La escucha y el silencio del analista...

<Lo más
sorprendente de todo es que los psicoanalistas no sólo en las caricaturas se
sientan silenciosos detrás del diván, sino que frecuentemente hacen del
silencio una virtud…”>.
Thomä y Kächele (1989,
p.345).
Se ha
dicho que la herramienta distintiva, más no la única, que posee el analista es
la interpretación, pues ésta es capaz de generar las movilizaciones pertinentes
en procura de las modificaciones psíquicas necesarias; entendemos entonces que
la interpretación es el acto analítico por excelencia. Sin embargo, sin la
suficiente escucha no puede haber tratamiento exitoso posible, pues de allí
deriva la capacidad para captar el inconsciente en el discurso de nuestro
paciente, es desde allí donde partimos para posteriormente intervenir
oportunamente. Un analista que en un determinado momento no está escuchando
adecuadamente, quizás por estar interferido, queda incapacitado para poder
ejercer su función. Esta escucha que es distinta, es lo que conoceremos como
escucha analítica, y posibilitará el hecho de aproximarnos adecuadamente a los
retoños del inconsciente.
A decir
de Lander (2014), se trata de una escucha especial, libre de juicio de valor;
es escuchar para entender y la misma va de la mano de la posición analítica,
permitiendo mantenerla. No obstante, para poder sostener la escucha analítica,
debemos ser capaces de dejar de lado nuestros propios conflictos y ansiedades,
a fin de no dejarnos influir por ellas y también poder contener la movilización
producida en nosotros así como la necesidad de preguntar curiosamente,
responder impulsivamente, o explicar cualquier cosa que sintiéramos la
necesidad de aclarar didácticamente; estas situaciones podrían ser generadas
por el relato del analizando, el cual, algunas veces puede rayar en el registro
de lo perturbador, del horror e incluso de lo ominoso. Con pregunta curiosa me
refiero a aquella que erróneamente haríamos sin ningún sentido analítico, sino
para intentar satisfacer, sin darnos cuenta, nuestro propio deseo personal,
pero sin que esta pregunta relance al paciente a la asociación o permita
generar mayor material, lo cual sí entraría en el concepto de pregunta
analítica. En este sentido el análisis personal resulta de suma importancia
pues en la medida que el analista haya revisado y conocido a mayor profundidad
aspectos de su propia persona podrá mantenerse trabajando en asimetría,
pudiendo contener y sostener las proyecciones del paciente, en medio de la
transferencia, manteniendo su lugar de abstinencia, logrando entonces, hablar
oportunamente y con propósito.
En
este orden de ideas, un aspecto técnico de relevancia dentro de la conducción
del tratamiento tendrá que ver con saber administrar el silencio relativo a la
escucha, un silencio que sea lo suficientemente bueno para permitir que el
paciente o analizando despliegue la cantidad de material necesaria como para
permitirnos captar señales de lo inconsciente, pero que no termine por
convertirse en un motivo de ansiedad enorme para éste, puesto que hay silencios
que más que fomentar la asociación libre, ahogan y hasta perturban. ¿Cómo
situarse en el punto medio adecuado? Esto nos lleva a la vieja
discusión del analista activo y el analista llamado clásico, al que me referiré
como analista silencioso.
Hornstein (2018), haciendo referencia a la práctica de nuestro oficio en
los tiempos actuales, señala a modo de crítica que:
"se idealiza un psicoanalista
objetivo, frustrante, distante, silencioso, espectador de un proceso
unipersonal que se desarrolla únicamente en el paciente según ciertas etapas
previsibles. Al psicoanálisis “clásico” se lo presentó como garante de la
ortodoxia freudiana. Semejante exigencia mutila un análisis o abre las puertas
a ese escepticismo al que tantos psicoanalistas se han precipitado (como
siempre que se enuncia un ideal cuya realización práctica tropieza con
obstáculos infranqueables)”. (párr. 13)
Esta
actitud que tiende hacia lo silente no es extraña de encontrarla, por ejemplo,
como indicación de parte de algunos supervisores en distintos institutos
psicoanalíticos que suelen recomendar a sus supervisados hablar poco y hacerlo
con brevedad. Sin embargo, el hecho de considerar que lo "clásico" es
sinónimo de ser garante de la ortodoxia freudiana, al menos en cuanto al
silencio, resulta de una gran contradicción. Ya lo decía Racker (1960), en
sus Estudios de Técnica Psicoanalítica, al referirse al cuánto
interpretar, en el Estudio II al señalar que, si vemos los
historiales de Freud, más bien conseguimos un analista totalmente activo, que
no dejaba pasar detalles en las sesiones, que intervenía constantemente, se
permitía hablar extensamente en lo que más bien parecía un diálogo, que
explicaba para que el paciente pudiera entender y hasta establecía analogías
literarias si resultaban oportunas. Esto no cambió con el tiempo y no se
consigue ninguna referencia en la literatura freudiana a algún consejo técnico
que indicara que debía procederse de forma contraria.
