudiera ser el ya citado desconcierto dejado por la abrupta partida de Dora ante su imposibilidad para entender a tiempo y reaccionar frente al fenómeno transferencial que se hacía cada vez más presente en el tratamiento, o también el trato cercano con la Princesa Marie Bonaparte, a quien le unió una estrecha relación desde que fue su analizada, la cual luego decantaría en que Marie se volviese también su discípulo y se convirtiese en analista, hasta llegar a ser cofundadora de la Sociedad Psicoanalítica de Paris, y años después ayudara directamente a Freud y parte de su familia a escapar del nazismo en 1938, gracias a sus influencias políticas y diplomáticas. Qué decir sobre la desesperación y molestia frente al caso de Sergei (El Hombre de los Lobos) a quien en un determinado momento decidiera anunciarle la pronta finalización del tratamiento para intentar sacarle de la pasividad que éste arrastraba y luego mostrar en el historial su evolución como una mejoría exitosa. ¿Cómo poder negar la presencia de la contratransferencia de Freud frente a estos casos, por citar algunos, aunque no se le nombrase ni considerara como tal? De Urtubey (1994) al respecto comenta: “Creo que en realidad él descubrió la contra transferencia durante el análisis de Dora, sin llegar a bautizarla, y que fue gracias a su contratransferencia que pudo, durante este tratamiento, descubrir y nombrar la transferencia como fenómeno general del tratamiento” (p.721).

2. Un cambio de paradigma

      Tendrían que pasar alrededor de treinta y cinco años para que el tema se retomara activamente dentro del ámbito psicoanalítico de manera propositiva, algo que Heinrich Racker (1960) define como un hecho extraño y de contraste llamativo que se podría vincular con la propia posición de los psicoanalistas de entonces frente a la contratransferencia, a pesar que su descubrimiento por parte de Freud, y la necesidad instaurada por él de la propia revisión personal, había dado origen a la institución del análisis didáctico. Aunque habían existido aportes previamente por parte de Glover en 1927, English y Pearson en el año 1937 y Balint en 1939, estos iban orientados más hacia la definición del concepto que hacia un desarrollo del mismo en su función de instrumento (Coderch, 1990). Sobre este retardo en la evolución de tan importante concepto psicoanalítico, que pese a algunos de estos trabajos mencionados casi se retoma a mediados de siglo, dirá Etchegoyen (2014) que quizá era necesario que la técnica progresara al punto de poder descubrir sus propias falencias y que aquella noción de que el psicoanálisis transcurría entre un neurótico y una persona sana pudiera ser revisada.

Así progresivamente, la cenicienta de la técnica psicoanalítica se convertiría en princesa, y sólo después de esta transformación fue posible descubrirle otras cualidades (Thoma y Kachele, 1989), transformación que implicaría un cambio de paradigma y la puesta a un lado de narcisismos de los mismos analistas, que impedían contactar con los propios sentimientos sin que esto fuese una afrenta que hiciera peligrar la profesión.

Mención especial merecería el trabajo de Winnicott (1947) “El odio en la contratransferencia”, el cual, aunque hace referencia principalmente al trabajo con pacientes psicóticos y niños con marcadas carencias ambientales, deja planteadas claras ideas sobre una contratransferencia anormal, basada en los propios conflictos inconscientes del analista que harían aconsejable un nuevo análisis, así como por otra parte, tendencias, identificaciones y formas de relación pertenecientes a desarrollos y experiencias individuales del analista, a través de los cuales pudiera proporcionar un marco positivo al trabajo analítico (siendo tal vez una de las primeras menciones a la contratransferencia como algo no necesariamente negativo); de forma adicional, destaca la contratransferencia objetiva, donde habrían mociones de amor y odio del analista, que surgen en respuesta a la personalidad y comportamiento del paciente “objetivamente observados”.

La clara consideración de la contratransferencia como instrumento no se tendría en cuenta hasta las publicaciones de Paula Heimann en 1950 en Londres y Henrich Racker en 1955 en Buenos Aires. Es de importancia señalar, que aunque ambos trabajos fueron elaborados de manera independiente y nada hace pensar que un autor conociera de los desarrollos planteados por el otro, coincidirían en un punto fundamental: alejarse de la postura hasta entonces sostenida de considerar la contratransferencia como un obstáculo al cual hacer a un lado y, por el contrario, aprovechar su aparición como un instrumento que permitiera entender más del paciente y su inconsciente, orientando así el trabajo psicoanalítico en curso. Es más, aunque las fechas de publicación son disímiles, las presentaciones de los artículos fueron casi simultáneas. Heimann realizó su presentación del artículo “Acerca de la contratransferencia” en el Congreso Psicoanalítico Internacional de Zurich de 1949, y el escrito se publicó en 1950 en el International Journal of Psychoanalysis; por su parte, el trabajo de Racker fue presentado en setiembre de 1948 en la Asociación Psicoanalítica Argentina y publicado en 1953 en el Journal y en 1955 en la Revista de Psicoanálisis de APA.  Esto inauguraría un período muy fructífero de publicaciones dirigidas al estudio de la contratransferencia desde el modelo teórico predominante para la época, a pesar de las diferencias de Heimann con Klein, quien no consideraba de la misma manera al fenómeno contratransferencial. Es de destacar, que Racker continuaría estudiando sobre la contratransferencia casi hasta su muerte en 1961, y de hecho, en su libro Estudios de Técnica Psicoanalítica no sólo se recoge el trabajo original (bajo el título de Estudio V. Neurosis de Contratransferencia), sino que gran parte de este texto ahonda en el manejo técnico de la misma.

