Particularidades sobre el uso del diván
Desde los
inicios del psicoanálisis, el diván tomó rápidamente el lugar de un símbolo, al
parecer indiscutible, que representa el ejercicio de nuestra práctica. Se
convirtió en un factor común para los analistas de todo el mundo y en gran
medida, en parte de nuestra identidad y en cómo nos damos a conocer frente al
público fuera del mundo psi. En esto contribuyó la cultura popular, a
través de películas, series televisivas e incluso caricaturas, la forma de
representar al psicólogo, al psiquiatra, pero sobre todo al analista, era y
sigue siendo, acompañado de su diván.
El origen del uso del diván, data de una época previa al surgimiento del psicoanálisis tal como le conocemos, puesto que fue un recurso utilizado por Freud en sus inicios como terapeuta, siendo en cierta forma un resto de la época hipnótica y de sugestión que antecedieron a la adopción de la asociación libre como método y regla fundamental. Se dice que el diván de Freud, fue obsequio de una paciente conocida como Madame Benvenisti, quien se lo regala en torno a 1890, de hecho, en plena pre historia psicoanalítica[1]. Según relata Peter Gay (1989/2010), cuando Freud se instala en Berggasse 19, en 1891, ya este diván formaba parte del mobiliario del despacho y fue el mismo que conservó hasta emigrar a Londres. Pese a la historia de sus orígenes, posiblemente Freud conservase su uso, aún con el surgimiento de la técnica de la asociación libre, puesto que le permitía una mejor escucha, fuera de la vista del paciente, sin necesidad de sostener la mirada de éstos durante horas continuas de trabajo, y, además, fomentaba en sus interlocutores una mejor capacidad de asociación e introspección aun cuando eran conscientes y partícipes de su proceso.
Con el
paso del tiempo, y al ser un elemento muy sui generis, que permitía
distinguir al psicoanálisis de la psiquiatría clásica y también de la medicina,
su uso se institucionalizó y ha venido formando parte del ejercicio del
psicoanálisis a lo largo de generaciones y generaciones de analistas. Sin
embargo, recordemos que Freud, principalmente atendió casos de neurosis para
los cuales el uso del diván probablemente resultó bastante apropiado y que
posteriormente, con la apertura del psicoanálisis a la atención de otro tipo de
psicopatologías, así como su adaptación mediante terapias psicodinámicamente
orientadas que se practicaban en contextos distintos al del consultorio, o en
situaciones en las cuales un análisis convencional no era viable, su uso quedó reservado para un número más
limitado de pacientes y situaciones, quedando en algunos casos como un objeto -casi-
decorativo del consultorio que no interviene para nada en el trabajo
terapéutico, o siendo simplemente inexistente en otros contextos.
Aún en el
mismo consultorio tradicional, si bien el diván puede llegar a formar parte del
encuadre en tratamientos psicoanalíticos de pacientes neuróticos (De Urtubey,
1999), las variaciones en algunos casos se hacen necesarias. Argest (2004) señala como:
“la variación del encuadre diván-sillón al
encuadre cara a cara deriva del funcionamiento psíquico de los pacientes de
frontera y de las dificultades que presentaban con el dispositivo clásico, dada
la predominancia del funcionamiento narcisista, con núcleos traumáticos, más
escisiones, carencias en la objetalización, con representación y simbolización
más restringida”. (Argest, 2004, p.244)
A su
juicio, el encuadre cara a cara ofrece el apoyo perceptivo que posibilita el
proceso de investiduras, objetalización y confirmación narcisista en el campo
transferencial que resulta fundamental en estos pacientes.
¿Diván si, diván no?
Hoy en
día, el uso del diván no es sinónimo inequívoco del ejercicio del
psicoanálisis, si bien casi la totalidad de analistas tienen uno en su
consultorio, y en muchos casos llega a brindar un aspecto sofisticado y
elegante en el recinto psicoanalítico, nuestra práctica puede llevarse a cabo
sin necesidad del mismo, e incluso en algunas situaciones no resultaría para
nada conveniente emplearlo. Por supuesto, su uso no es posible (y hay que decirlo,
aunque parezca obvio), ni en tratamientos a distancia a través del internet, ni
tampoco en contextos hospitalarios o institucionales donde más bien se emplean
psicoterapias de corte dinámico de menor frecuencia y duración.
