“De sobra sabes que eres la primera,
que no miento si juro que daría,
por ti la vida entera,
por ti la
vida entera.
Y sin embargo un rato cada día,
ya ves,
te engañaría con cualquiera,
te cambiaría por cualquiera…”
Joaquín Sabina. Y sin embargo.
La infidelidad como acto, con todas sus
repercusiones, ya sea a nivel de una relación de noviazgo o entre cónyuges, es
uno de los motivos de consulta más frecuentes en la atención de parejas que
demandan terapia, y también uno de los puntos de sufrimiento más comunes en la
psicoterapia y el análisis individual de alguno de los involucrados. A través
de estas líneas se intentará una aproximación a la clínica de dicha infidelidad, sus
implicaciones desde la perspectiva de pareja o familia (en caso que se trate de
una pareja formalmente establecida, con hijos), así como desde lo intrapsíquico de la persona que decide introducir a un tercero, situación que tiende a ser más común
dentro del funcionamiento de estructuras de personalidad con características
sintomáticas particulares, como la histeria y el narcisismo.
Cabe destacar que el término empleado, en ningún caso supone un juicio de valor sobre una situación que casi siempre responde a dinámicas de pareja particulares. Intentamos dar cuenta de un fenómeno bastante común sin juzgar o tomar partido moral, es lo que procuramos hacer los analistas, teniendo en cuenta que la sociedad ya asume ese tipo de posiciones.
a)
Sobre la fidelidad
El término fidelidad, históricamente ha
referido a varias acepciones. Antiguamente,
durante la formación y propagación de las religiones monoteístas, el término
implicaba guardarle respeto, lealtad y aceptar la ciegamente creencia en la
existencia un Dios determinado, tal como dictaban los cánones, sin que hubiese
lugar posible para la duda o la inconformidad; esta fidelidad estaba marcada
además por un carácter de exclusividad: no se aceptaba la posibilidad de
considerar la existencia de otro Dios, o de permitirse pensar las cosas de
una manera distinta a las enseñanzas dadas por esta religión. Aquel que osara cuestionarlas, era acusado de
<infiel> además de <impuro>; de esta manera el infiel era aquel que
había perdido la fe (Escárcega, 2007).
Batoni (2008), refiere que posiblemente
la utilización más antigua del término haga referencia a los primeros años del
segundo milenio de nuestra era, cuando los musulmanes siguiendo las enseñanzas
del profeta Mahoma, habían quitado el rango divino a Jesús, siendo acusados
como infieles por los cristianos de entonces. Sin embargo este proceder se
mantuvo por siglos, basándose en el fundamentalismo de unas y otras religiones,
tanto para acusar a sus propios seguidores que en algún momento eran vistos
como desertores, como para designar a los creyentes de otras religiones que
podían ser vistos como enemigos. De esto aún se mantienen algunas prácticas más
o menos comunes, particularmente en el medio oriente.
La otra de las significaciones, que es
la que particularmente corresponde al planteamiento a desarrollar, tiene que
ver con la fidelidad concebida en una relación de pareja, la cual establece
también una relación de respeto, lealtad y exclusividad con el otro (si fuera el acuerdo). Con el paso del tiempo, se ha convertido en
una norma, o convenimiento social con carácter estructurador, casi tan
fundamental e importante como otras tan antiguas, tales como la prohibición del
homicidio entre semejantes, o más aún, como las del incesto y del parricidio,
de las que hablaba Freud (1913) en Tótem y Tabú, y que pueden ser consideradas
como el punto de partida de la organización de la familia y el dejar atrás las
primeras hordas primitivas pre-humanas.
Así, encontramos que nuestra cultura occidental
se ha constituido progresivamente a través de una serie de principios y prohibiciones
que partiendo de las del parricidio y del incesto, se han continuado
estableciendo paulatinamente, obteniendo cada vez un orden social más complejo.
Aunque como se ha dicho, de gran importancia, el concepto de fidelidad resulta
mucho más moderno, pero ha llegado a convertirse en una institución dentro de
la sociedad, teniendo su falta implicaciones no sólo de carácter religioso,
sino también de orden jurídico (Lander, 2014).
b)
El ideal de fidelidad en la pareja
El ideal de fidelidad, tanto en hombres
como en mujeres parte de los principios y valores que son vistos en casa desde
la temprana infancia, así como por las tradiciones y costumbres de la familia
(Lander 2014). Poder contar con una pareja estable, sea cual fuere la calidad
jurídica o formal del vínculo no solamente protege de la soledad, sino que
permite soñar con la idea de conseguir un compañero con quien pasar el resto de
la vida y si está dentro de lo deseado, tener descendencia. Silvia Elena
Tendlarz, comenta que “la vida amorosa es
una sucesión de un único sueño. Cada sujeto tiene el suyo, el de la pareja que
desearía encontrar, y al hacerlo, se sueña a sí mismo. A veces los sueños se
cruzan y despiertan la pasión amorosa” (2006).