Profundizando, vemos que Paula Heimann (1950) consideró que el término contratransferencia designa la totalidad de sentimientos que el analista vivencia hacia su paciente, y a su juicio “la respuesta emocional del analista a su paciente dentro de la situación analítica, representa una de las herramientas más importantes para su trabajo”, catalogándola como un instrumento de investigación dirigido hacia el inconsciente del paciente, a la vez que señala que si el analista trabaja sin consultar sus sentimientos, sus interpretaciones serán pobres. Heimann llamaba al analista a tener una sensibilidad extensiva (más que intensiva), diferenciada y móvil, y proponía que estos sentimientos si bien debían tenerse en cuenta, no era necesario comunicarlos directamente, pero si podían ser de valor en la medida que se utilizaran como una fuente más de compresión de los conflictos y las defensas inconscientes del analizado. Cabe destacar que las observaciones de Heimann sobre la contratransferencia partieron de sus impresiones sobre los materiales clínicos de los candidatos que supervisaba, quienes se sentían muy angustiados por mantener el principio de neutralidad, lo que les obligaba a evitar cualquier respuesta emocional. De Leon y Bernardi (2000) destacan que si bien P. Heimann en un principio mantuvo una posición no muy distinta a Freud, en cuanto a considerar que el analista debía ser un espejo, a diferencia de los planteos freudianos, para ella la fuente de este fenómeno de la contratransferencia se ubicaba en el paciente y no en el analista, por lo que se podía emplear con utilidad clínica y no rechazarla de plano si estos sentimientos emergían en sesión. Con los años, la autora se distanciaría de la idea de la contratransferencia como creación total del analizado, así como de la tesis de fundamentar su aparición en base a la identificación proyectiva, y consideraría que puede haber puntos ciegos del analista responsables de respuestas emocionales que no correspondían a lo proyectado por el paciente, sino más bien a la transferencia del analista sobre el mismo; como anécdota, mencionan Thoma y Kachele (1989) que su cambio progresivo de perspectiva fue tal, que incluso en 1980 llegó a extrañarse de haber sostenido tal afirmación años antes, en fechas cercanas a la presentación de su reconocido trabajo de 1949.

Racker (1955), por su parte, pensaba que la contratransferencia al influir sobre la comprensión y conducta del analista, lo hacía también sobre el analizado y en especial sobre su transferencia. Agregaba que, así como en el analizado en su relación con el analista, están en juego su personalidad total, su parte sana y su parte neurótica, el presente y el pasado, la realidad y la fantasía, también esto pasaba en el analista, aunque con diferentes cantidades y cualidades en relación al analizado. Habré de enfatizar, que Racker no parece haber dejado de considerar la idea que en cierto punto la contratransferencia podría resultar un inconveniente para el proceso, sobre todo en la medida en que contactara con los aspectos más neuróticos del analista, llegando a proponer la neurosis de contratransferencia como forma de presentación más patológica de ésta, la cual terminaba por perturbar la labor del analista, ya que así como en el caso de la transferencia existía una conexión directa con la trama edípica, podría suceder lo mismo pero del lado del analista con su contratransferencia.

Posteriormente, en un esfuerzo por categorizar y operacionalizar desde la técnica el manejo de la contratransferencia, y tomando en cuenta las denominaciones propuestas por Helene Deutsch  para las identificaciones, en Estudios, Racker (1960) hablará por una parte de la contratransferencia positiva, la cual desempeñaría un papel básico en la comprensión del inconsciente del paciente a través de los sentimientos del propio analista, lo que implicaría la superación en el analista de sus contrarresistencias; por otra parte, mencionará la eventual emergencia de una contratransferencia negativa o sexual, que perturbaría la comprensión del analista y necesitaría ser constantemente analizada y disuelta. En paralelo, habla de la forma de identificación del inconsciente del analista con el material o el inconsciente del paciente, pudiendo ser concordante si hay una identificación con el yo, el ello, o el superyó del analizado, lo que llevaría a una respuesta parcial y contenida, proporcional a lo transferido por el paciente, pero también pudiendo ser complementaria, si se estuviera frente a la identificación del analista con los objetos internos de aquél. En este caso la respuesta sería menos fácil de regular, y conllevaría el peligro que el analista entrara en un círculo vicioso en el cual el impacto de la transferencia amenazara con encerrarlo, algo que el analista debería evitar. A su juicio era factible una “disociación sana” entre un yo vivencial e irracional, y un yo racional y observador, lo que posibilita la comprensión y modulación de estos sentimientos. 

Otro concepto de Racker importante de destacar es el de la contratransferencia indirecta y la contratransferencia directa. Con contratransferencia directa, Racker hace referencia al papel que inconscientemente jugaría el analizado para el analista, por sí mismo como individuo en su análisis; la contratransferencia indirecta, por su parte, recaería también sobre el analizado, pero en la medida en que éste es de gran importancia para otras relaciones de objeto del analista. En estos casos pudiéramos pensar en pacientes derivados por otros analistas-padre o casos de supervisiones curriculares, donde lo que el analizado moviliza en el analista tiene una connotación que va más allá de la situación analítica como tal: “también en todos esos casos, los objetos introyectados son transferidos al mismo tiempo al analizado, pero de modo indirecto; se podría aquí hablar de una sub-transferencia…” (Racker, 1960; p.200). Cabría preguntarse, a juzgar por los ejemplos dados en Estudios, si la movilización inconsciente que se produciría en estos casos, no correspondería a una contratransferencia más neurótica y complicada, pese a que, en mayor o menor modo, todos podemos estar implicados en casos donde el peso contratransferencial recae más directamente en otras situaciones que en el analizado mismo. Podríamos cuestionar, hasta qué punto en su profundización en las repercusiones contratransferenciales, las situaciones planteadas por el autor no serían aquellas donde el analista estaría colocando sus propias transferencias sobre el analizado o un contexto más amplio, y no únicamente sintiendo o actuando los efectos de sus proyecciones.

