Efectos traumáticos del desamparo psíquico temprano


Versión teórica del trabajo presentado en el XXIII Encuentro Anual de la Sociedad Psicoanalítica de Caracas y en el marco del X Congreso de la Asociación Psicoanalítica del Uruguay: Desamparo.

Se ha considerado una serie de factores que, al estar presentes desde los primeros momentos de la vida del niño, contribuirían en gran medida a la estructuración psíquica del sujeto de una forma más o menos sana, con una mejor constitución y mayores recursos para hacer frente a las vicisitudes de la vida en etapas más tardías.  De allí la importancia de algunos conceptos como <la madre suficientemente buena> y el <holding> de Winnicott o la <función Rêverie> planteada por Bion que tendrán gran peso a lo largo del desarrollo pregenital del infante, aunque la experiencia sea relativa y varíe de sujeto en sujeto.  Puede considerarse que la vida psíquica se inaugura con la mirada de la madre y su respuesta ante el llanto del bebé, en el momento en el cual el aparato psíquico comienza a recibir contenidos de parte de aquél que le sostiene y le nutre, y a partir de ese momento se va a dar un  juego de introyecciones e identificaciones tempranas realizados en base a elementos sensoriales de la madre que van a llevar a la constitución de un yo primitivo, cuya textura se formaría apuntalándose en las consiguientes experiencias de gratificación y frustración que fueran dadas al niño (Lander, 2014), ejerciendo funciones como proveerle vitalidad, sentimientos de seguridad y protección (Hornstein, 2002).

 

       Klein (1960) señala que la relación con la madre es la primera y fundamental, aquella en la que el niño experimenta amor y odio por primera vez. No sólo es un objeto externo, sino que el niño internaliza aspectos de su personalidad. Si los aspectos buenos de la madre introyectada dominan a los frustrantes, esta madre internalizada deviene la base de la fortaleza del carácter, porque el yo puede desarrollar así sus potencialidades, considerando la buena relación del bebé con la madre, la alimentación, el amor y el cuidado que ella le provee, como  la base de un desarrollo emocional estable.

 

       Ahora, si consideramos al desamparo como la vivencia de vulnerabilidad experimentada ante la pérdida, o la ausencia total o parcial de referentes de amor, cuidado básico y protección para un ser que lo necesita indispensablemente pues no es capaz de proveerse por sí mismo del producto de estas funciones, quedando como registro psíquico el desvalimiento, ¿qué sucede cuando sobreviene una vivencia de desamparo en estas etapas tempranas?

 

En primer lugar, se debe tener presente la magnitud de la vivencia de desamparo a la cual nos referimos y la vulnerabilidad del sujeto, pero si se tratase de una vivencia de máxima intensidad, donde desaparecen repentinamente los referentes de cariño, cuidado y protección para un bebé de pocos días o meses de nacido, en la cual la madre no sólo deja de ser lo suficientemente buena, sino que deja de estar por completo, convirtiéndose en una madre abandonante y dejando al niño a merced de los distintos riesgos de su medio y sometido a la máxima deprivación e insatisfacción pulsional, entonces se trataría de una experiencia que sin duda se pudiera inscribir en el orden de lo traumático, aunque es posible que incluso experiencias menos dramáticas también lo sean. Ciertamente, no todas las vivencias subjetivas de desamparo serán iguales, ni tampoco los efectos que éstas conlleven, pero como tendencia general, mientras más temprana, sostenida y de mayor magnitud sea la experiencia sufrida, más profundas serán las huellas que dejará en el psiquismo, lo cual repercutirá posteriormente en diferentes momentos de su vida y probablemente sus efectos se pongan de manifiesto mediante la aparición de sintomatologías diversas, de las cuales seremos testigos en nuestra consulta. 

 

       El rango de mayor o menor intensidad de una vivencia de desamparo puede variar, así como cuán traumática resulte esta experiencia para el sujeto. Green (1980/1986) plantea el concepto de <madre muerta> para explicar la relación del niño con una madre, que aunque permanece viva e incluso físicamente presente, está distante en lo afectivo, producto de un duelo que le absorbe a sí misma, siendo incapaz de continuar con el proceso de investidura y libidinización de su hijo, quien lo vive como una catástrofe, ya que sin razón alguna el amor previamente ofrecido se ha perdido de golpe, conllevando a un trauma narcisista que desemboca no sólo en la pérdida del amor, sino también del sentido, ya que el bebé no dispone de explicación alguna para entender lo sucedido y tras infructuosos intentos de reparación, que le llevan a sufrir impotencia, terminará por hacer una desinvestidura del objeto e identificarse inconscientemente con la <madre muerta>, lo cual traerá consecuencias a largo plazo en su estructuración psíquica y en su forma de vincularse con otros objetos, en su propio narcisismo y en su futuro libidinal.   Puede haber casos aún peores, donde la madre nunca llega a estar o desaparece casi sin dejar registro de haber existido y haber brindado cariño, protección o satisfacción previamente. 