La cita de esta colega argentina
hace referencia al amor de pasión. Las pasiones se desatan cuando en el
aspecto amoroso se funciona a predominio del eje Narcisista (N/e) y cuando
además, en ficción se cree que se ha encontrado en el otro aquello que le hace
falta al sujeto para estar completo y ser feliz. En términos lacanianos, se
podría decir que se ha encontrado (siempre de manera ficcionada) el <objeto de deseo>, o el <objeto
(a)> en algo del otro, quizás su
mirada, su voz, o la persona como totalidad. Es decir, se pierde la capacidad de la
alteridad y se establecen relaciones más o menos simbióticas o fusionales entre
self/objeto (Lander, 2012). De esta manera, se instala un sentido de
pertenencia en el otro que ya no es visto necesariamente como tal, sino como
una propiedad, y como tal no desea ser compartida: de allí la necesidad de la
exclusividad.
El amor de pasión va de la mano
con el enamoramiento y con el deseo de perpetuar esa unión. Así el matrimonio
por amor y la exclusividad dentro de la pareja conyugal entran a formar parte
del sistema de ideales y de lo que espera el uno del otro; pudiera decirse que
se establece el ideal conjunto de la monogamia. Esto se espera, y se
exige además desde las etapas previas a la unión formal, resulta una necesidad desde
el inicio del noviazgo; de esta manera, cualquier ruptura del compromiso de
fidelidad es vista como un engaño y una traición. El no ser fiel a la pareja
trae consigo no sólo la caída de este ideal, sino también conflicto, drama
inducido por la angustia de la pérdida (tanto del ideal, como de la pareja) y
mucho sufrimiento.
Sin embargo, en los primeros años de la
unión, donde predomina el enamoramiento y este tipo de amor pasional, la
fidelidad no está sostenida por el deber, sino que por el contrario está soportada
e impulsada por la pasión y la satisfacción sexual y amorosa. No es tan frecuente que durante esta etapa,
factores ajenos a la pareja lastimen el vínculo erótico y de amor previamente
establecido, salvo que existan disfuncionalidades muy marcadas que se hagan
notar con prontitud, o que por el contrario uno de los miembros de la pareja, tenga
particularidades de carácter narcisista o dificultades en la integración del
objeto erótico (Batoni, 2008).
A estas complejidades hacía referencia Freud (1910) en Sobre
un tipo particular de elección de objeto en el hombre, cuando planteaba sujetos en los cuales se idealizaba la figura de la esposa pura y casi virginal como la madre, a la cual se le podía amar y proteger, y de la cual se podía tener una orgullosa desendencia, pero no podía despertar el deseo carnal y la excitación sexual que obtenía con otras mujeres, principalmente prostitutas, a las cuales no se les amaba, quedando disociados el deseo y el amor en dos personas o entre dos tipos de mujeres, así percibidas.
c)
Clínica del acto infiel
Ser infiel implica faltar al ideal previamente
descrito, que constituye un elemento básico para la convivencia y la armonía de
la pareja, se da por la introducción de un otro, de un tercero dentro de la relación
establecida entre dos, siempre a espaldas de la pareja por sus implicaciones
afectivas o sexuales, más o menos manifiestas o implícitas (Escárcega, 2007). Sin
embargo, no es fácil determinar, o no existe un punto de referencia que pueda
delimitar en un punto absoluto qué es ser infiel y qué no lo es. Cada pareja, dentro de sus propios ideales y
dentro de lo que espera el uno del otro, establece, así como con otros códigos, una noción de
lo que puede ser una falta a la fidelidad.
Generalmente el acto infiel es
considerado como una violación, al menos al ideal en conjunto de la monogamia,
además de otros convenimientos propios del ideal de la pareja, como la
confianza y el respeto, siendo también inaceptable desde el cuestionamiento
social; implica además como se dijo, todo un manto de misterio y secreto sobre
la falta que se está cometiendo puesto que se pretende que la pareja original
no esté al tanto de lo ocurrido, quizás por miedo a hacerle sufrir, o
simplemente para poder mantenerlo por mayor tiempo.
En su vertiente jurídica, implica una falta tipificada: el adulterio y desde la vertiente religiosa implica vivir en pecado y
atentar contra la institución de la familia (Lander, 2014), esto como una
muestra de la crítica social existente al respecto. Ahora, este adulterio, que
legalmente significa taxativamente una causal de divorcio o separación, está
tipificado como la consumación del acto sexual con un tercero ajeno a la
relación. Sin embargo, es frecuente encontrar parejas donde la sóla sospecha
del deseo de uno de los dos por un tercero, o incluso corresponder a los deseos
de este tercero, aunque sea por pensamiento u omisión, pueden ser vistas como
un acto infiel.