Además de un obstáculo o un instrumento, la misma contratransferencia representa un campo en el cual se ponen en juego importantes identificaciones que con su análisis van permitiendo el devenir del tratamiento. En su momento fue así con la transferencia, pero pasa lo mismo con la contratransferencia. El mismo Racker llegaría a plantear algunas ideas al respecto, mencionando el fenómeno como un campo en el que el analizado puede realmente adquirir una experiencia viva y distinta de la que tuvo (o cree haber tenido) originariamente.

Si hablamos de campo, habría que considerar que el desarrollo teórico sobre la contratransferencia se ve favorecido con los aportes de Willy y Madelaine Baranger en el contexto rioplatense durante los años posteriores (décadas de 1960 y 1970), planteándose la existencia de un campo dinámico bipersonal en el cual la misma situación analítica implicaría a analista y analizado en una situación de dos personas indefectiblemente ligadas y complementarias, así como el encuentro conjunto en torno a una fantasía inconsciente compartida; se trata de un campo de la pareja donde esta fantasía no pertenece al analizado sino a ambos y ante la cual la tarea no sería únicamente reconocerla, sino entenderla como algo que surge entre las dos partes.

 Esta fantasía tendría que ser permitida y reconocida por el analista, y a la vez que tomara cierta distancia, en una especie de desdoblamiento que le permitiera una segunda mirada de sí mismo y del analizado (es decir, del campo), debía tenerla presente para poder intervenir desde allí sobre el punto de urgencia principal o secundario, sacándole partido a la situación mediante un juego de identificaciones proyectivas e introyectivas, dadas dentro de un ambiente propio en el que intervienen factores importantes tales como la espacialidad, la temporalidad, lo funcional, un carácter siempre triangular (por la presencia del tercero ausente) y una ambigüedad esencial sin la cual no tendría lugar el análisis (Baranger y Baranger, 1961-62). 

Es claro que, en el caso de los Baranger, logran tomar y sintetizar aportes de diferentes autores sobre la contratransferencia, entre ellos el mismo Racker, además de considerar ideas propias de Pichon-Rivière y su propia experiencia en el trabajo con grupos, permitiendo constituir una teoría original donde el papel del analista quedaba mucho más involucrado en la dupla con el paciente. No se trataba más de un analista observador e interpretativo, sino de un observador participante, corresponsable de lo que pasaba en la situación analítica. A mi entender, más allá de las críticas que señalan este aporte como simétrico, pese a que los autores defienden el carácter asimétrico del campo (ya que el analista se involucra de un modo distinto que el analizado), esta teorización es de gran importancia en el entendimiento del interjuego transferencial – contratransferencial de una sesión y del proceso de análisis como tal.

Dentro de la misma línea del psicoanálisis kleiniano, resaltan los aportes de Leon Grinberg sobre la contraidentificación proyectiva y de Money-Kyrle en relación a la contratransferencia normal.  El planteo de Grinberg, originalmente presentado en la Asociación Psicoanalítica Argentina desde 1956, respalda y continúa las ideas de Racker, y propone un gradiente que va desde la contratransferencia concordante, pasando por la complementaria, hasta la contraidentificación proyectiva,  la cual quedaría descrita como una reacción no pensada del analista en respuesta a una fuerte identificación proyectiva del paciente, atribuyendo este fenómeno al uso particular de este mecanismo de defensa por parte de personalidades muy regresivas. La diferencia fundamental con la contratransferencia complementaria es que en este caso el analista se ve forzado a actuar un papel que le es impuesto de modo inconsciente por el analizado, siendo la violencia de su identificación proyectiva lo que le mueve a asumir ese rol.  En este caso, los objetos internos del paciente con los que el analista se identifica son vividos como propios, representando objetos internos del mismo analista, al punto que éste no participa ya pasivamente, respondiendo desde sus propios conflictos, tal como ocurría en la contratransferencia complementaria de Racker, sino que queda dominado y comprometido por el proceso proyectivo del paciente. Cabe destacar que tal como plantea el autor, en la contraidentificación proyectiva no intervendrían los conflictos específicos del analista, sino que éste únicamente responde ante la violencia de un tipo de identificación proyectiva definida como patológica, la cual genera efectos importantes sobre el receptor, siendo más que una fantasía omnipotente tal como fue descrita originalmente por Melanie Klein[2]. Estos aportes de Grinberg además de sumar y aportar a la teoría de la contratransferencia, y de evidenciar un problema técnico-clínico a ser considerado y estudiado, van más allá, dándole mucho peso al rol comunicativo no verbal de la identificación proyectiva y sus efectos reales sobre el objeto, algo que sostendría por años a lo largo de su obra (Grinberg, 1956, 1957,1958,1959, 1963 y 1976).

Sobre la contratransferencia normal, Money-Kyrle manifestó que la misma estaba presente en todo análisis que marchaba adecuadamente. El analista se vuelve más consciente de los procesos identificativos y proyectivos y logra reproyectar aquello que le había atribuido el paciente al interpretar oportunamente. En ese sentido, Money-Kyrle (1956) afirmaba que le parecía que la fase en que el analista era más consciente era la fase proyectiva, en la que el paciente era representante de una etapa anterior inmadura o enferma del propio analista, incluyendo sus objetos dañados, los cuales el analista lograba comprender y por ende tratar por medio de la interpretación.

El mismo autor mencionaba que este funcionamiento podía ser más bien ideal, puesto que la comprensión del analista estaba en riesgo si los procesos del analizado coincidían demasiado con sus propios aspectos inconscientes no analizados o no comprendidos, tornándose oscuro el material. Sin embargo, aun marchando bien el análisis, era usual que el analista quedara colocado en roles contratransferenciales del tipo parental, complementarios a los conflictos infantiles que emergían en el paciente, los cuales además suelen ser los más comunes a desplegarse[3]. Una aclaratoria que hace Etchegoyen, refiere a que normal, desde el planteo de Money-Kyrle, no quiere decir totalmente sublimado y libre de conflicto, sino más bien, lo usual, la norma en cada proceso, siendo el encuadre y la asimetría que impone, lo que nos permite rescatarnos al ejercer nuestra labor en medio de todos estos procesos identificativos, a lo que pudiésemos añadir la protección que brinda un análisis suficientemente bueno, aunque siempre incompleto del propio analista.

