Efectos traumáticos del desamparo psíquico temprano


Versión teórica del trabajo presentado en el XXIII Encuentro Anual de la Sociedad Psicoanalítica de Caracas y en el marco del X Congreso de la Asociación Psicoanalítica del Uruguay: Desamparo.

“¿Cómo poner una palabra en el paisaje

sin que el silencio se asuste

igual que un animal sorprendido en el bosque

o como una procesión que ha perdido su imagen?”

Roberto Juarroz (1975/1978)

 


Sabemos que existen una serie de factores que, al estar presentes desde los primeros momentos de la vida del niño, contribuyen en gran medida a la estructuración psíquica de una forma más o menos sana, con una mejor constitución, y que potencian mayores recursos para hacer frente a las vicisitudes de la vida en etapas más tardías.  De allí, la importancia de algunos conceptos como la madre suficientemente buena y el holding de Winnicott o la función Rêverie planteada por Bion que tendrán gran peso a lo largo del desarrollo pregenital del infante, aunque la experiencia sea relativa y varíe según la singularidad de cada caso. 

 

Puede considerarse que, tras el nacimiento, la vida psíquica se inaugura con la mirada de la madre y su respuesta ante el llanto del bebé, en el momento en el cual el mundo interno del niño comienza a recibir contenidos de parte de aquél que le sostiene y le nutre, y a partir de ese momento se va a dar un  juego de introyecciones e identificaciones tempranas realizado en base a elementos sensoriales de la madre que van a llevar a la constitución de un yo primitivo, cuya textura se formaría apuntalándose en las consiguientes experiencias de gratificación y frustración que fueran dadas al niño (Lander, 2014), ejerciendo funciones como proveerle vitalidad, sentimientos de seguridad y protección (Hornstein, 2002), a la vez que se contienen sus ansiedades más tempranas y las primeras manifestaciones de insatisfacción.

 

Klein (1960) señala que la relación con la madre es la primera y fundamental, aquella en la que el niño experimenta amor y odio por primera vez. No sólo es un objeto externo, sino que el niño internaliza aspectos de su personalidad. Si los aspectos buenos de la madre introyectada dominan a los frustrantes, esta madre internalizada deviene la base de la fortaleza del carácter, porque el yo puede desarrollar así sus potencialidades, considerando la buena relación del bebé con la madre, la alimentación, el amor y el cuidado que ella le provee, como la base de un desarrollo emocional estable; se constituiría así la base del llamado “objeto bueno interno” que sabemos resulta fundamental para la vida psíquica en todas sus etapas posteriores y para lidiar también con los peligros interiores y del mundo externo.

 

Ahora, si consideramos al desamparo como la vivencia de vulnerabilidad experimentada ante la pérdida, o la ausencia total o parcial de referentes de amor, cuidado básico y protección para un ser que lo necesita indispensablemente pues no es capaz de proveerse por sí mismo del producto de estas funciones, quedando como registro psíquico el desvalimiento, ¿qué sucede cuando sobreviene una vivencia de desamparo en estas etapas tan tempranas?

 

Entre el desvalimiento y la vulnerabilidad: de la madre muerta a la falta básica.

 

En primer lugar, debemos considerar la magnitud de la vivencia de desamparo a la cual nos referimos y la vulnerabilidad del sujeto, pero si se tratase de una vivencia de máxima intensidad, donde desaparecen repentinamente los referentes de cariño, cuidado y protección para un bebé de pocos días o meses de nacido, en la cual la madre no sólo deja de ser lo suficientemente buena, sino que deja de estar por completo, convirtiéndose en una madre abandonante que deja al niño a merced de los distintos riesgos de su medio,  sometido a la máxima deprivación e insatisfacción pulsional, entonces se trataría de una experiencia que sin duda se pudiera inscribir en el orden de lo traumático, aunque es posible que incluso experiencias menos dramáticas también lo sean.

