Barricadas sobre el diván. La Dificultad del pensamiento y el encuadre*.

*Presentado en el XXII Evento Anual de la Sociedad Psicoanalítica de Caracas, Noviembre 2017.
“El escenario político del país se ha abierto camino en el diván, la realidad entra en los consultorios, entretejiéndose en el lenguaje habitual del conflicto” (Leisse, 2003).
Crónicas de la práctica clínica venezolana durante la oleada de protestas y la cruenta represión del año 2017...
Ante la situación momento – país que vivimos, se plantean nuevos retos para la práctica y sostenimiento de nuestro oficio. Surgen, así mismo, nuevas interrogantes, que no necesariamente encontraran una respuesta inmediata, pero que en el fondo nos cuestionan sobre qué hacer cuando nos enfrentamos a un escenario de constantes dificultades que parecen poner en peligro la estabilidad mínima necesaria para poder ejercer el psicoanálisis. ¿Hasta qué punto es posible continuar? ¿Cuándo es necesario y oportuno parar frente a la contingencia, a veces potencial de una situación de calle riesgosa, aunque no necesariamente se presente en nuestra zona de trabajo? ¿Cómo manejamos la incertidumbre –nuestra y del paciente- ante los eventos que se suscitan? ¿Qué podemos o debemos decirles en situaciones como estas cuando la realidad ha traspasado las puertas del consultorio y muchas veces se demandan respuestas concretas? Y sobre todo, ¿hasta qué punto consideramos y ponderamos la realidad externa sobre la realidad interna, psíquica, la del inconsciente? ¿Estaremos fomentando resistencias y quedándonos anclados en ellas como una especie de contra resistencia del analista? o por el contrario ¿estaremos actuando apegados a una ética y razón coherentes, trabajando angustias que mantienen desbordado el pensamiento, que en ese momento está tan interferido que simplemente no puede elaborar nada más?
Estas son tan sólo algunas de las preguntas, quizás, sin respuesta
posible, que se abren ante escenarios como los que hemos vivido recientemente
durante la más cercana oleada de protestas contra el gobierno que estuvieron
acompañadas de una intensa crisis política, institucional y social y de una
amplísima y cruda violencia dirigida desde el aparato represor estatal. El
nivel de violencia vivida entre los meses de abril a julio, así como la
cantidad de personas fallecidas, parece no tener antecedentes, sin
embargo, no ha sido la primera de estas
situaciones en los últimos 19 años y difícilmente sea la última. Los años 2002
– 2003, 2007 y 2014 figuran como la memoria histórica más inmediata. La experiencia venezolana merece documentarse
desde todas las aristas, y por supuesto resulta importante dejar por sentado lo
que hemos intentado y hemos logrado hacer para el mantenimiento y rescate del
oficio y de nosotros mismos como analistas. Tenerlo presente ayuda a pensarnos
y a valorar los grandes esfuerzos que se hacen para preservar la individualidad
y el libre criterio, aún en tiempos de autoritarismo.
I.
Las barricadas sobre el diván.
El diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, defina una
barricada como un “Obstáculo levantado en la calle con objetos diversos para impedir el paso o parapetarse tras él, especialmente en revueltas populares” (RAE, 2017). Poco más que
agregar. En la analogía que acompaña el título del trabajo, hemos querido
resaltar dos aspectos en particular: en primer lugar, su condición de
obstáculo, la barricada como sinónimo de la protesta, impidiendo el libre
tránsito, tanto de vehículos, de los represores, como de las asociaciones y del
fluir de lo intrapsíquico en las sesiones. En segundo término: recoger la idea
de cómo la calle hace presencia en el consultorio, de como la situación social
se hace lugar en el espacio analítico. Así, esta forma figurativa de las
barricadas sobre el diván, condensa elementos que a la vez hacían presencia
real en diversas calles de Caracas y del resto del país, a veces por
convocatoria de los partidos políticos y otras tantas de manera espontánea,
siempre bajo la acepción de “trancazos” y no tiene otra intención que la de
ilustrar las dificultades para el pensamiento y quehacer analítico a lo largo
de los meses de protestas de este año.