Más bien,
uno de sus últimos artículos fue precisamente Construcciones en el Análisis
(Freud, 1937/1976a) y todos sabemos lo difícil que puede ser realizar una
construcción o interpretación histórico - genética hablando poco o no habiendo
tenido un poco más de actividad previa para obtener más información, conocer
más al paciente y sostener la hipótesis presentada en la construcción. Esto
pudiera llevarnos a pensar que Freud llegó al final de su vida manteniendo un
proceder activo, quizás tanto como mostró en el caso Dora (Freud,
1905/1976b) y en El Hombre de las Ratas (Freud, 1909/1976c).
Respecto a esto, Etchegoyen (2014) señala que quizás el hecho del por qué hay
tanta divergencia entre el proceder de Freud y sus discípulos más inmediatos
pudiera explicarse por una idea que sostendría que sus principios técnicos
irían dirigidos al principiante y que él mismo no necesitaría apegarse a ellos.
No obstante, esto no es más que pura especulación, realmente no se consigue en
las obras de Freud criterios técnicos que indiquen una manera de intervenir
adecuada marcada por lo breve y lo poco frecuente de las interpretaciones
analíticas, pero sí historiales con sesiones transcritas que muestran su
proceder, opuesto a éste.
Bastante
se ha dicho de la posibilidad, un poco en broma, un poco en serio, que, tras la
diáspora europea producto de la Segunda Guerra Mundial, muchos de los analistas
que emigraron, tanto a Estados Unidos como a Inglaterra, hablaban poco por el
mismo hecho de no entender muy bien el idioma. Lo cierto es que hay trabajos
que sostienen, por la época, el valor terapéutico del silencio, justificando
así esta actuación técnica que daría pie a lo que posteriormente se conoció
como "analista clásico". Uno de estos es "El significado
psicológico del silencio" que escribió Theodor Reik (1945), donde
explica las consecuencias provechosas que pudiera tener una actitud silenciosa,
en la que dice debe basarse la dinámica de la situación analítica, teniendo
mayor peso lo que el analista no diga que lo que pueda decir. En este artículo
explica que la presión ejercida en el analizando por esta situación, al ser
percibida como amenaza, generará mayor material que de otra forma permanecería
oculto, obteniéndose entonces nuevas confesiones, y además una mayor habla para
así intentar cambiar la actitud del analista. Racker critica estos postulados,
señalando que entonces se pasaría a obrar por medio de la coerción, lo cual
parece un método muy cristiano pero no del todo psicoanalítico, trayendo como
analogía el hecho de que en estrategia militar se pueda obligar a un fuerte
sitiado a rendirse por medio del hambre al haberle cortado los suministros, lo
cual además colocaría al analista en el lugar de un superyó persecutorio o de una
transferencia idealizada, pero no en el de la transferencia positiva verdadera,
pues si lo que cura es hacer consciente lo inconsciente, entonces es necesaria
la interpretación (Etchegoyen,2014; Racker, 1960).
