Efectos traumáticos del desamparo psíquico temprano
Klein (1960) señala que la relación con
la madre es la primera y fundamental, aquella en la que el niño experimenta
amor y odio por primera vez. No sólo es un objeto externo, sino que el niño
internaliza aspectos de su personalidad. Si los aspectos buenos de la madre
introyectada dominan a los frustrantes, esta madre internalizada deviene la
base de la fortaleza del carácter, porque el yo puede desarrollar así sus
potencialidades, considerando la buena relación del bebé con la madre, la alimentación, el
amor y el cuidado que ella le provee, como la base de un desarrollo emocional estable.
Ahora, si
consideramos al desamparo como la vivencia de vulnerabilidad experimentada ante
la pérdida, o la ausencia total o parcial de referentes de amor, cuidado básico
y protección para un ser que lo necesita indispensablemente pues no es capaz de
proveerse por sí mismo del producto de estas funciones, quedando como registro
psíquico el desvalimiento, ¿qué sucede cuando sobreviene una vivencia de
desamparo en estas etapas tempranas?
En primer lugar, se
debe tener presente la magnitud de la vivencia de desamparo a la cual nos
referimos y la vulnerabilidad del sujeto, pero si se tratase de una vivencia de
máxima intensidad, donde desaparecen repentinamente los referentes de cariño,
cuidado y protección para un bebé de pocos días o meses de nacido, en la cual
la madre no sólo deja de ser lo suficientemente buena, sino que deja de estar
por completo, convirtiéndose en una madre abandonante y dejando al niño a
merced de los distintos riesgos de su medio y sometido a la máxima deprivación
e insatisfacción pulsional, entonces se trataría de una experiencia que sin
duda se pudiera inscribir en el orden de lo traumático, aunque es posible que
incluso experiencias menos dramáticas también lo sean. Ciertamente, no todas
las vivencias subjetivas de desamparo serán iguales, ni tampoco los efectos que
éstas conlleven, pero como tendencia general, mientras más temprana, sostenida
y de mayor magnitud sea la experiencia sufrida, más profundas serán las huellas
que dejará en el psiquismo, lo cual repercutirá posteriormente en diferentes
momentos de su vida y probablemente sus efectos se pongan de manifiesto
mediante la aparición de sintomatologías diversas, de las cuales seremos
testigos en nuestra consulta.
El rango de
mayor o menor intensidad de una vivencia de desamparo puede variar, así como
cuán traumática resulte esta experiencia para el sujeto. Green (1980/1986)
plantea el concepto de <madre muerta> para explicar la relación del niño
con una madre, que aunque permanece viva e incluso físicamente presente, está
distante en lo afectivo, producto de un duelo que le absorbe a sí misma, siendo
incapaz de continuar con el proceso de investidura y libidinización de su hijo,
quien lo vive como una catástrofe, ya que sin razón alguna el amor previamente
ofrecido se ha perdido de golpe, conllevando a un trauma narcisista que
desemboca no sólo en la pérdida del amor, sino también del sentido, ya que el
bebé no dispone de explicación alguna para entender lo sucedido y tras
infructuosos intentos de reparación, que le llevan a sufrir impotencia,
terminará por hacer una desinvestidura del objeto e identificarse
inconscientemente con la <madre muerta>, lo cual traerá consecuencias a
largo plazo en su estructuración psíquica y en su forma de vincularse con otros
objetos, en su propio narcisismo y en su futuro libidinal. Puede haber
casos aún peores, donde la madre nunca llega a estar o desaparece casi sin
dejar registro de haber existido y haber brindado cariño, protección o
satisfacción previamente.
La
experiencia de lo traumático puede inscribirse en el clásico concepto económico
freudiano de un exceso de estimulación que sobrepasa la capacidad del aparato
mental para procesarle, o también puede estar inscrito en el terreno de lo
negativo, desde la emergencia de un trauma pasivo que implica ausencia,
en este caso de la estimulación necesaria para el desarrollo infantil temprano
(Hernández y García, 2016) : puede haber ausencia de cariño, de cuidados,
de atención, de libidnización, de narcisización, que además lleva a la
sensación de desvalimiento antes mencionada. Ahora, dependiendo de la
vivencia de desamparo, sobre todo cuando el abandono es del orden de la
realidad fáctica, a este concepto de trauma puede sumársele el concepto clásico
de trauma psíquico, pues el bebé no sólo quedaría en ausencia de aquello que
necesita para continuar su desarrollo normal, sino que también quedará expuesto
a las dificultades de un medio hostil contra el cual no tiene la capacidad de
hacer frente: hambre, frío, contacto con contextos insalubres, son sólo algunos
de los riesgos que corren niños que son abandonados a su suerte incluso días
después de haber nacido, teniendo implícito un potencial riesgo de muerte. Ya
Freud (1926/1976) había mencionado las desventajas del ser humano recién nacido
frente a otras especies, pues en éste la dependencia es máxima ya que la
criatura humana viene al mundo más inacabada que en el caso de otros animales,
lo cual por una parte hace mayor la significatividad de los peligros del mundo exterior,
así como por otra, el papel a jugar por el único objeto que puede protegerle de
esos peligros.
Hechos como
los descritos, donde la vivencia de desamparo es total, donde el riesgo de
muerte es pleno y donde el abandono del bebé a su suerte por parte de una madre
o unos padres que no desean tenerle está presente, no suelen ser infrecuentes
en nuestro contexto latinoamericano, sobre todo en situaciones de máxima
pobreza, donde el desamparo de otra índole, el social y el económico, termina
repercutiendo directamente en la vida de bebés recién nacidos, cuando éstos son
abandonados sufriendo experiencias de desamparo psíquico y físico reales. Una
viñeta clínica presentada más adelante ilustrará este tipo de situaciones, sin
embargo, vale la pena destacar que en casos como éstos la exposición traumática
del niño es plena y la vivencia de la angustia aniquilatoria es máxima.