De esta manera, aunque no está
tipificado como adulterio, generalmente el coqueteo entre conocidos o
compañeros de trabajo, salir con otra persona a escondidas, el chat entre
estos, o expresiones afectivas como besos y abrazos, aún sin sexualidad genital directa, son
vividas y consideradas como un acto infiel y producen muchas veces celos y
sufrimiento en el que descubre o sospecha el acto por parte de su compañero, y
culpas, cuestionamientos y autorreproches en quien lo comete, dando origen a un
conflicto en la pareja. También
podríamos incluir mantener comunicaciones con ex parejas, e incluso la fantasía
sexual (secreta) con un tercero que ni siquiera se conoce. Como es posible ver,
desde la vivencia subjetiva, la posibilidad de ser infiel va mucho más allá del
concepto de adulterio tipificado en la ley pero implica una ruptura de lo
convenido por la pareja y produce una respuesta muchas veces de violencia y
celos en el que se siente traicionado.
Ahora, no todo los actos de infidelidad
son necesariamente iguales, ni tienen las mismas causas ni consecuencias. Las
razones por las cuales en una pareja el hombre o la mujer, o muchas veces
ambos, sin saberlo, puedan faltar al convenio previamente establecido entre
ellos de exclusividad y fidelidad, son múltiples y pueden variar de acuerdo a
las circunstancias. Escárcega (2007) menciona que es necesario distinguir entre
aquellas relaciones de una sola vez, más atribuibles a los efectos de una
situación particular, a relaciones ajenas a la pareja que son mantenidas en el
mediano y largo plazo, y donde muchas veces, además de la sexualidad se
encuentra implicada una afectividad subyacente, además de la dificultad para
deshacer el vínculo.
Del mismo modo, las causas para que se
establezca tal infidelidad son múltiples y pueden influir factores como la etapa
del matrimonio o noviazgo, así como las dificultades por las que éste puede estar atravesando,
tanto en la pareja como con los hijos si los hubiere. Otros factores acusados con frecuencia pueden ser la diferencia de edad en las relaciones
muy avanzadas, si fuera el caso, enfermedad o discapacidad física del otro, así
como situaciones emocionales diferentes dentro de la pareja o distanciamientos
que las circunstancias han obligado a establecer, entre otros (Batoni, 2008). Generalmente,
quien cometa el acto infiel pone de manifiesto un síntoma de la pareja, algo
que por una u otra circunstancia no está funcionando bien en una relación de
dos y que quizás al no ser canalizada adecuadamente, termina siendo actuado
fuera de la misma con un tercero.
Posiblemente los analistas partimos muchas veces de esta visión de la inclusión de un tercero como síntoma de aquello que era de dos, cuando recibimos una pareja en sesión que ha venido atravesando por este tipo de desencuentros y más que ahondar en culpas o razones, intentamos comprender los motivos inconscientes: el por qué de lo que ha sucedido, sin dejar de lado el malestar subjetivo (incluida la rabia, y la culpa) en cada uno de los miembros de esta pareja.
d)
Vivencia en cada vértice de la triangulación
La infidelidad implica un triángulo amoroso
donde al igual que en el complejo de Edipo, existe una pareja establecida que
es atacada en su estabilidad por un tercero quien busca quedarse con el amor de
uno de los dos, desplazando al otro. La diferencia es que en este caso, no es
un proceso necesariamente esperado, las tres partes en juego son adultas, y al menos
dos de ellos están plenamente conscientes de sus acciones. En este caso la
amenaza a la estabilidad de la pareja es real, y no tantas veces existe un
final feliz. La analogía de ambas triangulaciones
no es casual, muchas veces complejos de Edipo no resueltos a satisfacción
permiten que el sujeto, ya en su vida adulta no pueda evitar seguir
triangulando permanentemente, o al menos marcando una tendencia a ello.
En la triangulación propia de la
infidelidad, encontramos de algún modo un <transgresor>, pues va contra
lo impuesto o acordado en el convenio de la propia pareja, una persona <afectada> por esta transgresión y además un <amante>, invitado deseado e indeseado
por igual por cada una de las partes.
Desde la óptica del transgresor, las
circunstancias son múltiples, casi infinitas al igual que las justificaciones
que encontrará para sustentar su acto
y no reconocer, al menos a priori, delante de su pareja, que se trata
de una falta a lo que habían convenido. Lander (2014), menciona que la lógica del acto de
infidelidad no será igual para hombres y mujeres, dependerá de la ponderación
que establezcan entre deseo y amor, puesto que lo sexual y lo afectivo no
siempre son coincidentes. Por lo
general, desde el pensamiento femenino, amor y deseo tienden a ir de la mano,
por eso no es infrecuente que para poder relacionarse con un hombre, más allá
del deseo sexual, debe haber un sentimiento, un gusto, una atracción mas
allá de lo físico y que pasa al terreno de lo sentimental. Existen mujeres con
una lógica más pragmática, en quienes esto no resulta un
impedimento, pudiendo tener y consumar su deseo con un hombre sin necesidad de
un vínculo afectivo previo.