Años después, Betty Joseph (1985) consideró importante tener en cuenta los aspectos no verbales de la comunicación entre paciente y analista. En este sentido, hay que atender no sólo a la forma en cómo el paciente responde a las interpretaciones, sino también al modo en cómo las escucha, en cómo se relaciona con su analista paralelamente y más allá de las palabras, así como en los cambios que emprende en su vida, ya que el analizado tiende a presionar y usar al analista, llevándole a actuar según sus defensas y sus relaciones de objeto primitivas. Estos aspectos puestos en juego en lo no verbal serían los más profundamente inconscientes, ya que son actuados en la transferencia y colocados en el analista mediante identificaciones proyectivas inconscientes, que sólo pueden ser captadas a través de la exploración del registro contratransferencial, y serían los elementos clave que deben ser interpretados para poder generar un verdadero cambio psíquico en el curso del análisis.

Pudiéramos sostener la afirmación que la concepción de la contratransferencia como una herramienta de gran valor para la comprensión de la situación clínica con el paciente, es producto del trabajo de diferentes autores de formación y pensamiento kleiniano, lo cual resulta casi paradójico, pues la misma Klein intentó disuadir a Heimann en favor de que no presentara su trabajo “On countertransference” por no estar de acuerdo con los planteamientos que se hacían, ante lo cual Heimann habría tenido que excusarse diciendo que en realidad Freud había visto las cosas de manera similar, o al menos actuado clínicamente según ese parecer, sólo que habría sido mal interpretado (Thoma y Kachele, 1989). Sin embargo, pareciera ser un factor común de diversos analistas que sentían afinidad por las teorías de Klein, que en su mayoría, éstos consideraron importante tener en cuenta la interpretación a partir del análisis y discernimiento de la contratransferencia, como parte de las herramientas disponibles para el analista, aunque debe aclararse que, a pesar de tener puntos de vista en común, también podían haber algunas divergencias o modificaciones técnicas en las cuales no había coincidencia o puntos de vista que variaron a lo largo de los años[4].

3. En las aguas del Río de la Plata

Debe destacarse, que en particular en esta región, la influencia del pensamiento kleiniano caló muy hondo tanto en la asociación argentina como en la uruguaya, en parte gracias a los postulados de Racker, los Baranger, así como de otros analistas formados en medio de estas posturas teóricas predominantes, existiendo una producción teórica bastante fecunda sobre el estudio de la contratransferencia a lo largo de varias décadas. Además de los aportes de estos dos autores, y las ideas de Grinberg ya explicadas, pudiera mencionarse también el aporte de David Liberman al estudio de la contratransferencia, quien llegó a considerarla en un marco de estudio general de la interacción comunicativa que se da en el análisis, lo cual incluía el acercamiento a los procesos de transferencia y contratransferencia a través de la revisión de secuencias narrativas en la sesión, las cuales podían ser abordadas mediante los aportes de la lingüística y la teoría de la comunicación (De León y Bernardi, 2000).

Años más tarde, Luisa de Urtubey (1994) dirá que la contratransferencia contribuye a la construcción, desarrollo y resolución de la situación analítica, posibilitando la comprensión de lo que el paciente no sabe y lo que el analista tampoco conoce previamente, pero desea descubrir. Distingue entre los elementos manifiestos de la transferencia y la contratransferencia, de otros de carácter latente, pues la contratransferencia sería esencialmente inconsciente en un nivel dinámico y el contenido manifiesto sería, como en el sueño, resultado del disfraz del contenido latente. Propondría que el manejo de la contratransferencia implica un trabajo (al estilo de la concepción freudiana de “trabajo” del sueño, o trabajo del duelo…) muy ligado al autoanálisis, el cual sería necesario para ir hasta los elementos más inconscientes a partir de momentos puntuales de mayor intensidad transferencial – contratransferencial. Este trabajo de la contratransferencia permitiría que a partir de una señal particular (generalmente un afecto), si se maneja adecuadamente y de forma interna en el analista, se pueda derivar en una interpretación acertada, y a su vez, en una reestructuración o nueva organización de la situación analítica. Esto conllevaría un levantamiento de las represiones, la reintegración de los clivajes y las caídas de las defensas del paciente y las propias, dando paso a un trabajo de desciframiento que posibilitaría la emergencia de algo más interpretable, desmontando condensaciones y desplazamientos, luego de utilizarlos como punto de partida en la mente del analista.

 Sin embargo, el lugar que tenían las teorías kleinianas como referencia predominante en la región, había comenzado a cambiar a partir de los años 1970, con la llegada de nuevas olas de pensamiento psicoanalítico distintas, entre ellas, el psicoanálisis francés y particularmente las ideas de Jacques Lacan, lo que además de abrir debates y controversias respecto a la contratransferencia como tal, influiría en un giro en el esquema de pensamiento de una parte de los analistas de la época, algunos de los cuales abandonan sus posiciones teóricas previas, mientras que otros se ven en la necesidad de replantear parte de sus formulaciones anteriores sin desligarse completamente del pensamiento de Freud o Klein. De esta manera, disminuiría la preponderancia que tenía un marco teórico bajo el cual el trabajo con la transferencia era fundamental y los fenómenos proyectivos e introyectivos podían sostener y explicar la utilización de la contratransferencia como un instrumento de provecho clínico para poder indagar en el inconsciente del analizado.  Así, el giro hacia un pensamiento psicoanalítico más diverso pareciera haber incidido en un menor interés por el estudio de este fenómeno.

