Reflexiones sobre el concepto de resistencia.
Por: Rosabel Rojas.
El concepto de resistencia, visto desde la clínica, surge en el trabajo de Freud sobre sus primeros
intentos por obtener “las memorias olvidadas” de sus pacientes histéricas,
donde la resistencia fue considerada como cualquier manifestación del paciente
que se opusiera a los intentos del médico de influir sobre él. Es importante
destacar que Freud veía esas tendencias de oposición como el reflejo de las
fuerzas que causaban y mantenían la represión de los recuerdos dolorosos fuera
de la conciencia, es decir que dicha fuerza impedía que retornaran de nuevo por
vía de la asociación libre. Así, las mismas energías que habían pugnado por la represión de un determinado material, luchaban por mantenerlo lejos de lo consciente. Es por ello que expresa que el “no se” de los
pacientes histéricos muchas veces se refiere a un “no deseo saber” que en mayor
o menor grado puede ser de cierto conocimiento para éste (Sandler, Dare y Holder, 1986).
Tomando en cuenta lo expuesto
anteriormente, se puede decir que al hablar de resistencia en el proceso
terapéutico, se hace referencia a aquellas fuerzas que se encuentran en el
interior del paciente, y que se oponen a que el proceso psicoterapéutico avance,
en función del descubrimiento de su propio inconsciente. Es por ello que
coincido con Coderch (2011), cuando expresa que las resistencias operan no sólo
contra los intentos del terapeuta para dar a conocer al paciente aquello que
está pasando por su mente y que éste cree desconocer, sino también en contra de la
propia intención manifiesta del paciente, quien en apariencia desea conocer de
dónde proviene su malestar, encontrar una mejora sintomática o beneficio y es
por ello que asiste de forma voluntaria a la consulta. Es en ese momento en
donde podemos darnos cuenta de cómo el paciente mantiene una constante lucha
entre dos fuerzas que se oponen en su interior.
La lucha del paciente por
mantener su “estatus quo” dentro del espacio se encuentra de forma constante en
el proceso. Tal como lo muestra Gabbard (2006), la resistencia se manifiesta de
múltiples formas (llegadas tardes, silencio en toda la sesión, no cancelar
honorarios, sentimientos que surgen hacia el terapeuta, etc), e incluso se
pueden encontrar resistencias consientes, pre conscientes e inconscientes. Sin
embargo, a pesar de cómo se manifieste la resistencia, siempre tiene el mismo
propósito, evitar que aparezcan sentimientos displacenteros o de dolor a la
conciencia, es por ello que la resistencia busca defender la enfermedad del
paciente, ya que el síntoma es la creación de una formación de compromiso entre
el deseo de satisfacer una determinada pulsión y la prohibición que pueda
recaer sobre la misma. Es por ello que si se intenta tocar o remover el
síntoma, el paciente buscará resistirse, ya que sería exponer afectos subyacentes que causan alto monto de malestar.
En un trabajo realizado por
Morabito (2003), se exponen diversas clasificaciones de las resistencias, sin
embargo para el presente artículo tomaremos la clasificación que parte del origen
de las mismas, ya que es aquella que toman la mayoría de los autores al hablar
de las resistencias por el valor que le da Freud al irlas dilucidando a medida
que iba avanzando en el desarrollo de su edificio teórico. En primer lugar, encontramos la resistencia de
represión, la cual, tal como fue esbozada, se refiere a una fuerza interior que se encuentra presente
de forma constante, en diversos grados, y que se opone a la finalidad
perseguida por el tratamiento, cuya manifestación clínica es la defensa contra
los impulsos, recuerdos y/o sentimientos ocultos que de traerse a la conciencia
provocarían gran malestar por lo que parecería ser mejor no pensarlos o no traerlos de nuevo a la mente.