Por su parte, el pensamiento masculino tiende
a poder dividir esto con mayor facilidad no teniendo que confluir en una misma
persona el amor y el deseo, aunque al igual que en el caso de las mujeres no es
algo que suceda siempre, pero quizás sea lo más frecuente. Por ello, no es raro
escuchar que se disfruta del acto sexual sin poder “sentir nada por ella” o que
una vez descubiertos en su infidelidad intentan justificarse alegando que “no
ha significado nada”. Quizás por ello, desde el concepto machista de la
masculinidad, se intenta desestimar la importancia del acto e incluso, suele
ser peor vista la infidelidad de parte de una mujer.
En ambos casos, incluso sin llegar a ser
descubiertos puede existir un monto alto de culpablidad por el acto cometido,
por la posibilidad de ser puestos en evidencia por la pareja y por el potencial
sufrimiento de ésta, además de la posible fractura en la relación y las
pérdidas que podrían estar implícitas: la estabilidad de una relación que
brinda seguridad, solidez económica, contacto con los hijos, además de ser
señalado socialmente como el culpable de una eventual separación.
Desde el punto de vista de quien es afectado,
la reacción más frecuente tiende a ser de una reacción desesperada de celos y
violencia, dadas por pérdida de la exclusividad, estando presente también el
sentimiento desgarrador de la humillación y la traición. Adicionalmente, debe considerarse que detrás del impacto, y estos
sentimientos iniciales, existe todo un miedo a ser desplazado y excluido, a
perder el amor del otro, de sentirse
abandonado y de confrontarse con su propia soledad, además de una gran
sensación de impotencia y de rabia no resuelta; de alguna manera se reactivan
los fantasmas de la escena primaria y la castración (Batoni, 2008; Lander,
2014).
Si se toma en cuenta la reacción de
ambos sexos, se puede mencionar a través de la experiencia clínica y
siguiendo la lógica previamente explicada, que para las mujeres tiene mayor
peso e importancia la significación que el hombre le da a la amante: pareciera
que el mayor o menor monto de dolor radica en cuánto le importa o si la quiere,
y no como tal en lo sexual, la mujer tiene mayor posibilidad de perdonar el
acto infiel si éste no implica ser desplazada en el lugar del amor de su
pareja. Por otra parte, el hombre, colocado en un lugar de mayor narcisismo, le dará
prevalencia a la posibilidad que ésta haya o no estado en intimidad con el
tercero en cuestión, aquí la sexualidad tendrá una relevancia mayor, quedando
en un segundo plano si hay algún tipo de vínculo afectivo con su nuevo rival,
radicando su malestar y padecimiento en la posibilidad de no ser el único
sexualmente para su pareja. Tal como se dijo, esto no es una ley que se cumpla
para todos los casos, pero sí una tendencia clínicamente marcada, que parte de
la constitución del género sexual inconsciente y que también podrá
repetirse en las parejas homosexuales, dependiendo como se ubique cada uno,
desde lo masculino o lo femenino, desde lo activo o lo pasivo.
En el tercer vértice, se ubica el
amante, o la amante. Alcira Mariam Alizade (1997) plantea la significación que
éste puede llegar a tener dentro de un vínculo amoroso estable, pero a la vez
lleno de problemas y monotonía cuando aparece como algo novedoso... Menciona
que el amante es chispa de una nueva pasión, puesto que promete placeres,
saltar la barrera de la prohibición y cumplir la excitante transgresión, lo que
muchas veces sirve como espacio de olvido a una realidad intolerable. Sin
embargo, no todo está lleno de una connotación positiva, puesto que
especialmente la amante, como mujer busca hacerse amar y para ella no es tan
fácil desligar amor y deseo (Tendlarz, 2006), por lo que muchas veces termina por sufrir. Se percibe de menor jerarquía en su rango social amoroso, por debajo
de la pareja formal, y en su búsqueda de hacerse amar también reclama
posicionamiento y va a sentir que merece más. También entrará en la
ambivalencia de atacar a esta pareja formal, pero a la vez sentirse culpable
por lo que está haciendo (Batoni, 2008). Del mismo modo, como una forma de ser
tomada más en cuenta podrá recurrir a la coacción y atacar a su nueva pareja para
hacerse escuchar. Desde lo social, la mujer que ocupa el rol de amante será
juzgada como la intrusa culpable de atentar contra la estabilidad de la pareja,
sin embargo muchas veces es la única manera que tiene de soñar con ser amada, y
también termina siendo víctima de patrones que han sido repetidos, pues muchas
veces el amante ha sufrido de engaños, como vemos, no está exenta la compulsión
a la repetición.