Beatriz De León cita los resultados de un trabajo de investigación desarrollado en 1998 en la Asociación Psicoanalítica del Uruguay, donde se ve cómo hay una disminución importante entre inicios de los años 1970 a finales de los años 1980 en los descriptores de la Revista Uruguaya de Psicoanálisis que hacían referencia a la contratransferencia, a la vez que disminuían las citas a Heimann, Baranger y Klein, pero aumentaban las citas a Freud y Lacan:

“Esta investigación (…) mostró un descenso de la temática de la contratransferencia entre los años 75 al 89. Mientras que en los años 65 al 69 el porcentaje de trabajos publicados sobre el tema de la contratransferencia era casi un 10%, entre los años 75 a 79, el porcentaje desciende a 0%, considerando el total de trabajos publicados” (De León, 2000).

También entre los años 60 y 90 disminuiría significativamente el uso de las interpretaciones transferenciales, al igual que las relativas a los aspectos agresivos, y aquellas que buscaban una mayor compresión del paciente en relación con sus sentimientos hacia sí mismo (Bernardi et al., 1997).  De León sostiene que, en su visión, la postura de Lacan que no coincidía con los planteamientos kleinianos sobre la contratransferencia, incidió en que al menos en el Uruguay, el estudio de esta temática se convirtiera en algo menor durante un tiempo. Personalmente, a través del intercambio con colegas de otras latitudes he podido observar cómo históricamente la influencia del pensamiento lacaniano y de otros autores de la escuela francesa, generó interés en muchos analistas latinoamericanos, lo que les llevó a revisar sus marcos teóricos implícitos y abrirse a otras teorizaciones que para la época resultaban novedosas, mientras que en otros casos, generó rechazo y un afianzamiento de sus referencias teóricas anteriores, predominantemente kleinianas.

4. Voces divergentes…

Sin extenderme demasiado en una honda profundización sobre los puntos de vista diversos a todos los desarrollos sobre la contratransferencia, debo mencionar que no existió jamás un consenso generalizado sobre la pertinencia del uso de la misma como instrumento y que desde un inicio esta posición recibió críticas diversas. Una de las primeras reacciones contrarias vino del movimiento norteamericano, mucho más afín a la Ego psychology, en donde existió preocupación por el rol distorsionante que podía implicar el trabajo con la contratransferencia tal como estaba siendo planteado.

Por ejemplo, Arlow, siguió una línea similar a los planteamientos de Freud al considerarla un obstáculo en el proceso analítico. Este autor reserva el término contratransferencia para las manifestaciones que encuentran su origen en la neurosis infantil del analista, donde el paciente representa para él un objeto del pasado en quien proyecta sus propios sentimientos y deseos, en forma similar a como ocurriría con la transferencia desde el paciente.  Así, las respuestas conscientes del analista sólo podrían ser tomadas como contratransferencia cuando adquirían una fuerte intensidad, dando sospechas de un conflicto inconsciente del propio analista.  Arlow distinguió también la relación real que existía entre el analista y su paciente de las mismas reacciones de transferencia y contratransferencia, distinguiendo también esta última del término empatía, la cual implicaría identificaciones transitorias, mientras que la contratransferencia estaría dada por identificaciones persistentes que afectan el vínculo analítico. Uno de los efectos sería que el contacto con la problemática del paciente reactivaría los impulsos neuróticos en el analista y su defensa contra los mismos, llevándolo, por ejemplo, a hacer intervenciones racionalizadoras. De este modo, la comprensión de la contratransferencia lo conduciría a hacerla desaparecer, permitiendo la emergencia de otros aspectos del análisis (Arlow, 1985).

Ideas similares habría sostenido Leo Rangell, quien en congresos latinoamericanos en los años sesenta, a modo de contrapunto con las ideas de los Baranger, habría expresado que en realidad el proceso psicoanalítico se da en el paciente y no entre paciente y analista como sostenían éstos (Etchegoyen, 2014). Sin embargo, esta fue la postura general de la gran mayoría del movimiento norteamericano en relación con la contratransferencia durante décadas. En su gran mayoría, los analistas norteamericanos de la época habían emigrado desde Europa durante la guerra y al insertarse en una nueva cultura extraña, ellos, quienes habían sido además muy cercanos al mismo Freud, habían tratado de preservar su legado lo más inalterado posible. De esta forma, habían apoyado las ideas de Anna Freud durante el período de las grandes controversias y los planteamientos kleinianos eran vistos con recelo y de forma un tanto fantasiosa. En general, si bien no negaban la existencia de la contratransferencia, pensaban que la misma era producto de los mismos aspectos neuróticos del analista y que por tanto debía ser puesta a un lado en favor del trabajo con el paciente.

Annie Reich sería una de las primeras voces en responder a las ideas que planteaban un uso técnico de la contratransferencia, con una serie de artículos desde 1951, y aunque reconocía que la misma era inevitable y hasta esencial si el analista estaba comprometido emocionalmente con su trabajo, enfatizaba que la postura que debía prevalecer era la de Freud, al considerarla un elemento que podía interferir con la capacidad para escuchar y responder a las comunicaciones del paciente, de modo que las reacciones contratransferenciales debían ser revisadas y controladas, bien con autoanálisis o con análisis personal. Durante décadas, la gran mayoría de los psicoanalistas llamados “clásicos” se adhirieron a esta postura, al punto que en los institutos psicoanalíticos de la zona no estaba bien visto que el analista mostrara sus reacciones personales motivadas por el material del paciente, e incluso algunos libros de técnica psicoanalítica excluían el término de su índice de contenidos, viéndose el tema con cierto estigma, pues el buen analista tendría poca contratransferencia o sería capaz de resolverla en privado. Salvo pocas excepciones, esta línea se mantendría durante décadas, hasta mediados de los años setenta cuando la primera generación de analistas emigrados de Europa y su círculo más cercano va perdiendo poder progresivamente en el movimiento psicoanalítico norteamericano, y se va dando una gradual apertura a nuevos conceptos y teorías que incluían el estudio sobre las teorías de las relaciones objetales, la identificación proyectiva, las fantasías del paciente y los planteamientos kleinianos en general, así como también la validez técnica del uso de la contratransferencia (Jacobs, 2002; De Celis, 2007)[5]. Owen Renik, Thomas Ogden o Christopher Bollas[6] son ejemplos de analistas norteamericanos que las últimas décadas han mostrado interés por el estudio de otras líneas teóricas, con influencia de autores ingleses o franceses y que han planteado nuevas teorizaciones relevantes sobre la contratransferencia, muy distintas a las sostenidas por los analistas clásicos americanos.