 

 Ciertamente, no todas las vivencias subjetivas de desamparo serán iguales, ni tampoco los efectos que éstas conlleven, pero como tendencia general, mientras más temprana, sostenida y de mayor magnitud sea la experiencia sufrida, más profundas serán las huellas que dejará en el psiquismo, lo cual repercutirá posteriormente en diferentes momentos de su vida y probablemente sus efectos se pongan de manifiesto mediante la aparición de sintomatologías diversas, de las cuales seremos testigos en nuestra consulta.

 

El rango de mayor o menor intensidad de una vivencia de desamparo puede variar, así como cuán traumática resulte esta experiencia para el sujeto. Green (1980/1986) plantea el concepto de madre muerta para explicar la relación del niño con una madre, que aunque permanece viva e incluso físicamente presente, está distante en lo afectivo, producto de un duelo que le absorbe a sí misma, siendo incapaz de continuar con el proceso de investidura y libidinización de su hijo, quien lo vive como una catástrofe, ya que sin razón alguna el amor previamente ofrecido se ha perdido de golpe, conllevando a un trauma narcisista que desemboca no sólo en la pérdida del amor, sino también del sentido, ya que el bebé no dispone de explicación alguna para entender lo sucedido y tras infructuosos intentos de reparación, que le llevan a sufrir impotencia, terminará por hacer una desinvestidura del objeto e identificarse inconscientemente con la madre muerta, lo cual traerá consecuencias a largo plazo en su estructuración psíquica y en su forma de vincularse con otros objetos, en su propio narcisismo y en su futuro libidinal.   Puede haber casos aún peores, donde la madre nunca llega a estar o desaparece casi sin dejar registro de haber existido y haber brindado cariño, protección o satisfacción previamente.

 

La experiencia de lo traumático puede inscribirse en el clásico concepto económico freudiano de un exceso de estimulación que sobrepasa la capacidad del aparato mental para procesarle, o también puede estar inscrito en el terreno de lo negativo,  desde la emergencia de un trauma pasivo que implica ausencia, en este caso de la estimulación necesaria para el desarrollo infantil temprano (Hernández y García, 2016): puede haber ausencia de cariño, de cuidados, de atención, de libidinización, de narcisización, que además lleva a la sensación de desvalimiento antes mencionada.  Ahora, dependiendo de la vivencia de desamparo, sobre todo cuando el abandono es del orden de la realidad fáctica y no únicamente una vivencia subjetiva susceptible de ser relativizada, a este concepto de trauma pasivo puede sumársele el concepto clásico de trauma psíquico, pues el bebé no sólo quedaría en ausencia de aquello que necesita para continuar su desarrollo normal, sino que también quedará expuesto a las dificultades de un medio hostil contra el cual no tiene la capacidad de hacer frente: hambre, frío, contacto con contextos insalubres, son sólo algunos de los riesgos que corren niños que son abandonados a su suerte incluso días después de haber nacido, teniendo implícito un potencial riesgo de muerte.

 

Ya Freud (1926/1976) había mencionado las desventajas del ser humano recién nacido frente a otras especies, pues en éste la dependencia es máxima ya que la criatura humana viene al mundo más inacabada que en el caso de otros animales, lo cual por una parte hace mayor la significatividad de los peligros del mundo exterior, así como por otra, el papel a jugar por el único objeto que puede protegerle de esos peligros.

 

Hechos como los descritos, donde la vivencia de desamparo es total, donde el riesgo de muerte es pleno y donde el abandono del bebé a su suerte por parte de una madre o unos padres que no desean tenerle está presente, no suelen ser infrecuentes en nuestro contexto latinoamericano, sobre todo en situaciones de máxima pobreza, donde el desamparo de otra índole, el social y el económico, termina repercutiendo directamente en la vida de bebés recién nacidos, cuando éstos son abandonados sufriendo experiencias de desamparo psíquico y físico reales. Una viñeta clínica presentada más adelante ilustrará este tipo de situaciones, sin embargo, vale la pena destacar que en casos como éstos la exposición traumática del niño es plena y la vivencia de la ansiedad aniquilatoria es máxima.

