Psicoanálisis y Sociedad: ¿Convulsionados y des-encuadrados?


Trabajo presentado en las Jornadas del Instituto de la Sociedad Psicoanalítica de Caracas, Diciembre 2018. 

       Mucho se ha dicho del encuadre como soporte elemental que facilita y posibilita el proceso analítico, algunos autores y escuelas han planteado que promueve y debe fomentar la regresión, otros que más bien la contiene. Sin embargo, un punto en común pareciera ser que sin encuadre, así como sin el análisis de la transferencia no puede haber proceso. Esto nos lleva a interrogarnos y cuestionarnos nuestro rol analítico y cuánto podemos hacer: si vivimos en medio de tiempos convulsionados, de manera política, social, cultural y económica, ¿es posible que podamos sostener nuestro trabajo en estas circunstancias, o atravesamos una crisis que incluso toca el funcionamiento más elemental del marco de trabajo necesario para poder analizar?

     Este tema no resulta inédito para mí, ya hace más de unos 5 años atrás cuando apenas se perfilaban algunas de las complicaciones sociales y económicas que sostenemos en la actualidad, me vi en la necesidad de cuestionarme sobre la realidad externa y el sostenimiento o no de la posición analítica en medio de esta situación, hasta qué punto podíamos vaciarnos o permanecer libres de contenidos de un campo externo común para paciente y analista como lo es el país donde vivimos, por más que podamos tener representaciones internas de este país distintas entre sí, y entonces poder sostener la escucha, enfocarnos en el mundo y los objetos internos de nuestros pacientes, sin caer en identificación o simetría con material del día a día que podía producir nuestro interlocutor. También ¿hasta dónde podíamos dejar apertura a este tipo de manifestaciones sin considerarlo defensivo o resistencial? La identificación y la simetría con estos contenidos nos llevaría a la angustia y por ende a la parálisis y a la imposibilidad de ejercer nuestra función; el permitir que las sesiones pudieran versar en torno a esto podía convertir el proceso terapéutico o analítico en una mera catarsis y dejar ganar campo a las resistencias del paciente. ¿Cómo analizar entonces, conservando la neutralidad y abstinencia?, ¿cuándo, de qué manera y qué interpretar sin negar la existencia de una realidad cada vez más compleja, que también nos atañe a nosotros?

     Las dificultades a considerar no se restringen únicamente a la situación-país que atravesamos. Otra problemática, común a los tiempos que vivimos tiene que ver con la demanda de inmediatez. Los tiempos de una nueva post-modernidad 2.0 que transitamos parecen configurar nuevos síntomas en nuestros pacientes muy distintos a las histerias de época victoriana que atendía Freud. Uno de estos síntomas, precisamente, tiene que ver con la necesidad de soluciones rápidas, de un ritmo de vida cada vez más agitado que parece no dejar suficiente tiempo al pensamiento y mucho menos a interrogarse sobre si mismos. Es decir, socialmente ya se pre configura un paciente que de entrar en tratamiento deberá aprehender el modelo de funcionamiento del trabajo psicoanalítico, muy diferente a lo inmediato, que implica tolerar la incertidumbre y el darse cuenta del no saber. En este sentido, la oferta de soluciones rápidas desde otros abordajes muy distintos al psicoanálisis parece ser cada vez mayor, no solo desde otras áreas de la psicología o desde la psiquiatría, sino desde enfoques con poco o ningún basamento científico pero que cuentan con muy buenas técnicas de mercadeo y que prometen cambiar una vida orientándola al “éxito” en pocas charlas o sesiones. Esto, por supuesto, representa un riesgo para nuestro ejercicio profesional desde lo que erróneamente se esperaría de nosotros como analistas, como si fuese nuestro deber aportar soluciones mágicas y a corto plazo. En ocasiones debemos entonces, “hacer el paciente”, no digamos el analizado, y en ese sentido el encuadre brinda protección y ayuda.

     Así mismo, debemos lidiar con otras dificultades: la irrupción de la tecnología en todos los espacios hace que podamos encontrarnos cada vez más y de forma más natural, por ejemplo, pacientes que demandan terapia a distancia aún encontrándose en la misma ciudad (algo, en lo que en particular aún veo inconveniente ceder por todo el monto de resistencias y defensas fóbicas - evitativas que implica), o nuevas generaciones, algunos adolescentes – y muchas veces sus padres - que haciendo uso de las herramientas de comunicación facilitadas por las nuevas tecnologías intentan transgredir los límites constantemente escribiendo fuera de sesión, demandando una respuesta, además inmediata del analista, pues es el modo en el cual funcionan en su vida diaria.