Sin embargo, termina estando ubicada en un lugar de mucho dolor y sufrimiento, donde el sostenimiento del vínculo le mantiene en una espera infinita de una expectativa casi imposible de cumplir. Además tienden a ser frecuentes las promesas de ser tomada en cuenta como la pareja formal, que sustentan la ilusión de llegar a ocupar un rol, que, dada la misma dinámica en la que ha caído, tampoco ha sido capaz de otorgarse a si misma con anterioridad. Esto, por supuesto, tiende a ser reconocido casi siempre a posteriori, una vez aparece la rabia y la desilusión, pues mientras se está inmersa en la situación, el mismo enamoramiento tiende a llevar a desmentir, a veces la presencia de la otra persona, así como las consecuencias negativas y el dolor de toda esta forma de vincularse.
Podría decirse que desde su lugar cada
uno sufre a su manera, y aunque resulte paradójico, pues puede pensarse que en
un principio obtiene mayor placer, quien inicia la triangulación también padece, en parte por su propio sentimiento de culpa y también por la angustia de ser descubierto y
perder la estabilidad de su relación, a la vez de quedar inmerso en un océano
revoltoso entre las otras dos partes que luchan por hacerse amar.
e)
Consecuencias en la relación de pareja y
afectación de la familia.
La aparición muchas veces inesperada de
una infidelidad, representa una especie de terremoto para el funcionamiento de
pareja y familia, y aunque algunas veces no tiene efectos de peso, otras tantas
se derrumba lo construido. Si bien es cierto que tanto hombres como mujeres
tienen la capacidad de perdonar la triangulación de su pareja, es muy difícil
pensar en que no existirán consecuencias a posteriori. Ambos pueden seguir, por
la razón y el deseo de continuar la convivencia y si la relación estaba muy
deteriorada, luego de la salida del tercero, tendrán la esperanza de
reconstruir una relación de afecto y confianza mutua en el otro (Lander, 2014).
Sin embargo, no será tarea fácil.
Por lo general, aunque no se vuelva a
repetir otro evento de infidelidad, la parte que ha sido engañada requerirá
tiempo para asimilar la afrenta sufrida, y poco a poco poder ir perdonando, de
verdad, a su pareja. Esto, es como elaborar un duelo, porque implica la caída
de un ideal y enfrentarse con una nueva realidad; requiere tiempo, y algunas
veces podrá volverse a las primeras etapas; es reconfigurar psíquicamente la
manera de ver, vivir y sentirse con la pareja. Durante este tiempo, será
frecuente la angustia de que el evento se pueda repetir con otra, o con la
misma persona, y vivirá con esta amenaza de sentirse engañado, por ello no será
infrecuente que ocurran episodios de celos y desconfianza, a veces muy
intensos. Sólo con el tiempo, a la vez que se logra perdonar, podrá nuevamente
restablecer una relación como la que existía antes.
La parte que ha transgredido el acuerdo
de mutua fidelidad y exclusividad, además de luchar por hacerse perdonar y
reconstruir la relación, tendrá que soportar estos celos y desconfianza, además
del juicio de los demás. Cantidad de parejas intentan que lo sucedido esté oculto
ante los ojos de los otros, vecinos, familia, amigos. Sin embargo muchas veces
la parte que ha sido afectada por el engaño en una manera de buscar apoyo (o venganza) en medio
de su dolor, intenta hacerse escuchar por todos; esto sin duda repercutirá en lo
difícil que pueda ser esta tarea, pues además de su pareja, aquél se encontrará con
la necesidad de volver a ser bien visto por el entorno más allegado.
En cuanto a los hijos, si existieran, en ocasiones es posible que la pareja trate de mantener oculta la situación, sobre todo cuando
éstos están chicos aún, también ante la incertidumbre de no saber qué pasara con
la estabilidad familiar luego de la infidelidad. Sin embargo, otras tantas los
hijos terminan estando expuestos ante la situación, tal vez porque resulta
demasiado evidente, o porque el padre
que ha sufrido el engaño, busca en sus hijos sentirse apoyado y acompañado,
involucrándolos en el conflicto. Esto resulta complejo, ya que naturalmente procurarán identificarse con una parte de la pareja y la otra será vista como la
“mala”, a quien se le rechaza por haber hecho daño a la “mamá buena” o al “papá
bueno”. De hecho, no es infrecuente la amenaza de “quitarle los hijos” al miembro de
la pareja que ha sido infiel, esto se utiliza como un arma contra éste en el medio
de la ira y la impotencia despertadas por la traición.
