Psicoanalizar en tiempos de pandemia ¿Dónde quedan nuestros miedos?

Por: Daniel Castillo Soto

 

Trabajo escrito originalmente para la edición 6 "Miedo" de la revista TEND (Temas en diálogo) de la Asociación Psicoanalítica del Uruguay - APU. 

Escrito en base a una revisión, profundización y actualización del artículo publicado en este mismo Blog "La posición analítica y la realidad externa" escrito en Setiembre de 2013.  

 

Freud y Sophie (fallecida por la gripe española).
Freud Museum of London

           
      

        Quienes nos vemos en la tarea de ofrecer un espacio de escucha y mantener una función acorde para fomentar el trabajo asociativo, integrativo y elaborativo en nuestros pacientes, no estamos exentos de sufrir diversas problemáticas personales, familiares y sociales que nos afectan día a día. Formamos parte de un contexto que en mayor o menor medida puede estar más tranquilo o más agitado, dependiendo del momento, y esas situaciones pueden influir directamente en nosotros al momento de desempeñar nuestro rol. Se trata de la realidad externa y cómo puede permear - y hasta interferir - o no sobre la tarea que el analista debe cumplir. Antes que estar inmerso en su papel, el psicoanalista es un ser humano con derecho a sentir, sufrir y padecer, así como un ciudadano que, en el caso de escenarios sociales convulsos, al igual que sus pacientes vive esa realidad y se ve afectado de modo similar a éstos por los picos y caídas que pueda tener un país. En época de pandemia, el analista puede ser tan vulnerable de contagio, como cualquiera de sus pacientes. 


       Sin embargo, en nuestro caso, la herramienta de trabajo que empleamos es la mente, nuestro mismo inconsciente, y por ello, sucesos que impacten en la realidad propia y externa representan una constante amenaza para esta herramienta, siendo algo de lo que hasta cierto punto es necesario cuidarse y distanciarse al menos mientras se está en el consultorio o frente al dispositivo de videollamada y se procura una labor analítica, aquella que implica no solamente la escucha, sino que también involucra un timing correcto y una disposición adecuada para poder intervenir.


       Poder tomar las identificaciones del paciente, recibirlas, metabolizarlas y devolverlas de una manera que fomente una mayor integración y una percepción menos escindida y persecutoria de sus objetos internos y de su entorno, esa función Reverie de la que nos habló Bion (1962), requiere una capacidad y estado anímico en el propio analista, que de ningún modo es posible alcanzar si nuestra representación mental de los sucesos externos resulta tan amenazante como lo pueda ser para nuestro analizado y si nuestro mundo interno se encuentra lleno de ansiedades que apunten a la aniquilación; en ese caso seríamos incapaces de ser continentes y las ansiedades del paciente se convertirían en un terror sin nombre (Bion, 1967). El énfasis puesto en la representación mental se debe a que considero posible que un mismo evento externo se registre en el mundo interno con distintos matices, dependiendo de quién, cómo y bajo qué circunstancias lo perciba. A decir de Hinshelwood (1989), el mundo de otras personas, el mundo social, es una realidad muy variable que a menudo se modifica como consecuencia de la fantasía individual y colectiva.

 

       Sería un cliché decir que deberíamos tratar de estar lo menos afectados posibles. Para ello el analista se prepara cuando estudia, va a su propio análisis por años y supervisa durante su entrenamiento y a lo largo de mucho tiempo después de recibirse. A una capacidad interna que considero propia de cada uno, y que tiene que ver con poder percibir lo inconsciente y servirse de su propio inconsciente como instrumento, se suman años de formación. Sabemos que es imprescindible marcar distancia de nuestros asuntos personales y familiares y lidiar lo mejor posible con los sucesos de nuestro alrededor. Muy difícilmente podremos pensar en mantenernos como Freud en Viena en 1938, intentando trabajar a toda costa pese a los peligros inminentes que ponían en riesgo su vida y la de su familia ante el avance del nazismo, o como Melanie Klein quien prosiguió con el desarrollo de sus teorías y con los análisis de niños durante la guerra, aún en medio de momentos de mucha tensión y riesgo. Horas aciagas que sin embargo no impedían la discriminación de las representaciones internas de las realidades comunes que se vivían fuera, aún con pacientes que estaban siendo afectados directamente por bombas y reubicaciones forzosas.