Volviendo al caso de Lacan, aunque la postura teórica y técnica era contraria a la idea del uso de la contratransferencia como instrumento, y el acercamiento a sus teorías produjo, en parte, los efectos ya mencionados, el origen de estas divergencias era otro muy distinto. Con la influencia de sus propias ideas sobre el estadio del espejo, así como la distinción del registro simbólico del imaginario, y teniendo en cuenta la dialéctica hegeliana sobre el amo y el esclavo, Lacan se mostró reacio a aceptar el uso técnico-instrumental de lo contratransferencial, por considerar que favorecía la alienación del analizado y su atrapamiento en un registro imaginario en la relación intersubjetiva dual con el analista, lo cual era contrario a su forma de concebir el proceder del psicoanalista, quien siempre debía marcar una posición estructuralmente diferente a la del paciente y ubicarse en una transferencia simbólica. Por ejemplo, consideraba que centrar el trabajo en las interpretaciones de transferencia y contratransferencia podía contribuir a reforzar en el análisis los vínculos duales de este analizado, con sus connotaciones de amor y odio y su ilusión narcisista de completud, a la vez que sobredimensionaba sus aspectos regresivos y la afectividad del analista, favoreciendo su reeducación emocional (Lacan, 1958) e identificaciones narcisistas. Adicionalmente esta relación dual sería indicador de una simetría poco beneficiosa para el tratamiento (De León, 2000).

Aunque en sus primeros trabajos en relación al tema, Lacan acuña el término “contratransferencia”, si bien no la niega, su posición fue siempre crítica, ubicándola en el lugar de obstáculo para el tratamiento, resistencia, punto ciego del analista... “la suma de los prejuicios, de las pasiones y de las perplejidades del analista, incluso de la insuficiente información del analista” (Lacan, 1951, p. 214). Con los años y por la argumentación ya referida en el párrafo anterior, Lacan (1958) va a señalar la impropiedad conceptual del término contratransferencia, prefiriendo hablar de las formas -imaginaria o simbólica- en como el paciente y el analista pueden estar implicados en la transferencia; la contratransferencia, no sería sino efecto, parte de ésta.

A este respecto, Chemama y Vandersmersch (2010) aclaran que, si el término no resulta pertinente, es porque el analista en el dispositivo de la cura no es un sujeto, sino que hace la función de objeto, objeto fundamentalmente perdido (en relación a ser semblante del objeto a). Durante algún tiempo más, Lacan hizo referencia crítica sobre cómo la contratransferencia era entendida por la “moda” desde el psicoanálisis en aquel momento, sosteniendo su postura en seminarios como La Transferencia (Seminario 8) y La Angustia (Seminario 10). En este último (Lacan, 1962-63) va a decir que la contratransferencia es “todo aquello que, de lo que recibe en el análisis como significante, el psicoanalista reprime”, cuestionando cómo la presencia del deseo del analista puede entorpecer que el propio deseo del paciente se haga presente (acá Lacan va a hablar de implicación); la problemática del deseo del analista también había sido planteada en el Seminario 8 (Lacan 1960-61), en el apartado dedicado a la Crítica de la Contratransferencia, en el cual dice que el i(a)[7] del analista debe jugar al muerto, como si se tratara de una partida de bridge. En este discurso, además de una oposición respetuosa a Money-Kyrle, cuestiona tanto la postura clásica, que exige una apatía analítica, como la del círculo kleiniano, pues los planteamientos de estos últimos implicarían una comunicación entre inconscientes y una dinámica de proyecciones e introyecciones que cataloga como “casi mágica”. Años después en el Seminario 21, Lacan (1973-74) dirá que si en nuestra función de analistas somos capaces de afectar y dejarnos afectar es porque la transferencia es del analista, llegando a afirmar que existe sólo una transferencia, la del analista mismo, sujeto al que se le supone un saber…

De esta manera, quedó acuñado el uso que se sigue haciendo hasta la actualidad en los ámbitos lacanianos de la transferencia del analista, la cual se ubicaría en una posición distinta a la de la contratransferencia, pero que daría cuenta de un problema técnico, pues desde esta posición, el analista no es capaz de rescatarse de sus propias identificaciones, lo cual supondría un problema para el devenir de la cura y daría cuenta de un mayor riesgo de simetría en el trabajo con el paciente. Lander (2014) dirá que a partir de la observación de Lacan sobre la impropiedad conceptual del término “contratransferencia”, es posible distinguir los efectos legítimos que la transferencia del paciente genera en el analista (los efectos de los significantes del discurso de éste) de la transferencia del analista en sí misma. En el primero de los casos, el analista podría tener capacidad de discriminación y comprensión e intervenir desde una posición analítica asimétrica al momento de interpretar; esto sería distinto al caso en que los afectos del analista podían interferir en su trabajo, no permitiéndole rescatarse de las identificaciones que le produce el discurso de su interlocutor, quedando opacado para captar los elementos del inconsciente de su paciente, destacando que sería a esto último que se refiere Lacan cuando marca el problema de la transferencia del analista.