 

       La experiencia de lo traumático puede inscribirse en el clásico concepto económico freudiano de un exceso de estimulación que sobrepasa la capacidad del aparato mental para procesarle, o también puede estar inscrito en el terreno de lo negativo,  desde la emergencia de un trauma pasivo que implica ausencia, en este caso de la estimulación necesaria para el desarrollo infantil temprano (Hernández y García, 2016)  : puede haber ausencia de cariño, de cuidados, de atención, de libidnización, de narcisización, que además lleva a la sensación de desvalimiento antes mencionada.  Ahora, dependiendo de la vivencia de desamparo, sobre todo cuando el abandono es del orden de la realidad fáctica, a este concepto de trauma puede sumársele el concepto clásico de trauma psíquico, pues el bebé no sólo quedaría en ausencia de aquello que necesita para continuar su desarrollo normal, sino que también quedará expuesto a las dificultades de un medio hostil contra el cual no tiene la capacidad de hacer frente: hambre, frío, contacto con contextos insalubres, son sólo algunos de los riesgos que corren niños que son abandonados a su suerte incluso días después de haber nacido, teniendo implícito un potencial riesgo de muerte. Ya Freud (1926/1976) había mencionado las desventajas del ser humano recién nacido frente a otras especies, pues en éste la dependencia es máxima ya que la criatura humana viene al mundo más inacabada que en el caso de otros animales, lo cual por una parte hace mayor la significatividad de los peligros del mundo exterior, así como por otra, el papel a jugar por el único objeto que puede protegerle de esos peligros. 

 

       Hechos como los descritos, donde la vivencia de desamparo es total, donde el riesgo de muerte es pleno y donde el abandono del bebé a su suerte por parte de una madre o unos padres que no desean tenerle está presente, no suelen ser infrecuentes en nuestro contexto latinoamericano, sobre todo en situaciones de máxima pobreza, donde el desamparo de otra índole, el social y el económico, termina repercutiendo directamente en la vida de bebés recién nacidos, cuando éstos son abandonados sufriendo experiencias de desamparo psíquico y físico reales. Una viñeta clínica presentada más adelante ilustrará este tipo de situaciones, sin embargo, vale la pena destacar que en casos como éstos la exposición traumática del niño es plena y la vivencia de la angustia aniquilatoria es máxima. 

 

       Podría afirmarse que vivencias de desamparo en etapas tempranas, conllevan a la presencia de una especie de hueco en la textura del yo que derivarán en la presencia de distintas patologías, pero cuyo punto en común podría resumirse en lo no simbolizable. Por lo general experiencias tan intensas, cuando el sujeto no ha adquirido el uso del lenguaje, hacen que su inscripción quede en el registro de lo narcisista y sus efectos lo vemos en la clínica mediante la aparición de cuadros sintomáticos que distan de las neurosis clásicas.  Así como vemos los efectos en el caso del complejo de la madre muerta, podemos toparnos, entre otras, con patologías narcisistas graves, trastornos psicosomáticos, cuadros de ataques de pánico, una estructuración usual desde el déficit y no desde el conflicto y frecuentemente la clínica del vacío interior, la cual se presenta como una sensación de vacío, a veces existencial y a veces físico, que necesita ser tapado usualmente mediante la presencia de un tercero significativo con el cual se desarrolla un apego intenso, con un predominio de una relación de objeto fusional con alguien que obtura el hueco previamente existente y da una sensación ilusoria de completud y seguridad. Así mismo, puede estar presente una sensación de difusión de la identidad, así como el uso de mecanismos de defensa primitivos, al igual que crisis de angustia muy intensas (de separación o incluso de carácter aniquilatorio) que evocan a la angustia vivida durante la situación de desamparo, sobre todo si el objeto que ayuda a tapar ese vacío de carácter estructural está ausente o existe riesgo de perderlo.