Cuando los hijos son adolescentes o ya
están en la adultez, no son pocas las veces que son éstos quienes descubren las
infidelidades de uno de los padres y el proceso de identificación –
desidentificación pasa a ser algo natural, sobre todo en la adolescencia y pueden
desatarse sentimientos muy marcados contra el padre que ha faltado a la
relación. Los hijos adultos tendrán mejor capacidad de permanecer menos
involucrados o verse menos afectados, e incluso podrán ser mediadores en ciertas ocasiones, aunque será difícil para estos no tomar
partido, pues aunque muchas veces denuncian la situación, en otros casos
terminarán consintiendo y justificando la infidelidad de uno de los padres,
llegando incluso a mantenerlo oculto de la otra parte. También pueden surgir en éstos deseos de ayudar a uno de los padres, que ante sus ojos, ha resultado más afectado.
Como es posible notar, la reconstrucción
de la relación resulta una tarea complicada y son innumerables las parejas que terminan separándose definitivamente o
divorciándose. En algunas oportunidades ambos tienen la capacidad de continuar juntos y
termina asumiéndose la infidelidad como un evento que nutre las relaciones y hasta las posibilita
(Tendlarz, 2006). En ocasiones es posible que posterior al conocimiento de dicha situación, se pueda re inventar la relación sincera en la vida de pareja,
mejorando la calidad de la relación y la vida matrimonial (Lander 2014). Sin
embargo, como se ha mencionado, existirán factores de peso a la hora de tomar
una decisión sobre si continuar o no la vida de pareja después de la
infidelidad, tales como la configuración de personalidad de cada uno, así como su
capacidad de reparar y de perdonar, el que estén involucrados terceros significativos como
los hijos y las familias de ambos, y sobre todo el hecho de reincidir o no en
la posibilidad de una nueva infidelidad.
f)
Tendencia a la infidelidad en algunas
estructuras de personalidad
A pesar que existe toda una contención
moral, social y religiosa que hace mal vista la infidelidad, y con todo el
sufrimiento que implica, existen cifras que ubican los porcentajes de
infidelidad entre un 50% y 65%, existiendo mayor prevalencia de parte de los
hombres, pero no tan marcada en comparación a las mujeres (Batoni, 2008). Frecuentemente terminan siendo factores
circunstanciales, pero otras tantas nos encontramos con que hay personas que simplemente no pueden evitarlo,
o hasta lo disfrutan.
Realmente
resulta difícil imaginarse a un sujeto que con características de ser un
perverso estructural pueda vincularse con el otro a profundidad, con una
capacidad de amar y entregar, de reconocer la alteridad hasta el punto de poder
llegar a comprometerse en una relación estable o llegar al matrimonio; esto no
quiere decir que no pueda vincularse en una relación de pareja con otro, pero
generalmente se dan de un modo superficial, utilitario y son sobre todo
relaciones transitorias. El perverso verdadero, invierte el fantasma sexual y
además de tener la certeza de que (en ficción) ha logrado ser el objeto de
deseo, el falo, el instrumento de goce para el otro, a la vez su placer de órgano va a brotar en
el lugar del otro, lo que le coloca como un ser puro de placer, es su forma de
velar la castración (Lander 2014b). Esto implica, una sexualidad rígida, casi
protocolar, como si fuese un contrato entre las partes en la cual el acto
sexual además de ser un acto perverso, donde la consumación sexual está fuera
del coito, y radica más bien en el placer masturbatorio, no implica amor. El
otro solo cumple una función utilitaria y todo este juego “extraño” es su única
manera de acceder al placer sexual.
Fuera de su mundo sexual, secreto y
oculto para la mayoría de las personas, el perverso se muestra como un
ciudadano ejemplar producto de una escisión yóica que está presente en su
propia constitución estructural, estando aparentemente bien adaptado al contexto
(Lander, 2014b); al no asumirse como
un sujeto castrado no siente angustia por su vida sexual ni tampoco culpa por
lo que hace: recordemos que es puro de placer, y por ende ficcionalmente
perfecto. Por ello no consulta al terapeuta ni al analista, esto también hace
que sean casos muy raros de ver y difíciles de documentar y estudiar. Particularmente,
pienso que el afán de velar la castración se manifestará eventualmente fuera de
la sexualidad, por ende tendrán mucha dificultad para comprometerse verdaderamente
en una relación estable y buscaran de cualquier manera transgredir el vínculo,
saltarse la prohibición, velar la castración que impone la norma social.
El perverso estructural podrá ser sistemáticamente infiel
porque, o bien no siente amor hacia el otro con el cual realiza su acto sexual
protocolar, o porque no se siente satisfecho y necesita buscar por fuera otro
con el cual pueda cumplir su guión sexual rígido. También es probable que en
una extrapolación de por ejemplo, el sadismo, su placer sexual esté inscrito en
hacer daño y su verdadero disfrute en una relación de pareja sea hacerle daño
al otro con el que se vincula, aunque no sea dentro de la sexualidad como tal,
sino en su manera de degradar y hacer sufrir, encontrando en el acto infiel un
vehículo para tal fin. En estos casos,
pudiera pensarse que el acto infiel no es visto como un problema, ni se le da
tal importancia, no hay culpa, y no es egodistónico con su modo de pensamiento
ni con su ética particular.