Racker
también menciona otros aspectos por los cuales sería necesario intervenir con
mayor actividad, entre estos encontramos a la misma situación transferencial,
pues si se parte del hecho que en cada entrega de material que el analizando
hace, éste está proyectando y colocando en el analista una parte de su
personalidad, entonces será necesario devolver la misma de una manera más
integrada, fomentando así un proceso de reintroyección que conduzca a
modificaciones favorables, considerando la curación como el proceso de
reintegración de las partes del yo. Justifica también Racker una actitud menos
silente, al hablar del proceso de elaboración, el cual conlleva también un
esfuerzo de parte del analista, dentro del cual debe incluirse el análisis de
la transferencia, lo que también lleva a presentarse como objeto al analizando
y por ende a interpretar más. Un tercer factor mencionado implica el poder
percibir no sólo resistencia en el material, sino también contenido dentro de
éste, analizando e interpretando en conjunto ambos elementos. Aunque este autor
percibe algunas ideas válidas dentro de una actitud más callada, como el
encuentro del analizando consigo mismo, el valor de la descarga afectiva, lo
ventajoso de una mayor movilización de por sus propias fuerzas psíquicas, la
ausencia del apoyo y del reaseguramiento causado por el habla del analista,
acto seguido las desestima y menciona que resultaría justificable y por un
período de tiempo breve, declinar de una actitud más activa sólo en casos en
los cuales estaría contraindicado una mayor habla por parte del analista, como
en los casos en los cuales ésta funciona como defensa o es provocada
inconscientemente con tal fin.
Etchegoyen (2014) menciona que sólo cada caso permite decidir cuándo
callar o interpretar es lo que corresponde y cuándo se trata de una actuación
que debería evitarse, pues dirá que ciertamente siempre que se interpreta se
habla, pero no siempre que se habla se interpreta, dándole valor técnico a la
escucha también, invitando a tener cuidado de no interpretar para calmar la
propia angustia del analista frente al material presentado o por el hecho de
hablar para que el paciente no piense que no se le entiende, tal como decía
Bion, destacando el carácter instrumental que debe tener la palabra, o el
silencio del analista, pues esto es lo que lo diferenciará de la
actuación. Pareciera entonces que el cuánto interpretar o
el cuánto callar puede partir de diferencias de posturas teóricas que sustenten
más un sentido psicológico y operatorio del silencio o de la interpretación y
va ligado, como decía Racker también a sus conocimientos, a los factores
personales y al factor genético, que incluye el estilo introyectado de sus
propios supervisores y analistas, pienso, sobre todo de estos últimos que es de
quien se incorpora más el estilo, no tanto la técnica. Sin embargo, tampoco
puede ir desligado de otros dos aspectos técnicos planteados por Racker,
el cuándo interpretar, vinculado al timing y a la propia
contratransferencia, que es la que puede decirnos cuándo el paciente está listo
para escuchar algo, así como el qué interpretar, relacionado
(también) a la posición teórica y a la escuela del analista que sobre todo
dependiendo del momento histórico privilegiará una parte del material sobre
otra, aunque ciertamente el dónde fijarse más para interpretar desde allí,
puede depender de muchos otros factores y las particularidades terminarán
siendo determinantes para ello.
El
cuándo, cuánto, qué interpretar y pudiéramos añadir también la manera de
interpretar, y por supuesto también la ausencia de interpretación y de palabra
que trae consigo el silencio, van de la mano y están influenciados por los factores
ya señalados en Estudios, existiendo otros más. Quizá
valdría subrayar lo que en dicha obra se llamó principios o
conceptos secundarios, pues allí caben las posturas
teóricas que pueden tener un valor determinante en relación al hecho de
permanecer callados. En la medida que yo comprendo el inconsciente y el trabajo
psicoanalítico de una forma determinada, entonces mi técnica se modificará y el
silencio o la interpretación cobrarán un sentido diferente en cada caso, el
cual estará justificado según esa posición teórica por unos argumentos que irán
de la mano con la forma en cómo se concibe este inconsciente y sobre cuál debe
ser el trabajo del psicoanalista.
Así, vemos como
en el grupo freudiano encabezado por Anna Freud y Hartmann que después de la
diáspora producto de la guerra derivó en el Grupo B de la Sociedad Británica de
Psicoanálisis y en la ego psychology en Estados Unidos, se
le daba un valor importantísimo al silencio como parte de la actitud
técnicamente correcta del analista. Sobre todo, en el grupo de la
psicología del yo, parecían ser analistas muy silenciosos, y más que no hablar,
procuraban no interpretar, principalmente al inicio, buscando fomentar la
regresión producto de la neurosis de transferencia, dada algunas veces por la
misma privación sensorial del silencio, interviniendo prudente y escasamente.