 

Podría afirmarse que vivencias de desamparo en etapas tempranas, conllevan a la presencia de una especie de abismo en la textura del yo que derivarán en la presencia de distintas patologías, pero cuyo punto en común podría resumirse en lo no simbolizable. Por lo general experiencias tan intensas, cuando el sujeto no ha adquirido el uso del lenguaje, hacen que su inscripción quede en el registro de lo narcisista y sus efectos lo vemos en la clínica mediante la aparición de cuadros sintomáticos que distan de las neurosis clásicas.  Así como vemos los efectos en el caso del complejo de la madre muerta, podemos toparnos, entre otras, con patologías narcisistas graves, trastornos psicosomáticos, crisis de pánico, una estructuración usual desde el déficit y no desde el conflicto y frecuentemente la clínica del vacío interior, la cual se presenta como una sensación de vacío, a veces existencial y a veces físico, que necesita ser tapado usualmente mediante la presencia de un tercero significativo con el cual se desarrolla un apego intenso, y con quien se tiene una relación de objeto predominantemente fusional, ya que se convierte en alguien que obtura el agujero previamente existente y da una sensación ilusoria de completud y seguridad.

 

Así mismo, puede estar presente una sensación de difusión de la identidad, así como el uso de mecanismos de defensa primitivos, al igual que una ansiedad muy intensa (que se vive desde la separación o llega a tener incluso un carácter aniquilatorio) y que evoca las ansiedades vividas durante la situación de desamparo, sobre todo si el objeto que ayuda a tapar ese vacío de carácter estructural está ausente o existe riesgo de perderlo.

 

En este punto cabría rescatar el concepto de falta básica propuesto por Balint (1979/1982)[1] quien, haciendo referencia a sensaciones y experiencias de sus pacientes, que no se referían a un conflicto, ni a un complejo, ni a una situación determinada que les ocurriera, expresaban una falla de origen primario que seguía teniendo plena vigencia. Para Balint, “el paciente dice que le falta algo en su interior, una falta que debe ser reparada (…). Éstos sienten que la causa de esa falta está en que alguien les falló o los descuidó” (Balint 1979/1982, p. 35) y agrega que “una gran ansiedad invariablemente alienta en este nivel, ansiedad habitualmente expresada como una desesperada demanda de que esta vez el analista no habrá de fallarles, es más, no debe fallarles”. (loc. Cit)

 

Profundizando en sus causas, esclarece:

 

“A mi juicio, el origen de la falta básica puede remontarse a una aguda discrepancia (en las primeras fases formativas del individuo) entre las necesidades bio-psicológicas y los cuidados psicológicos y materiales que se le brindaron, como la atención y el afecto de que fue objeto en los momentos oportunos. Esa discrepancia crea un estado de deficiencia cuyos efectos posteriores parecen sólo parcialmente reparables. La causa de esta discrepancia temprana puede ser congénita, es decir, las necesidades bio-psicológicas del infante pueden haber sido excesivas (…) o puede ser ambiental, como cuidados insuficientes, deficientes, fortuitos, o una actitud demasiado ansiosa o sobreprotectora o áspera, rígida, groseramente incoherente, inoportuna, sobreestimulante o sencillamente incomprensiva o indiferente”. (Balint 1979/1982, p. 36)

 

Puede verse entonces que el concepto se enmarca en una discrepancia considerable entre las necesidades del individuo y los cuidados brindados por los objetos cercanos en su ambiente, y que parte de las características que le atañen, tiene que ver con la irreversibilidad parcial de la deficiencia que ha quedado, característica que pudiéramos considerar también como uno de los efectos traumáticos a largo plazo de una situación vivencial de desamparo. Balint señala, así mismo que todos tenemos una falla básica, aunque su gravedad dependerá de las circunstancias en que haya transcurrido nuestra primera infancia (Daurella, 2017), lo que permitiría sustentar la idea que mientras más intensa y traumática sea la vivencia de desamparo, mayor sería la falla básica que quedaría como producto de esta experiencia, sobre todo considerando aquellas vivencias más tempranas.