5. Breve crítica reflexión y discusión.

            Tal vez ustedes, queridos lectores, esperarían que después de esta extensa, pero necesaria disertación teórica, sobre los orígenes y desarrollos del concepto de contratransferencia a lo largo de los años, que a su vez toma en cuenta la evolución del mismo y algunas visiones contrapuestas en distintas regiones del mundo, pudiese ahora presentar algún material clínico que ilustrara más claramente lo presentado. No obstante, la difusión y el alcance que pudiera tener esta publicación nos invita a ser prudentes sobre todo considerando lo detallado que tendría que ser para poder figurar bien todo el trabajo de contratransferencia, que, a modo interno, el analista hace hasta descubrir qué de lo que resuena en si mismo tiene que ver con aspectos inconscientes del paciente. Esto es un trabajo que puede, desde tomar minutos en una misma sesión, hasta llevar meses para esclarecerse, tiempo durante el cual el propio análisis o autoanálisis del analista y también la supervisión de casos con un colega puede ayudar en esta clarificación.

            Quizá por esto, prefiero dar dos breves ejemplos en su lugar, sin ahondar en aspectos de vida de ninguno de mis pacientes. Hace un tiempo, un analizado con quien llevaba años trabajando en alta frecuencia, me comunica su deseo de interrumpir el tratamiento; en ese punto, durante las semanas anteriores de su análisis, yo había tenido la particular sensación que ninguna de mis interpretaciones era realmente efectiva, ni lograban movilizar emocionalmente, al menos no lo suficiente como para producir insight y cambio psíquico. Por el contrario, tenía la vivencia que hablaba con una pared, y que muy hábilmente mi paciente racionalizaba todo lo que le decía y lo rebatía o incluía dentro de argumentos muy extensos sobre sus expectativas laborales y financieras.

Me tomó varias sesiones, posiblemente un par de semanas, entender que el no escucharme era su forma de mostrarme cómo no se sentía escuchado por su propio padre, con quien le unía una relación ambivalente, y ante quien se esforzaba mucho por intentar hacerle cambiar en sus comportamientos sin lograr los resultados esperados, lo cual era altamente frustrante para él, así como lo estaba siendo para mí su cara más resistencial. Una interpretación oportuna sobre dicho particular, que mostraba la reedición transferencial de esta escena perteneciente a su vínculo más conflictivo, permitió que el paciente finalmente pudiese ser sorprendido por mis palabras, y al no poder racionalizarlo, lograse admitir su dinámica defensiva en las sesiones y se permitiese continuar trabajando en análisis un tiempo más.

Otra situación llamativa ocurrió recientemente cuando noté que me había distraído en el curso de una sesión, esto a raíz de un ruido externo en la calle, que sin ser tan fuerte, me llevó a pensar momentáneamente en otra cosa e interfirió mi capacidad de escucha. En este caso, me encontraba analizando a una paciente joven quien sostiene una mala relación con su madre, que tampoco la miraba lo suficiente, o al menos no de la forma en que ella hubiese querido, lo hacía más bien para exigirle o criticarla. El reflexionar en la misma sesión sobre la causa de mi descuido, una vez que pude rescatarme, me permitió pensar en cómo quedaba desplazada por cosas que ocurrían repentinamente y le hacían quedar en un segundo plano. Sin notarlo inicialmente, yo había repetido el mismo patrón de todos sus vínculos, quienes parecían desplazarla y no prestarle suficiente atención.

Sin hacer referencia a mi propia distracción, una intervención sobre el final de la sesión, me permitió mostrarle esta dinámica vincular de la cual ella se quejaba por momentos, pero no era consciente de su repetición. Luego de la interpretación, surgieron recuerdos de infancia que mostraban cómo en la relación con sus hermanos menores, ella quedaba relegada a un segundo plano, estando obligada a cuidarlos, a la vez que sus propias necesidades y deseos de una niña en el segundo lustro de su vida quedaban de lado sin ser escuchadas, confirmándome al menos en parte, la hipótesis planteada.

            Pensaría que se hace necesario recalcar, que en mi revisión teórica el mayor peso está puesto en autores de corriente kleiniana, pues como lo he dicho, el concepto de contratransferencia debe su mayor auge a los desarrollos y planteamientos de autores de esta escuela, pese a la oposición inicial de Klein; además, se trata de una línea de pensamiento con la que coincido y me siento cómodo trabajándola teóricamente, además de resultarme muy útil en la clínica día tras día. Quizá, pudiera hacerse una revisión aún más exhaustiva e incluir ideas de algunos analistas ingleses de renombre que sólo quedan mencionados a lo largo de este trabajo, o tal vez de otros franceses o norteamericanos que realizaron críticas y aportaciones importantes al estudio de la contratransferencia. Sin embargo, considero que es imposible abarcarlo todo, así como resulta imposible complacer a todo el mundo todo el tiempo. Quizás en ese sentido, alguien que sostenga una corriente teórica diferente pudiera no coincidir con ideas centrales de este escrito, aunque tampoco es la intención que todos los lectores acuerden con él.

            Para concluir, realizaré una breve aclaratoria en relación a lo que puede ser, la discusión, por una parte, de la contratransferencia como tal (en un sentido estricto, entendiéndose como la respuesta específica del analista, a mociones transferenciales del paciente) y la transferencia del analista por otra.  Tal como pudo aclararse en el tramo final del trabajo, el concepto de transferencia del analista parte de las críticas que realizó Lacan a la escuela inglesa en su forma de concebir la contratransferencia. Por mi parte, soy mucho más afín a pensar que la transferencia del paciente, sobre todo cuando es más fuerte, y en particular, cuando existe un potencial comunicativo inconsciente (a veces muy intenso) de las identificaciones proyectivas, genera efectos concretos sobre el inconsciente del analista, los cuales, aunque irrumpan súbitamente como imágenes o sentimientos, deben ser comprendidos para poder ofrecer una respuesta adecuada al analizado, a la vez que evitamos caer en actuaciones. Como habrá dicho Lucy Tower alguna vez, resulta imposible que dos personas se encierren en una misma habitación día tras día durante cincuenta minutos a lo largo de varios años y que este encuentro no genere efectos en los dos participantes.