En contraposición, Melanie Klein y toda la escuela kleiniana (de cuyas
enseñanzas se hacen partícipes tanto Racker como Etchegoyen -analista y analizando
cabe acotar-) al aceptar la relaciones tempranas de objeto, tienen un proceder
mucho más activo por dos razones fundamentales: por un lado el punto de
urgencia, que implica una elevación crítica del nivel de ansiedad del
analizando que disminuye con el efecto de la interpretación, y por otro la
interpretación sistemática de la transferencia, pues al ser el analista un
objeto más para el analizando y estar presente el elemento transferencial a lo
largo de toda la sesión, el analista se verá en la necesidad de intervenir con
mayor regularidad a fin de mostrar esto oportunamente.
Por su
parte, Lacan y la escuela del campo freudiano, mantienen una postura proclive
al analista silencioso, dejando correr el discurso del analizante
durante largo tiempo sin intervenir, denunciando así la palabra vacía, hasta
que se hable significativamente, donde entonces sí cabria, interpretar, puntuar
o incluso cortar la sesión a través de la escansión como una forma de marcar la
relevancia de lo dicho, la relevancia de este significante. Etchegoyen menciona
al respecto que no pueden interpretar demasiado pues darían a entender que se
responde a la demanda -imposible - del paciente. Se sostiene el semblante de la
transferencia, pero sin satisfacer la demanda interpuesta, dándole valor al
silencio del analista, pues sin éste sería imposible que el discurso llegue
hasta el punto que se procura.
Además,
aclara Amigo (2008), de este modo también le es posible al analista acallar su
propia subjetividad e ideales que no deben entrar en juego en la cura que
dirige, pero añade que no debe confundirse el silencio con la mudez, ya que si
bien en algún momento Lacan (1958/1971) hizo referencia a la posición de
"muerto" en el Bridge (La direction de la cure et les principes de
son pouvoir) como ejemplo de la actitud que el analista debe asumir para no
responder a la demanda, esto no es justificativo para un estilo que implique
que el silencio sea confundido con una mudez cortante, de pesadas
consecuencias, dice, rescatando el valor de la interpretación como recurso
necesario para deshacer el síntoma. Así mismo añade, que una actitud
muda, más que silente, puede derivar más bien de una moda producto del rumor de
cómo trabajaba Lacan en sus últimos años, a pesar que esto no esté sustentado
en ningún Seminario suyo, obedeciendo más bien a la construcción de un ideal de
analista, ideal que afirma, también debe quedar excluido de la cura que se
dirige.
El
silencio del analista desde una perspectiva lacaniana es justificado por Gerber
(2003), al presentarlo como una actitud necesaria para no responder la demanda
interpuesta por el analizante. Menciona que es precisamente la demanda la que
introduce la exigencia del silencio del psicoanalista, un silencio que menciona,
no debe ser tomado como una pose personal que se trata de adoptar sino como el
espacio que se trata de abrir. Al referirse a este espacio, aclara: "espacio
del hueco del ser que la palabrería intenta ocultar, del vacío del deseo que la
verborragia circundante procura llenar" (párr. 10). Del mismo modo,
añade que "el analista no está para responder o no a lo que
el sujeto aparentemente quiere sino para hacer presente el deseo cuyo no
reconocimiento, obstaculizado por la demanda, da lugar al síntoma" (párr.
15). Es decir, este silencio tiene un sentido desde el cual debe ser
comprendido, pues en la medida que el analista no satisface esa demanda, lleva
al sujeto a cuestionarse ¿por qué deseo que mi demanda sea satisfecha?
generando progresos. Así mismo, introduce en su disertación el criterio técnico
de la asimetría (llamada por él dismetría), indicando que es parte de la
disparidad subjetiva que caracteriza al análisis, pues el habla debe estar de
parte del analizante y el silencio de parte del analista, ya que sin el mismo
no puede surgir el efecto de revelación que se busca, el cual resulta imposible
en una situación de diálogo simétrico y de igualdad.