Como una “situación de trauma psíquico
colectivo y continuado”, describió nuestra Sociedad al contexto producto de la
inestabilidad y violencia sociopolítica que se vivió entre los años 2002 y 2003
en el país (SPC, 2003). Algunos analistas argentinos, por su parte, no
vacilaron en catalogar el drama socioeconómico vivido en su nación entre 2001 y
2002 como una catástrofe social. En palabras de Berenstein (2003), llamamos
catástrofes a sucesos que alteran un orden supuestamente regular, produciendo
un efecto grave. Su irrupción contradice lo cotidiano y tiene un surgimiento
exterior a lo psíquico, con un carácter brusco, imprevisible e impensable,
trayendo como consecuencia la imposibilidad para representar y ser asimilada,
procesada, por la mente, que se verá forzada a inscribirle, haciéndole un lugar
donde no lo tiene. En Venezuela, hemos vivido durante los últimos años, ya casi
dos décadas, una especie de catástrofe social continuada, en la cual hemos
perdido valores, referentes y un orden previamente constituido y consentido por
la convivencia democrática, dándose paso a tiempos de fuerte inestabilidad, donde
la libertad está constantemente cuestionada. Durante este tiempo, han existido
períodos de mayor calma, donde aparentemente “no pasa nada” y algunos aspectos
de la vida cotidiana transcurren con relativa normalidad, y otros de mucha
agitación y convulsión social, en los cuales, la incertidumbre reina a cada
instante y la angustia colectiva por lo que está sucediendo y lo que tememos, o
deseamos, esté por venir, según sea el caso, invade cada rincón.
En los eventos vividos entre Abril y Julio de este año, estuvimos
sometidos de forma continua a sucesos del orden traumático, del horror, de lo
cruel, de la maldad. Pensar en una práctica tradicional viable, estando
inmersos en hechos como los acontecidos resulta casi imposible. Analistas y
analizados, cada uno desde su
perspectiva, inmersos en la misma realidad, cercados por las mismas angustias,
procurando trabajar cuando la realidad externa y unas mínimas condiciones de
seguridad y movilidad, lo permiten. Fuera
del consultorio, y como una vorágine sin fin, una serie de acontecimientos que
no pueden resultarnos ajenos, en escalada invaden las calles, las redes
sociales y algunos medios de comunicación que se atreven a relatar los hechos
que se suscitan.
Ante una realidad difícil de negar o incluso de desmentir, y mientras el
autoritarismo y el abuso del poder intentan imponerse desde el lugar del Amo,
donde la individualidad y la alteridad, el poder disentir, representan un gran
riesgo para el sistema opresor, la práctica del psicoanálisis aparece casi como
una tabla de salvación, como un baluarte de la propia subjetividad, del libre
pensamiento y del intento de poner cierto orden psíquico ante el caos aparente
que nos devora. No obstante, la misma situación impuso dificultades para la
simbolización y la continuidad de los tratamientos. Mediante un esfuerzo
gigantesco, la práctica hubo de adaptarse a un escenario, casi de guerra, para
poder sostenerse dando lugar a lo que ocurría, procurando no perder su esencia,
pero sin dejar de estar en sintonía con la propia vivencia de los pacientes,
pues no podía seguirse como si nada pasara en medio de una burbuja
artificial.
Por más que pudiese sonar inspirador, ¿hasta que punto sería sano hoy en
día verse reflejado en los intentos casi épicos de Freud por seguir trabajando
durante la primera Guerra Mundial?, ¿o en aquellos esfuerzos más arduos de continuar
escribiendo y analizando en una convulsionada Austria que tanto desde lo político
como lo económico sufría los embates de la crisis europea, que precedió a la
anexión de Austria al Tercer Reich, siempre temida y a la vez negada por el
fundador del psicoanálisis? (Gay, 1989). Otro ejemplo de esta situación, sería el
recordado análisis de Klein en el caso de Richard (Klein, 1961), donde
evacuados y reubicados producto de los bombardeos de la 2da guerra mundial en
1941, esta brillante analista se esforzó por seguir interpretando fantasías
profundas del pequeño, en medio del conflicto bélico. ¿Son estas, muestras del
empeño en hacer posible el oficio imposible aún en medio de las peores
circunstancias?