     Volviendo a lo socio político, en 2017, en medio de las fuertes protestas contra el gobierno nacional que fueron duramente reprimidas, en nuestro encuentro anual dedicado a psicoanálisis y totalitarismo, ya se habló sobre el encuadre en medio de esta situación de crisis, al menos en lo referente al escenario político – social.  En aquel momento, se planteó que en una situación tan aguda y frente a tantas contingencias como las vividas, las dificultades no se quedaban únicamente en el extravío de la capacidad asociativa y elaborativa del paciente o en la interferencia del aparato psíquico del analista, ya que aún con la mejor disposición para llevar a cabo la tarea propuesta, el encuadre hubo de reformularse para poder sortear escollos de movilidad y seguridad para ambas partes.  

     Sesiones canceladas para poder “asistir a las marchas”, otras tantas reprogramadas, y muchas otras atendidas por medios a distancia como el teléfono o las videollamadas por internet formaron parte del escenario de esos días.  El encuadre hubo de ser repensado para poder adaptarse a la contingencia, el encuentro presencial dio paso a una llamada, a veces de voz, a veces con cámara, que sin embargo intentaba reducir al máximo las distancias físicas, más no analíticas. Se hacía difícil poder trabajar todos los días, particularmente los días de mayor conflicto, y más aún poder mantener tratamientos de alta frecuencia. En aquel tiempo, no tan lejano, recuerdo nos interrogábamos ¿hasta dónde resultaba viable y necesario una flexibilización de algunas normas previamente establecidas al formular el contrato? ¿Cuánto de esto correspondía a petitorios razonables y cuánto obedecía a las resistencias? ¿Cuánto interpretar? ¿Cómo se debía proceder con los honorarios perdidos cuando la sesión no había podido llevarse a cabo?

     En dicho momento, con los horarios, frecuencia e incluso la presencia interferida, y las dificultades para la asociación y la escucha por parte de paciente y analista respectivamente, dada una situación que invadía el consultorio, otros aspectos de la técnica también debieron cuidarse, como la neutralidad y abstinencia frente a diversos comentarios de índole político, que más que un espacio de escucha, pedían una especie de asociación partidista, bien para apoyar, o para criticar lo que sucedía, para acusar a unos o exigir acciones más radicales de parte de otros. De nuevo, el reto radicaba en cómo mantener no sólo el encuadre, sino la escucha y la posición analítica frente a esta realidad y cómo no permitir que esta situación tomara el espacio de toda la sesión obturando el pensamiento e interfiriendo con el trabajo analítico, pudiendo rescatar la transferencia y señalar las identificaciones cuando resultaba pertinente.

     Por otra parte, en cuanto a lo económico, no es menos cierto que en una economía tan distorsionada como la que presentamos, los honorarios representan un punto álgido que de no manejarse adecuadamente, podrían generar importantes complicaciones en el tratamiento. Ante la creciente inflación y la dolarización progresiva y cada vez más evidente del país, nuevos elementos han debido modificarse en el encuadre, los cuales antes no necesariamente tenían que ser un problema al momento de formular las pautas de funcionamiento del análisis. Hemos debido de realizar aumentos cada vez más frecuentes de honorarios, procurando que representen un ajuste inflacionario y no sean vistos como aumentos arbitrarios (por ejemplo, una vez al mes, siempre a inicios de mes), o definir tarifas en moneda extranjera que al cambio representa un aumento por sí solo, pero con la ventaja que ocurre de acuerdo a variables ajenas al analista, como una forma de preservar mayor estabilidad no sólo en lo económico, al tener una constante, sino intentando la menor distorsión posible en lo que respecta a la transferencia. Por mucho que pueda intentar negociarse y sea algo convenido y sostenido por la alianza de trabajo, es difícil que un aumento cada vez más frecuente y reiterado de honorarios no despierte angustia y la fantasía inconsciente de un analista voraz y persecutorio que cada vez demanda más del paciente, lo cual por supuesto interfiere muy negativamente en lo transferencial.

     A modo de cierre, pensamos que en los tiempos más difíciles, es cuando más se hace necesario poder cuidar y sostener el encuadre, tanto externo como interno. Un encuadre que pueda considerar la realidad externa, y sea flexible y capaz de adaptarse ante situaciones graves, pero que intente preservar el espacio del análisis y del pensamiento, sobre todo. Las crisis externas tanto en lo socio político como en lo económico, así como las angustias que despiertan, como también las readaptaciones constantes a un nuevo ritmo de vida, cada vez más rápido y atravesado por la tecnología, encontrarán un mejor espacio para ser pensadas, tramitadas y elaboradas si existe un espacio seguro donde poder hacerlo. En ese sentido, velar por el sostenimiento del encuadre, es velar por la continuidad de nuestro oficio, debemos adaptarnos a los nuevos tiempos y a situaciones arduas de afrontar, pero a mayor caos externo, resulta indispensable procurar un mayor orden interno, el cual empieza por los marcos para el trabajo que desempeñamos, sólo así podremos continuar realizando nuestra labor, tratando de seguir haciendo posible, lo que en algún momento Freud denominó el oficio imposible.

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