Desde la histeria, por el contrario,
donde se busca ser el objeto de deseo del otro que es deseado, y sí se cumple y
se satisface la sexualidad mediante el encuentro de placer con el otro,
podríamos encontrar algunas particularidades que marquen una tendencia a la infidelidad.
Una de ellas puede ser una dificultad importante para integrar el objeto erótico
(Batoni, 2008), de esta forma el mismo no se inscribiría en una única persona,
o podría no sentirse satisfecha con esa única persona a pesar que está
convencida que le ama; podría ser que tampoco se siente lo suficientemente
querida o amada. En estos casos incluso es probable que pueda llegar a
establecerse un vínculo fuerte con ese tercero fuera de la pareja sin lograr
desprenderse de su relación original, amando a ambas personas a la vez. Quedaría atrapada en una dinámica en donde ninguno de los dos es suficiente y probablemente, ningún otro por venir puede que lo sea.
También
es posible que en casos de separaciones no resueltas a conformidad, en las
nuevas parejas, esta persona de carácter histérico continúe deseando elementos de su pareja
anterior que no consigue en su nueva relación, viéndose impulsada a ser infiel, o
bien con la expareja o con alguna nueva persona, sin tener conciencia que se
busca llenar este vacío, que viene incluso de mucho antes, y que en ficción esta
primera relación amorosa que inconscientemente se extraña, logró tapar.
Si existiese una estructura mucho más
primitiva, con un yo constituido más rudimentariamente y menos integrado, puede
que sea imposible no ceder ante la demanda sexual de un tercero y aún en
ausencia de amor ceden con la finalidad de complacer al otro, lo que en el
fondo esconden sentimientos de inferioridad o minusvalía que pueden verse
disminuidos si se sienten deseados sexualmente por el otro, ya que de algún
modo les hace sentir, valiosos, deseados y adecuados (Lander, 2014); podríamos decir que esta auto valoración negativa de si mismos queda matizada por la fantasía de ser no sólo deseada, sino posiblemente querida por aquel que le desea. En estas
histerias más primitivas, no son raros los casos de erotomanía donde el objeto
cambia de tanto en tanto, pero que en el fondo implica una necesidad de tapar
un vacío estructural que por algún motivo dejó de ser satisfecho con una misma
persona (Lander, 2010).
Por último, en el caso de los trastornos
narcisistas es necesario tomar en cuenta parte de las enseñanzas que deja Freud
en Introducción del Narcisismo (1914). Es importante considerar que en estos
casos hay un predominio de la libido yóica, sobre la libido de
objeto, lo que se traduce en una dificultad importante para que el amar
pueda ser visto y vivido como una función natural del yo. Por el contrario, hay
todo un desprendimiento pulsional, que casi en forma de sacrificio y con todo
el esfuerzo que conlleva, se logra colocar en un objeto, con la esperanza de
ser amado y de esta manera restituir la vitalidad yóica que se ha visto mermada
por el esfuerzo de amar puesto que cuando más aumenta una, más la otra
disminuye; no ser amado deprime el sentimiento, y el no ser correspondido es
casi una ofensa. De esta manera, Freud nos
dice que en los trastornos narcisistas, el sujeto podrá amar: a sí mismo, a lo
que la persona fue, a lo que se querría ser, y a la persona que fue parte del
propio sí-mismo, buscándose inconscientemente como su propio objeto de amor. Freud
hace referencia a las dificultades en la vida del hombre enamorado quien se
queja insatisfecho de su relación, o del amor de la mujer, lo que en el fondo
escondería esta dificultad para pasar la libido de su propio yo y colocarla
sobre un objeto de amor; también hace referencia a la mujer narcisista que
amándose a sí misma, su necesidad no está en amar al otro sino en ser amada,
para lo cual depende de quién colma esa necesidad.
En una especie de evolución de una
posición más infantil a una más adulta, la constitución del ideal del yo,
de origen narcisista (previamente Yo ideal), podrá incluir toda la perfección fantaseada y el deseo de tener lo
que se tenía, cuando especularizado originariamente por los padres el sujeto
era considerado Su Majestad el Bebé, resulta por decir así, un
substituto del narcisismo perdido de su infancia, que en aquel entonces era su
propio ideal. Así, en esta búsqueda del ideal del yo, la satisfacción se
obtiene con el cumplimiento del mismo, por lo que se podrá desear y amar lo que
no se tiene, lo que falta para poder cumplir con este ideal, o también lo que
afianza el cumplimiento de este ideal (Freud, 1914). Como se ve, en estos casos
el hecho de amar siempre va a estar sostenido por la satisfacción del
narcisismo propio, bien sea a través del otro quien nuevamente especulariza,
exalta las virtudes y minimiza los defectos,
o a través de la auto confirmación de su omnipotencia colocada en el
ideal del yo.