            Considero, que en el analista la mayor parte de las veces, estos efectos provienen de las identificaciones del paciente, y que muchas veces toma un tiempo (a veces demasiado largo), darse cuenta de lo transferido, para descifrarlo y hacerlo interpretable. Sin embargo, tampoco podemos descartar que, en ocasiones, el encuentro con un paciente determinado puede movilizar en nosotros aspectos personales, entrando en conflicto con nuestros puntos ciegos no analizados, que nos colocarían en la posición de una propia transferencia nuestra ante la persona total de nuestro paciente. Esto para nada implica pensar que cada vez que sentimos algo en el curso de una sesión y nos valemos de ello para poder interpretar, estamos haciendo apología al quedar atrapados en una relación dual-imaginaria con nuestro paciente, como pudieran pensar algunos colegas lacanianos.

            Desde mi punto de vista, la contratransferencia es una herramienta técnica muy válida si somos capaces de utilizarla de forma oportuna y adecuada; por ello, desconocerla, despreciarla, o pensar que el sentirla es una impericia técnica, a mi juicio es un grave error, pero tampoco podemos caer en la posición omnipotente de sostener que todo lo que producen en nosotros el encuentro con un paciente es contratransferencia. Muchas veces, por ejemplo, las ocurrencias y los recuerdos que emergen en nosotros en el curso de una sesión mientras estamos en atención flotante tratando de comprender ese discurso que escuchamos lo son (y sobre las ocurrencias pudiéramos explayarnos bastante más), pero es necesario ser cuidadosos y no generalizar. Hay casos de casos, situaciones de situaciones, y probablemente estaremos teniendo un desempeño más analítico y honesto, con nosotros mismos y nuestros pacientes, en la medida que seamos capaces de cuestionarnos nuestro sentir y proceder, permitiendo que, de esta interpelación propia hacia nuestro trabajo, surja la mayor claridad posible a la hora de interpretar, sobre todo cuando lo hacemos en términos transferenciales.

            Se trata de un compromiso ético saber echar mano de este valioso recurso en su justa medida, pues como una vez dijo Paula Heimann, a quien debemos gran parte de lo acá discutido, la contratransferencia termina siendo la mejor de las sirvientas, pero el peor de los amos, por lo que si quedamos atrapados en ella y permitimos que nos guíe ciegamente en la conducción de nuestros casos, sin que exista cuestionamiento de por medio, corremos un gran riesgo de estar más frente a un equívoco que ante un proceder adecuado. Siendo así, estaríamos distorsionando la situación analítica y a la larga, cometiendo errores que nuestros pacientes no siempre sabrán disculpar.  Quizá el tiempo, la paciencia y nuestra propia capacidad para tolerar aquello que desconocemos puedan ser de gran ayuda en el discernimiento de los sentimientos contratransferenciales más auténticos y de mayor validez técnica para nuestro oficio como psicoanalistas, y en última instancia, para realmente poder ayudar a aquel que acude a nuestro encuentro en busca de un poco de alivio y comprensión sobre sí mismo y su mundo interno.                                                                                                                                                                                                           

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Otros textos consultados:

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[1] Me he referido a este tema previamente en otro trabajo denominado Las Fronteras de la neutralidad analítica en el trabajo con niños y adolescentes, presentado en el XXXVIII Encuentro Interregional de Niños y Adolescentes de Fepal, presentado en Montevideo en Setiembre de 2019, tomando planteos de autores como Fanny Scholnick y Owen Renik.

 

[2] Este planteo queda explícitamente formulado en Psicoanálisis: aspectos teóricos y clínicos (Grinberg, 1976) Cap. 15, pág. 277.

 

[3] Como puede apreciarse aquí, la complementareidad contratransferencial no tendría necesariamente un carácter problemático o casi patológico como podía pensarlo Racker y en ese sentido se trata de planteamientos contrapuestos.

 

[4] Bion llegó a concederle un peso importante a la contratransferencia en la elaboración de la interpretación, pero con los años fue distinguiendo los sentimientos conscientes que el analista experimenta hacia su paciente y que puede utilizar para interpretar, de aquellos que no podría reconocer conscientemente, los cuales serían la verdadera contratransferencia; para él, esta no podría usarse como instrumento técnico, no quedando otra opción que analizarla (López-Corvo, 2002).

 

Tomando en cuenta las percepciones del paciente sobre la capacidad del analista para modificar las ansiedades, Rosenfeld alertaba sobre el interpretar demasiado rápido los elementos del paciente discernidos a través de la contratransferencia porque el paciente podía entender que el analista no era capaz de tolerar los sentimientos proyectados por él y que expelía rápidamente sus proyecciones, rechazándole al interpretar (Rosenfeld, 1987).  Sin embargo, valoró su uso técnico, considerando el análisis como un proceso bidireccional y señaló que la contratransferencia era la herramienta adecuada para medir la postura que correspondía asumir con cada paciente (Menon, 2017).

 

[5] Jacobs (2002), analista estadounidense formado en una corriente clásica del psicoanálisis norteamericano realiza una exhaustiva revisión de la evolución del concepto de la contratransferencia en Estados Unidos, desde sus críticas y resistencias hasta una mayor receptividad las últimas décadas. Esta publicación es comentada por De Cellis en publicación de la revista Aperturas en 2007.

 

[6] Bollas (1987, 1993) quien tuvo su primer aproximación al psicoanálisis en EEUU en la tradición de la Ego Psychology y luego se forma en el Instituto de la Sociedad Británica va más allá, y entre diversas ideas novedosas, no exentas de polémica, insiste en la importancia de prestarse como objeto de uso de parte del paciente y plantea el uso de la asociación libre por parte del psicoanalista como una forma de hacer lugar a sensaciones u ocurrencias que pudieran emerger durante la escucha como parte del registro contratransferencial, las cuales serían indicadores de aspectos inconscientes del analizado.

 

[7] las propias identificaciones del analista en su registro imaginario

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