II.
Dificultades para el pensamiento
Un aparato psíquico interferido, sometido a la vivencia traumática
constante fue el factor común en la mayoría de los tratamientos en curso. Lo
traumático refiere al orden de lo económico, de una cantidad excesiva de
energía que ingresa al aparato psíquico y que no es posible procesar, pues
nuestro Yo se ve rebasado por la cantidad e impacto de los contenidos
emergentes que aparecen uno tras otro sin parar y ante los cuales no resulta
funcional ninguna barrera anti estímulos; se ha alterado la estabilidad del
sistema y han emergido nuevos contenidos que deben tramitarse. Ante la muerte
constante, la violación flagrante de los derechos humanos por quienes están
llamados a proteger y servir y la pérdida de referentes de la propia seguridad
personal, surgen angustias primarias de carácter persecutorio y el temor
intenso a ser devorado por la estructura frágil de un país que colapsa y se
derrumba. El miedo se hace presente en
el discurso de los pacientes en todas sus formas, desde elementos identificados
desde lo consciente, hasta el pánico más intenso casi imposible de nominar y
simbolizar.
El discurso cambia, se torna
evacuativo, poco elaborativo y suele contener vivencias relacionadas con la
crisis social que se vive. Son experiencias del orden de lo real, que buscan
ser procesadas para poder inscribirse en la realidad (Lander, 2003), por lo que
parece mezquino y desafortunado achacarlas a meras resistencias, requieren un
espacio para poder ser pensadas y significadas. Surgen interrogantes que, como
quien blande un bastón en un cuarto oscuro, intentan descubrir un lugar seguro
al cual asirse: ¿irse o quedarse?, ¿venir a sesión o permanecer resguardado en
casa? Cuando las principales angustias de nuestros analizados van en torno a
cómo preservar la vida, incluso la continuidad del análisis corre peligro. La
crisis pone a prueba la estructura psíquica y los mecanismos de defensa: el
encuentro de lo traumático con el aparato psíquico no es uno sólo, existen
tantas experiencias como sujetos participando de la situación. Benyakar (2007),
indica que no son necesariamente “las características de la situación las que determinan
lo traumático, sino el particular encuentro entre una situación y la
especificidad con que un determinado psiquismo la vivencia”.
Así, a la vez que unos intentan rescatarse, pensar y tratar de elaborar
lo que sucede desde su propia subjetividad, aparecen reacciones que pueden
parecen sorpresivas pero que en el fondo son propias de mecanismos maníacos que
a su vez intentan resguardar al sujeto de la crudeza de la realidad: algunos,
pocos, no hablan de lo que ocurre, e intentan proseguir como si nada, otros,
intentan banalizarlo, restarle importancia e incluso, lo que a mi parecer es
más riesgoso, pasados varios meses del inicio del conflicto, aparecen intentos
de naturalizar la situación indicando que se trata de una experiencia más en la
interminable lista de pleitos contra el gobierno, que igualmente parecen no
llevar a nada. Estas reacciones no son de extrañar, a veces son el único recurso
para poder sobrellevar el relato del terror que se vive. Viñar (1987), señala
que quien está en el medio del terror no busca el saber o de la inteligencia,
sino estrategias que le permitan continuar viviendo a él o sus ideales. Un terror subjetivo, que expresa
es siempre vivido en el agobio o en el embotamiento y no en el saber iluminado.