Posteriormente se define la resistencia de transferencia, la cual es
similar a la de represión (ya que busca la misma finalidad), pero con la
particularidad que muestra la lucha contra el tratamiento en función de los impulsos infantiles que aparecen
de diversas formas, revividos en la transferencia, por lo cual, la relación con
el terapeuta adquiere una relevancia preponderante, al punto que se convierte
en obstáculo para el trabajo terapéutico. Aquí podemos ver las más diversas formas de manifestación: sentimientos en extremo positivos, que terminan siendo eróticos o erotizados hacia la figura del analista y que devienen en un enamoramiento a veces casi irracional que atenta contra la continuidad del trabajo. También pueden surgir manifestaciones hostiles tales como el faltar, llegar tarde, no pagar, quejarse constantemente de la inutilidad del tratamiento, o incluso de manera más directa ataques verbalizados contra la figura del "médico". La resistencia transferencial opera trayendo al primer plano el vínculo que se presenta en sesión acá y ahora, para volver esto una piedra de tranca y desviarse de la función original del tratamiento.
En tercer lugar se encuentran
las resistencias derivadas del beneficio secundario de la enfermedad, las cuales implican un
provecho que va de la mano al mantenimiento del síntoma, por lo cual su
desaparición también implicaría dejar de percibir dicho beneficio. Un ejemplo
podría ser la dificultad de renunciar a ser cuidado por estar gravemente
enfermo, o simplemente que el síntoma opere como tapón ante una situación familiar más grave, por lo que inconscientemente se procura su mantenimiento para no propiciar una realidad peor en su entorno. En cuarto lugar encontramos las resistencias del ello, las cuales se
deben a la resistencia de los impulsos instintivos a cualquier cambio en su
modo y/o forma de expresión, también conocidas como inercia, adhesividad o
viscosidad de la libido; ya expresaba Freud en diversos escritos, que este era uno de los obstáculos con el que tenía que luchar la consecusión del tratamiento. Por
último se encuentran las resistencias del super yo, las cuales provienen de la
conciencia de culpa y de la necesidad inconsciente de castigo del paciente. Así, por una especie masoquismo moral, el paciente inconscientemente se mantiene anclado a repeticiones que sostienen el síntoma con muy poca o casi ninguna variación pese a los intentos de ambas partes por producir un cambio. El mayor riesgo en este caso quizás es que se asuma vivir con el síntoma, como una especie de merecimiento desdichado, por lo cual los intentos a través del tratamiento perderían sentido para el paciente; se trata de uno de los tipos de resistencia de más difícil manejo y que requieren de mayor trabajo e interpretación.
Ahora bien,
ciertamente en cada uno de los casos expresados anteriormente la resistencia se
instala cuando existe una amenaza de movilización y surgimiento de ideas y
afectos desagradables, ya que se podrían desplegar sentimientos de vergüenza,
auto reproche, sufrimiento psicológico y la sensación de estar herido, o bien cuando la caída del síntoma pudiera producir el reavivamiento de situaciones que llevaron a su instalación. Por lo
que desde la postura del psicoanálisis (o las terapias con dicha orientación),
se logra obtener de la resistencia una herramienta de trabajo, para el acceso a
los contenidos que se encuentran fuera de la conciencia.
Sandler y cols (1986), equiparan el proceso de distorsión que ocurre en la resistencia con el operador de la censura en los sueños, el cual actúa previniendo que dichos pensamientos, sentimientos o deseos inaceptables emerjan a la conciencia. Dicha formulación que la resistencia opera bajo los procesos de “distorsión” o “censura”, constata que la misma no se trata de un elemento que se presenta de vez en cuando dentro del proceso psicoterapéutico, sino que por el contrario se encuentra en todo momento, es decir que está de forma constante, y puede variar gradualmente según la situación. Es por ello que es importante tomarla como parte del trabajo psicoterapéutico, donde el terapeuta busca vencer dichas barreras, para poder acceder al contenido inconsciente, el cual viene siendo el objetivo del proceso, hacer consciente lo inconsciente y luego procurar un proceso de elaboración de los contenidos, sin olvidar que de manera indirecta, las resistencias sostienen el síntoma o su sentido.