 

Quizá, sean necesarias condiciones mínimas para poder trabajar. El psicoanálisis, por ejemplo, no puede hallar terreno fértil en marcos de regímenes totalitarios, donde las libertades están restringidas y donde la propia libertad de los analistas esté amenazada, aunque la libertad de pensamiento (por ser tan privada), pueda ser la última en restringirse, aunque siempre la primera en ver acallar su voz. Sin embargo, el psicoanálisis latinoamericano ha tenido que lidiar en su existencia con dictaduras, así como con crisis económicas brutales en muchos de nuestros países, en algunos casos con estallidos sociales, e incluso conflictos armados, y aun así ha sobrevivido.  

 

Entonces, si otras veces se ha remado a contracorriente, podemos pensar que mantener el análisis aún en época de pandemia es posible y aún más, necesario, aunque la contingencia obligue a readaptar el encuadre con el paso ineludible de lo presencial a las sesiones a distancia, intentando entender la situación a la vez que podemos pensarla, para no quedar paralizados por ella, pues llenarnos de ansiedades nos inhabilitaría para escuchar, comprender y analizar, así como pasaría si contraemos alguna enfermedad que nos incapacita para trabajar por un malestar físico importante.

 

Pero entonces, ¿qué hacemos con esa realidad amenazante? ¿La desmentimos? ¿La excluimos de la situación analítica? ¿Procuramos negar nuestros miedos? Por supuesto que no. Pretender esto sería iatrogénico y tan inverosímil como analizar sin tomar en cuenta el trabajo con la transferencia. No estar contaminados al comenzar una nueva sesión, implica por una parte, que hemos sido capaces de borrar de la conciencia, al estilo de la pizarra mágica de Freud (1925) los contenidos y ansiedades, que a través de la transferencia han sido depositados en nosotros por el trabajo con el paciente anterior; por otro lado, que estamos libres de ansiedades propias, derivadas de conflictos familiares, de pareja o inclusive sociales, y en este caso también las relativas a la emergencia sanitaria, al menos en la medida mínima necesaria para poder trabajar con la otra persona desde un lugar donde podemos escuchar, contener y leer nuestra contratransferencia con suficiente claridad para poder interpretar y no intervenir desde la simetría que despertaría la identificación de los elementos del relato del analizado con nuestros propios conflictos internos.

 

       Alizade plantearía hace unos años el concepto de encuadre interno, descrito por ella como lo que debe estar o lo que hace falta en forma imprescindible para que un tratamiento se juegue bajo el nombre de psicoanálisis y le atribuye como característica el ser un dispositivo incorporado a la mente del analista y a la atmósfera de la sesión. Esto da cuenta de un marco de trabajo que debe estar implícito en el analista, y que es resultado de su propio análisis, autoanálisis, experiencias de vida y condiciones personales, siendo una conquista que cada psicoanalista organiza en su mente (Alizade 2002a, 2002b), podemos pensar de forma individual, particular, más allá de sus teorías. A su vez, el encuadre interno favorecería la continuación del tratamiento si por distintas causas el encuadre externo se tambalea. Es decir, hablamos de una capacidad para poder mantener la labor analítica, a pesar de un encuadre externo que puede estar sujeto a cambios forzosos, no solo por el paso del tiempo y de estilos de vida contemporáneos (parte de las amenazas planteadas por la autora), sino también por situaciones de crisis, y cuyo eventual sostenimiento depende de los recursos propios del analista.

 

Si elegimos atender, debemos estar lo suficientemente disponibles para contener las ansiedades y fantasías persecutorias de nuestros pacientes que muy posiblemente se exacerbarán con los dramáticos números de contagios diarios, fallecidos, nuevas variantes, efectividad o no de las vacunas y cambios forzosos de la vida diaria, que están a la orden del día en medios de comunicación y redes sociales. Es un estar disponible para prestar nuestro aparato para pensar los pensamientos, en medio de una situación que a veces se hace imposible de pensar para muchos de nuestros pacientes.