 

        En este punto cabría rescatar el concepto de <falta básica> propuesto por Balint (1968) quien haciendo referencia a sensaciones y experiencias de sus pacientes, que no se referían a un conflicto ni a un complejo ni a una situación determinada que les ocurriera, expresaban una falla de origen primario que seguía teniendo plena vigencia. El concepto es descrito así por Balint: “una falla básica en la estructura biológica del individuo, que implica tanto al  espíritu como al cuerpo, en proporciones variables. El origen de esta falla básica se encuentra en el pasado, en una discrepancia considerable entre las necesidades del individuo durante sus primeros años (o incluso sus primeros meses) de vida y los cuidados recibidos en esta época. Esta discrepancia crea un estado de deficiencia cuyas consecuencias sólo son parcialmente reversibles. Aunque el individuo pueda realizar una buena, e incluso una excelente adaptación, los vestigios de sus experiencias precoces subsisten e intervienen en lo que llamamos su constitución, su individualidad o la formación de su carácter, tanto en el sentido psicológico como en el biológico. La causa de esta discrepancia puede hallarse en el factor congénito: puede que las necesidades del bebé sean excesivas; o en el ambiente, que le proporciona cuidados insuficientes, negligentes, irregulares, hiperansiosos, hiperprotectores o simplemente faltos de comprensión”.

 

       Puede verse entonces que el concepto se enmarca en una discrepancia considerable entre las necesidades del individuo y los cuidados brindados por los objetos cercanos en su ambiente, y que parte de las características que le atañen, tiene que ver con la irreversibilidad parcial de la deficiencia que ha quedado, característica que pudiéramos considerar también como uno de los efectos traumáticos a largo plazo de una situación vivencial de desamparo. Balint señala, así mismo que todos tenemos una falla básica, aunque su gravedad dependerá de las circunstancias en que haya transcurrido nuestra primera infancia (Daurella, 2017), lo que permitiría sustentar la idea que mientras más intensa y traumática sea la vivencia de desamparo, mayor sería la falla básica que quedaría como producto de esta experiencia, sobre todo considerando aquellas más tempranas.

 

       Esto lleva a considerar un aspecto clave en la relación madre-hijo que influye en la relación pregenital infantil con ella y es la presencia o no de un verdadero amor maternal (Liberman, 2012) y el deseo –o no- de esta madre de haber concebido a su hijo. La maternidad no puede ser considerada únicamente un instinto, si se toman en cuenta las mujeres que sostienen su deseo de no ser madres o que cada vez más retardan la edad para tener un primer bebé. Existe mucho de la influencia del medio, de la maternidad como valor social que por lo general es transmitido a través de la familia y del contexto social en general (amistades, cultura, medios de comunicación), que de alguna forma terminan incidiendo en la decisión de una mujer de ser madre aún yendo en contra de su propio deseo genuino. Si la maternidad puede ser fuente de rechazo o de ambivalencia para algunas mujeres, entonces no es inusual que cada vez más sea creciente la cantidad de patologías que encontramos vinculadas a experiencias de desamparo, sea este un desamparo subjetivo vivenciado aun cuando la madre se encuentra presente pero distante afectivamente, o un desamparo real que somete al niño a experiencias de privación y de máxima vulnerabilidad, pudiendo ver en el medio del camino, también otras actuaciones no infrecuentes como odio, molestia permanente y agresión directa o indirecta que algunas veces se reduce a tratos crueles y maltratos físicos o una relación utilitaria con el hijo como vehículo a través del cual intenta retener y mantener cerca de sí al padre del pequeño.


- POR MOTIVOS DE CONFIDENCIALIDAD PARA ESTA PUBLICACIÓN EN INTERNET SE HA SUPRIMIDO LA VIÑETA CLÍNICA EXISTENTE EN EL TRABAJO ORIGINAL-



Referencias:

Balint, M. (1968). La Falta Básica. Paidós.

Daurella, N. (2017). Falla básica y relación terapéutica: la aportación de Michael Balint a la concepción relacional del psicoanálisis. Temas de Psicoanálisis. Revista de la Sociedad Española de Psicoanálisis, 13.

Freud, S. (1976). Inhibición, Síntoma y Angustia. En J. L. Etcheverry (trad.) Obras Completas (Vol. XX). Amorrortu. (Original publicado en 1926). 

Green, A. (1986). La madre muerta. En Narcisismo de vida, narcisismo de muerte. Amorrortu (Original publicado en 1980).

Hernández, V. y García, C. (2016). Agarrarse al trauma para evitar el dolor del desamparo. Temas de Psicoanálisis. Revista de la Sociedad Española del Psicoanálisis, 12.

Hornstein, L. (2002). Narcisismo: autoestima, identidad, alteridad. Paidós.

Klein, M (2015). Sobre la Salud mental. En Obras Completas de Melanie Klein: Envidia y Gratitud, y otros trabajos. Paidós. (Original publicado en 1960).

Lander, R. (2014). Psicoanálisis, teoría de la técnica (2da ed.).  Editorial Psicoanalítica.

Liberman, A. (2012). ¿Existe el amor maternal? Trópicos, Revista de Psicoanálisis, 20 (1), 139-143.

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