Así, el narcisista podrá ser infiel en
una relación de pareja por diversas causas, entre las cuales se cuentan, el no
ser capaz de entregarse en plenitud a una relación por la dificultad de
establecer una libido de objeto satisfactoria (incapacidad para comprometerse); la decepción por no sentirse
lo suficientemente amado como para sentirse pleno en su narcisismo en su
relación actual; una necesidad de afianzamiento constante de su ideal del yo
–fálico- en el cual se necesitan conquistas múltiples, inscrito esto en una
lógica machista (mientras más parejas, mejor se es); el miedo a someterse a la
exclusividad de pareja o conyugal, pues esto implica una castración de su
libertad sexual y la pérdida de su omnipotencia que lo afianza en su narcisismo;
así como la búsqueda constante de la pareja perfecta y casi inalcanzable para
regodearse en su propio éxito por haberla alcanzado.
Quizás el mejor ejemplo de estos casos,
se encuentra en el famoso Donjuanismo, término que hace referencia al
comportamiento de algunos hombres en relación a la conquista de las mujeres, a
las que buscan seducir, engañar y enamorar, para luego dejarlas, conservando
para sí la sensación de éxito que les satisface su narcisismo, coleccionándoles
como una especie de trofeo. La conquista de la mujer deseada en el momento es
todo un reto y pondrá su empeño en conseguirla, siendo mayor su interés
mientras más la mujer se le resista. Es típico en estos casos que luego de
cumplir su objetivo, se decepcionen -o aburran - y vayan en la búsqueda de otra mujer,
dejando la más de las veces a la persona conquistada, ahora en sufrimiento, siendo algo que poco
les importa. Y aunque en algún momento puede creerse enamorado, establece
relaciones superficiales y poco duraderas (David, s.f). Como puede apreciarse todo un conjunto de
razones, cuya motivación principal esconde, además de la incapacidad para
establecer una investidura libidinal de objeto satisfactoria, miedo a sentirse
limitado en su omnipotencia, deseos de afianzar constantemente la consecución
de su ideal, el regodearse en su propio narcisismo, además de la búsqueda
constante de un objeto de amor que pudiera pensarse no es, sino una parte de sí
mismo.
g)
A manera de reflexión.
La infidelidad en la pareja forma parte
del desarrollo de muchas de las historias de la vida amorosa actual; esto no lo
hace normal. Sus razones son múltiples, pero en cualquiera de los casos implica
mucho sufrimiento para unos y otros.
Si bien se ha hecho referencia a algunas estructuras (muy marcadas) de
personalidad y su tendencia a incidir en estas relaciones triangulares,
la realidad es que la casuística diaria es mucho más mixta, menos de
manual y con circunstancias que únicamente la consideración de lo
individual puede desenmarañar. Es una problemática que desde lo clínico,
y en la búsqueda de mantener una posición analítica que permita comprender a
cualquiera de los involucrados, debe sobrepasar los límites de la propia ética
y de la moral para poder entender el por qué de cada caso y el dolor de cada
sujeto, independientemente del lugar que ocupe en esta particular situación.
Sólo de esta manera, sin juzgar, se podrá servir de ayuda a quien demanda la
misma, en medio del caos, no sólo de la infidelidad como tal, sino de un mundo
que en su propia dinámica, cada vez más egoísta, se empeña en avanzar y suponer a la vez
que se resiste a escuchar.
Referencias.
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conyugal. Revista de Psicoanálisis, 54
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infidelidad conyugal. Trópicos, revista
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infidelidad desde el psicoanálisis. Letra
S, 127.
David, L. (s.f.) Ensayo sobre el Donjuanismo.
Freud, S. (1910). Sobre un tipo particular de
elección de objeto en el hombre. Obras Completas, Vol. XI. Buenos Aires: Amorrortu, 1976
Freud, S. (1913). Tótem y Tabú. Obras completas Vol. XIII. Buenos Aires: Amorrortu, 1976.
Freud, S. (1914). Introducción del Narcisismo. Obras completas Vol. XIV. Buenos Aires:
Amorrortu, 1976.
Lander, R. (2010). Efectos de las teorías de Lacan en el
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Editorial Psicoanalítica.
Lander, R. (2012). Manual de terapia psicoanalítica. Caracas: Editorial Psicoanalítica.
Lander, R. (2014). Psicoanálisis, teoría de la técnica (2da ed.).Caracas: Editorial Psicoanalítica.
Lander, R. (2014b). Experiencia
Subjetiva y Lógica del otro (3ra ed.). Caracas: Editorial Psicoanalítica.
Tendlarz, S. (2006). Infidelidades. Inconsciente Argentino, 6.
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