 

Y es probable que, así como la atención por medios a distancia se haya impuesto en medio de esta situación, también haya tenido que permitirse un espacio para la emergencia de este tipo de contenidos en las sesiones, los cuales, aunque dan cuenta de un peligro real, muchas veces pueden ser vehículos de expresión de conflictivas bastante más primarias y propias de cada paciente, que nos remiten a eventos más tempranos, y por supuesto, previos a la aparición de esta pandemia.

 

Por citar sólo un caso, hace unos meses un paciente con una conflictiva familiar importante, se encontraba muy ansioso por la posibilidad de enfermar y hacía referencia a los aerosoles y permanencia del virus en las superficies, así como la necesidad de desinfectar absolutamente todo, y mostraba su enojo ante un primo mayor, que compartiendo la misma casa con él, no tenía en cuenta las mismas medidas de seguridad: “yo a veces siento que mi primo me odia y me quiere enfermar, no puede ser que sea tan irresponsable”. El curso de la sesión mostró como no era sólo el virus en ese momento, sino en una época anterior, el humo del tabaco que fumaba su padre, con quien mantenía una relación muy ambivalente, el elemento difuso donde eran proyectadas todas sus ansiedades y que persecutoriamente amenazaba con enfermarlo. La historia de vida, sus asociaciones y finalmente mis interpretaciones, nos permitieron acercarnos a las intensas ansiedades que le generaba la percepción intrusiva en su vida del control de ambos padres (e incluso de la forma en que podía vivir alguna de mis intervenciones) y en un nivel más profundo otras ansiedades de carácter sexual.

 

No obstante, es innegable que una situación como esta a la que nos enfrentamos a nivel mundial, moviliza ese tipo de ansiedades más tempranas y persecutorias y vuelven el riesgo de ser aniquilado mucho más tangible que en el plano único de la fantasía inconsciente, sobre todo cuando esta amenaza proviene de un elemento invisible, que se manifiesta a través de gotículas y partículas que no podemos ver, pero cuyos efectos si logramos sentir.

 

En lo personal, me es difícil no pensar justamente en las partículas, pero no del virus, sino aquellas expuestas en la teoría bioniana, que son planteadas como consecuencia de una fragmentación cada vez mayor de partes del yo que son expelidas y reintroyectadas una y otra vez, en una dinámica repetitiva que en la medida que se incrementa, da cuenta de una percepción de la realidad cada vez más distorsionada, fragmentación que tiene lugar si no existiera quien fuese capaz de contener y devolver una visión más integrada y menos hostil del pecho/ mundo externo.

 

Para muchos sujetos, así de psicotizante puede llegar a ser el encuentro con los eventos a los que estamos expuestos en estos momentos, y si bien, podemos encontrar ansiedades moderadas o cuadros de carácter depresivo, también encontramos reacciones que van desde la negación de la pandemia, hasta la expresión clara de aspectos que forman parte de la parte psicótica de la personalidad, e incluso hallamos lo que pudiésemos pensar como el equivalente de los objetos bizarros, esta vez representados, a modo de ejemplo, en diminutos nanochips que serían inoculados en nosotros a través de las vacunas, para luego producir cambios genéticos en la especie, controlarnos, e instaurar un nuevo orden mundial, por sólo citar una de las teorías conspirativas que han circulado a través de las redes durante este año y poco más de pandemia.  