Podría
afirmarse que vivencias de desamparo en etapas tempranas, conllevan a la
presencia de una especie de hueco en la textura del yo que derivarán en la
presencia de distintas patologías, pero cuyo punto en común podría resumirse en
lo no simbolizable. Por lo general experiencias tan intensas, cuando el sujeto
no ha adquirido el uso del lenguaje, hacen que su inscripción quede en el
registro de lo narcisista y sus efectos lo vemos en la clínica mediante la
aparición de cuadros sintomáticos que distan de las neurosis clásicas.
Así como vemos los efectos en el caso del complejo de la madre muerta, podemos toparnos, entre otras, con
patologías narcisistas graves, trastornos psicosomáticos, cuadros de ataques de
pánico, una estructuración usual desde el déficit y no desde el conflicto y
frecuentemente la clínica del vacío interior, la cual se presenta como una
sensación de vacío, a veces existencial y a veces físico, que necesita ser
tapado usualmente mediante la presencia de un tercero significativo con el cual
se desarrolla un apego intenso, con un predominio de una relación de objeto
fusional con alguien que obtura el hueco previamente existente y da una sensación
ilusoria de completud y seguridad. Así mismo, puede estar presente una
sensación de difusión de la identidad, así como el uso de mecanismos de defensa
primitivos, al igual que crisis de angustia muy intensas (de separación o
incluso de carácter aniquilatorio) que evocan a la angustia vivida durante la
situación de desamparo, sobre todo si el objeto que ayuda a tapar ese vacío de carácter
estructural está ausente o existe riesgo de perderlo.
En este punto cabría rescatar el concepto de <falta básica>
propuesto por Balint (1968) quien haciendo referencia a sensaciones y
experiencias de sus pacientes, que no se referían a un conflicto ni a un
complejo ni a una situación determinada que les ocurriera, expresaban una falla
de origen primario que seguía teniendo plena vigencia. El concepto es descrito
así por Balint: “una falla básica en la estructura biológica del individuo, que
implica tanto al espíritu como al cuerpo, en proporciones variables. El
origen de esta falla básica se encuentra en el pasado, en una discrepancia considerable
entre las necesidades del individuo durante sus primeros años (o incluso sus
primeros meses) de vida y los cuidados recibidos en esta época. Esta
discrepancia crea un estado de deficiencia cuyas consecuencias sólo son
parcialmente reversibles. Aunque el individuo pueda realizar una buena, e
incluso una excelente adaptación, los vestigios de sus experiencias precoces
subsisten e intervienen en lo que llamamos su constitución, su individualidad o
la formación de su carácter, tanto en el sentido psicológico como en el
biológico. La causa de esta discrepancia puede hallarse en el factor congénito:
puede que las necesidades del bebé sean excesivas; o en el ambiente, que le
proporciona cuidados insuficientes, negligentes, irregulares, hiperansiosos,
hiperprotectores o simplemente faltos de comprensión”.
Puede verse entonces que el concepto se enmarca en una discrepancia
considerable entre las necesidades del individuo y los cuidados brindados por
los objetos cercanos en su ambiente, y que parte de las características que le
atañen, tiene que ver con la irreversibilidad parcial de la deficiencia que ha
quedado, característica que pudiéramos considerar también como uno de los
efectos traumáticos a largo plazo de una situación vivencial de desamparo.
Balint señala, así mismo que todos tenemos una falla básica, aunque su gravedad
dependerá de las circunstancias en que haya transcurrido nuestra primera
infancia (Daurella, 2017), lo que permitiría sustentar la idea que mientras más
intensa y traumática sea la vivencia de desamparo, mayor sería la falla básica
que quedaría como producto de esta experiencia, sobre todo considerando
aquellas más tempranas.
Esto lleva a
considerar un aspecto clave en la relación madre-hijo que influye en la
relación pregenital infantil con ella y es la presencia o no de un verdadero
amor maternal (Liberman, 2012) y el deseo –o no- de esta madre de haber
concebido a su hijo. La maternidad no puede ser considerada únicamente un
instinto, si se toman en cuenta las mujeres que sostienen su deseo de no ser
madres o que cada vez más retardan la edad para tener un primer bebé. Existe
mucho de la influencia del medio, de la maternidad como valor social que por lo
general es transmitido a través de la familia y del contexto social en general
(amistades, cultura, medios de comunicación), que de alguna forma terminan
incidiendo en la decisión de una mujer de ser madre aún yendo en contra de su
propio deseo genuino. Si la maternidad puede ser fuente de rechazo o de
ambivalencia para algunas mujeres, entonces no es inusual que cada vez más sea
creciente la cantidad de patologías que encontramos vinculadas a experiencias
de desamparo, sea este un desamparo subjetivo vivenciado aun cuando la madre se
encuentra presente pero distante afectivamente, o un desamparo real que somete
al niño a experiencias de privación y de máxima vulnerabilidad, pudiendo ver en
el medio del camino, también otras actuaciones no infrecuentes como odio, molestia
permanente y agresión directa o indirecta que algunas veces se reduce a tratos
crueles y maltratos físicos o una relación utilitaria con el hijo como vehículo
a través del cual intenta retener y mantener cerca de sí al padre del pequeño.
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