En segundo
lugar, requiere que el paciente sea capaz de tolerar estar en ausencia de la
mirada de su analista sin que esto implique un riesgo importante de
desorganización a nivel psíquico. Esto requiere fortalezas yóicas y defensas
más o menos evolucionadas para que pueda soportarse. Pacientes con rasgos
importantes de funcionamiento psicótico en su personalidad, o aquellos muy
angustiados o con demasiada necesidad de contención, que requieren el holding
de la mirada del analista, no serán buenos candidatos para recostarse en el
diván.
Así mismo,
juega un papel muy importante el timing dentro del cual se dé el pase al uso
del diván. Esto requiere que el paciente haya logrado salir de lo anecdótico en
relación a los otros, de lo clínico en relación a su síntoma y haya pasado a
preguntarse y cuestionarse sobre sí mismo; de algún modo esto marca el camino
para devenir analizando y profundizar mucho más en el conocimiento de sí. También
requiere cierto clima transferencial que permita no sólo el deseo de análisis,
sino que el analista pueda ser percibido como un objeto bueno que busca
ayudarle, aunque quizás esto varíe más adelante en períodos de transferencia
negativa.
En lo
personal he notado que cuando se trata de un reanálisis, puede darse un inicio
rápido de trabajo en diván, luego de unas pocas entrevistas preliminares. En
general hay analistas que suelen proponer bastante rápido el uso del diván,
otros que lo postergan un poco más; considero que esto requiere cautela,
conocer lo suficiente al paciente como para estar seguro que puede funcionar y
ser tolerado, pero a la vez no prolongarse demasiado en la espera, puesto que
esto puede tender a acostumbrar al paciente en el trabajo cara a cara y generar
más resistencias para aceptar el pase a diván una vez llegado el momento.
Otro
factor que debe tenerse en consideración y que resulta clave es la frecuencia
de trabajo. Si bien, actualmente se considera formalmente análisis una
frecuencia de al menos tres veces por semana, es común el empleo del diván con
una frecuencia menor, de dos veces por semana, resultando bastante acorde con
la búsqueda de una mayor profundización y soltura en el discurso de algunos
pacientes. Recostarse para analizarse, permitirá que se desplieguen una serie
de aspectos inconscientes y tenderá a producir mayor desorganización,
movilizará sentimientos más intensos y posiblemente ayudará a tocar conflictos
más profundos, por lo cual su uso en una frecuencia aún menor, de tan solo una
vez a la semana puede resultar contraproducente, y muchas veces también,
totalmente insuficiente, aunque pacientes que en algún punto de su tratamiento
lo utilizaron con una frecuencia mayor, pudieran seguirlo utilizando sin mayor
inconveniente independientemente de la frecuencia de trabajo, ya allí el
problema sería la frecuencia y no el diván como tal.
También es
cierto que pacientes neuróticos con un funcionamiento predominantemente
obsesivo podrían beneficiarse de esta modalidad de trabajo, aún sólo una vez
por semana -de manera transitoria-, ya que justamente el dispositivo cara a
cara, con el sostenimiento de la mirada de su analista podría sujetarlos a un
discurso más consciente y racional, más parecido al tipo de diálogo que
pudieran sostener en un contexto social y no en un análisis. La apertura a la
experiencia en diván podría dar paso a un aumento ulterior de frecuencia y con
ello a una mayor profundización con un bajo riesgo de desorganización.
Una herramienta de trabajo
bastante útil, pero no imprescindible.
Fuera del
simbolismo que ha adquirido, el diván es justamente eso, una herramienta de
trabajo que, en su momento, cuando Freud lo utilizó para hacer análisis,
permitió crear un ambiente más íntimo, menos agotador para él, pero igualmente
clínico. No hace mejor tratamiento quien se analiza en diván que quien no lo
hace, sin embargo, su uso con la frecuencia o las características adecuadas
puede fomentar un mayor despliegue de la neurosis de transferencia, permitir
que se ahonde más en la conflictiva del analizando y resultarle más cómodo a
los dos participantes de la dupla analítica.
