La posición analítica y la realidad externa...
El arte y las vicisitudes del trabajo diario.
Quienes
nos vemos en el trabajo de crear un espacio de escucha y mantener una posición
acorde para fomentar el trabajo asociativo y elaborativo de nuestros pacientes
no estamos exentos de sufrir diversas situaciones personales, familiares y
sociales que nos afectan día a día. Formamos parte de un contexto que a
diversas escalas puede estar más tranquilo o más revuelto dependiendo del
momento y esas situaciones pueden influir directamente en nosotros al momento
de desempeñar nuestro rol.
Se
trata de la realidad externa y cómo puede permear - y hasta interferir - o no
sobre la función que el analista o terapeuta debe cumplir. Antes que estar
inmerso en su rol, el profesional de la salud mental es un ser humano con derecho
a sentir, sufrir y padecer, así como un ciudadano que en el caso de las crisis
sociales, al igual que sus pacientes vive esa realidad y se ve afectado del
mismo modo que éstos por la “situación-país”.
Sin embargo, para el que trabaja en salud mental, sobre todo para el terapeuta
dinámico o el psicoanalista, la herramienta de trabajo es precisamente eso, la
mente, su mismo inconsciente, y por ello esa realidad propia y externa
representa una constante amenaza para esa herramienta, siendo algo de lo que
hasta cierto punto es necesario cuidarse y distanciarse al menos mientras se
está en el consultorio y se guarda la posición analítica, aquella que implica
no solamente la escucha, sino que también involucra un timing correcto para
poder señalar e interpretar, la cual también nos exige estar lo
suficientemente tranquilos para poder trabajar desde la asimetría y ayudar como
corresponde.
No obstante, mantenerse lo menos afectado posible a veces puede representar
todo un reto, sin embargo, siempre resultará necesario. Primero que nada, es
imprescindible desligarse de los asuntos personales y familiares y en caso que
realmente la situación requiera de nuestra presencia, lo mejor puede ser tomar
un descanso por unos días para poder ocuparnos de lo que corresponde y luego
retomar desde una mejor posición. En segunda instancia, hay que tratar de manejar
las situaciones externas lo mejor que se pueda. Recordemos que el mismísimo
Freud, aunque muy afectado por lo que sucedía, continuaba en Viena en 1938
cuando Hitler consumaba la invasión y anexaba Austria al Tercer Reich y que aún
en tiempos de guerra, muchos analistas continuaron trabajando y produciendo
escritos de gran valor.
Contaminarse, o permanecer libres de algunas angustias, aún cuando estas
estuvieran perfectamente justificadas, dependerá de nosotros mismos. Nuestra
propia estructura de personalidad y el trabajo analítico propio que hayamos
vivido, determinará cuánto podemos vernos afectados por algo que está
sucediendo dentro o fuera de nosotros y que sea lo que sea deberá hacerse a un
lado cuando abramos la puerta de la recepción y se le diga "pase
adelante" al próximo paciente, que viene a nosotros en busca de una ayuda
y no espera conseguir a un analista "contaminado" sino más bien una
escucha descontaminada de todo lo que podría afectarnos.
Esto de estar lo suficientemente descontaminados implica dos cosas: una,
que hemos sido capaces de borrar, al estilo del <block maravilloso> o la
<pizarra mágica> los contenidos y angustias, que a través de la
transferencia han sido colocados en nosotros por el trabajo con el paciente
anterior; la otra, que estamos libres de angustias personales, familiares, de
pareja o inclusive sociales, al menos en la medida mínima necesaria para poder
trabajar con la otra persona desde una posición de neutralidad, es decir, somos
capaces de escuchar en asimetría, sin identificarnos con el material que nos
traigan, aún éste cuando toque aspectos que sabemos están mal en nuestra propia
vida.
Ya durante la sesión, lo que ocurra dependerá de ese mundo del paciente,
y será nuestro deber la escucha atenta, mantenernos en atención flotante
mientras nuestro interlocutor asocia libremente y habla, dice y desdice
acerca de su propia realidad o de esa realidad externa común para ambos pero
que en ese momento deja de serlo para nosotros, pues aún cuando su discurso toque
fibras sensibles, debemos responder desde la neutralidad, y no desde la
identificación.
Hay situaciones en las cuales se recomienda no atender un determinado tipo de casos por un tiempo, por ejemplo, no atender parejas si la vida sentimental del analista en ese momento está atravesando una ruptura o una separación, o que una analista mujer no vea niños si atraviesa una situación difícil desde su deseo de maternidad que no logra cumplir. No obstante, en algunos momentos será inevitable que el discurso del paciente haga contacto con nuestras propias angustias o sensibilidades: por ejemplo, que un paciente hable u opine de una enfermedad, sin saber, por ejemplo, que alguien de nuestro entorno cercano la padece, o que se lamente debido a que por el aumento del precio del dólar frente a la moneda local perdió la oportunidad de una compra de un inmueble que había buscado con mucho sacrificio, más allá que a nosotros nos haya sucedido exactamente lo mismo con un viaje o un vehículo. Sin embargo, ese espacio es del paciente, y no tiene por qué estar enterado de nuestras propias preocupaciones, por lo cual, lo correcto y lo respetuoso no será nunca una intervención que venga desde lo identificatorio.
Hace un tiempo escuchaba
de una reconocida analista decir que entorno a nosotros suceden tantas
cosas que la psicoterapia y el psicoanálisis de hoy en día más que una
psicología del inconsciente pareciese ser una psicología de guerra. Ante
esto, es fundamental conservar la propia salud de nuestra psique para lograr
mantener la posición analítica que el paciente espera conseguir durante la
sesión, esa escucha atenta y a veces hasta compasiva que de un modo u otro les
permite salir más aliviados de nuestro consultorio, recordando siempre que la
cura se instaura sobre la transferencia. Análisis personal, actividad física,
recreación, y vacaciones varias veces al año son factores que ayudan a aliviar
la carga que sin darnos cuenta estos relatos (necesarios, porque al fin y al
cabo son material de trabajo) van poniendo sobre nosotros, por más que al
cerrar la puerta e irnos de la consulta dejemos el trabajo allí, donde va el
trabajo, fuera de nuestra vida personal.
Así
mismo, debemos saber reconocer y tener presentes los límites de nuestro acto, y
nuestra capacidad o dificultad para trabajar con algunos casos en particular
que nos puedan hacer sentir más vulnerables a la hora de rescatarnos. Y no se
trata que sean casos duros, pues al fin y al cabo el rol que juega el analista
o el terapeuta implica estar dentro de un camino duro, lleno del sentir y del
sufrir de los demás, un sentir y sufrir que va muchísimo más allá de los
problemas de la vida cotidiana, sino más bien de poder estar lo
suficientemente adentro y a la vez lo suficientemente al margen como para ser
empáticos y comprender, pero a la vez poder ayudar. Sólo así podremos cumplir
nuestro trabajo, más allá que los problemas personales o familiares, la
política o la economía también nos afecten al igual que a ellos...
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