Mientras que para el paciente han surgido nuevos contenidos que
desplazan a los anteriores, los del orden de lo interno, de lo intrapsíquico, y
de sus relaciones de objeto, para el analista se presenta un doble reto: debe
lidiar con sus propias angustias y temores, pues comparte una realidad común
con el analizado y a la vez intentar ubicarse en su posición analítica,
intentando reorganizar la realidad de su interlocutor, que acude desbordado
(casi) en búsqueda de auxilio. Ayudar a elaborar, a procesar, a conectar partes
de la realidad externa con elementos del mundo interno del paciente, intentando
mantener la alteridad, la abstinencia, la neutralidad y la asimetría no parece
una tarea sencilla cuando la incertidumbre aparece en un terreno común para
ambos. Es difícil ejercer el oficio en estas circunstancias, sobre todo si
somos capaces de reconocer que también nosotros nos hemos visto igualmente
afectados. Si lo planteado por Bion, como la función continente del analista (Abadi,
s.f.) llega a interferirse es porque no sólo nuestros pacientes, sino nosotros
mismos, hemos quedado a merced de una serie de elementos Beta que no se han
podido procesar ni transformar. De ese modo no hay sostén ni práctica posible y
la función salvadora del psicoanálisis como espacio de pensamiento ha quedado
paralizada y anulada; pienso que el evitar caer en este lugar y poder estar
disponibles para el trabajo en nuestra práctica privada e institucional ha
implicado un duro reto de cada día a lo largo de los últimos meses, sobre todo,
porque más allá de ello, ha debido ponderarse un equilibrio entre la realidad
externa y la interna, entre las dificultades fácticas y las resistencias, entre
proseguir los procesos personales y atender la presencia extramuros de hechos
escandalosos e imposibles de ignorar.
III.
El encuadre…
Por
si fuera poco las dificultades no se quedan únicamente en el extravío de la
capacidad asociativa y elaborativa del paciente o en la interferencia del
aparato psíquico del analista. Aún con el mayor esfuerzo, entusiasmo y
disposición para dar lugar a la tarea propuesta, ambos miembros de la pareja
analítica, debieron luchar contra nuevos obstáculos. Se hacía necesario sortear escollos de
movilidad, vías cerradas, proximidad del consultorio a zonas de mayor
conflicto, y sobre todo, procurar una seguridad mínima para poder atender sin
ser víctima de un enfrentamiento cercano o gases lacrimógenos.
Sesiones canceladas para poder “asistir a las marchas”, otras tantas
reprogramadas, y muchas otras atendidas por medios a distancia como el teléfono
o las videollamadas por internet formaron parte del escenario de esos días. El encuadre hubo de ser replanteado para poder
adaptarse a la contingencia, el encuentro presencial dio paso a una llamada, a
veces de voz, a veces con cámara, que sin embargo intentaba reducir al máximo
las distancias físicas, más no analíticas. Se hacía difícil poder trabajar
todos los días, cuando particularmente las tardes de los lunes y los miércoles
eran las de mayor conflicto, y más aún poder mantener tratamientos de alta
frecuencia.
¿Hasta dónde resultaba viable y necesario una flexibilización de algunas
normas previamente establecidas al formular el contrato? ¿Cuánto de esto
correspondía a petitorios razonables y cuánto obedecía a las resistencias?
¿Cuánto interpretar? Si el analista logró llegar y trabajar, pero el paciente
no pudo o no quiso hacerlo por temor, o por imposibilidad de traslado, ¿cómo se
debía proceder con los honorarios perdidos? ¿Por qué algunas de las personas
ese día sí asistieron y otras no, aún cuando la situación externa era muy
similar para todos? Como se puede apreciar, el terreno de lo incierto también
invadió el espacio de la técnica. Algunos de estos cuestionamientos, que
estuvieron presentes diariamente parecen referir a ella y otros a la ética de
ambas partes.
Lo vivenciado permitió observar diversas reacciones de los pacientes
ante la situación. Algunos, ya en resistencia desde antes, aprovecharon el
cierre del Metro, vías de transporte o las protestas en zonas cercanas al
consultorio, para tener la excusa perfecta y decidirse finalmente a abandonar
sus procesos respectivos, sin darse la oportunidad de trabajar e intentar
vencer las resistencias; otros se aferraron a lo virtual, a la conectividad
posible gracias al 2.0: las videollamadas, así como al teléfono, e incluso
algunos prefirieron continuar esta modalidad por algunas semanas, no sin dejar
de considerarse desde lo resistencial en algunas ocasiones. Otros tantos,
hicieron esfuerzos importantes por proseguir en modalidad presencial a pesar
del peligro que a veces implicaba su traslado, incluso a veces a pie, a través
de zonas convulsionadas, aunque en ese momento en el área cercana al
consultorio no ocurriese nada.