En el caso
del paciente, fomentará una mejor capacidad de asociación libre y le permitirá
profundizar más al poder “meterse más” en sí mismo, sin necesidad de estar al
pendiente del diálogo que sostiene y las reacciones del otro. En el caso del
analista, fomentará una mayor capacidad de escucha, al permitir que pueda
desplegarse mejor su atención flotante y además le mantendrá libre de la
mirada, y a veces, del escrutinio directo de su interlocutor, dejando el
intercambio interpersonal consciente de lado, permitiéndose recibir mejor lo
que surja de forma espontánea en la transferencia y lo inconsciente en general,
a la vez que intenta captar y aprovechar los elementos más resonantes que
aparezcan en el camino del tratamiento analítico.
Algunos
años después de escrito el texto original de este trabajo, leía a Mariano
Horenstein (2020) hacer referencia a algunas de las virtudes de nuestro diván, y
decía: “un diván goza de una memoria infinita, prodigiosa, convirtiéndose en la
contraparte perfecta de la escucha analítica, habitada también por una memoria
(…) capaz de albergar varios discursos a la vez” (p.80-81). A su criterio, el
diván se convierte en un lugar que fomenta que el paciente pueda no solo asociar,
sino dar continuidad a sus asociaciones pasadas, y a la vez, facilita que la
memoria del analista traiga las evocaciones de este analizando tan solo con
escuchar las primeras palabras de su discurso.
Creo que
algo de esto es cierto y tal vez por ello la preferencia de la mayoría de
nosotros sea trabajar con diván en los casos en los que sea apropiado; aun así,
es frecuente que muchos pacientes prefieran el cara a cara, o simplemente pasen
gran parte del tratamiento temerosos del diván, algunos incluso refieren a modo
de excusa, el temor a quedarse dormidos. Este es un auxiliar cómodo, que se
puede ofrecer llegado al momento, incluso sugiriendo sutilmente sus beneficios,
pero que no deberá imponerse, dejando en manos de nuestro paciente la decisión
sobre si utilizarlo o no una vez lo consideremos pertinente. A veces,
interpretar la resistencia del mismo para pasar a diván puede ser un recurso
válido, ya que puede darse el caso en que tal resistencia implique una
resistencia en si misma al tratamiento analítico como tal, ya que sería mucho
el provecho que sacaría de él si se recostara y se permitiera explorar cómo se
siente al emplearlo, intentando dejar de lado las garantías y barreras de un
procesamiento más consciente.
A fin de
cuentas, el psicoanálisis es mucho más que la presencia del diván o no y su
buena práctica dependerá, entre otras cosas, del encuadre establecido, de
nuestra capacidad de escucha, del trabajo en asimetría, neutralidad y
abstinencia, del poder dar espacio para desplegar la transferencia y sostenerla
adecuadamente, interpretar lo inconsciente más allá de las fachadas del
discurso y ser capaz de decir lo justo en el momento adecuado. El resto,
incluyendo nuestro clásico y alguna vez victoriano artefacto puede resultar de
gran ayuda, pero su presencia no deberá de determinar la práctica en sí misma.
Referencias:
Argest,
B. (2004). En las fronteras
del psicoanálisis. Vicisitudes del encuadre en un caso clínico. En Revista
de Psicoanálisis, 61 (1), 239-253.
De
Urtubey, L. (1999). El
encuadre y sus elementos. En Revista Uruguaya de Psicoanálisis, 89,
49-67.
Gay, P. (2010). Freud. Vida y legado de un
precursor. Paidós. (Original publicado en 1989).
Horenstein, M. (2020). Algunas notas acerca
del tiempo y el espacio en psicoanálisis. En Revista Uruguaya de
Psicoanálisis, 130-131, 76-85.
El diván le sirve al psicoanalista para deprivarse de toda la información que su cerebro social podría darle y de lo que podría transmitir a su paciente, mientras de llena la boca de transferencia y contratransferencia
ResponderEliminarEl diván para el psicoanalista, es para llevar a la práctica la asociación libre y el no contacto visual, permitiendole así al paciente una mayor introspección?
ResponderEliminarÓsea que tuve resistencia por no pedirlo?... rayos y yo pensado que era una estrategia nueva de mi analista después de un gran hecho que marcó mi vida.
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