Sandler y cols (1986), equiparan el proceso de distorsión que ocurre en la resistencia con el operador de la censura en los sueños, el cual actúa previniendo que dichos pensamientos, sentimientos o deseos inaceptables emerjan a la conciencia. Dicha formulación que la resistencia opera bajo los procesos de “distorsión” o “censura”, constata que la misma no se trata de un elemento que se presenta de vez en cuando dentro del proceso psicoterapéutico, sino que por el contrario se encuentra en todo momento, es decir que está de forma constante, y puede variar gradualmente según la situación. Es por ello que es importante tomarla como parte del trabajo psicoterapéutico, donde el terapeuta busca vencer dichas barreras, para poder acceder al contenido inconsciente, el cual viene siendo el objetivo del proceso, hacer consciente lo inconsciente y luego procurar un proceso de elaboración de los contenidos, sin olvidar que de manera indirecta, las resistencias sostienen el síntoma o su sentido.
Entonces tal como expresa
Morabito (2003), la tarea del terapeuta consiste en atravesar las resistencias
e interpretarlas, con la finalidad de convertirlas en un instrumento de
investigación. Su adecuado manejo forma parte de la naturaleza del trabajo terapéutico, puesto que a lo largo del proceso deben tomarse en consideración y lidiar con todas
las situaciones que surjan , entre ellas la aparición y despliegue de las resistencias, procurando su vencimiento y resolución. No con ello se
quiere decir que sin la resistencia no habrá alivio sintomático, sin embargo,
para hablar de noción de proceso es necesario que existan resistencias en el
marco de la terapia, ya que al ser tomadas en cuenta, se trabaja
con elementos del paciente que de otra manera no podríamos ver. No obstante, es relevante señalar que como expresa
Lander (2012), las resistencias del paciente llegarán hasta donde llegan las
resistencias del propio terapeuta, es por ello que éste debe encontrase
trabajando de forma paralela en su propio proceso, o haberlo hecho con anterioridad
por suficiente tiempo, con la finalidad de que se de cuenta y elabore sobre sus
propios puntos ciegos.
Para finalizar, se puede decir
con respecto al surgimiento de las resistencias en el trabajo terapéutico y analítico, que aunque están presentes siempre, su presentación puede ser diversa y pueden obstaculizar el proceso en un mayor o menor grado; existen algunas más sutiles, otras más groseras. Si bien en algunas ocasiones, estas parecen ser pesadas y en efecto pueden ser difíciles de sobrellevar y de desmontar, tomando en ocasiones meses de trabajo, sin la interpretación y
el manejo de la misma, el paciente difícilmente pueda llegar a acceder y elaborar lo que
realmente le causa tanto malestar, y debe tenerse en cuenta que aunque éste venga quejándose de sus síntomas desagradables, a su vez hay fuerzas que se oponen a su retirada; por ello, es posible en efecto afirmar que sin el conocimiento y manejo de las resistencias no puede haber proceso en el
marco de la psicoterapia emprendida.
REFERENCIAS
Coderch,
J. (2011). Teoría y técnica de la
psicoterapia psicoanalítica. (1era ed.). Barcelona, España:
Editorial Herder.
Gabbard, G. (2006). Psiquiatría psicodinámica en la practica
clínica. (3era ed.). Buenos Aires, Argentina: Medica Panamericana.
Lander, R. (2012). Manual de terapia psicoanalítica.
Caracas, Venezuela: Editorial Psicoanalítica.
Morabito, L. (2003). Resistencias: obstáculo e instrumento.
IV Jornadas de psicoterapiapsicoanalíticas de la Asociación Venezolana de
Psicoanálisis.
Sandler,
J., Dare, Ch. Y Holder, A. (1986). El paciente y el
analista. (1era ed.). Buenos Aires, Argentina: Paidós.
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