Lo cierto
es que como podemos apreciar, son en el fondo, argumentos teóricos bien
sustentados de cada escuela, pero con puntos de vista a veces muy distintos
entre sí, los que sostienen un determinado proceder analítico, más activo o más
silencioso; pudiéramos incluir variaciones técnicas de otros modelos
psicoanalíticos importantes y probablemente no dejaríamos de llegar a la misma
conclusión. Explica Vainer (2008), que dentro de IPA la
institucionalización del psicoanálisis tuvo como resultado legarnos el mito de
un analista silencioso que puede llegar a asentir y muy eventualmente
interpretar, mencionando que esta actitud del "analista clásico"
predominante está directamente vinculada al triunfo de James Strachey y Max
Eitingon a la cabeza de la directiva de la IPA, pues su triunfo político tuvo
consecuencias clínicas, más allá del trípode y el establecimiento del análisis
didáctico, legando el modelo de un analista que pocas veces interviene e
interpreta.
Consideremos
que, si bien, es importante la interpretación, también es igual de importante
la escucha y por ende el silencio del analista puede ser necesario y puede
estar sustentado, partiendo de nuestros postulados teóricos, teniendo un
sentido técnico determinado. Sin embargo, cada paciente o analizando es
distinto, y las singularidades con las que nos encontremos podrán determinar
algunas variaciones necesarias en nuestra técnica con la intención que el
tratamiento funcione y nuestro interlocutor lo pueda tolerar y beneficiarse de
él. El no responder a la demanda, planteada por los lacanianos, o la
espera de la regresión transferencial esgrimida por el grupo freudiano, podría
funcionar muy bien en el caso de pacientes neuróticos, sin embargo, pudiera no
resultar en otros tantos. Por ejemplo, en frente a pacientes muy carenciados,
con déficits importantes, o estructuras muy frágiles, así como en el caso de
adolescentes, o simplemente en el caso de tratamientos que transcurren con una
frecuencia estrecha -porque simplemente no se puede más - una actitud
excesivamente silente podría resultar contraproducente, siendo quizás más
adecuado un analista activo que pueda contener y modular las ansiedades que se
desplieguen en la sesión, a la vez que puede intervenir desde el lugar oportuno
con su palabra. En cuanto al caso particular de los adolescentes, a decir de
Nin (2004), el silencio puede reactivar ansiedades por el vacío, la soledad y
las dificultades identificatorias, que se viven como un abandono del analista.
Esto aplicaría también en el caso de adultos jóvenes con un funcionamiento muy
adolescente o pacientes que por circunstancias externas del momento se han
tornado muy regresivos a esa etapa.
No puede
ser la intención del silencio producir un monto de ansiedad muy elevado que
obligue al paciente a una confesión pues en lugar de una actitud analítica,
estaríamos asumiendo una actitud de torturadores, pervirtiendo la relación, y
ubicándonos en el lugar de un superyó arcaico y persecutorio. Pero
también es cierto que no debemos hablar por hablar, sobre todo si lo hacemos en
forma de acting y para calmar nuestra propia ansiedad ante el relato escuchado,
pues la palabra dicha por el analista tiene, en este caso, la función errónea
de obturar el espacio al saber del inconsciente que, por sus propias
resistencias, aquél está evitando y en cuya dinámica se debería evitar caer,
pues en este caso estaríamos operando desde un lugar de contrarresistencia.
Scholnik (1987),
dice en relación al silencio, que más allá de las divergencias teóricas
hay un cierto acuerdo en que: “es necesario y útil, porque da un lugar
privilegiado a la palabra del paciente, facilita el espacio para la
re-elaboración y no permite una cierta complacencia que por la propia regresión
se produce al escuchar al analista" (p26). Cierto silencio es
necesario, fundamental, pues éste otorga un espacio y un tiempo para que el
proceso analítico tenga lugar, sobre todo si hemos percibido indicadores de que
dicho proceso está en marcha: apertura a nuevas fantasías, asociaciones,
recuerdos, elaboraciones; rescatándose el correlato de Winnicott (1958/1979) de
jugar a solas aún en la presencia de la madre (Kancyper, 2002).