 

Los estragos que ha producido la aparición y rápido esparcimiento del Coronavirus Sars-Cov-2, han suscitado miedo en la población, un miedo del que me atrevería a decir que nadie está exento. Imágenes como las de un video en Bérgamo en Italia, con cientos de esquelas en el diario, mientras el narrador del video decía “una, due, tre, quattro… (hasta dieci -diez-)… una semplice influenza, grazie… morti… tutti morti”… mientras pasaba páginas y páginas (Clarin, 2020), así como el convoy de camiones que retiraban los cuerpos de la ciudad, luego se hicieron más cercanas con miles y miles de muertos en américa latina, y la sensación que cada vez “las balas pican más cerca”, ya que como diría Freud (1915, p.291) “una acumulación de muertos nos parece algo terrible en extremo”, despertando en muchos tal vez el mayor de los temores del ser humano, el miedo a la propia muerte, irrepresentable, siempre imposible de concebir…

 

Freud (1926) también señalaba que la angustia lleva adherido un carácter de indeterminación y de ausencia de objeto, mientras que el miedo sí estaría vinculado directamente a un objeto. Ahora, en los tiempos que corren y en la forma de reaccionar frente a la pandemia, podemos hallar tanto miedo como ansiedades o angustia[1]; desde un temor razonable a no contraer la enfermedad, hasta fuertes ansiedades como las ya descritas que inhiben la capacidad para el pensamiento y dificultan la acción. Tal vez parte de nuestra labor en este momento pase por ayudar a discriminar, a integrar, a evitar la escisión y las proyecciones masivas, y que nuestros pacientes queden presa del terror que produciría una percepción extremadamente distorsionada de la situación. Deconstruir lo propio y lo ajeno, lo interno y lo externo, los factores sobre los que puede tenerse cierto control y aquellos en los que no, puede ayudar a lograr una visión más integrada donde quede una vía a los instintos de vida y donde la única salida no sea la destrucción aniquilatoria.

 

En medio de esta pandemia incluso puede pasar que los pacientes quieran saber de nuestra salud. Necesitan saber que estamos bien, que podremos ser capaces de salir adelante en medio de la contingencia y que podremos resistir, no solo la lucha contra el virus, sino contra sus propios temores y ansiedades, por muy intensas que sean.

 

Por último, quisiera destacar que una situación como esta debe convocarnos a pensar en los límites de nuestra capacidad como analistas. Es una coyuntura riesgosa, en donde los miedos son moneda de cambio corriente, y en la cual es imposible desligarse del mismo totalmente. Como analistas debemos permitir la emergencia de las fantasías inconscientes de nuestros pacientes, recibirlas y trabajar con ellas y desde ellas, pudiendo tener la capacidad para estar lo suficientemente dentro y fuera a la vez, pero esto no nos exime de ser vulnerables en cierta medida.

 

Por ello, me atrevería a pensar que todos hemos sentido cierto grado de miedo ante lo que sucede y por los riesgos a los que estamos expuestos. Miedos por nuestra propia salud, la de nuestras familias, entorno inmediato y amigos, así como, es justo decir, por la de nuestros pacientes. Miedos que pueden incrementarse en sesiones donde el contenido del discurso puede tocar nuestros propios aspectos más sensibles y que exigen una mayor capacidad para rescatarnos de ello, para no responder desde lo identificatorio. ¿Acaso alguien podría negarlo? Si así fuera, creo que estaríamos rozando los límites de la omnipotencia y distanciándonos de nuestra labor como analistas, que nos exige, antes de ver los síntomas en nuestros pacientes, poder haberlos visto, reconocido y trabajado en nosotros mismos. Sin embargo, sentir cierto grado de miedo en medio de una situación desconocida y que ha alterado nuestra vida tal como la conocíamos no tendría que estar vetado para los analistas, si partimos que se trata de aspectos humanos que debe ser posible reconocer y no algo censurable que vergonzosamente tengamos que ocultar.