Con los horarios, frecuencia e incluso la presencia interferida, y las
dificultades para la asociación y la escucha ya previamente descritas, otros
aspectos de la técnica también se debieron cuidarse, como la neutralidad y
abstinencia frente a diversos comentarios de índole político, que más que un
espacio de escucha, pedían una especie de asociación partidista, bien para
apoyar, o para criticar lo que sucedía, para acusar a unos o exigir acciones
más radicales de parte de otros. En ocasiones también fue necesario lidiar con
comentarios relativos a pacientes que habían podido verle a uno en una
determinada manifestación y cómo no permitir que esta situación tomara el
espacio de toda la sesión obturando el pensamiento e interfiriendo con el trabajo
analítico, pudiendo rescatar la transferencia y señalar las identificaciones
cuando resultaba pertinente.
A
manera de cierre.
A lo largo de los últimos años, el escenario político del país irrumpió
en los consultorios, y en momentos de crisis social aguda, hemos debido adaptar
nuestro modo de funcionamiento, nuestro encuadre y nuestra técnica ante la
realidad desbordante frente a la cual no podemos hacernos la vista gorda. Resistir en tiempos de autoritarismo más que
un reto parece una obligación; en palabras de Marcelo Viñar (1987), ante el
terror, “el psicoanálisis se hace necesario como trabajo de palabra, no
único pero privilegiado, y a partir del cual la reconstrucción de la historia
será posible”; el autor apela a lo subversivo de nuestra práctica frente a
dogmas impuestos por la lógica del poder dominante.
Para lograr escribir estas líneas, fueron de lectura obligatoria
experiencias de años pasados en Argentina, Uruguay y la nuestra propia, cuando
apenas este aparatoso devenir político social comenzaba hace unos 15 años.
Esperemos que en un futuro cercano las vivencias recogidas hoy puedan dar
memoria de lo sucedido, pero no desde un presente continuado, sino desde el
pasado superado, formando registro de los esfuerzos que entre todos emprendimos
para luchar porque el espacio del psicoanálisis continuara siendo una práctica
posible, aunque el discurso político se empeñara en la desubjetivización de los
ciudadanos, sobre todos de aquellos no identificados con el pensamiento de las
esferas de poder.
Referencias
Abadi,
S. (s.f.). Una teoría del pensamiento, Wilfred Bion.
Benyakar, M. (2007). Lo traumático, lo
ominoso y el trabajo del duelo. Imago
Agenda 113. Recuperado el 11 de noviembre de 2017 de: http://www.imagoagenda.com/articulo.asp?idarticulo=180
Berenstein,
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Rolfo, C.; Slucki, D. y Toporosi, S. (2003). Clínica Psicoanalítica ante las catástrofes sociales. La experiencia
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Gay,
P. (1989). Freud. Vida y legado de un precursor. Barcelona, Paidós Ibérica:
2010.
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Lander, R. (2003). Los efectos de la
incertidumbre política y la violencia social en el proceso analítico. Revista de Psicoanálisis, 11 (1 y 2).
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Leisse, A. (2003). Los analistas en
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Real Academia Española (2017). Barricadas. Recuperado el 11 de
Noviembre de 2017 de: http://dle.rae.es/?id=58MpqOv
Sociedad Psicoanalítica de Caracas –
SPC (2003). Mensaje de ayuda psicoanalítica para los momentos actuales. Trópicos, Revista de Psicoanálisis, 11
(1 y 2). Pp. 7 - 12.
Viñar, M. (1987). El terror subjetivo,
el lugar del psicoanalista. En Viñar M. y Viñar M. (Comp). Fracturas de Memoria: Crónicas para una memoria por venir.
Editorial Trilce: Montevideo, 1993.
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