Pudiera
pensarse entonces, que quizás el silencio adecuado es aquel que puede
generar un espacio lo suficientemente amplio para que el analizando
asocie libremente, despliegue su discurso y permita que podamos ver algo de lo
inconsciente, pero que a la vez deje lugar para la interpretación pertinente
que muestre lo que hemos visto, de forma que éste pueda verlo también, ayudando
a construir sentido, a la vez que se mantienen los niveles de ansiedad dentro
de unos límites aceptables para el transcurrir del análisis, sin fomentar más
bien, mayores resistencias o ansiedades persecutorias. En lo personal, procuro
hablarle a mi analizando, mostrarle algo de lo que no ve, y además intento
expresarme con claridad, pero también dejar espacios para su introspección, sin
abrumarlo con la palabra ni tampoco con el excesivo silencio.
Se trata
de un silencio justo, donde el calificativo de lo justo sólo
puede ser definido, uno a uno, en el curso del análisis, y ojalá podamos tener
la apertura suficiente para amoldarnos, más allá de nuestros fundamentos
teóricos (que siempre estarán), dependiendo de las características del
paciente, del momento del tratamiento e inclusive del transcurrir de cada
sesión, rescatando además el valor técnico de la escucha y del silencio, pero
de un silencio que opere con sentido y no como una mera actuación, debiendo
cuidarnos también de aquel silencio hecho por tratar de asumir la postura de
un ideal de analista, también muchas veces distorsionado, o de
otros tiempos pasados.
Referencias de este
capítulo:
Amigo, S. (2006). Apuntes sobre el
silencio del analista y "corte" como únicas herramientas del acto
analítico. http://www.imagoagenda.com/articulo.asp?idarticulo=238
Etchegoyen, H. (2014). Los
fundamentos de la técnica psicoanalítica (3era Ed.). Amorrortu.
Freud, S. (1976a). Construcciones en el
análisis. En J.L. Etcheverry (trad). Obras Completas (Vol. XXIII).
Amorrortu. (Original publicado en 1937).
Freud, S. (1976b). Fragmento de análisis de
un caso de histeria. En J.L. Etcheverry (trad). Obras Completas (Vol.
VII). Amorrortu, (Original publicado en 1905).
Freud, S. (1976c). A propósito de un caso
de neurosis obsesiva. En J.L. Etcheverry (trad). Obras Completas (Vol.
X). Amorrortu. (Original publicado en 1909).
Gerber, D. (2003). Hacer lugar al silencio.
El analista y la interpretación. Acheronta, 18.
https://www.acheronta.org/acheronta18/gerber.htm
Hornstein, L.
(2018). Ser Analista
hoy, nuevo libro de Luis Hornstein.https://www.intramed.net/contenidover.asp?contenidoID=92976
Kancyper, L. (2002). Cambios y
permanencias. El proceso psicoanalítico en la adolescencia. Metapsicología y
clínica [trabajo presentado]. En XXIV Congreso de FEPAL,
Montevideo, Uruguay.
Lacan, J. (1971). La dirección de la cura y
los principios de su poder. Escritos. Siglo XXI. (Original
publicado en 1958).
Lander, R. (2014). Psicoanálisis,
teoría de la técnica (2da ed.). Editorial Psicoanalítica.
Nin, A. (2004). Algunas peculiaridades
en el tratamiento analítico de pacientes adolescentes. En Revista
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Racker, H. (1960). Estudios
sobre técnica psicoanalítica. Paidós.
Reik, T. (1945). El significado psicológico
del silencio. En Cómo se llega a ser psicólogo. Hormé.
Schkolnik, F. (1987) Abstinencia y
transgresión. En Revista Uruguaya de Psicoanálisis,65, 25-29.
Thomä, H. y Kächele, H. (1989). Teoría y Práctica del psicoanálisis,
Vol. I, Fundamentos. Herder.
Vainer, A. (2008). Las
intervenciones del analista.
https://www.topia.com.ar/articulos/las-intervenciones-del-analista
Winnicott, D. (1979). La capacidad para
estar a solas. En El proceso de maduración en el niño. Laia
(Original publicado en 1958).
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