 

Es probable que los tiempos que corren demanden de la mayor capacidad que podamos ofrecer para poder conservar la mayor salud de nuestra psique y que debamos realizar esfuerzos adicionales a aquellos a los que recurrimos normalmente para mantenernos bien física y mentalmente a pesar de las exigencias de nuestro oficio. En un conversatorio reciente organizado por FEPAL, Marcano (2021) hablaba de una vacunación mental necesaria que nos permita proseguir en medio de las dificultades, y que, en el caso de los analistas, es tan importante como la llevada a cabo por los gobiernos de la región en estos momentos. Esa vacunación mental, pienso, empezaría con nuestro propio análisis, y es probable esté en nuestras manos ser consciente de ello y apelar a nuestras mayores fortalezas para sortear lo mejor posible una tormenta que a pesar de que pueda pasar en un tiempo, dejará huellas que permanecerán por mucho tiempo; nuestra labor como siempre, pasará por la escucha, la contención y interpretación que conduzca a la integración y la resignificación, pero antes que nada, por el contacto interno y privado con nuestras propias vulnerabilidades y los miedos y ansiedades propias a los que estos acontecimientos nos confrontan.

Referencias:

 

Alizade, A. (2002a). El rigor y el encuadre interno. En Revista Uruguaya de Psicoanálisis, 96. Pp. 13-16.

 

Alizade,A. (Setiembre de 2002b). El encuadre interno. En XXIV Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis. Experiencias y cambios en la práctica psicoanalítica. Congreso llevado a cabo en Montevideo, Uruguay.

 

Bion, W. (1962). Aprendiendo de la Experiencia. Buenos Aires: Paidós, 1975.

 

Bion, W. (1967). Volviendo a Pensar (2da Ed.). Buenos Aires: Paidós, 1977.

 

Clarín (15 de marzo de 2020). Coronavirus en Italia: Un aterrador video muestra cómo los obituarios de un diario italiano pasaron de a 10 páginas. Clarín. Recuperado de www.clarin.com/viste/coronavirus-italia-aterrador-video-muestra-obituarios-diario-italiano-paso-1-10-paginas_0_4kb_VqEG.amp.html.

 

Freud, S. (1915). De guerra y muerte. Temas de actualidad. En Sigmund Freud, Obras Completas Vol. XIV. Buenos Aires: Amorrortu, 1976.

 

Freud, (1925). Nota sobre la pizzara mágica. En Sigmund Freud, Obras Completas Vol. XIX. Buenos Aires: Amorrortu, 1976.

 

Freud , S. (1926). Inhibición, Síntoma y Angustia. En Sigmund Freud, Obras Completas Vol. XX. Buenos Aires: Amorrortu, 1976.

 

Hinshelwood, R. D. (1989). Diccionario del Pensamiento Kleiniano. Buenos Aires, Amorrortu.

 

Horigian, V. (2006). [Nota del traductor] en G. Gabbard (Ed.). Psiquiatría Psicodinámica en la práctica clínica. (3era ed.). (p. 249). Buenos Aires: Editorial Médica Panamericana.,

 

Marcano, S. (Abril de 2021). [Participación en reunión de Coordinación y Comisión Científica de FEPAL]. En Goldstein, M. (Moderadora). Debates Contemporáneos. Voces de la Clínica Hoy. Evento llevado a cabo en modalidad en línea. 

 

Otros textos consultados:

Lander, R (2014). Psicoanálisis: Teoría de la Técnica (2da Ed.) Caracas: Editorial Psicoanalítica.

Lopez-Corvo, R. (2002). Diccionario de la obra de Wilfred. R. Bion. Madrid: Asociación Psicoanalítica de Madrid – Biblioteca Nueva.



[1] En alemán <angst>, al igual que en el inglés <anxiety>, existe una sola palabra para denominar a la ansiedad.  Sin embargo, en el francés, existen dos términos diferentes, <angoisse> y <anxiété> y en la escuela francesa existió la tendencia a considerar significaciones diferentes para ambos términos, dándole a la ansiedad un correlato más psicológico y a la angustia un significado más somático (Horigian, 2006).  En el castellano ambos términos pueden emplearse como sinónimos o términos correlativos con un contenido estrechamente relacionado, pero por influencia francesa, y el uso del vocablo <angst> (en alemán) en los textos de Sigmund Freud, la comunidad psicoanalítica prefirió el uso del término angustia. En este artículo busco mantener la terminología tal como predominan en los textos de la escuela inglesa, la cual conservó el uso del término ansiedad, así como el de instinto en lugar de pulsión, con usos equivalentes.

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