 

Esto lleva a considerar un aspecto clave en la relación madre-hijo que influye en la relación pregenital infantil con ella y es la presencia o no de un verdadero amor maternal (Liberman, 2012) y el deseo –o no- de esta madre de haber concebido a su hijo. La maternidad no puede ser considerada únicamente un instinto, si se toman en cuenta las mujeres que sostienen su deseo de no ser madres o que cada vez más retardan la edad para tener un primer bebé. Existe mucho de la influencia del medio, de la maternidad como valor social que por lo general es transmitido a través de la familia y del contexto social en general (amistades, cultura, medios de comunicación), que de alguna forma terminan incidiendo en la decisión de una mujer de ser madre aun yendo en contra de su propio deseo genuino.

 

Si la maternidad puede ser fuente de rechazo o de ambivalencia para algunas mujeres, entonces no es inusual que cada vez más sea creciente la cantidad de patologías que encontramos vinculadas a experiencias de desamparo, sea este un desamparo subjetivo vivenciado aun cuando la madre se encuentra presente pero distante afectivamente, o un desamparo real que somete al niño a experiencias de privación y de máxima vulnerabilidad, pudiendo ver en el medio del camino, también otras actuaciones no infrecuentes como odio, molestia permanente y agresión directa o indirecta que algunas veces se reduce a tratos crueles y maltratos físicos o una relación utilitaria con el hijo como vehículo a través del cual intenta retener y mantener cerca de sí al padre del pequeño o a alguien que pueda cuidarles o mantenerles a futuro.



[1] Balint presenta un primer trabajo sobre el tema alrededor de 1968. Su obra al respecto es recopilada y presentada en inglés por Enid Balint en 1979 bajo el sello de publicaciones de la Clínica Tavistock. 


- POR MOTIVOS DE CONFIDENCIALIDAD PARA ESTA PUBLICACIÓN EN INTERNET SE HA SUPRIMIDO LA VIÑETA CLÍNICA EXISTENTE EN EL TRABAJO ORIGINAL-



Referencias:

Balint, M. (1982). La Falta Básica. Paidós (Original publicado en 1979).

 

Daurella, N. (2017). Falla básica y relación terapéutica: la aportación de Michael Balint a la concepción relacional del psicoanálisis. Temas de Psicoanálisis, 13.

 

Freud, S. (1976). Inhibición, Síntoma y Angustia. En J. L. Etcheverry (trad.) Obras Completas (vol. XX). Amorrortu. (Original publicado en 1926).

 

Green, A. (1986). La madre muerta. En Narcisismo de vida, narcisismo de muerte. Amorrortu (Original publicado en 1980).

 

Hernández, V. y García, C. (2016). Agarrarse al trauma para evitar el dolor del desamparo. Temas de Psicoanálisis, 12.

 

Hornstein, L. (2002). Narcisismo: autoestima, identidad, alteridad. Paidós.

 

Juarroz, R. (1978). Roberto Juarroz. Poesía Vertical antología Mayor. Carlos Lohlé. (Original de 1975).

 

Klein, M (2015). Sobre la Salud mental. En Envidia y Gratitud, y otros trabajos. Obras Completas (vol. III). Paidós. (Original publicado en 1960).

 

Lander, R. (2014). Psicoanálisis, teoría de la técnica (2da ed.).  Editorial Psicoanalítica.

 

Liberman, A. (2012). ¿Existe el amor maternal? Trópicos, 20 (1), 139-143.


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